17 abstractos de una agenda
1
Hibridez de la doble nacionalidad. Sobrevivientes sin contexto ni ontología. Aguas tibias entre el fuego del ser y el hielo de la nada. Espuma infinita de la poesía a mitad del desierto. Pamyla, protagonista.
2
Voy montada en una vieja camioneta americana y me pregunto:
—¿Qué sentiré después de hacer el amor?
Nos dirigimos hacia el central Hershey. No el de Pennsylvania, sino su hermano gemelo construido aquí, el Camilo Cienfuegos. Ando con mi agenda a cuestas, aparte de mi casa-maletín que hoy no pesa tanto. Es un día que me concedo para no pensar y tratar de ser una gente normal. Pero igual no puedo evitarlo y me pregunto:
—¿Qué sentiré después de hacer el amor?
3
Voy montada en una vieja camioneta rusa y ya no me pregunto nada.
A mi alrededor, la Gran Marcha patriótica del 13 de junio: el pueblo da gritos en apoyo a una reforma constitucional. El dolor es franco y silencioso. La incomunicación, la poesía de mis fábulas que trato y no sé contar, el delirio: todo apuntado en esta agenda, pálido testigo de mis aventuras de eslava en una isla de fuego helado, donde recojo los restos de su naturaleza muerta con hongos de vaquería.
El mundo me sabe a plástico reciclado y soy una fritura de sol, cruxificada en la pureza que conduce al olvido, anunciación de la muerte. No debe ser fácil eso de gritar virtudes cuando la olla solo convierte al picadillo de soya en vapor de gas. Y sin dinero. Nada. Ni pinga. ¿Dónde habré perdido mi pañuelo con garabatos árabes impregnado en Eau de Cannabis?
Creo que Cortázar habla de una “poética de la esponja y el camaleón”. Lo anoto. Esponja: figura de una porosidad milimétrica y fragmentaria, de una realidad intersticial. Camaleón: figura de la confusión, el caosmos, y la alteridad legada desde y hacia épocas oscuras. Lo medieval.
4
—¡Hola, Vlady! Al fin te cojo despierto.
—No jodas más y pasa, Pamyla.
Un cassette de música eslava: Zolotoe koltso. Y todo era un magnífico reguero, círculos de oro y volutas de humo verde piramidal.
—Oye, ¿no habías dicho que no te gustaba el nombre de Brandy para ser tú un personaje en mis cuentos? Pues he decidido cambiártelo por el de Whisky, ¿qué tal?
—No, consorta. Whisky tampoco me cuadra. Mejor ponme Vodka, que es más fuerte y daña menos el pieschien.
—¿Tú estás seguro? El whisky es de lo mejor.
—Coño, el vodka puede llegar hasta 99 grados. Los campesinos rusos hacían uno de papa podrida, y se daban tremendas curdas para cosechar más rápido y volverlo a fermentar.
—Da, da. Toman para comer y comen para tomar. Bueno, está decidido, Vlady. Te pongo Vodka en todos los cuentos que escribiré.
—O mejor ponme Stepan Razin, el rebelde. O el soldado Suvorov. O el general Kutuzov. O Vlásov. Consorta, ¿tú sabes algo de alguno?
5
—Hola, ¿ustedes son polovines?
Me dirijo al grupo con timidez desafiante. Estamos en Tarará, donde el Embajador de Ucrania ha organizado un buffet. Uno de ellos gira 180 grados y me ataca:
—¿Y tú quién blíat eres?
—Yo, Pamyla Shvietsova. Me cago en tu madre. ¿Y tú?
Pero el embajador ya retoma la palabra por el micrófono y nos insta a todos a rezar y brindar.
Luego llenamos nuestros platos con deliciosos bocadillos de importación. También me sirvo un Cubalibre mientras recreo la vista con el grupo que bebe y mastica alrededor, mi atacante incluido.
Al final, repitieron de punta a cabo los himnos nacionales de cada país, y entonces por las bocinas sonó una voz que todos reconocimos:
…naplisya ya pianiym, tepier ya pianim ne doido ya… do doma napilsya ya… piamiyn tepier… ne doidu ya do doma…
Y así fue hasta la medianoche. Con las canciones perdidas de Vladimir Vysotsky, Viktor Tsoi, y hasta de los Músicos de Bremen. Todo de lo más alucinante y genial.
—Eres mi matriushka sicópata, eres mi matriushka sicópata —inexplicablemente me repetía el muchacho que me atacó.
Después llegamos a ser grandes amigos. Casi amantes. Después, grandes enemigos. Casi amantes también.
—Osezno de las nieves —en ambos casos le decía yo a él, porque su nombre resultó ser Misha al final.
Es el “alma eslava”, supongo. Y lo anoto de un tirón en mi agenda, en olvidados caracteres cirílicos.
6
Todos me observan caer en un trance inesperado. Río a carcajadas. Me sudan las manos y el resto del cuerpo también. Con deseos de quitarme la ropa, la memoria y los sentimientos.
