He realizado una muy intencionada selección de escritores cuyas listas de sus 10 libros del año 2022 me han resultado sorprendentes. Libros descubiertos, leídos con asombro, o releídos porque era inevitable hacerlo. Libros incorporados a la intimidad gracias a un imperativo estético, sentimental, o creativo. La lectura sigue siendo un misterio que unifica y/o separa, más allá de cualquier galvanización predecible.
Se trata, en este caso, de creadores muy dispares. Algunos tienen trayectorias literarias ya asentadas, mientras que otros empiezan ahora mismo y son apenas visibles, aun cuando acarician proyectos de escritura llenos de eso que se llama “la certidumbre del camino”.
Quise ser, pues, muy inclusivo, pero no en vano, sino con el propósito de generar un diálogo indirecto a partir, en lo esencial, de las lecturas de todos ellos, porque esa es la forma en que un escritor escoge sus prioridades, las califica y establece, en suma, su tradición particular, independientemente de los dictámenes de la academia, los vaivenes de la fama, las opiniones de los críticos y las regulaciones del tiempo.
Alberto Garrandés
Laura Domingo Agüero
- Isis sin velo, de Helena P. Blavatsky: me dio una nueva visión del mundo, de la filosofía y de la dimensión humana.
- Siddhartha, de Hermann Hesse: la espiritualidad y el poder del lenguaje.
- Libro del frío, de Antonio Gamoneda: la belleza.
- Exploradores del abismo, de Enrique Vila-Matas: uno de los mejores libros de cuentos que he leído.
- Los profetas, de Flannery O’Connor: un poder exquisito de la descripción y la narrativa.
- Canciones y sonetos, de John Donne: la metafísica.
- Poesía toda, de Herberto Helder de Oliveira: la dignidad reflejada en la poesía.
- Un paseo por la sombra, de Doris Lessing: el valor de la experiencia individual y femenina.
- No es medianoche quien quiere, de António Lobo Antunes: un estilo insuperable, honesto, conmovedor.
- La pasión según G.H., de Clarice Lispector: una flecha al corazón.
Elaine Vilar Madruga
- Corazón tan blanco, de Javier Marías.
- Frutos extraños, de Leila Guerriero.
- El comensal, de Gabriela Ybarra.
- Manifiesto contrasexual, de Paul B. Preciado.
- Cadáver exquisito, de Agustina Bazterrica.
- La belleza del marido, de Anne Carson.
- Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez.
- El jardín de vidrio, de Tatiana Tîbuleac.
- Una edad difícil, de Anna Starobinets.
- Pechos y huevos, de Mieko Kawakami.
Ahmel Echevarría
Esta lista de lecturas y relecturas es un diagnóstico para la felicidad, el insomnio y el desespero.
- Arturo, la estrella más brillante, de Reinaldo Arenas.
- La mueca de la paloma negra, de Jorge Ronet.
- Los libros de Primo Levi sobre lo vivido por él en el campo de exterminio.
- Respiración artificial, de Ricardo Piglia.
- La experiencia totalitaria, de Tzvetan Todorov.
- La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa.
(Estos libros y otros me han acompañado en la escritura de una novela que se titula Los perros.)
- La “trilogía de varones” de Selva Almada: El viento que arrasa, Ladrilleros y No es un río. La vida, en especial el dolor y la muerte en las antípodas de la ciudad.
- Dos novelas de Colson Whitehead: Los chicos de la Nickel y El ferrocarril subterráneo. Racismo, castigo, muerte. Resurrección y caída de casi todo.
- La autopista. The movie, de Jorge Enrique Lage.
- Garbageland, de Juan Abreu.
(Entre La autopista. The movie y Garbageland hay un punto de contacto donde estalla un arco eléctrico: una Cuba post-catástrofe o post-apocalíptica, pero que tiende a parecerse demasiado a nuestro presente.)
- Medio sol amarillo, de Chimamanda Ngozi Adichie. El lado A y el lado B de la vida en un escenario de guerra.
- Este lo leí el año pasado, pero no quería dejarlo pasar: Las aventuras de China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara. Martín Fierro es más que una referencia. Algunos paradigmas que caen, y otros que se alzan. Hermoso e intenso libro. Como una bala de plata.
© Imagen de portada: Lucia Macedo.
Damaris Calderón, Dolan Mor y Antonio José Ponte
Este dosier podría llamarse: “Los poetas cubanosrecomiendan”. Pero entonces sería traicionera con el tiempo perfecto de la poesía.