He visto en mi generación un hambre voraz de documentarlo todo. Un hambre de cartulina y estómago. De carpeta, expediente que se llena y cartera que se vacía. De celular que busca captar las hormigas, y de rayo de sol que achicharra hasta los tímpanos de un sonido que no se graba.
Los muchachos, como si se tratara de un huevario coleccionador, suben a Instagram, Facebook y WhatsApp sus tatuajes, sus piercings, sus novios y sus novias, sus cachorros y hasta los dibujos que guardan de niños. Las personas de mayor edad no logran comprender por qué esa hambre de dejar un testamento gráfico, sonoro y hasta ontológico de tanto resto que impacta en el tiempo.
Y es el tiempo, en intuición de instante, una resistencia a esa documentación. Por un lado la manía, y por otro el tiempo. Por un lado la estafa del pasado y del futuro, y por otro el presente retumbando en flash. Habría que ver dónde se guardan tantos mensajes que leerán los niños del futuro, o los aliens que nos colonicen y quieran saber de nuestros afectos.
He visto y sentido en carne propia esa famelia por el documento. Y he encontrado, leyendo un poco al respecto, otras épocas en que el mundo humano ha sido amante de guardar en cofres todo tipo de tickets, pasaportes vencidos, fotografías amarillentas y dientes de mamíferos.
¿Por dónde anda la documentación en mi país? ¿Qué papel jugará en la historia de mi país el hecho de que ahora todo queda registrado y se filtran conversaciones íntimas, ya sea de sexo o de política, como si fueran cosas diferentes?
¿Es mi país un mar de dibujos lanzados? ¿Es mi país un mar de múltiples orillas de tinta y sellos para pasaportes de tercera? ¿O es una documentación desvinculada al acontecimiento?
¿La identidad tan férrea y aniquiladora de todos los campos de lechuga deja algo? ¿Hay algo de más o de menos en el cariño de quien toma una foto para testar un momento exacto? ¿Cuál intelecto en la retórica del obturador? ¿Dónde se desnudan las palabras?
Y hablando de vocablos: nunca antes se tocó a la jirafa del lenguaje con tantos ornamentos, con tantas sílabas, cacofonías mentales que tanto agradecerían un silencio para regenerar el tejido cerebral. Y cada mensaje que va en el mar de los chats queda registrado en malévolo archivo. ¿En qué mar de gigabytes quedará guardado tanto sentimiento?
Esta hambre de documentación, este NEO-MATRIX-TEXTRO de la Realidad, nos está llevando a construir millones de sentidos nuevos, que se recombinan mentalmente a cada instante. Es una intuición del instante en el ánimo de testificar el tiempo, reafirmando que somos seres espirituales-lingüísticos donde la palabra crea constantemente las realidades.
He pensado en el cuello de una jirafa, en una marea de fotografías que llenan de tinta ese cuello.
He pensado que esta hambre de documentación nos alerta de que la realidad en el tiempo, como la jirafa, se deja tocar.
© Ilustraciones: Marien Fernández Castillo.
Marien Fernández Castillo
El castor en sus viles aislamientos
lame lechos en el Anita’s Center.
Los diques construidos por estos bichos
tropicales asiáticos
han venido a destronar la economía de los polos
en el Anita’s Center.