Siento un nuevo brote, una oleada irreal, un éxtasis. Lo tengo que escribir todo inmediatamente. Alguien me lo va dictando desde el fondo mismo de la cabeza:
—Veo un cuadro donde los componentes son: Pamyla, yo + Caluff, el libanés + Pasha, el ruso. El cuadro adquiere una dimensión virtual y, más que color, siento la envergadura de lo que nos ocurre. Yo, atrapada entre dos. Desnuda. Tengo la costumbre de desnudarme donde quiera. El libanés desnudo avanza con todo su peso sobre mi cara, mi cuello, hasta llegar al pecho. Los absorbe y dibuja con su lengua la figura que yo me imagino en ellos. Marca con sus dedos rayas de tigre obsceno sobre mi piel, mientras yo grito y su trenza poco a poco logra penetrar en mi concha. Veo en sus ojos el sueño que se desliza como un soplo del espíritu. Atrás está Pasha, con su boca de labios carnosos, dando lengua en mi nuca, por mis hombros y a todo lo largo de mi espalda. Recrea su finura con una tenue fiereza que emana de su hombría. Arranca de mí un gemido de fuego naciente, para luego hincar su trenza en mi rosa oscura, mojada entre dos montañas de carne blanca, nevada. Gimo entre las dos trenzas. Ambas perforan mi cuerpo voluptuoso como si fueran serpientes de humo. Son únicas en sus dobleces. Mi carne es perfumada por la miel y la leche que destilan con fuerza. El eco de la noche es el incienso que desprende una niebla de algas. Sólo nosotros somos el amor hecho universo dentro de la vida, en alma y cuerpo. Yo les otorgo, en una especie de estruendo violeta, el choque entre la nieve y el desierto: es como un velo, un vaho…
Entonces ellos me aguantan, como si hicieran un gesto desesperado que la nostalgia no puede vaciar. Por eso busco la magia en el crepúsculo, en cualquier otra parte: “la vida está en otra parte”, me viene una metáfora que no es de Kundera y yo la anoto. Y anoto también: “la memoria poética del ser amado”. Y entonces doy gracias por escrito por esclarecer el sentido mi última duda.
En las bocinas, Moonspell me penetra con un Tenebrarum Oratorium de suErotic Compemdyum.
En el diccionario, la palabra “erótico” se queda sin etimología, es puro significaos: flauta hecha con tibia de exiliado, cuyas notas esgrimen su llanto en el silencio, baile en el espacio que toca el tambor carnal de la libertad, sinónimo sonoro de la resurrección.
—Pamy, ¿estás bien? ¿Ya te bajó la presión? —me hablan desde la página en blanco.
Es una de mis criaturas, pero no logro reconocer quién.
7
Pamyla, un deshielo. Corte transversal de esa víscera llamada el alma. Lobotomía. Abrir huecos en los personajes. Rebanando momentos de azar, venturas, habitaciones solitarias de este lado del océano, y el amargo sabor de las patrias y sus olores: respuestas sin preguntas y no viceversa. Un sin fin. Un fondo de colores tañidos por exégetas, maestros y mesías que nunca aceptaron su cruenta realidad.
8
—Iba a dibujar a Dios y se me botó la tinta —me digo con lágrimas en la oscuridad y no bailo.
Estoy ciega, como Björk. Y me falta la voz rajada de un zepelín de plomo en Since I’ve been loving you, de Led Zeppelin. Y me falta Igor. Y entonces lo recuerdo en la distancia. Era un kniaz alado, con bicicleta y guitarra, un músico de Bremen atrapado bajo el demasiado sol.
Siempre llegaba con su levedad, su perfil a lo Dante Alighieri, el Hijo de Dios en sus ojos, un ángel de Lérmontov. Igor se desprendía de lo Real. Un aguilucho imposible de no adorar. El antónimo de la belleza no es la fealdad. El diccionario es un arma inútil para escribir. Elegir una belleza sin mierda es como jugar en mundo kitsch, casi un instrumento para vocear a las masas. Pero, ¿vocearles qué…? Sólo la fealdad nacida del alma y vuelta creación será auténtica. Sólo Igor lo es.
“No todo me es odioso en el cielo; no todo en la Tierra, detestable”, la sentencia de Pushkin como anuncio del destino trágico de Igor.
La promesa rota como un vidrio. El hallazgo de un enorme cuchillo de empuñadura medieval, para poner a prueba el corazón mismo de nuestra entrega. Mi pánico, y su terrible y súbita decisión, evaporándose entre la hierba aspirada y un disco de plástico de 1972: Since I’ve been loving you, mi voz rajada como la de una muchacha llamada entonces Robert Plant y ahora Björk. Una época cuyo tiempo de un sólo acorde se nos agotó.
—Iba a botar la tinta y me salió Dios —me digo sin lágrimas en la oscuridad y ahora sí bailo.
9
—Sionista, asesina, criminal, imbécil, pridurka: ¡si le arrancaste la muela, ya mataste al cangrejo…! —me cogió por el cuello Fedia a mitad del sueño.
—¿Cómo aprendiste a nombrar así? —fue lo único que se me ocurrió.
