Una investigación de un año de duración llevada a cabo por The Insider, en colaboración con 60 Minutes y Der Spiegel, ha revelado pruebas que sugieren que los incidentes anómalos de salud no explicados —también conocidos como Síndrome de La Habana— podrían tener su origen en el uso de armas de energía dirigida por parte de miembros de la Unidad 29155 del GRU ruso.
Se ha ubicado a miembros el escuadrón de sabotaje e inteligencia militar del Kremlin en el lugar de presuntos ataques contra personal estadounidense en el extranjero y sus familiares, lo que ha llevado a las víctimas a preguntarse qué sabe realmente Washington sobre el origen del Síndrome de La Habana y cuál debería ser una respuesta adecuada por parte de Occidente.
Tiflis
Era alto, sin duda más que los vecinos de Joy y que los georgianos que había conocido durante su estancia en Dighomi, una zona residencial de alto nivel en Tiflis. Joven, delgado, rubio y bien vestido —como si se dirigiera al teatro o, tal vez, a una boda.
Minutos antes, el 7 de octubre de 2021, Joy, una enfermera estadounidense y esposa de un funcionario de la embajada de EE. UU., estaba sacando la ropa de la secadora cuando la invadió por completo un zumbido agudo que le recordó a lo que se experimenta en las películas después de la explosión de una bomba.
“Me atravesó los oídos, entró por el lado izquierdo, como si hubiera venido por la ventana, directamente a mi oído izquierdo”, recuerda Joy. “De inmediato sentí presión en la cabeza y un dolor de cabeza punzante”. Salió corriendo del cuarto de la colada, en la segunda planta de la casa, y se encerró en el baño contiguo al dormitorio principal. Luego vomitó.
Joy y su marido, Hunter, agregado del Departamento de Justicia en la embajada de EE. UU. en Tiflis, habían llegado a Georgia en febrero de 2020, justo antes del confinamiento por la COVID-19. A pesar del “ruido absorbente” en su cabeza, Joy llamó a Hunter. (Ambos nombres han sido cambiados para proteger sus identidades.) Como esposa de un funcionario estadounidense destinado en el extranjero, Joy había recibido formación en supervivencia para contextos internacionales, y recordaba que, si algo no iba bien, lo primero que debía hacerse era “salir de la equis”, es decir, abandonar el lugar. Consultó la cámara de seguridad instalada en la puerta principal para ver si había alguien fuera.
Un Mercedes negro tipo crossover estaba aparcado justo al otro lado de la verja de su propiedad, frente al cuarto de la colada. Joy salió de la casa y fue entonces cuando vio al hombre alto y delgado. Alzó el teléfono para fotografiarlo.
“Fue como si me clavara la mirada. Sabía lo que estaba haciendo”. Entonces subió al Mercedes y el coche se alejó. Joy tomó una foto del vehículo y de la matrícula mientras se marchaba. Dice que no volvió a ver al hombre hasta tres años más tarde, cuando le mostraron una fotografía de Albert Averyanov, un operativo ruso adscrito a la Unidad 29155, el tristemente célebre escuadrón de asesinatos y sabotajes del GRU, el servicio de inteligencia militar de Moscú.
Andrey Averyanov, comandante fundador de la Unidad 29155 del GRU.
Albert no es un espía ruso cualquiera. Tenía solo 23 años cuando ocurrió este encuentro, y era hijo del comandante fundador de la Unidad 29155, el general Andréi Averyanov, de 56 años, actual subdirector del GRU y responsable de ejecutar la política exterior del Kremlin en África.
De cara al público, era un recién graduado de la Universidad Estatal de Moscú, donde había obtenido un máster en “gestión de procesos migratorios”, un tema que interesaba especialmente a su padre.
Incluso dentro del nepotista GRU, la trayectoria de Albert era extraordinariamente rápida: un joven cadete destinado a una carrera prometedora en el espionaje. En 2019, con solo 20 años, hizo prácticas en Ginebra con la rezidentura de la Unidad 29155, disfrazando su estancia en la capital suiza del mismo modo que lo hacen muchos agentes de inteligencia rusos: como un viaje para aprender inglés.
Tal era el deseo de Andrey de que su hijo siguiera sus pasos que el GRU tuvo que saltarse sus propias normas de reclutamiento, que exigen que los oficiales pasen desapercibidos en su entorno. Con sus 1,88 metros de estatura, su juventud y su cabello rubio, Albert era demasiado llamativo en cualquier multitud, y aún más en un barrio acomodado de Tiflis.
Cuando Joy vio la cara de Albert tres años después, tuvo una reacción “visceral”. “Puedo decir con total certeza que se parece absolutamente al hombre que vi en la calle”.
Armas acústicas no letales
La investigación llevada a cabo por The Insider, en colaboración con 60 Minutes y Der Spiegel, ha revelado pruebas que sugieren que los llamados incidentes anómalos de salud —conocidos también como Síndrome de La Habana— podrían tener su origen en el uso de armas de energía dirigida empleadas por miembros de la Unidad 29155.
Uno de los hallazgos clave de esta investigación es que altos mandos de dicha unidad recibieron condecoraciones y ascensos políticos por trabajos relacionados con el desarrollo de “armas acústicas no letales”, un término empleado en la literatura militar-científica rusa para describir dispositivos de energía dirigida basados tanto en el sonido como en frecuencias de radio, ya que ambos provocarían artefactos acústicos en el cerebro de la víctima.
Varios de estos operativos vinculados a la Unidad 29155, que viajaban encubiertos, han sido geolocalizados en distintos lugares del mundo justo antes o en el momento de los llamados incidentes anómalos de salud —o AHI, por sus siglas en inglés, la denominación oficial del gobierno estadounidense para el Síndrome de La Habana—. Además, Joy no es la única víctima que ha identificado a un miembro conocido de este escuadrón ruso de operaciones encubiertas merodeando en torno a su vivienda.
La primera aparición podría haber ocurrido exactamente siete años antes.
En contra de la versión pública según la cual el Síndrome de La Habana comenzó en la capital cubana en 2016, probablemente ya hubo ataques en 2014 en Fráncfort, Alemania, cuando un empleado del gobierno de EE. UU. destinado en el consulado fue dejado inconsciente por lo que describió como una especie de haz de energía.
La víctima fue diagnosticada posteriormente con una lesión cerebral traumática, y también pudo identificar a un agente de la Unidad 29155 con base en Ginebra. (El incidente tuvo lugar pocos meses después de la invasión rusa de Ucrania en 2014, cuando la toma sigilosa y casi incruenta de la península de Crimea, entre febrero y marzo, dio paso a una guerra sucia de ocho años en la región industrial del Dombás, cerca de la frontera rusa).
The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel han obtenido pruebas documentales que indican que la Unidad 29155 ha estado experimentando con exactamente el tipo de tecnología armamentística que los expertos consideran una causa plausible de esta misteriosa dolencia médica, que hasta la fecha ha afectado a más de un centenar de espías y diplomáticos estadounidenses desplegados por todo el mundo, así como a varios funcionarios canadienses.
Muchos de ellos son especialistas experimentados en asuntos rusos y dominan el idioma; otros tienen conocimientos en distintas regiones —como Oriente Medio o América Latina—, pero fueron destinados a funciones delicadas del gobierno estadounidense tras la anexión de Crimea, con el objetivo de contrarrestar la agresión rusa y las operaciones de inteligencia en Europa y América del Norte.
