La primera vez que lo contacté volaba al otro día. La última, se iba a mudar. Así que, para escribir sobre el artista visual Luciano Denver (Junín, Argentina, 1975), tuve que poner una banqueta frente al armario y, con los pies en puntas, alcanzar mi maleta. Adentro de la maleta, guardar una chaqueta para el frío y un paraguas. Y luego irme. Para escribir sobre Luciano Denver tienes que irte.
Ahora, con el viaje metido en las uñas, puedo escribir. Y escribo.
Escribo tráileres hundidos en el desierto, perros echados en la nada, fuegos y constelaciones, perfectos paisajes imposibles, alfombras persas, un cielo despejado donde flota una luna evanescente. Y todo esto lo escribo enmarcado en una sola fotografía. En una fotografía en la que escribo colores: el rojo, todos los verdes, el oro muerto de las arenas…
Escribo lo que leí en Internet sobre Denver. Y lo que lleva toda razón. Un Denver es un Denver.
Un lugar al que uno desea llegar. Una sillita encallada a lo lejos, en un mar perdido del mundo, donde un caballo relincha y relinchan también las olas. Un vallecito en medio de tanta nieve donde irse a esconder. Para que nadie te encuentre. Nadie.
¿Cuál ha sido su trayectoria como artista, en qué momento decidió experimentar en el arte?
En diciembre del año 2000, mientras estudiaba Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires, específicamente en el tercer año de mis estudios, un profesor me dijo que lo que estaba haciendo era más arte que arquitectura. Al mismo tiempo, ese profesor me había puesto un diez como nota en mi proyecto de diseño, pero no podía avanzar a diseño IV el año siguiente porque aún no había aprobado Estructuras I y Matemáticas I.
Me encontraba en un limbo y, si bien ya venía colaborando con oficinas de arquitectura, justamente en el sector de paisajística, sentía que no era una profesión para mi vida. No me veía trabajando con mucha gente todos los días a mi lado. Me veía más bien solitario, y sin presiones que tener que cumplir, algo típico de los trabajos en equipo.
Fue así que en ese mismo diciembre me presenté a dos convocatorias de arte que se ofrecían en dos instituciones que visitaba habitualmente. Me presenté primero a la Fundación Klemm y, como no quedé seleccionado, esa misma obra, en el mismo día, la llevé al Centro Cultural Rojas, a una convocatoria para la Bienal Bridgestone. Si bien la obra era la misma: siete fotos pequeñas tamaño postal, difería su forma de presentación y montaje. En la fundación Klemm las presenté sobre una lámina de formboard, que no era un formato maleable, y creo que esta fue la razón del rechazo; en cambio, para el Centro Cultural Rojas, las puse dentro de una cajita de cartón, adjuntando una hoja donde explicaba las especificaciones de su montaje. De esta manera entendí algunos primeros trazos sobre la importancia que tiene la curaduría en el arte y cómo los artistas tenemos que comprender ciertas prácticas para no ser eliminados por estos filtros.
La obra fue exhibida generando buenas críticas y tuvo rotación por algunos museos del interior de Argentina. Eran siete fotos de mi campo tomadas desde el mismo punto de observación a distintas horas del día. Así fue como decidí que sería artista o al menos que iba a invertir mi tiempo en esto.
El año 2001 fue un año extremadamente difícil para vivir en Argentina, que desembocó en una crisis en diciembre, dejando varios muertos en las calles de Buenos Aires. Yo fui uno más de esos manifestantes y recuerdo perfectamente la asfixia que sentí al inhalar gases lacrimógenos con los que la policía nos expulsó de la Plaza de Mayo. Ese mismo mes decidí que me iría del país. Vendí todo lo que tenía, pero con la devaluación monetaria no me alcanzaba ni para un pasaje. Mi papá me ayudó vendiendo algunas cosas; mi tío me dio unos dólares.
En enero de 2002 Aerolíneas Argentinas anunciaba una oferta por el aniversario de su primer vuelo a Roma y los pasajes estaban en 400 USD ida y vuelta. Accedí a esta compra de billete, sabiendo que entraría a Europa como turista y tendría tres meses para ir a un pueblo de Italia donde habían nacido mis bisabuelos y de esta manera iniciar mis trámites para acceder a la ciudadanía europea. Conseguí todos estos papeles, los envíe a Argentina y me fui en bus a Barcelona, que es donde inició mi carrera profesional como artista.
Escribió Tarkovski en su libro Esculpir en el tiempo que un artista no busca temas, sino que los temas surgen en él. El tema del viaje, en su última serie fotográfica, Vámonos, es explícito. ¿Por qué el viaje, como surgió ese tema en usted?
El viaje ha sido parte importante en mi vida, desde la niñez. Cuando viajábamos por Argentina con mi familia, recuerdo ir siempre en el asiento de atrás, mirando los cambios geográficos, comparando todo con mi lugar de origen. Los cambios en las comidas, en cómo habla la gente, en el cielo en el hemisferio norte, donde la luna la vemos al revés de como la vemos en el hemisferio sur.