Desperté, y hasta pasado un buen rato fue como si Fedia no hubiera muerto. Como si su cuerpo no pendulara todavía en la soga, reloj sin manecillas ni tiempo.
10
—Acere, si Dostoievsky estuviera aquí —se me ríe en la cara Dima—, la humanidad estaría perdida.
—¿Todavía más…? —le digo muy seria.
—Y no es dramatismo ruso de dos kopeks. Ni un remake de Tarkovsky hecho por el ICAIC. Ni el método de Stanislavsky aplicado al folklor nacional. Ni el suicidio de Maiakovski con su pasaporte ensangrentado de la CCCP. Ni la muerte de Trotsky contada por Sudoplatov. Ni las torres del Kremlin derribadas por un Boeing 9/11 de American Airlines.
—¿Y, entonces —le increpo a Dima, molesta—, qué pinga es…?
Dima sólo calla. Es pura teoría, nunca tiene los pies en la zemlya: por momentos me recuerda el baile final de Fedia.
11
Idea I: en un baño público, las aguas “frías, turbias y mansas” que nos dan por las rodillas.
Idea II: las aguas infectas donde flotan condones y heces, con hilillos de sangre y coágulos negros como hogazas de pan.
Idea III: un pan abierto como un corazón infartado, el mapa de todas las Rusias recortado por dentro y comido por una hormiga-león llamada Piotr.
12
Otra vez rendida bajo el candil. Es mi asidero mágico, como tal vez le gustara a Fromm. Otra vez lo simultáneo me hace sentir como una pelota de volley en un partido preolímpico entre Cuba y la URSS, con el Océano Atlántico y todo el siglo XX perdido entre las redes. Otra vez la perpetua línea discontinua, diciéndome que en la portada de mi primer y único libro: “Skizein”, Pushkin se sentará entre John Lenin y Vladimir Ilich Lennon en el parque de 15 y 6, con tremenda pajmelia y todavía disparatando de arte, filosofía y sociedad civil. Otra vez demasiado despierta bajo el candil, anotándolo todo por si acaso.
13
Oyendo en los audífonos a la banda Antiloop, los biznietos de Moby Dick: estoy muerta de hambre y cansada. Ida. Mis ojos vagan y en el gentío se topan con los de Ilya, que se da cuenta de mi estado de coma y me estrecha entre sus brazotes de abedul, donde aflora una sonrisa como si no nos odiáramos en realidad.
Me cuenta que ha tenido conmigo un extrañísimo déjà-vu. Que me ha visto ya antes como una serpiente o algo anfibio o nostálgico. Entonces me enseña una foto de Anna, la escritora que en uno de sus libros me dedicó un “yo entraré en tu alma sin solapín”.
No entiendo el sentido total de la escena: Antiloop, Herman Melville, Ilya, los abedules, Anna, ¿es posible volver a nacer, pero por primera vez? ¿Cómo no tener que estar siempre de regreso, sin antes asegurarme un pasaje? ¿Quién que no haya nacido aún me sabrá entonces leer?
14
En el cine ponen “Good-bye, Lenin”, un filme alemán. Desde las butacas, oímos los gritos afónicos del Osezno Misha, desgañitándose como en el Estadio Olímpico de Moscú. Está eufórico, no sabemos por qué. La acomodadora lo apunta con su linterna y amenaza con hacerlo expulsar.
Misha le mienta la madre en ruso y también en ruso amenaza con quemar aquel cine de mierda si no lo dejan en paz.
—Mir, mir, mir, mir, mir, mir —repite en voz de falsete.
La acomodadora sonríe y se retira. Lo deja descansar en mir: pensará que es un chiquillo de mierda. Misha permanece ahora en silencio, con la cabeza de Lenin volando en helicóptero desde Berlín hasta los cristales miopes de sus espejuelos. Hace muecas. Nadie en el grupo lo nota, pero yo sé que él se muestra eufórico para no echarse a llorar.
“Good-bye, Misha”, escribí esa noche en mi agenda.
15
Idea IV: El espejo nos ve y nos dice “parecen una pareja de recién casados, tan desnudos”. El espejo refracta nuestra imagen. Nos grita con la voz de Moisés a los judíos: “no oímos, porque Él fluye desde su pedestal, con la mira revivida de la muerte”. Por mi parte, yo soy la AuTorah, la autoridad que ha escrito El Viejo Testamento y después tres veces lo denigró.
Idea V: Un cuervo vuela, negándonos la esencia escrita en Las Tablas de La Ley. Nos aplasta con Meprobamatos caídos del cielo, en los que cuelga nuestro destino como un desierto: destierro inmóvil y errante. Existe un riguroso gato que duerme en mi azotea. Ando de vuelta a las llamas de la infancia y soy discípula de Freud, Lacan, Deleuze, con alternancias de Pasha, Igor, Dima, Vlady y el Libanés.
