Cuando todas las puertas se cerraron, en relación con que la Seguridad del Estado se abalanzó sobre mí con todo su poder (y yo sin un padre, sin una madre, sin un amigo real que me aconsejara, y mi esperanza en aquellos momentos fue ser comprendido y aceptado por quien yo pensé que era un hermano mayor, un amigo entrañable, mi última y única esperanza: Reinaldo Arenas, y me traicionó, virándome la espalda, haciéndose el “loco”), me alisté ante un llamado del ejército, como reservista, para enrolarme en una guerra en Etiopía, que en aquel momento era un secreto de Estado, pues nadie sabía hacia dónde nos enviarían, y en el campo de entrenamiento de una unidad en Guanabacoa, donde me habían destinado para la infantería y yo estaba cojeando de mi pierna derecha a la altura de la cadera, por causa de haber adquirido el Dengue, hablé con un capitán al frente de aquellos entrenamientos, que se alternaban en un lugar conocido por Jején en Pinar del Río, y le dije que yo no estaba en disposición combativa para formar parte de la infantería, pero como graduado de chofer mecánico en la unidad de Colina Villa Real, si él quería, yo podía cumplir en función de chofer de un tanque de guerra o cualquier vehículo, y me oyó, tomó nota, y al siguiente día fui destinado para una compañía de exploradores, que luego nos revelaron que “nosotros” éramos la “niña de los ojos” del Estado Mayor, porque en el terreno combativo nuestra función sería penetrar con unas tanquetas BRDM las líneas enemigas, desactivar las minas sembradas e informar la locación del enemigo, porque esa es la función de los exploradores, y que ninguno de nosotros tendría probabilidad de sobrevivir, éramos veinte soldados, a razón de cinco por cada tanqueta beredem, y todos éramos jóvenes y disponibles para morir, y pensé que si Reinaldo Arenas me había traicionado, al virarme la espalda y no creer en la historia de mi arresto, y que si todo el remolino infernal con “aquel te viro la espalda y me hago el loco” tenía su causa por una miserable habitación vendida, entonces, existencialmente, en un país como Cuba, había llegado yo al límite de todas las desgracias, y jugarme la vida para que me dejaran en paz y que la habitación #209 Reinaldo Arenas se la metiera por el culo, era mi opción, y si yo desaparecía en una guerra, y el “gran escritor” reclamaba la otra habitación #208, que se quedara con las dos habitaciones, para que también pudiera metérselas en el culo, pues, a fin de cuentas, si mi destino, con aquella infame sociedad policiaca, era inevitable, lo mejor sería desaparecer de la escena de cualquier modo.
Pero en los días sucesivos los dioses dispusieron otro plan. Como nuestra compañía de exploradores no disponía, como el resto de los reclutas, de un albergue donde dormir en una cama, y como nosotros teníamos que vivir sobre la tierra debajo de una mata de aguacate, una noche el teniente Tamayo (veterano de la guerra en Angola) nos convocó y dijo: “Ninguno de ustedes va a sobrevivir. Quien no esté dispuesto a morir, dentro de unas horas, cuando amanezca, que se presente en Jefatura de Guardia y pida la baja; y regresará para su casa sin ningún problema. Pues, cuando estemos en la zona de guerra, a los que se rajen, yo mismo me encargaré de “remediar el problema”.
Mis veinte compañeros nos echamos a reír. Le dijimos al teniente que nos dejara continuar durmiendo. Días después, bajó una orden del Estado Mayor donde se nos desmovilizaba de la “Misión”.
Y regresé a la rutina de mi vida y mi autoestima, que se había disminuido por el stress, comenzó a tener un proporcional equilibrio.
A toda la compañía de exploradores nos concedieron una carta de reconocimiento, equivalente a como si hubiéramos cumplido la misión. Aquello quizás fue una farsa o entrenamiento: no lo sé.
Pero, de que estuve dispuesto a morir, escapar de tanta mierda engendrada por Reinaldo Arenas, sí.
Fue real.
* Fragmento del libro inédito El Aprendiz.

“Sentimos que el mundo se ha olvidado de nosotros”, una conversación con Luis Manuel Otero Alcántara
Por Coco Fusco
“Entonces, digamos que mañana salimos de la cárcel. ¿A dónde vamos? ¿A la misma Cuba o a un exilio obligatorio?”.