La Unidad 29155, además, es bien conocida dentro de la comunidad de inteligencia estadounidense. “Tienen alcance global para llevar a cabo operaciones letales y actos de sabotaje”, declaró a The Insider un ex alto cargo de la CIA especializado en Rusia. “Su misión es localizar, fijar y eliminar objetivos, todo en apoyo de los sueños imperiales de Vladímir Putin”.
Originalmente concebida como una unidad de entrenamiento dentro del GRU, fue reorganizada y ampliada en 2008 como un equipo de operaciones destinado a asesinatos, sabotajes y campañas de desestabilización política en todo el mundo.
Tres de sus miembros —el coronel Alexander Mishkin, el coronel Anatoli Chepiga y el general de división Denis Serguéiev— fueron responsables del envenenamiento del doble agente británico Serguéi Skripal y su hija Yulia con el agente nervioso de grado militar Novichok, en Salisbury, Inglaterra, en 2018.
En 2015, Denis Serguéiev y otros miembros de la unidad envenenaron en dos ocasiones al traficante de armas búlgaro Emilián Gebrev con un arma organofosforada similar, casi con toda seguridad porque la empresa de Gebrev, EMCO, vendía municiones a Georgia y Ucrania, dos países recientemente enfrentados con Rusia.
La Unidad 29155 también recurrió a mercenarios serbios para organizar un fallido golpe de Estado en Montenegro en vísperas de su adhesión a la OTAN en 2016. Como reveló The Insider en primicia, la unidad fue responsable de una serie de explosiones en depósitos de armas y municiones en Bulgaria y Chequia, que comenzaron en 2011, dos años después de la reconstitución de la Unidad 29155 como escuadrón encubierto y en pleno “reinicio” diplomático impulsado por la administración Obama con Moscú.
Estas operaciones causaron decenas de víctimas inocentes entre muertos y heridos; su revelación provocó la expulsión de 19 diplomáticos rusos de Sofía y Praga, respectivamente, así como la imputación por parte del gobierno búlgaro de todos los saboteadores de la Unidad 29155 implicados en los atentados en su territorio.
Más recientemente, miembros de esta unidad fueron desplegados en Ucrania como equipo avanzado de sabotaje y asesinato en los días previos a la invasión a gran escala de Rusia en febrero de 2022.
A diferencia de otros equipos del vasto aparato de inteligencia ruso, este no se dedica a espiar personas, al menos no con fines de recopilación de información. Su misión es exclusivamente cinética —es decir, operaciones militares violentas—. Su antecedente y análogo fue el departamento del KGB soviético encargado de las “tareas especiales”, que realizaba asesinatos y actos de terrorismo en el extranjero.
Entre sus operaciones más siniestras figuraban el asesinato de nacionalistas ucranianos en Europa mediante bombas y pistolas de cianuro, así como el asesinato del revolucionario exiliado León Trotski en México en 1940 con un piolet clavado en el cráneo.
El llamado Síndrome de La Habana, cuya causa durante mucho tiempo se atribuyó a un tipo distinto y único de arma, abarca una variedad de síntomas que incluyen: dolores de cabeza crónicos, vértigo, tinnitus, insomnio, náuseas, secuelas psicofisiológicas persistentes y, en algunos casos, pérdida de visión o audición.
Muchas víctimas han relatado que estaban perfectamente bien y, de repente, experimentaron un dolor o presión intensos en el cráneo, generalmente localizados en un lado de la cabeza, como si hubieran sido alcanzadas por un haz de energía concentrada.
Un número importante ha sido diagnosticado con lesiones cerebrales traumáticas leves. Otras han sufrido secuelas cognitivas y vestibulares tan graves que ya no pueden desenvolverse en su vida diaria y han sido jubiladas por motivos médicos del servicio público.
Joy sufre dolores de cabeza todos los días desde hace tres años. Además, se ha sometido a dos operaciones por dehiscencia del canal semicircular (la aparición de orificios en las paredes óseas que recubren su oído interno). Necesitará una tercera cirugía para tratar el rápido deterioro de su hueso temporal, una afección que, según afirma, su neurocirujano no puede explicar.
El Síndrome de La Habana cobró notoriedad pública en 2017, cuando comenzaron a registrarse extraños padecimientos entre más de veinte funcionarios de la CIA y el Departamento de Estado destinados en Cuba, en el contexto de la reanudación de las relaciones diplomáticas entre la administración Obama y el gobierno dirigido por Raúl Castro, hermano de Fidel.
Los casos se documentaron en La Habana entre mayo de 2016 y septiembre de 2017, cuando la administración Trump redujo drásticamente la presencia del Departamento de Estado en la isla caribeña y la CIA retiró a todo su personal de la embajada recién reabierta.
Sin embargo, pocos en la comunidad de inteligencia creían que los cubanos fueran responsables del fenómeno. Dado el enorme peso de Moscú en el país comunista, la teoría predominante era que los ataques habían sido perpetrados por Rusia como parte de un intento de sabotear el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba.
A día de hoy se han registrado más de 100 casos de AHI en todo el mundo, que han afectado a espías estadounidenses, diplomáticos, militares, contratistas e incluso, en algunos casos, a sus cónyuges, hijos y mascotas.
Se han documentado síntomas clínicos en lugares tan lejanos como Cantón (China) y tan cercanos como Washington D. C. Una de las víctimas fue un alto funcionario del Consejo de Seguridad Nacional durante el mandato de Trump, quien perdió momentáneamente la capacidad de hablar y sufrió entumecimiento corporal justo frente al Edificio Ejecutivo Eisenhower, en noviembre de 2020.
Otra fue la entonces jefa de gabinete adjunta del director de la CIA, Bill Burns, quien fue alcanzada en Delhi, en septiembre de 2021, lo que obligó a Burns a interrumpir una visita oficial a la India y Pakistán.
Ese mismo año, la administración Biden promulgó la Ley de La Habana, que contempla indemnizaciones de seis cifras para las víctimas con diagnóstico confirmado de AHI.
Hay una razón por la que dicha ley no se adoptó hasta 2021: durante los ocho años anteriores, el Síndrome de La Habana fue objeto de una intensa controversia. Algunos sociólogos lo calificaron como un caso de enfermedad psicogénica colectiva, o, incluso, de histeria masiva.
Estas hipótesis han sido refutadas por numerosos estudios médicos, incluido uno realizado por un panel de expertos convocado por la comunidad de inteligencia estadounidense. La conclusión de esta investigación fue que los AHI presentan “una combinación única de características fundamentales que no pueden explicarse mediante causas médicas o ambientales conocidas, y podrían deberse a estímulos externos”.
Sin embargo, en marzo de 2023, la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI) publicó un informe en el que afirmaba que era “muy poco probable” que los AHI fueran causados por un adversario extranjero.
Esta evaluación provocó conmoción entre los cientos de funcionarios de inteligencia —activos o retirados— y sus familiares que creen haber sufrido consecuencias sanitarias graves e irreversibles a manos de una potencia enemiga. Muchos de ellos se sienten traicionados por su propio gobierno, que ha sido incapaz de identificar al responsable de su situación.