Idea VI: Recojo mis corceles sin herraduras. Los caballos piafan en los jarrones de invierno del Ermitage. Es la sangre con que alimento el ghetto donde habitan la brisa o la bruma o la grieta de sueños de una gótica intelectualidad. El Crucero Aurora da cañonazos a las nueve de la noche. La tumba de Sofía está en un sótano apócrifo de la Catedral de La Habana. Se me agotan las entrañas en el santo suplicio. Ahora me preparo y beso una cruz de madera rústica. Es un mal día para quien sólo sea una palabra en el desierto y sus latidos desgarren el abismo. El papel vacío cabe en mis pulmones y no hay causa primera para empezar a narrar. Callo.
16
Voy montada en una vieja camioneta cubana y el chofer me pregunta:
—¿Me la quieres tocar? —sin mirarme—. Si me la tocas, te doy cien rublos de la CCCP.
El hombre maneja con una mano, la izquierda. Con la derecha me enseña su pinga. Es pleno día y bajamos por Calle 26. A la altura de Zapata, nos desviamos. El cementerio corre entonces tras los cristales. Al fondo, los modernos edificios habitados y el monolito piramidal de la Plaza. Parece una película. Yo asumo que lo es.
El falo del chofer me recuerda los 180 metros de chimenea de una termoeléctrica al norte de La Habana, izada como un asta sin bandera de cara al mar. El tipo tiene un falo muy feo, se parece a él. Pero el conjunto es hermoso.
No le respondo nada. Él tampoco insiste. Nos acercamos a un semáforo y lo veo tapársela con la camisa. Se inclina hacia mí. Lo dejo. Me susurra algo en la oreja y me extiende su tarjeta de presentación.
La leo al vuelo. Es de Sovexportfilm, una empresa fantasma. Definitivamente, vivimos en una película rusa. De guerra o de amor, no sé. Igual en el semáforo de pronto me bajo sin decirle adiós.
El hijo de puta me pareció un pobre tipo al final. Si de verdad me hubiera pagado, entre la pena y el asco tal vez yo se la hubiera podido tocar.
17
Ebriedad de la no nacionalidad. Sobremurientes del hipervínculo y la ideología. Socialipsistas remando en un iceberg que parece un caimán. Aguas volcánicas o albañales que buscan regurgitarse en el mar. Cortocircuito y chispa voltaica entre dos cromosomas en black & white. Alma esclava, libérrima: steppenwolf. Recortería de imágenes. Bisutería de personajes. Tiempo cero para narrar. Lo insípido e indoloro de cualquier patria doble: respuestas sin preguntas y no viceversa. 17 instantáneas fuera de foco. 17 abstractos de una agenda. 17 primaveras rotas de una sola pedrada y que ninguna esquirla se llame nunca Pamyla: agonía de protagonista. Telón.
Skizein, decálogo del año cero
1
Cada uno es el ser más distante de sí mismo.
Nietzsche
La fórmula del misterio es la locura. Lucidez como proceso de emanación, como flujo de lividez adolescente: soplo del corazón. La memoria intangible del desierto y una futura letanía al despegar los párpados marchitos, casi inconscientes. Soy yo.
Los textos desfilan entre mis dedos y siento las contorsiones desnudas de la muerte. Estoy al borde de algo, en la cima de nada. La violencia de mi sexo abierto me dobla de risa y de un olor santo, de sementerio y saliva. Estoy viva.
Una terrible llanura sangra en el paladar de mis alegres angustias. Todo adquiere un sonido púrpura, de vísceras mojadas a punto de reventar. Me voy, me vengo.
Mi lengua amordazada por enésimos fracasos todavía resiste: son los estertores del milagro, aún es posible la salvación y la gloria. Estoy loca, pero soy yo. Estamos locos, pero la fórmula de esa locura seguirá siendo siempre un misterio.
2
Esa hora que puede llegar alguna vez fuera de toda hora,
agujero en la red del tiempo, esa manera de estar entre,
no por encima o detrás, sino entre…
Cortázar
Hay que ir al aeropuerto. Ir para soñar, para contemplarnos, para despertar o vernos llorar. Llorar porque tomo una cerveza Báltica y estoy rodeada de un hostal de psiquiátricos donde todos se llaman Vlady, aunque ninguno recuerde quién ha sido Lenin. Ni siquiera han leído a Lenin. Mucho menos oído pronunciar en ruso las dos sílabas: Lie-nin.
Tras la estola y la latica Báltica, me cubro con la resaca y la tautología de ver llegar los vuelos de Londres, Moscú o París. Como si La Habana no fuera ella misma Londres, Moscú y París.
Hay que llorar en los aeropuertos. Llorar ante las puertas automáticas de vidrio opaco y las escaleras eléctricas sin baterías de sol. Hay que llorar con la policía de aduana, abriendo las maletas repletas de DHL a nombre de Dios o acaso de la Revolución Mundial. ¿Para qué vine hoy?
Los días son túneles por donde el tiempo abriga los tormentos que se quedan fuera del reloj. En el cielo se intuye otro avión. Un rugido de IL-62 o de MIG-15: son miles, millones; son moscas, abejorros barzuk: este es un país de mamíferos aéreos. Semejante ingravidez sólo la viven los que habitan en un aeropuerto, como yo. Los nómadas de la stalinofilia y toda esa mierda perestroika del corazón. Punto de inicio.
