Ada Elba Pérez, una guajira deslumbrada



En Jarahueca, comunidad del municipio espirituano de Yaguajay, lugar de minas y poetas, donde los gatos suelen ser pardos y las aceras demasiado altas, nació, el 20 de septiembre de 1961, Ada Elba Pérez, una joven en quien se funden la plástica y la poesía con el quehacer musical, la crítica literaria y la escultura. 

Siempre callada, un tanto tímida y apartada, Olga Lidia Pérez, al hablar de su hermana, prefiere no idealizarla: “Ada era un diablo de chiquita, le gustaba hacer muchas maldades. Luego salía corriendo hacia mis tías, para que la protegieran. Era una niña caprichosa, pero muy voluntariosa, con una capacidad enorme para pedir perdón”.

En 1980, Ada Elba Pérez se graduó de Artes Plásticas en la Escuela Nacional de Arte. Pocas veces el talento y la intuición artística se reúnen de forma deliberada. Dominó el piano, la guitarra y el canto, compuso canciones desde 1989 y se desempeñó como instructora de Artes Plásticas en la Casa de Cultura del municipio capitalino Plaza de la Revolución. 

Su cancionero para niños devino un aporte de considerable importancia a la literatura infantil, y dejó títulos como “Siembra sembrador”, merecedor del Premio Abril en 1990. 



“Nadie sabe de dónde brotaba la magia de esta muchacha, cuyo rostro de enigmática mirada irradiaba el misterio de la poesía”, así la define Waldo González López en la nota de contracubierta de su hermoso libro “Travesía mágica”, que reúne sus canciones y poemas para niños. 

La suya era una de las voces femeninas más prometedoras de la poesía cubana. Así lo acreditan sus libros: “Identidad” (1986), “Apremios” (Premio Luis Rogelio Nogueras, 1990), “Acecho en el ritual” (1992) y títulos póstumos como “La cara en el cristal” (1994), “A dos voces” (1995), “Travesía mágica” (2001) y “Fin del pájaro sur” (2002). 

Sobre el acto de la creación poética, expresó lo que pudiera considerarse su testamento artístico: “Creo poeta a todo ser que reconoce el privilegio de vivir y siente, por tanto, la deuda de pagar el aire que respira. El poeta es un medio más y, para mí, es el modo de entrar por otras puertas al ser humano, o al menos de tocar en ellas”. 

Yo no alcanzo a las puertas que desatan
la luz
y he de seguir palpando las paredes,
sin cómplices,
sin ti.

Aunque el dolor sepa posarse en los retratos.
Nadie sabe que lloro,
ni que mi mano podría ser esa que levanta
     el auricular
ansiando una voz de la que sólo se acuerda 
                              el fondo de su falta.

Ada Elba tiene maneras de decir que se pudieran identificar con muchos estilos: fusión de lo guajiro con el asombro marino; la picardía e ingenuidad natural ante la ciudad que la atrapa, enamora y la convierte en algo entrañable para sí. 



Su poesía es ansia de la naturaleza, nostalgia viva por su natal Jarahueca, desde la ciudad. Integra en sí la fuerza de voluntad de su autora con el misterio de la delicadeza y la ternura femenina, ese rumor sutil que tantas veces asoma, casi como un suspiro, en la poesía femenina cubana de todas las eras. 

Sin rupturas grandilocuentes ni manifiestos anunciadores, Ada Elba desde su balcón citadino enseña cómo el camino no está en ahogarse en vacías disquisiciones, sino en llegar a la verdadera esencia de lo poético del cubano, ese apegarse a lo propio donde quiera que se encuentre.

La versatilidad la llevó hasta la narrativa. Dejó varios cuentos inéditos y una novela casi concluida. Además, profundizó en las culturas aborígenes latinoamericanas y se especializó en la vida y obra de Sor Juana Inés de la Cruz, por quien sentía una admiración profunda y con cuya obra sentía una gran identificación, pues como ella le cantó a la soledad y a la incomprensión.

Recorrer su obra sin hacer mención de su cancionero para niños resulta imperdonable, por la riqueza inconfundible de su factura musical y la poesía de sus textos, tanto en los sones, guajiras y canciones, como en las nanas que hoy forman parte del repertorio de Liuba María Hevia y Teresita Fernández, entre otros intérpretes. 

Sólo 18 canciones le bastaron a esta muchacha inolvidable para quedar como la mejor compositora de canciones infantiles de su generación. Muchas de ellas: “La guayabita madura”, “El cangrejo Alejo”, “Señor Arcoíris”, “Ana la campana”, “Estela, granito de canela”, han sido popularizadas por Liuba María Hevia. 

A la hora de ponderar el repertorio infantil cubano, la cantante y compositora Teresita Fernández rehúye de ubicarla en este o aquel lugar. De ella, dijo: “Ese sitio lo ocupa la misma canción, el mismo talento y, sobre todo, la preferencia de los niños. Cuando yo hablé que Adita era mi relevo, no fue después de que Liuba cantó sus canciones; sino cuando ella, con su guitarra, simple y llanamente me las cantaba, con su encanto”.

Al morir, la polifacética artista dejó inconclusas las memorias de la autora de las travesuras del gato Vinagrito. Por ese empeño, cierto día tocó a su puerta y la trovadora recuerda: “De esa manera fue que la conocí. Me hacía preguntas muy capciosas, incisivas. Yo se las contestaba en son de broma; ella se quedaba seria. Por ejemplo: ‘¿Qué es Dios para usted?’ Y le contesté: Con mi cerebro de gorgojo no te lo puedo explicar y tú, con tu cerebro de gorgojo, no lo podrías comprender”.

Escribió, dirigió y condujo programas radiales. Precisamente, por los micrófonos se le oyó esta confesión: “Yo soy, ante todo, una guajira deslumbrada. Ese deslumbramiento trato de comunicarlo con todas las cosas que tengo a mano. No soy músico, soy un poeta o un ser humano que ama la música y a veces cojo una guitarra. La poesía es tramposa, es una asaltante que te sorprende dondequiera”.



Liuba María Hevia quedó deslumbrada con “la belleza de su ser humano, su inteligencia, su talento. Tenía un mundo muy espiritual, por eso les cantó a los niños de una manera muy natural”. 

Creo que no hay una entrevista en que Liuba no la mencione, en que deje de recordar cuánto significó y significa aún en su vida: “Ada es una mujer tan grande, una mujer con un espíritu tremendo, con una sensibilidad extraordinaria, una mujer con 30 años, con tantos planes, con tanto talento, con tanta bondad, con tanto para dar. ¿Cómo es posible que esto ocurra?”, se pregunta la trovadora aún hoy, a 32 años de su partida. 

Es Amaury Pérez el entrevistador y “Con 2 que se quieran”, el espacio donde Liuba se incorpora y afirma: “Pero llegué a un punto en que dije: yo tengo que asumir otra vida y la forma que tengo, ínfima, de hacerlo por Ada, es que los niños conozcan sus canciones, que la gente sepa quién era Ada. Y eso lo puedo hacer yo a través de mi trabajo. Y es lo que he tratado de hacer todos los días de mi vida.”

Un trágico y absurdo accidente truncó la vida de Ada Elba Pérez cuando apenas contaba con 31 años de edad, en la plenitud de su pasión creadora, el martes 14 de julio de 1992. 

Teresita Fernández nos adelantó el sentido de aquella fuga imprevista cuando dijo: “Como el sinsonte voló y nos dejó su canto. Mariposa perseguida por la niñez y perpetuada en la memoria… Ya no podemos pedirle más, porque nos entregó su ausencia”.





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