The Insider y sus socios en esta investigación han recopilado nuevas pruebas —entre ellas documentos de inteligencia rusa interceptados, registros de viajes, metadatos de llamadas y testimonios presenciales— cuya totalidad pone en entredicho la evaluación de la ODNI.
Adam, pseudónimo adoptado por el Paciente Cero, el primer agente de la CIA afectado por el Síndrome de La Habana en Cuba, declaró a The Insider: “Esta investigación de largo recorrido demuestra que o bien la comunidad de inteligencia es incapaz de cumplir su función más básica, o bien ha encubierto los hechos y ha manipulado a los empleados lesionados y al público”.
Greg Edgreen, teniente coronel del Ejército estadounidense, dirigió el grupo de trabajo encargado de investigar el Síndrome de La Habana en la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA, por sus siglas en inglés) entre 2020 y 2023. Su puesto le dio acceso a información clasificada procedente no solo del Pentágono, sino también de otras agencias de la comunidad de inteligencia estadounidense.
En respuesta a esta investigación, Edgreen declaró a 60 Minutes: “Si estoy equivocado y Rusia no está detrás de los incidentes anómalos de salud, iré a su programa y me comeré mi corbata”.
El Comité Permanente de Inteligencia de la Cámara de Representantes está investigando actualmente cómo las agencias de espionaje estadounidenses llegaron a su conclusión de “aquí no ha pasado nada”, en marzo de 2023.
Dado que el grupo de trabajo de la DIA contribuyó al informe de la ODNI, que reconoce distintos niveles de confianza según cada agencia, la atribución inequívoca de la responsabilidad a Moscú por parte de Edgreen debería llamar la atención dentro de la comunidad de inteligencia estadounidense y en el Congreso.
Otra institución que, según se ha informado, también es escéptica ante la idea de que no haya un actor extranjero detrás del Síndrome de La Habana es la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), que se encarga de la inteligencia de señales, es decir, de las comunicaciones interceptadas.
El hijo también se eleva
La identificación que hizo Joy de Albert Averyanov frente a su casa en Tiflis está respaldada por dos funcionarios del gobierno estadounidense que declararon a 60 Minutes que el operativo ruso efectivamente se encontraba en la capital georgiana en torno a la fecha del ataque.



Albert Averyanov, hijo del comandante de la Unidad 29155 del GRU.
Solo unos pocos años antes de graduarse en la Universidad Estatal de Moscú en 2019, Albert ya estaba siendo preparado por su padre, desde los 16 años, para asumir el mando de la Unidad 29155.
Albert recibió formación no oficial en Ginebra bajo la supervisión del coronel Egor Gordienko, de 45 años, quien entonces estaba destinado en la ciudad bajo cobertura diplomática como segundo representante comercial de Rusia ante la Organización Mundial del Comercio.
Tras su aprendizaje, Albert pasó a formar parte activa de la Unidad 29155, como lo demuestra el análisis de llamadas al que accedieron The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel, que evidencia comunicaciones constantes con otros operativos del grupo, así como registros de viajes en los que figura junto a conocidos agentes de la unidad.
Foto de infancia de Albert Averyanov, publicada en su ya desaparecida cuenta en la red social VKontakte.
Para tratarse de un operativo del GRU, Albert lleva una vida sorprendentemente abierta en redes sociales. Juega al baloncesto y al fútbol, y viaja en avión por todo el mundo usando su nombre legal, compartiendo publicaciones de su historial de partidos con el club amateur moscovita Evian (cero goles en 60 encuentros), y fotos junto a su novia, Nastya, en paseos en su Mercedes-Benz ML/GLE.
Pero, como ya se ha señalado, no todos sus viajes han tenido fines turísticos. Datos filtrados de compañías aéreas muestran que algunos de sus desplazamientos más llamativos fueron organizados por el departamento de recursos humanos de la Unidad 29155.
Por ejemplo, tanto Albert como su padre, Andrey Averyanov, salieron de Moscú el 30 de septiembre de 2021, ocho días antes de que Joy viera a quien cree que era el joven Averyanov frente a su casa en Tiflis. Padre e hijo volaron a Taskent, Uzbekistán, y no regresaron a Moscú hasta once días después, el 10 de octubre. Pero Taskent no fue su destino final.
Andrey apagó su teléfono en la capital rusa y no volvió a encenderlo hasta aterrizar el 10 de octubre, momento en que llamó a su chófer desde el aeropuerto. Albert sí se llevó su móvil consigo y no lo apagó de inmediato.
Recibió una llamada de un número uzbeko no identificado a las 8:04 de la mañana del 1 de octubre, es decir, la mañana siguiente a su llegada a Taskent. Después, su teléfono fue apagado. Treinta y seis minutos más tarde, a las 8:40, despegó un vuelo de Taskent a Tiflis. (En 2021 no había vuelos directos entre Rusia y la capital georgiana debido a un conflicto diplomático entre ambos países, y los miembros de la Unidad 29155 emplean de todos modos rutas de tránsito falsas para evitar ser vinculados a ataques concretos, como ya ha documentado The Insider).
Durante los siguientes diez días, el teléfono de Albert permaneció apagado, por lo que no puede obtenerse su geolocalización durante ese periodo. Lo que sí se observa es que el teléfono estaba en itinerancia, y que su plan de datos no le permitía recibir llamadas ni conectarse a internet.
Sin embargo, en la noche del 9 de octubre, víspera del regreso de padre e hijo a Moscú desde Taskent, Albert volvió a encender su teléfono y recibió un mensaje automático de su operador, Beeline, dándole la bienvenida a Uzbekistán.
Ese mensaje indica que Albert había estado fuera del país en los días previos, y que solo había reingresado a Uzbekistán el día anterior a su viaje de vuelta a Moscú.
Cuando The Insider llamó a Albert para preguntarle si se encontraba en Tiflis en el momento de los presuntos ataques contra diplomáticos estadounidenses y sus familias, escuchó la pregunta y, exaltado, quiso saber quién lo llamaba. “Espera, espera, ¿quién me está llamando?”. Al saber que era el director de The Insider, colgó inmediatamente.
Los ataques de Fráncfort
Siete años antes y a casi 3000 kilómetros al oeste, en noviembre de 2014 en Fráncfort (Alemania), se produjeron dos ataques consecutivos, según múltiples fuentes. Una de esas fuentes es Mark Lenzi, de 49 años, actual funcionario del Departamento de Estado.
Lenzi, su esposa, su hijo y su hija fueron evacuados por motivos médicos desde Cantón, China, a principios de junio de 2018, después de que todos fallaran las pruebas para detectar lesiones cerebrales.
Según Lenzi, él y su familia han sido indemnizados por el gobierno estadounidense con “más de un millón de dólares por nuestras lesiones cerebrales traumáticas diagnosticadas”, una suma que combina acuerdos de litigio civil y compensaciones otorgadas por la Ley de La Habana.
En noviembre de 2014, Lenzi trabajaba en el Consulado de Estados Unidos en Fráncfort como responsable de seguridad regional cuando varios de sus colegas sufrieron el mismo incidente de salud que él y su familia experimentarían años después en otro continente.