La mujer de los altavoces gime la llegada o partida del próximo avión. El volumen de sus lágrimas se conecta con los decibeles apátridas de mi identidad y sus tres raíces Marchenko: estatales, familiares y profesionales. ¿Cómo iluminarme con tantos circuitos integrados en la página en blanco de mi cerebro? ¿Cuáles cuatro tipos de deudas aún me debo a mí misma antes de empezar a ascender? Punto y seguido.
Cuando salen las maletas, una viene soltando plumas de kolokol por la esterilla. Yo sé. Yo soy Dios, soy Vladimir sin Iliushin-62. Soy una Revolucioncita Mundial piloteada por quince MIGs. Ese paquete de plumas viene cargado con infinitas e ínfimas alas de kolokol, el pájaro mudo de la Siberia: la mejor música es su silencio. Esa maleta es un contrabando. Es la madrecita patria rusa que quiere emigrar de la Nueva Rusia y aterrizar otra vez aquí. Como en los ochenta. En la misma olla de presión termonuclear.
Por cierto, aquí en el aeropuerto no existe el océano. O queda muy lejos, demasiado lejos para oír su rumor por los altavoces. Aquí todo es vidrio y formica y metal, y se derrama en la dureza de mis insomnios, mis anaqueles llenos de pasaportes con permisos muertos del PCUS. El aeropuerto es un carnaval de poderosas máscaras con visado de la CCCP: es el relieve de un logaritmo rizomáticamente post-nacional. Punto y aparte.
Por eso es imprescindible venir todos los días aquí. Venirse. Ir al aeropuerto no es sólo tomar una cerveza Báltica, sino ver por cuál entrada o exit te llega o se te escapa la FÉ.
Tras vaciar la lata y jugar con los cigarrillos conservo sólo un mareo: mareas del logos, vallas publicitarias de nuestra doctrina. Pienso en cómo despejar, en cómo despertar. En disipar la psiquis que me amarra por los ojos con una inercia terminal. Me persigno a lo ortodoxo y me atrevo a dejar fluir otra lágrima. Genial, cursi o estúpidamente pienso:
—¿Qué es tener cuerpo, qué es ser un cuerpo? ¿Quién deambula con un candelabro buscando alguna certeza en este país?
Atrapada en ciclos retóricos, en este punto de mi delirio sé que debo sacar por lo menos un destello de tanta tonta estupidez. Cualquier cosa. Una palabra, una mala traducción. Un alumbramiento en el risco de los lamentos. Enzimas bacteriostáticas de mis glándulas lacrimales. Vender ofensas o comprar neuronas: pena, dinero, movimiento, comida, silencio, objetos, pensamiento y ropaje. Todo mezclado: tal es el ideal de la roca vidrio y la piedra coral.
Hay que ir al aeropuerto para recibir y donar imaginación (imallginación). Hay que ir para represar lagunas mentales: sueño que se eleva y pesadilla que cae en medio del cansancio y la tradición. Punto final.
Mi discurso se detiene. Oigo mi nombre por los altavoces. De pronto una mujer me llama por mis seudónimos de guerra en tiempos de paz:
—¡Loxandra Shviétsova…! ¡Vera Marttini…! ¡Ipatria…!
Después silabea mi nombre completo de religión:
—¡Marousha Stanilovska Dagmar Natasha Iliana Romanovitch!
Y aún otra me grita simplemente:
—¡Orlando Woolf!
Todos los días esa voz de mujer fañosa me busca aquí. El aeropuerto soy yo. Ella es mi FÉ. Pero al final nunca hay alas ni piernas postizas para mi simulacro. Yo tampoco entiendo.
Nadie me envía nada de contrabando. O me lo decomisan los peritos de aduana con sus perros de olfato web. De manera que, entre abrazos y carteles y banderitas y gorras, me subo en la mesita de plástico, doy un grito y salto. Entonces abandono la lata seca de Báltica y el paquete de cigarrillos todavía sin estrenar. Y me retiro en paz del padrecito Aeropuerto Internacional.
3
Dos espejos se iluminan mutuamente.
Zen
Frente al espejo, jugar con la cera derretida de la noche, mientras mis manos sueñan con la esperma muda de un hombre. Percatarse de sus agudos bufidos en la oscuridad, el perfil doble que de repente acrecienta mi tristeza bilingüe. Símbolos que colapsan, reflexión y defecto óptico. Desenfocada luz de los bosques urbanos, cera inderretible en los siete brazos del candelabro: cero cósmico, libro lúbrico, vaina horizontal que engendra al desierto, vagina virgen, concha desconchada. Mi colcha es un océano seco y me masturbo entre espumarajos de vómito etílico y sangre azul. Me revuelvo como una niña que gime, golondrina en los brazos del Hombre Nuevo o los Hermanos Mayores o el Viejo Dios. Sobrevivir a ninguna época, sin un sólo lector. Se llama escritura angélica y practicarla puede ser infernal.
4
El conocimiento de las cosas se adquiere gracias a su apariencia,
pero el corazón es el que refleja la conciencia de la realidad.