En algún momento de mi vida quise ser estrella de rock, debido a que ellos se la pasan viajando; como no pude cumplir este sueño, decidí que me inventaría una profesión donde el viaje fuese el origen del trabajo. Así fue que entendí con el tiempo que ya estaba viviendo dentro de ese sueño, al conjugar mis experiencias artísticas con el movimiento y la observación de estos paisajes al capturarlos con mi cámara.
Nunca me interesó la fotografía como el hecho de saber de exposiciones o diafragma o saber de fotos en sí; simplemente siempre he sacado fotos en mi vida y lo he hecho con la cámara que he tenido a la mano. Al principio fue con la que había en mi casa, que era la que usaba mi familia para registrar sus viajes. Una simple cámara de rollo típica de los 80, una Kodak divina en diseño pero que hacía pésimas fotos.
En los 90 fue una Fujifilm que también hacía pésimas fotos, pero algo interesante podía obtenerse. Antes de viajar a Europa, trabajé en un sitio de fotografía social donde me daban una Sony Mavica, que era una cámara digital que almacenaba en disquetes, con ella hice mis primeras fotos de arte y las primeras que utilicé para hacer collages. Paralelamente, conseguí un trabajo en un sitio de alquiler de casas de alto rango en la zona norte de Buenos Aires; ellos mostraban sus casas por Internet, con fotografía 360. Era toda una innovación en la época; pero en realidad su negocio consistía en venderte la cámara y el software con esta tecnología. Mi primo y su socio me compraron estos equipos y ahí fue que empecé a mejorar mi técnica del collage, que había surgido mientras estudiaba arquitectura. Esto sucedió cuando entendí que me era más fácil comunicar mis ideas de arquitectura con fotomontajes que hacerlos a lápiz.
El collage como técnica es riquísimo porque permite fusionar mundos y personajes y atmósferas… ¿Cómo construye sus paisajes, qué técnica utiliza?
La técnica que utilizo es el fotomontaje o collage digital, ahora también llamada fotografía construida. Los procesos los he ido cambiando a medida que he sido consciente del uso del tiempo que me genera construir mi obra. Las cámaras de fotos que he utilizado estos veintidós años de trabajo han ido cambiando y eso me ha generado una sofisticación en la técnica. He pasado de utilizar cámaras a celulares para no generar malestar en la gente cuando estoy haciendo fotos. Un celular cualquiera lo tiene; en cambio, una cámara de fotos intimida más. Así que en los viajes de 2013 a 2019, que fueron en lugares más populares, por decirlo de alguna manera, utilicé celulares. Cuando hago las fotos ya sé lo que estoy buscando porque previamente hago muchos dibujos en mis cuadernos de viaje donde registro ideas de obras y maquetas. Luego ese material es examinado en mi estudio en Bogotá y ahí realizo los primeros bocetos que con el tiempo se van transformando en obra.
Algunas obras se demoran dos años, otras un año, otras seis meses. Esto es algo en lo que he venido trabajando para no pasar tanto tiempo de mi vida sentado en el computador. Vámonos fue concebido de esta manera. Tenía dos meses para darle mi tiempo. En mayo de 2021 hice los bocetos, y en septiembre lo retomé generando los acabados.
Me pudiera hablar de Monumento al camello, cómo surgió, en qué año. ¿Por qué La Habana…, Cuba…?
En algún momento hablé de la importancia que tenía el recorrido geográfico en mi trabajo. Venía de recorrer la Cordillera de los Andes de Sur a Norte y de estudiar los cambios más importantes que dependen de ella, al bajar en Perú es que nace el río Amazonas y al bajar en el Caribe colombiano es que se generarán algunas de esas primeras islas del Caribe; a mi entender, desde una posición totalmente empírica, diría que casi todas las islas del Caribe son cordilleras de América que con el subir del nivel de los mares generaron islas.
Una de estas islas que tenía en mis planes era Cuba, por tener una relación histórica muy directa con toda Latinoamérica, y esa fue la decisión principal para generar una visita, aunque aún no tenía tema del cual hablar. Investigando por YouTube, que es una de las herramientas principales que utilizo antes de viajar a algún sitio, encontré los camellos y me pareció fascinante debido a que incluía varios de los temas que me interesan: la arquitectura, la construcción, el invento, el que sean personas las que usan estos espacios, el color, el movimiento por diferentes lugares, lo que representaba un viaje en sí dentro de La Habana, sin tener que viajar por todo el país. Pero esta idea fue desechada cuando, informándome, advertí que habían dejado de funcionar.
Así que, después de tanto incentivo, todo volvía al punto de partida. Estoy hablando de noviembre de 2016 y tenía previsto viajar a La Habana en marzo de 2017. Así fue que dije, bueno, ya aparecerá algún tema cuando llegue a Cuba. Resulta que uno no sabe o no entiende a Cuba hasta que llega y es consciente de lo que es vivir sin Internet, coger un taxi en la calle, comer en un restaurante, arrendar un carro; en fin, infinitas cotidianidades que vivimos en los países capitalistas y que nos parecen tan obvias, y en Cuba desaparecen en un instante y uno tiene que despertar el instinto humano y la intuición para resolverlo todo.