“Los ataques de Fráncfort de 2014 siempre fueron clave, porque ocurrieron antes que los de Cuba y China y debieron haber recibido la mayor atención por parte del gobierno de EE. UU”., declaró Lenzi a The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel.
Una de las víctimas, según Lenzi y otras fuentes, fue un empleado del gobierno estadounidense destinado en el consulado, a quien The Insider identificará como Taylor.
En su caso, los síntomas comenzaron con una intensa sensación de presión, que partía del torso y se irradiaba hacia la cabeza y el cuello. Luego apareció la náusea, seguida de un “pitido agudo”. Taylor corrió al baño para vomitar, pero se desmayó y cayó al suelo.
En el Hospital St. Marie, situado a pocos minutos del consulado, los médicos alemanes le diagnosticaron, el 4 de noviembre de 2014, una neuronitis vestibular: un cuadro de vértigo de aparición súbita, acompañado de náuseas, vómitos y presión arterial elevada. Ya de regreso en Estados Unidos, Taylor fue diagnosticado con una lesión cerebral traumática.
En las semanas previas al ataque, Taylor recuerda haber confrontado a un hombre alto y corpulento, con porte militar, que se comportaba de manera sospechosa frente al complejo residencial del consulado.
El desconocido vestía ropa informal y recorría la manzana inspeccionando y fotografiando vehículos con matrícula diplomática estadounidense. Tras un breve intercambio con Taylor, el hombre respondió con un marcado acento ruso, puso fin al encuentro y salió corriendo.
A través de un tercero, The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel lograron mostrarle a Taylor dos fotografías de Egor Gordienko —quien más tarde sería mentor de Albert Averyanov—, ya que el equipo de investigación tiene motivos fundados para creer que Gordienko estuvo en la zona de Fráncfort como parte de un equipo de reconocimiento previo al ataque.
Una de las fotos fue tomada en 2015, la otra en 2017. Taylor no dudó al confirmar que Gordienko era el sospechoso merodeando frente a las viviendas del consulado.
“Sí, es él”, dijo Taylor. “Se me pone la piel de gallina al verlo ahora”.
Egor Gordienko.
El Euromaidán y la nueva era de las tareas especiales
2014 fue un año intenso para la Unidad 29155. En los últimos meses de 2013, mientras las protestas callejeras contra el expresidente de Ucrania, Víktor Yanukóvich, alcanzaban su punto de ebullición, varios miembros de la unidad fueron enviados a Ucrania con identidades falsas, presumiblemente con el objetivo de frustrar una revolución prooccidental.
Los esfuerzos de los espías fracasaron claramente en Ucrania, y fueron redirigidos para interferir o dañar a los socios internacionales de ese país.
Un equipo de operativos de la unidad, viajando con identidades falsas desde y hacia Europa, se infiltró en un almacén de municiones controlado por el Ministerio de Defensa checo, en la localidad de Vrbětice, en la región de Moravia del Sureste.
Colocaron explosivos y volaron un lote de munición de artillería propiedad de EMCO, la empresa de Emilian Gebrev, que según el GRU, estaba destinado a Ucrania.
Ese mismo año, otro equipo de la Unidad 29155 realizó varios viajes de ida y vuelta a Alemania. Por ejemplo, el 26 de enero de 2014, el general de división Denis Sergeev y Alexander Mishkin aterrizaron en Praga.
Según los registros de viaje obtenidos por The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel, desde allí tomaron un tren hasta Múnich, donde el 30 de enero alquilaron un coche. Se perdió la pista de Sergeev y Mishkin durante las siguientes 40 horas, pero devolvieron el coche de alquiler la noche siguiente en Múnich. Luego regresaron en tren a Praga. El 2 de febrero volaron de regreso a Moscú.
El uso de rutas sinuosas forma parte del modus operandi del GRU: un método para despistar a los servicios de contrainteligencia mediante pistas falsas. Como norma, los espías siempre dejan huellas engañosas en sus viajes aéreos, evitando los trayectos directos a su destino real, y a menudo invierten horas —o incluso días— en desplazamientos en tren o coche como maniobra de distracción.
Una motivación adicional para que los espías rusos entrasen en el espacio común europeo por un país distinto al de destino era que sus visados habían sido expedidos por distintos países; los agentes anticipaban un menor escrutinio fronterizo si accedían por el país que les había emitido el visado.
¿Qué hacían Sergeev y Mishkin en Alemania?
Ninguno de los dos se dedica a la inteligencia en sentido estricto dentro del GRU, como deja claro su historial operativo posterior.
Un año más tarde, Sergeev sería el comandante operativo de la Unidad 29155 encargado de supervisar los envenenamientos de Gebrev; incluso, fue captado por cámaras de seguridad en el aparcamiento del edificio de oficinas de EMCO en Sofía, aparentemente buscando el vehículo de su objetivo, al que, según las autoridades búlgaras, se le aplicó un agente químico organofosforado similar al Novichok en el tirador de la puerta del conductor.
Más tarde, Sergeev establecería una base operativa en un hotel barato del barrio londinense de Paddington, mientras que Mishkin, junto con su cómplice de la Unidad 29155, Anatoly Chepiga, se dirigía en tren a Salisbury para aplicar Novichok —oculto en un frasco de perfume falso de Nina Ricci— en el tirador de la puerta principal del número 47 de Christie Miller Road, donde residía Sergei Skripal.
Su viaje a Europa Central indica claramente que se encontraban en una misión similar o preparando una, como tareas de reconocimiento del objetivo.
Esta suposición se refuerza por el hecho de que, a finales de septiembre de 2014, miembros de la Unidad 29155 —incluido Sergeev— iniciaron una serie de viajes escalonados a Europa Central y Occidental, un patrón que suele corresponder a la fase preparatoria de una gran operación de sabotaje o asesinato.
El 25 de septiembre, Sergeev voló de Moscú a Milán. Varios meses antes, había obtenido un visado Schengen de entrada múltiple expedido por Italia, lo que le garantizaba acceso sin controles fronterizos a 26 países europeos, incluida Suiza. Aun así, prefirió entrar en el espacio Schengen a través del país que le había emitido el visado.
Ese mismo día, el coronel Evgueni Kalinin, otro miembro de la unidad, voló a Budapest haciéndose pasar por mensajero diplomático ruso. Regresó a Moscú dos días después.
Finalmente, Gordienko —el operativo de la Unidad 29155 que más tarde Taylor vería merodeando por las viviendas del consulado en Fráncfort— llegó a París procedente de Moscú con un visado Schengen expedido por Francia.
Gordienko y Sergeev tomaron trenes desde sus respectivos destinos de distracción hasta el mismo lugar: Ginebra. Allí se registraron en el hotel Nash Airport la noche del 26 de septiembre.
No se sabe si se hospedaron allí todo el tiempo, pero el 6 de octubre se registraron en nuevas habitaciones del Novotel Suites del aeropuerto de Ginebra, las cuales, según los recibos examinados por The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel, mantuvieron hasta el 13 de octubre.
El 27 de septiembre, un día después de registrarse en el hotel Nash, Gordienko alquiló un coche con Sixt por cinco días. (Un segundo alquiler previsto para el 2 de octubre fue cancelado). No se han encontrado más rastros digitales de él o Sergeev hasta su regreso a Moscú por rutas separadas el 13 de octubre.