Lin Hsieh
Antes de que caiga la sangre y vuelen las palomas, me sumerjo en ciertas ideas inciertas, como si fueran unos zapatos rotos o la válvula tupida de un motor Aeroflot. Vacío coagulado a veinte mil pies de altitud.
Me siento zombi y sin argumento. No hay puentes en el camino, sólo túneles. Los ladrillos caídos del muro de Berlín ahora son pisapapeles en horario de oficina. La sangre heroica devino infecunda o, mejor aún, indigestión de viceministros que comen langosta y toman cerveza Bucanero Max. Me miro. Tengo las suelas rotas y los labios tristes. Me duele un cordal, el número 28 (es mi edad). Ando a pie, a la deriva entre en La Cinemateca y el Muelle de Luz, donde una lanchita del Estado me lleva al otro lado del mar.
Es Regla, refugio de bucaneros. Me asomo a la iglesia. El altar es horrible, pero en la geometría de su madonna santera descubro trazos plagiados de la virgen de Kazán. Las casas tienen aquí tejas y tragaluces, monumentos sobremurientes de dos y tres siglos atrás. El adoquinaje de los callejones se me hace irresistible y brutal.
—Recupérate —me digo con cada pisada—: Recupera el camino y ama tanto al prójimo como a tu poesía, tanto como al exilio de tus errancias, como a la inverosímil lluvia que aún no cayó.
Todo a mi alrededor gira y se teje en una telaraña sub-iluminada por las farolas del tiempo español. La escenografía impone una estilística macabra, una sicopatología moribunda del ser colonial. Necesito un Primer Mundo propio, aquí mismo, en Regla, en América. Necedad de la necesidad: supongo este sea mi desatino.
Me interno loma arriba hasta la Colina Lenin, que ahora mismo funciona como mi destino de turista local. Voy pensando en el peor título de Margarite Yourcenar: Peregrina y Extranjera. Me hubiera gustado nombrar yo mi libro así. Siempre estoy tarde. Todo gira en torno a una cita que nos falta o que ignoraremos hasta que nos toque morir: somos esa carencia, esa tangencialidad. Empezando por la falta de energía en forma de dinero, único antídoto contra el veneno represivo del tejido de la familia y megaindustrial.
Por supuesto, no entiendo nada pues no hay nada que comprender.
Llego a casa del Blackie. Me lo topo cocinando con leña en pleno siglo XXI, casi en la base de la Colina. No me esperaba. Se disculpa. Lo noto nervioso como si yo lo fuera a morder.
La conversación gira en torno a los e-mails, a un documental casi infantil sobre el rock en Cuba, al peligro de mirar más de tres horas seguidas cualquier canal de la 3D-visión.
Mi cabeza me late como un bafle de diez gigawatts. Pido café y el Blackie me lleva hasta la casa de una vecina que lo vende en su propia sala. Allí, un joven negro también saborea su tacita plástica mientras gesticula siniestramente y no para de hablar:
—Me he tomado un akinatón, un paco egipcio, dos valerianas, estoy despacha´o y llevo tres días sin saber de mí.
Y después:
—¡Hay que salir del país! ¡Búsquense un aeropuerto! Yo soy demasiado negro para que me dejen pasar, pero ustedes, rusitos —y nos señalaba al Blackie y a mí—, ¡búsquense un aeropuerto para que puedan fastear!
Y aún después, siempre a punto de sorber el último buche:
—Yo soy obrero metalúrgico, hijo de obreros metalúrgicos, y me voy a construir un tenedor. Que los yanquis crean que es un nuevo tipo de arma de fabricación nacional. Que me dejen en paz a mí. ¡Yo soy yo y no como gallina blanca! La Base Naval está infestada de tiburones y Bush va a tener que contratar a los del partido Greenpeace. ¡Firmen la paz, rusitos, y habrá vía libre para la libertad!
Entrego mi taza plástica sin tragarme ni el primer buchito de aquel café. Igual sabía a rayo, supongo, a política internacional, a humo de leña, a fumigación de mosquitos, a flavivirus de RNA, a flan de calabaza hecho con Espirulina, Polivit y Bio-3.
Me despido del Blackie, de su vecina y del negrito joven, que ya se retira con su retórica rota de pregón: vende de todo, desde fideos hasta piezas de IL-62. Pienso en un libro de humor: Erasmo de la locura ó Elogio de Rotterdam. Pienso que fue escrito por un cubano a medio camino entre la Reforma y la Restauración. Por algo La Habana ha sido una y mil veces Rotterdam, capital de la amable insania universal.
Salgo un poco aturdida y retrocedo loma abajo hacia la bahía. Atrás queda la iglesuca y una plaza con campanas, cañones y una estatua ecuestre de algún general.
Marco en la cola de la lanchita. Me gustaría masticar ahora el sabor salobre de lo foráneo. Oler la carne chamuscada en la purificación de las hogueras. Inhalar un par de bocanadas de hachís. Ser una extraña Barbie, sin amigos y sin comprador. Que las estrellas se desangren sobre los ladrillos remanentes de la muralla de Berlín, salpicando las heces de las palomas. Que la ciudad se abra y me trague, como en una telenovela de época o el peor poema de Piñera, con mis zapatos de suelas rotas pero todavía de importación.