El tema de que no hubiese Internet era un punto difícil de suplementar debido a que es una herramienta que utilizo para saber mi ubicación y generar investigaciones de lectura de historia y otras observaciones personales que considero para mis proyectos. Así que me tocaba ir a la esquina del parque donde está Coppelia y ahí utilizar aquellas tarjetas de 20 minutos; había días que nos estafaban y no funcionaban, cuestión que empezó a estresarme un poco.
Ahí fue donde, al ver buses rusos viejos, volvió la idea de los camellos. Empecé a preguntar si existía algún cementerio de camellos y fui a dos lugares, pero no encontré nada. Así fue que decidí que los haría yo, de la misma manera que habían sido creados los camellos, pero de forma digital. Me tocaba construirlos con pedazos de fotos de otros buses. Al volver a Bogotá, inicié los estudios de las líneas de los camellos y advertí que habían sido una opción tomada por necesidad, como todo en Cuba, debido a que la idea original era un metro que Moscú nunca construyó. El camello, de esta manera, se convertía en el primer metrobús de Latinoamérica.
El proyecto se presentó en SGR galería, en Bogotá, en octubre de 2018. Esa exposición incluyó una escultura de gran formato, casi a escalar real, del monumento al camello. El nombre del proyecto tomó más fuerza cuando, haciendo mis investigaciones, un día leí a un exoperario de una de estas líneas que exclamaba: “Hay que hacerle un monumento al camello”.
¿Quiénes son los artistas que más lo han influido? ¿Considera a algún creador como su maestro?
Las influencias más visibles en mi obra vienen de arquitectos y de paisajes que aparecían en los retratos del Renacimiento. No miro arte para hacer arte, yo escucho música o veo arquitectura. Tengo amigos artistas, pero en general me aburre la experiencia de ir a ver arte; me conmueve más encontrar arte. De poner un nombre como influencia pondría a Richard Hamilton.
¿De todos sus viajes por el mundo, en qué sitios ha encontrado los paisajes más bellos?
Los paisajes más hermosos y que más me han conmovido son los del Camino de los Siete Lagos, en la Patagonia, Argentina. Aunque nunca los he usado para construir mis imágenes. Al ser tan bellos, mi imaginación colapsa y ya no puedo decir nada más.
¿Cuándo sabe que un collage está terminado?
Justamente al ser collage, si algo está produciendo un efecto de error, el ojo lo lee como tal. En el momento que este efecto deja de suceder, es que empiezo a elaborar el retoque final de los colores. Y, una vez que el ojo siente armonía, decido parar. A veces la armonía la da la sobrecarga de pulir detalles y eso hace a algunas obras mucho más grandiosas que otras. Y es porque la obra me pide más tiempo del que tengo para ella.
¿Trabaja actualmente en alguna serie? ¿Cuál es su próximo proyecto?
Estoy trabajando en un proyecto que poéticamente habla de un arquitecto que vivió en Miami en la posguerra y que hizo unas obras increíbles. Recién ha sido descubierto en 2022.
¿Me pudieras contar antes de concluir la entrevista sobre Bogotá Rewind? ¿Cómo surgió esta idea de reestructurar la ciudad, hacer una Bogotá ideal?
Cuando llegué a Bogotá, me encontré con una ciudad muy descuidada y con un déficit de urbanismo muy alto. Comencé a hacer investigaciones en los archivos del pasado y me encontré con que la ciudad había sido más bella, desde mi gusto. De alguna manera decidí que mi trabajo se iba a enfocar en devolverle visualmente una posibilidad de cómo podría haber sido si no se hubiesen tomado las malas decisiones políticas que se tomaron y que son un karma, ya que al día de hoy sigue sucediendo lo mismo que le ha sucedido a lo largo de la historia. Muchas esculturas han sido cambiadas de lugar, parques increíbles se han transformado en parqueaderos de cemento, lucernarios del siglo XIX se han descuidado, incluso el abandono del tren que atravesaba toda la ciudad, como sus tranvías. Pero me ha sorprendido cómo algunas observaciones, con el correr de los años, han tomado forma y hoy son una realidad.
Un ejemplo son las canecas. Cuando llegué en 2012, juro que no había una en toda la ciudad. Uno tenía que caminar con la basura, pero no todos somos responsables con este acto y eso hacía que la ciudad estuviera muy sucia. En sus últimos días de alcalde, en 2019, Enrique Peñalosa llenó la ciudad de canecas, absurdamente llegó a instalar cuatro por esquinas, convirtiéndose en un negocio más de la corrupción que abunda en los gobiernos de esta ciudad; y aún más lamentable, hoy, el 50% de las canecas instaladas han sido víctimas del vandalismo y ya no existen o están destruidas. Debí decir que en mi obra de Bogotá Rewind puse canecas, porque mis decisiones urbanísticas eran poner en arte lo que el gobierno no ponía en la realidad.
Yerandy Fleites: “Las obras no acaban nunca”
“No creo mucho en eso de escribir todos los días, de producir y producir… Hace ya algunos años desterré de mi vida a todo productor de hojarasca”.