Pero la fecha de este viaje es reveladora. Coincide con la época en que Taylor vio a Gordienko en Fráncfort, semanas antes del ataque. Una vez instalados en un hotel cerca del aeropuerto de Ginebra, reservado durante 18 días, Gordienko y Sergeev pudieron haber tomado vuelos hacia y desde Fráncfort usando identidades ficticias, ya que al encontrarse dentro del espacio Schengen no estaban sujetos a controles internos de seguridad (la mayoría de aerolíneas europeas no verifica documentos de identidad en vuelos intra-Schengen).
No fueron los únicos operativos del GRU que viajaron a la región.
El 11 de octubre, un trío de supuestos turistas rusos comenzó a llegar a Europa Occidental, todos bajo identidades falsas. Los tres eran miembros de la Unidad 29155.
El de mayor rango era el coronel Iván Teréntiev, adjunto al comandante de la unidad, Andréi Averyanov. Con un visado italiano, Teréntiev voló de Moscú a Milán. Su ayudante, el teniente coronel Nikolái Ezhov, voló ese mismo día de Moscú a Viena.


Iván Teréntiev (izquierda), en un acto público en Yuzhno-Sajalinsk en 2022. Foto oficial del evento.
Tres días más tarde, el 15 de octubre, Teréntiev y Ezhov fueron acompañados por un tercer colega, Danil Kaprálov, miembro de la Unidad 29155 con formación médica.
Kaprálov voló a Ámsterdam. Pero según datos de reserva obtenidos por The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel, ese mismo 15 de octubre se registró en el Starling Hotel Residence de Ginebra y pagó 3000 francos suizos (unos 3300 dólares) por su estancia hasta el 3 de noviembre.
Fuera cual fuera la misión de Teréntiev, Ezhov y Kaprálov en Europa Occidental, claramente debía concluir antes de esa fecha, ya que los tres compraron billetes de regreso a Moscú saliendo desde el mismo punto por el que habían entrado en Europa.
Taylor perdió el conocimiento al día siguiente, el 4 de noviembre.
Los fantasmas de la estación de la CIA en Kiev
El invierno de 2014 también fue un periodo intenso para los ucranianos.
Indignados por el giro de 180 grados del entonces presidente Víktor Yanukóvich respecto a su promesa electoral de acercar el país a la Unión Europea, miles de ciudadanos participaron en un movimiento de protesta que convirtió la plaza central de Kiev —el Maidán— en un campamento fortificado durante varios meses.
El Euromaidán, nombre con el que se conoció la movilización, culminó a finales de febrero de 2014 con una serie de acontecimientos sísmicos. El primero fue una violenta represión de los manifestantes, instigada por las fuerzas de seguridad de Yanukóvich a instancias de la inteligencia rusa, que incluyó el despliegue de francotiradores para matar o herir a más de un centenar de personas.
Poco después de la masacre, Yanukóvich —de nuevo con ayuda de agentes rusos— huyó de Ucrania rumbo a Rusia. Para entonces, Vladímir Putin ya había dado orden a su ejército de ocupar Crimea —donde se encuentra Sebastopol, sede de la Flota rusa del mar Negro— y, tras un referéndum improvisado, ilegítimo y sin garantías, la península fue anexionada ilegalmente por Rusia el 18 de marzo.
Pero las fuerzas rusas no se detuvieron ahí: desataron una guerra por delegación en el Dombás, al este de Ucrania, disfrazada de insurgencia “separatista”. Tras varios meses de combates intensos, el conflicto se transformó en un enfrentamiento territorial de baja intensidad que se prolongó hasta que Rusia lanzó su invasión a gran escala en febrero de 2022.
Como consecuencia directa de la agresión rusa, empezó a forjarse un nuevo consenso político en las zonas no ocupadas de Ucrania. Aunque la independencia del país en 1991 precipitó el colapso de la Unión Soviética, durante las dos décadas siguientes la sociedad ucraniana permaneció dividida entre quienes abogaban por la integración europea y quienes preferían mantener lazos culturales y económicos —aunque no necesariamente políticos— con Rusia.
2014 fue un punto de inflexión. Por primera vez, las encuestas mostraban que una mayoría de ucranianos apoyaba la futura adhesión a la OTAN, y aunque la entrada formal de Kiev en la alianza atlántica probablemente siga siendo lejana, la cooperación en materia de inteligencia no requiere el consenso de los 32 Estados miembros.
Tal como informó recientemente The New York Times, la CIA amplió enormemente su cooperación con el servicio de inteligencia militar ucraniano, el HUR, en los años posteriores al Euromaidán.
A partir de 2015, esta colaboración convirtió a Kiev en “uno de los socios de inteligencia más importantes de Washington contra el Kremlin en la actualidad”, según el Times.
Agentes del HUR formados por la CIA serían posteriormente desplegados en Rusia, Europa e incluso Cuba. En la actualidad, son capaces de lanzar drones contra refinerías de petróleo y vías ferroviarias estratégicas en el interior de Rusia, incluso contra el propio Kremlin. También han destruido un tercio de la Flota rusa del mar Negro sin contar con una verdadera marina ucraniana.
Operativos destacados del HUR, como su actual director, el general Kyrylo Budanov, se formaron en la unidad de operaciones especiales 2245 de Ucrania, entrenada por el Departamento de Operaciones sobre el Terreno de la CIA. Y Moscú era muy consciente de esa colaboración.
Los rusos hicieron estallar el coche del coronel Maksim Shapoval, jefe de la unidad 2245, cuando se dirigía a una reunión con oficiales de la CIA de la estación en Kiev, es decir, la oficina de la agencia integrada en la embajada estadounidense.
Ese hiperactivo destacamento de la CIA en la capital ucraniana fue, en palabras de un antiguo oficial de inteligencia estadounidense, el encargado de “instalar la infraestructura” dentro del HUR. Ahora, The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel pueden revelar por primera vez hasta qué punto esa estación de la CIA se vio posteriormente afectada por el Síndrome de La Habana.
Dos oficiales de la CIA destinados en Kiev durante ese periodo de intensa colaboración con los servicios de inteligencia ucranianos sufrieron posteriormente incidentes de salud anómalos (AHI, por sus siglas en inglés) en nuevas misiones en el extranjero.
Uno, el nuevo jefe de estación en Hanói (Vietnam), fue atacado mientras residía temporalmente en el hotel Oakwood Residence Suites de la capital vietnamita en agosto de 2021, en pleno confinamiento por la pandemia de COVID-19.
Otro oficial, que fue nombrado jefe adjunto de estación en Taskent (Uzbekistán), sufrió un ataque en su apartamento en diciembre de 2020, junto con su esposa e hijo.
Él y su familia fueron evacuados médicamente de Taskent y tratados en el Centro Médico Militar Nacional Walter Reed. El jefe de estación de Hanói también fue evacuado a Estados Unidos y tratado en el mismo centro.
Además, la esposa de un tercer oficial de la CIA que había servido en Kiev durante el mismo periodo —aproximadamente entre 2014 y 2017— fue atacada en octubre de 2021 en una cafetería de Londres. Fue tratada localmente y también pertenece a la CIA.