Desemboco otra vez en el Muelle de Luz y entonces reparo en que no he hecho nada. Ni siquiera me he arrodillado en la Colina Lenin para rezar. No estuve allí. Tal vez todo ha sido un sueño demasiado irreal para no ser verdad. Ahora soy un flash de Iluminación.
5
¿Por qué somos tan limitados?
¿La materia es parte de mi conciencia?
Rozitchner
—¿Nos vuelan el techo?
—Asere, ¿se nos cae el techo encima?
—¿Cuál techo? ¿Quién? ¿Qué es el techo? ¿De qué moléculas se sintetizó?
—Dicen que van a vender tejas, tavarich.
—¿Tejas francesas o tejas de Trinidad o tejas francesas fundidas en Trinidad?
—Tejas decomisadas. De Regla. De la época colonial.
—Tejas transparentes. De plástico. Del aeropuerto.
—Tejas de cinc. Calientes. De las que cortan cabezas cuando pasa un ciclón.
6
La palabra “sein” tiene en alemán dos significados:
“ser” y “ser de él”.
Kafka
Como quien despierta en la madrugada de espejismos mientras el murciélago se trastoca en rosa y la loba en lumbre del desierto. Como quien chilla de cabeza en una cueva angiológica. Como quien usa una videocámara para frotarse el clítoris en primer plano y casi no puede respirar. Es así cómo me abro en la “posición de loto” primero y ya después, más relajada, en la “posición de paloma satelital”.
No me resigno a roer nirvanas como si fuera un triste lagarto. No deseo mirarme en la contorsión invertida de ningún espejo. Si la patria bosteza bajo mi almohada, entonces el odio es un boomerang de culpas para tildar al otro en mis pesadillas.
Siento mis ojos como rótulos tristes de camaleón, abismo extranjero de una peregrina tan provinciana que por favor… Aprieto la videocámara vagina adentro. Oprimo la tecla REC. Soy invisible y sólo en la cinta magnética recobro mi corporalidad.
Aikido visceral y mental. Por mis venas corren imágenes en Fast-Forward. Filmes de Antonioni. Julio Cortázar mal interpretado por la Regla de Osho. Por suerte no tengo la regla. Todo se graba en blanco y negro de alto contraste. Tras una larga pausa se descorren las cortinas para que comience la secuencia final.
J Cortázar extrae un conejo de su sombrero y se lo regala al Vlady, que escucha la fragilidad del silencio tras una niebla metafísica sin hemoglobina. Corte. El conejo no es rosado útero, sino azul. Pero tampoco es un unicornio y se deja llevar por las aguas del río, y pulen sus pelusas el humo descendiente y a la vez piramidal. Corte.
Julio C cae y se abre la sajadura como una dura espina en el costado de Cristo. Su sangre es rubicunda y verde fosforescente y amarilla como de celulosa de libro antiguo. Corte. El pobre conejo azul huye dentro de mí. Corte. Siento cosquillas y me abro todavía más. Mis patas se parecen ahora a las de un compás. Alcohol de 180 grados. Me meto la cámara hasta el final del cable y, sin embargo, sé que voy a parir. O abortar.
JC me muerde el esófago para que me calle. Lo filmo iracundo en un big close-up. Corte. Antonioni firma sus planos con mi saliva de hembra preñada, y con mi leche en blanco como una hoja de papel. Mi mente se desmaya también en blanco. De pronto es imposible el aikido mental. O demasiado posible tal vez.
Julio Cortázar sí es un triste lagarto que duerme su frustración. Yo no callo, no hay quien me detenga de narrar en imágenes. Soy un incesante estado de filmación. Yo misma funciono como una film-nación. Corte.
Aprieto de nuevo el REC y me extraigo la cámara como si fuera un bebé. O un feto. O un tampón Tampax. Es paradójico que la misma tecla sirva para grabar y para que la cinta cese su estado de grabación. Acaso de gestación.
7
Tú mismo creas la tarea.
No hay ningún discípulo a lo largo y ancho.
Kafka
Repaso mi colección de tatuajes. Son citas de libros, cicatrices de fósforos. Es una lectura magníficamente estúpida y trivialmente genial:
Un modo de verdad: no de verdad coherente y central, sino angular y astillada. De Quincey.
Ser el oscuro solitario nervio-ocular, observador del diamante giratorio del mundo. Kerouac.
¿Qué tiene que ver la esencia de la técnica con el salir de lo oculto? Heidegger.
No tanto con la L de lucidez sino esa otra L de libertad: de la locura que ilumina lo hondo, lo lúgubre del laberinto, lambda loca, luciérnaga antes del fósforo, mucho antes del latido y del logos. Rojas.
Intento borrar mi colección de tatuajes. Araño con un bisturí mis citas de libros, cicatrices de afilado metal sobre mi piel. Es una cordura estúpidamente magnífica y genialmente trivial. Corte. Sin créditos.
8
Somos protagonistas,
pero de una historia sin guión.