El cúmulo de casos del Síndrome de La Habana entre veteranos de la embajada estadounidense en Kiev fue tan preocupante que uno de ellos optó por dimitir de la CIA antes que arriesgarse a convertirse en una víctima más.
De todos los casos examinados por The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel, los más documentados afectan a personal de inteligencia y diplomacia estadounidense con especialización en Rusia o experiencia operativa en países como Georgia y Ucrania, dos Estados postsoviéticos que han vivido “revoluciones de colores” prooccidentales en las dos últimas décadas. (Algunos de estos funcionarios siguen en activo y declinaron participar en este reportaje).
El propio Putin no ha dudado en atribuir esas protestas prodemocráticas a Langley o al Departamento de Estado —o a ambos—. Tan recientemente como el 9 de febrero, en una entrevista con el ex presentador de Fox News Tucker Carlson, Putin difundió la teoría conspirativa de que el Euromaidán no fue obra de ucranianos descontentos. “La CIA completó su trabajo ejecutando el golpe de Estado”, declaró el presidente ruso a Carlson.
Putin tendría, en otras palabras, todos los motivos para querer neutralizar a decenas de oficiales de inteligencia estadounidenses a los que considera responsables de la pérdida de antiguos satélites o repúblicas de la URSS. Ucrania es la pieza clave en el gran diseño de Putin para “restablecer la Unión Soviética”, como lo expresó el presidente Joe Biden el 24 de febrero de 2022, fecha del inicio de la invasión a gran escala por parte de Rusia.
Greg Edgreen, el antiguo investigador del DIA sobre el Síndrome de La Habana, declaró a 60 Minutes que su grupo de trabajo examinó “una gran cantidad de datos: inteligencia de señales, humana, fuentes abiertas. Todo lo que había en internet, registros de viajes, movimientos financieros, lo que sea. Y seguíamos viendo una serie de patrones. Esto les ocurría a los mejores funcionarios —al 5 o 10% con mejor rendimiento— de la Agencia de Inteligencia de Defensa. Y siempre había una conexión con Rusia. Siempre había algún vínculo: habían trabajado contra Rusia, se habían centrado en Rusia y lo habían hecho extremadamente bien”.
Marc Polymeropoulos es un ex alto funcionario de la CIA condecorado, cuyo último cargo fue el de jefe de operaciones del Centro de Misiones Europa-Eurasia, responsable de todas las actividades clandestinas en más de cuarenta países.
Actualmente colaborador de MSNBC, Polymeropoulos es también una de las voces más visibles entre las víctimas del Síndrome de La Habana y un firme defensor de la atención médica para sus colegas afectados. Fue atacado en diciembre de 2017, en plena carrera profesional, durante una visita oficial a Moscú para coordinar con sus homólogos rusos temas de cooperación antiterrorista entre Washington y el Kremlin. (Paralelamente a esta investigación, The Insider publica su testimonio en primera persona sobre esa experiencia y sus secuelas, que lo llevaron a retirarse de la CIA. Su memoria puede leerse aquí).
The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel presentaron a Polymeropoulos sus hallazgos: que varios agentes de la CIA que habían trabajado codo a codo con el HUR hace una década fueron posteriormente víctimas del Síndrome de La Habana. “Si esto es cierto, encaja perfectamente con el patrón ruso de buscar represalias por acontecimientos que creen que son nuestra responsabilidad”, afirmó. “Como ex oficial de la CIA, no creo en las coincidencias”.
La increíble carrera del GRU
Justo cuando empezaban a surgir informes sobre extrañas dolencias sufridas por funcionarios estadounidenses de los Departamentos de Estado y Comercio en China, entre 2016 y 2017, uno de los envenenadores de Serguéi Skripal entró en el país, camuflado entre un grupo de mecánicos automotrices rusos.
El Silk Way Rally, una carrera de rally todoterreno, fue fundada en 2009 como una suerte de equivalente intercontinental del SCORE International.
Inicialmente limitada al territorio de Rusia y Asia Central, en 2016 la ruta de la carrera se extendía desde Moscú hasta Xi’an, una ciudad milenaria china que fue uno de los extremos orientales de la Ruta de la Seda.
Con patrocinios legítimos y pilotos de renombre en el mundo del rally —como Vladímir Chagin, poseedor del récord de victorias en el Rally Dakar y actual director del Silk Way, y Frédéric Lequien, director ejecutivo del Campeonato Mundial de Resistencia de la FIA—, la carrera recorre cerca de 7000 kilómetros. En otras palabras, constituye una vía muy conveniente para mover personas y equipos por todo el mundo.
Tal vez por eso el Silk Way Rally es en realidad una tapadera del GRU.
Bulat Yanborísov, su director, recibió en abril de 2023 su segunda Orden de Aleksandr Nevski, una prestigiosa condecoración militar rusa, de manos del subdirector del GRU, el general Vladímir Alexéyev, en una elaborada ceremonia en Moscú. (The Insider obtuvo un vídeo del acto).
Los documentos internos del Silk Way Rally indican de forma explícita que el verdadero objetivo de esta supuesta competición deportiva apolítica es crear una “plataforma universal para la diplomacia entre los pueblos”, basada en el concepto de “poder blando ruso”.
El Kremlin aspiraba a unir a Rusia, China, Irán, Catar, Afganistán, Siria, Turkmenistán y Tayikistán, y construir en cada uno de estos países “terminales logísticas” con instalaciones de almacenamiento y centros de comunicaciones 5G. (Se planearon rutas alternativas para evitar pasar por algunos de estos países, pero la invasión rusa de Ucrania en 2022 frustró esa ambición).
Sin embargo, este supuesto mandato de “poder blando” parece haber sido simplemente una cobertura para las verdaderas funciones del Silk Way Rally.
Los registros telefónicos de Yanborísov muestran que mantenía una comunicación constante con espías del GRU, incluidos miembros de la Unidad 29155.
Gracias a herramientas de búsqueda inversa de rostros, The Insider pudo identificar a integrantes de la unidad que se hacían pasar por personal del rally. La organización deportiva también compró billetes de avión para miembros que viajaban con identidades falsas.
Uno de ellos fue el hombre que convirtió una tranquila ciudad catedralicia inglesa en una zona de cuarentena.
El 6 de julio de 2016, Alexánder Mishkin —uno de los médicos de la Unidad 29155 y uno de los dos agentes encargados por Andréi Averyánov de envenenar a Serguéi y Yulia Skripal con Novichok— se infiltró en una caravana de coches y camiones del Silk Way Rally. Lo acompañaban otros miembros de la unidad: Alexéi Kalinin, implicado en uno de los atentados con bomba en Bulgaria en 2015; Alexéi Tolstopiatenko, encargado de las operaciones de la unidad en Azerbaiyán y Turquía, haciéndose pasar por tayiko étnico; y Román Puntus, experto en explosivos que actualmente opera en la Crimea ocupada.
Una base de datos filtrada de vuelos muestra a Alexánder Mishkin (Petrov) regresando de Pekín y volando directamente a San Petersburgo.
Tres días después, el 9 de julio, el rally comenzó oficialmente, y cualquier rastro de los corredores se perdió durante casi dos semanas. Luego, el 25 de julio, Mishkin apareció en un vuelo de Pekín a Moscú, viajando con una reserva conjunta junto a Yanborísov, el jefe del Silk Way Rally.