Rozitchner
Limpio los lentes de la cámara, defeco, y salgo para un coloquio de poesía en la zona 999 de Alamar.
Cojo un metrobús rosado, los llamados “camellos” en extinción. El chofer me monta en la cabina a cambio de un poco de flirt. Es un hombre desesperado y, por eso mismo, un ser inmortal. A través del espejo retrovisor, sucio como de chocolate, todo gira y se mezcla. País carrusel, calidoscopio patrio de marca Nestlé.
No lo parece, pero esta última frase es una parodia del alma inglesa: Torre de las Decapitaciones, Big Ben, escafandra hindú del Taj Mahal, Thamesis de mandalas poéticas de la iglesia anglicana (todo, por supuesto, a través de las gafitas del payaso John Lennon o la frígida Lady D).
Los poetas me miran con asco y admiración. Me olfatean. Creen que soy un camaleón del performance, una menstruadora profesional. Me acerco al video y grito:
—¿Qué es tener cuerpo, qué es ser un cuerpo?
Y después, apretando el PLAY con uno de mis pezones, proyecto la cinta en la 3D-visión:
—¡Yo soy obrera metalúrgica, hija de obreras metalúrgicas, y me voy a construir un cucharón!
Las imágenes se suceden en el 3D-visor. Son mis órganos de poliestireno. Muñequita Lilí, Barbie de la barbarie. Sangre azul. Semen acumulado desde la fundación del Imperio Ruso en mayúsculas y la consumación en cirílico de la Revolucioncita Mundial. También se ven venas, arterias arteras, súper-carreteras de música hepática de Liverpool.
Me desnudo en público y me vuelvo a vestir, impúdica. No pasa nada. Nadie entiende nada. La pantalla sigue en llovizna y con un pitido ensordecedor. Scratch. Se transmite el patrón de pruebas. O todos ven sólo el patrón de pruebas. Los peritos llaman a este efecto “fatiga visual de Kalashnikov”.
Soy aplaudida. Escupo. Me expulsan. Es la flema británica de Alamar. Camino de vuelta por la zona 999 hasta que un metrobús amarillo casi me aplasta. El chofer me llama “zuka”, pero después me invita a montarme en la cabina con él.
La realidad es un circo. Es cíclica. Es un círculo. Es un gran número cero. Por algo ya estamos en el dos mil: el año cero.
Ahora sería espectacular filmar un decálogo donde quepa toda la entretenida abulia del año dos mil: siempre es el año cero. Ahora es el momento de poner a un lado nuestra imbecilidad narrativa y empezar por fin analfabetamente a narrar. Ahora miro de soslayo al chofer y sus tatuajes de macho cubano y le pregunto en un flirt:
—¿Quién deambula con un candelabro buscando alguna certeza en este país?
9
Cada instante de la vida, sea hostil
o apacible, tiene algo de único.
Protin
—¡Africanas y huevitos de chocolate! ¡Huevitos de chocolate y africanas!
—¡Colchones y bastidores de IL-62! ¡Bastidores y colchones de IL-62!
—¡Fideos, aromatizante, palitos de tendedera y haragán! ¡Haragán, palitos de tendedera, aromatizante y fideos!
—¡Rollitos y polvorones! ¡Polvorones y rollitos!
—¡Azucenas y girasoles! ¡Girasoles y azucenas!
—¡Periódicos viejos y revistas de la URSS! ¡Revistas de la URSS y periódicos viejos!
—¡Botellas vacías y laticas de Báltica! ¡Laticas de Báltica y botellas vacías!
—¡Pasaportes de la CCCP y carnecitos vencidos del PCUS! ¡Carnecitos vencidos del PCUS y pasaportes de la CCCP!
10
El hombre se volvió criba,
la mujer tuvo que nadar.
Paul Celan
La locura es el misterio de la fórmula. Locura a pulso como proceso de inanición, como flujo de gravidez senil: infarto del cerebelo. La desmemoria tangible del desierto y una letanía en pasado al cerrar los párpados en retoño, conscientes o casi. Todavía soy yo.
Ningún texto se escurre entre mis dedos y ya no siento las contorsiones enmascaradas de la muerte. Estoy en la cima de algo, en la raíz de nada. La paz de mi sexo abierto me desdobla en una risa y un olor herético, de linfa y sudor. Todavía estoy viva.
Una terrible llaga desangra mis angustias a través del paladar. Todo adquiere una textura púrpura, de vísceras resecas a punto de pudrición: putreficción. Ni me voy ni vengo: permanezco y mi lengua queda libre tras los enésimos fracasos que me han permitido resistir: es la calma gloriosa del milagro, ya no es necesaria ni la salvación.
Todo es argot, argucia. Estoy cuerda de remate, pero tampoco soy yo. Estamos cuerdos de remate, pero el misterio seguirá siendo sólo una fórmula.
© Fotos: Polina Martínez Shviétsova (1976-2023).
Talleres literarios en Cuba: los espacios de JAAD
Pretendo que esta conversación adquiera una particular “utilidad” para quienes estudian, o están interesados en conocer, la formación de algunos nombres de “jóvenes” escritores que hoy integran el campo literario cubano.