Inmediatamente después de su regreso, Mishkin se dirigió a San Petersburgo para reunirse con Serguéi Chepur, jefe del Instituto de Investigación y Ensayos Médicos Militares del Ministerio de Defensa ruso, la entidad del GRU que estudia los efectos de sustancias tóxicas —como el Novichok— en el cuerpo humano. Chepur es consultor del comandante de la Unidad 29155, Andréi Averyánov, y Mishkin fue uno de sus antiguos alumnos.
En 2017, el Silk Way Rally volvió a China siguiendo la misma ruta. Esta vez se unió a la caravana otro miembro de la Unidad 29155, Serguéi Avdéyenko, camuflado como técnico de automóviles. Avdéyenko entró en China el 12 de julio y voló de Xi’an a la ciudad siberiana de Novosibirsk el 23 de julio.
Serguéi Avdéyenko, miembro de la Unidad 29155, sonríe al fondo disfrazado de personal técnico del Silk Way Rally en China en 2017.
Fue en el verano de 2017 cuando Mark Lenzi, funcionario del Departamento de Estado en Cantón, comenzó a experimentar síntomas extraños, al igual que Catherine Werner, del Departamento de Comercio.
Como Lenzi, Werner fue evacuada médicamente de China y diagnosticada con una “lesión cerebral orgánica”. El Departamento de Estado terminó evacuando a más de diez personas de su personal destacado en Cantón.
Otra funcionaria del Departamento de Comercio, destinada en Pekín, empezó a presentar síntomas y a oír ruidos extraños y sentir presión en la cabeza mientras estaba en su casa, en octubre de 2017, justo antes de la visita del presidente Trump a China en noviembre. También fue evacuada para recibir tratamiento en Estados Unidos.
Lenzi habla ruso con fluidez, estudió en Lituania con una beca Fulbright y ha trabajado oficialmente como diplomático en Rusia. “Estoy absolutamente convencido de que fui blanco por mi formación y experiencia en Rusia”, declaró a The Insider.
“El gobierno de Estados Unidos se encoge de hombros en público ante la situación de mi familia”, añadió, “pero en privado, sus funcionarios han reconocido que nuestras lesiones cerebrales traumáticas diagnosticadas se deben a una exposición a niveles altos de radiación de microondas pulsada”.
La radiación de microondas pulsada es una de las dos tecnologías que los científicos —incluidos los asignados por la comunidad de inteligencia estadounidense para investigar el Síndrome de La Habana— han teorizado como posible causa de la afección.
La otra es el sonido acústico. Cualquiera de estos métodos puede hacer que la víctima escuche sonidos, zumbidos o chasquidos a través de un fenómeno conocido como Efecto Frey, en honor al científico estadounidense Allan H. Frey, quien fue el primero en describir el efecto auditivo inducido por microondas.
Rusia lleva décadas experimentando con ambos.
De hecho, en la literatura científica soviética y rusa, ambos fenómenos se engloban bajo una misma categoría: “armas de ondas”.
En 1974 se concedió una patente soviética a una unidad militar que afirmaba haber desarrollado —y probado con éxito— un “dispositivo no letal capaz de inducir el sueño en el objetivo mediante el uso de ondas de radio”.
Entre 1991 y 2012, diversos estudios soviéticos y rusos analizaron la transmisión de información auditiva simulada a objetivos mediante frecuencias de radio ultraaltas. Y ahora The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel pueden revelar que altos miembros de la Unidad 29155 fueron encargados —y premiados— por probar con éxito “armas acústicas no letales”.
Un ascenso… y un premio
El coronel Iván Teréntiev pasó una década como subcomandante de la unidad y ostentaba además un título inquietante: «comandante del grupo de tareas especiales de la Unidad 29155».
En enero de 2024, el gobierno búlgaro emitió una Orden de Detención Europea contra Teréntiev por su implicación directa en la destrucción de instalaciones de armamento en Bulgaria desde 2011.
Cuando no estaba ocupado haciendo volar depósitos militares en los Balcanes, Teréntiev, ingeniero de formación, ejercía como especialista en investigación y desarrollo para el Ministerio de Defensa ruso. En ese cargo, coescribió decenas de artículos técnico-militares, incluido uno sobre la “eficacia del disparo subacuático”. También dedicó tiempo a investigar sobre armas acústicas.
A mediados de 2019, Teréntiev fue ascendido de forma repentina a un cargo en el Kremlin. Como parte del proceso de selección, tuvo que explicar por qué no había declarado una cuenta bancaria en la que había recibido una transferencia de fondos sin justificar a finales de 2017.
Parte de ese dinero provenía de la cesión de los derechos de propiedad intelectual de sus investigaciones e invenciones al Ministerio de Defensa. Concretamente, Teréntiev había entregado trabajos de investigación sobre el desarrollo de un nuevo armamento a la Fundación para la Investigación Militar Avanzada, uno de los proyectos predilectos de Vladímir Putin.
Fundada en 2012, esta entidad tiene el mandato de desarrollar “armas innovadoras, incluidas las basadas en nuevas propiedades físicas”, como se lee en su sitio web, y de “cerrar la brecha de investigación avanzada con nuestros socios occidentales tras 20 años de estancamiento en la ciencia militar y la industria de defensa rusas”.
La investigación más preciada de Teréntiev se centraba en las “capacidades potenciales de las armas acústicas no letales en operaciones de combate en entornos urbanos”, según un anexo que The Insider obtuvo de una cuenta de correo perteneciente a Nikolái Ezhov, asistente de Teréntiev en la Unidad 29155 y su compañero de viaje a Europa en 2014, poco antes del ataque contra Taylor.
Ezhov envió por correo ese anexo a la oficina anticorrupción de la Administración Presidencial de Putin para justificar cómo llegaron 100.000 rublos —unos 1700 dólares al cambio de entonces— a la cuenta corriente de Teréntiev. Esa suma era simbólica; el verdadero premio era el nuevo puesto de Teréntiev.
El motivo del escrutinio financiero era que este saboteador del GRU estaba siendo ascendido a un cargo político de prestigio: inspector federal del presidente Putin para la región de Sajalín, en el Lejano Oriente.
En Rusia, un inspector federal supervisa la labor del gobernador regional, lo que otorga a Teréntiev amplias oportunidades para recibir sobornos y enriquecerse. Además, dado que seguía siendo parte de la Unidad 29155, Teréntiev tendría mayor control sobre los vecinos de Sajalín: Japón, China y Corea del Sur.
Ezhov, por su parte, fue nombrado subdirector de Sajalín antes de obtener su propio puesto privilegiado en 2020 como inspector federal de Yakutia, la república más extensa de Rusia, rica en recursos naturales como petróleo, gas y el 99% de las reservas nacionales de diamantes.
Son pocos los agentes de inteligencia rusos sin perfil público, sin carrera burocrática visible ni vínculos personales con Putin que alcanzan cotas tan altas. Entonces, ¿qué explica la fulgurante ascensión de Teréntiev y Ezhov?
Escaneo del anexo enviado por el teniente coronel Nikolái Ezhov, uno de los ayudantes del coronel Iván Teréntiev y miembro también de la Unidad 29155, que muestra que el premio de Teréntiev está relacionado con su investigación sobre las “capacidades potenciales de las armas acústicas no letales en operaciones de combate en entornos urbanos”.
Operación Reduktor
The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel han obtenido un conjunto de documentos de inteligencia que describen un programa clasificado de la era soviética con el nombre en clave Reduktor, o “Caja de cambios”.
Iniciado en 1984 en el Instituto de Investigación de Medición Radiotécnica de Járkov, Ucrania, el objetivo central de Reduktor era estudiar los usos de la “radiación electromagnética para influir en el comportamiento y las reacciones de objetos biológicos [incluidas] las personas”.
El instituto estaba subordinado al Ministerio Soviético de Construcción de Maquinaria General, que supervisaba el programa espacial de la URSS. (Hoy su sucesora es la Agencia Espacial Federal Rusa, Roscosmos). Según los documentos, el director del instituto viajaba casi cada semana a Moscú para informar de los avances de su trabajo.
En 1988, el instituto puso en marcha un programa ultrasecreto para el cual se creó un departamento independiente, conocido como la Rama Octava. Unos 300 empleados trabajaban allí, cuyas actividades se mantenían en secreto respecto al resto del instituto.
La mayoría eran científicos activos o retirados del ejército soviético. Entre ellos predominaban ingenieros y biólogos, pero también había psiquiatras. El trabajo estaba estrictamente compartimentado, de modo que un equipo no sabía en qué trabajaba otro, y se prohibía reclutar científicos de otros departamentos del instituto.
Los científicos de la Rama Octava experimentaron con energía electromagnética en ratas y monos Rhesus. Algunos animales murieron por exposición a radiación térmica; otros desarrollaron daños cerebrales.
“El objetivo principal”, según uno de los documentos de Reduktor, “era crear un mecanismo estable de influencia informativa (es decir, obligar al objeto a realizar ciertas acciones mediante la influencia en el cerebro y otros órganos) utilizando un efecto de baja energía con una densidad de flujo de potencia no superior a 10 microvatios por centímetro cuadrado”.
Coincidiendo con el fin de la Unión Soviética —y, con ello, la independencia de Ucrania—, todos los resultados científicos del proyecto Reduktor fueron trasladados de Járkov a Moscú por el KGB para su desarrollo posterior.
Los documentos de Reduktor indican que el modelo de base de un dispositivo electromagnético era voluminoso y llamativo: “una gran antena parabólica sobre un chasis de automóvil con generadores, antenas y otros equipos”.
Los expertos soviéticos estaban convencidos de que se podría crear eventualmente una versión más pequeña y móvil de este tipo de arma, con un alcance efectivo de al menos 100 metros.
Por separado, en 2010, otro instituto de investigación científica en Rusia llevó a cabo trabajos sobre el “desarrollo de tecnologías básicas para la creación de un nuevo sistema de armas sónicas y acústicas de nueva generación”, según otro documento obtenido por The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel.
Bajo este programa contemporáneo, se construyó un “modelo/prototipo experimental” de armas ultrasónicas no letales portátiles, que podían montarse sobre vehículos comerciales.
El alcance radial de este dispositivo estaba limitado a entre diez y doce metros. En febrero-marzo de 2014, todo el resultado de este estudio en sistemas sónicos y acústicos —los documentos técnicos y un dispositivo experimental— pasó a manos del GRU en Sebastopol, en paralelo con la anexión rusa de Crimea.
En septiembre de 2022, la comunidad de inteligencia estadounidense publicó un informe clasificado titulado “Incidentes de Salud Anómalos: Análisis de posibles mecanismos causales”, cuya versión redactada fue obtenida mediante una solicitud de la Ley de Libertad de Información (FOIA) por Mark Zaid, abogado de más de dos docenas de víctimas del Síndrome de La Habana.
El informe identifica cuatro “características fundamentales” de estos incidentes: “el inicio agudo de fenómenos sensoriales audiovestibulares, como sonidos y/o presión, a veces en un solo oído o en un solo lado de la cabeza; …otros signos y síntomas casi simultáneos, como vértigo, pérdida de equilibrio y dolor de oído; …una fuerte sensación de localización o direccionalidad; y… la ausencia de condiciones médicas o ambientales conocidas que puedan explicar los signos y síntomas reportados”.
Una causa plausible para estos síntomas, según el informe, es la energía de microondas. Otra es el ultrasonido, una forma de energía acústica de alta frecuencia e inaudible que puede entrar en el cuerpo a través del canal auditivo o de otras partes de la cabeza, causando posibles disrupciones en el sistema nervioso central —especialmente en el oído interno, donde se perciben el sonido y el equilibrio.
Tanto la energía de microondas como el ultrasonido pueden dañar células cerebrales y abrir la barrera hematoencefálica, lo que provoca que proteínas de las células dañadas pasen al líquido cefalorraquídeo y de ahí al torrente sanguíneo.
Estos llamados biomarcadores se metabolizan en cuestión de horas o días, lo que significa que sería necesario extraer sangre casi inmediatamente después de un ataque para detectar este tipo de lesión.
El antiguo jefe de estación de la CIA en Kiev que fue atacado en Hanói en 2021 fue una de solo dos víctimas del Síndrome de La Habana a quienes se les midieron biomarcadores antes del ataque, estableciendo así una línea de base individual.
En su caso, los niveles de biomarcadores pasaron de normales antes del ataque a muy elevados pocas horas después; luego volvieron a niveles normales días más tarde, lo que indica claramente una lesión cerebral en el momento del ataque, según múltiples fuentes de la comunidad de inteligencia estadounidense. Fue diagnosticado con “disfunción de redes neuronales y disautonomía persistente debido a una lesión cerebral traumática”.
Y, sin embargo, sigue sin estar claro cómo se llevaron a cabo los ataques exactamente, o si se han utilizado distintos tipos de dispositivos.
El factor limitante de las armas ultrasónicas es la distancia: sus ondas viajan mal a través del aire y de los objetos sólidos presentes en los edificios, lo que implica que cualquier dispositivo de este tipo tendría que acercarse mucho al objetivo, a no más de 10 o 12 metros.
Otra forma de energía dirigida que recorre mayores distancias y puede atravesar materiales más densos —como paredes y barreras metálicas— es la energía de microondas pulsada.
La forma de un pulso electromagnético capaz de provocar el tipo de daños fisiológicos observados en los casos de incidentes de salud anómalos mostraría un aumento extremadamente abrupto, alcanzando su máxima energía en menos de un nanosegundo.
Un panel de expertos de la comunidad de inteligencia de EE. UU. encargado de evaluar las causas potenciales del Síndrome de La Habana concluyó que este tipo de energía podría “fracturar” membranas y capilares, dañando las vainas de mielina que recubren las neuronas y la barrera hematoencefálica.
Como demuestran la Operación Reduktor y la investigación de Teréntiev, Moscú lleva mucho tiempo experimentando con ambos tipos de armas de energía dirigida.
El Dr. David A. Relman, microbiólogo de la Universidad de Stanford y copresidente del panel de expertos, declaró a The Insider que los elementos de Reduktor descritos en los documentos “coinciden con lo que nosotros y otros hemos planteado como hipótesis, y por tanto, son preocupantes por sus implicaciones. Como señalamos en el informe, el tipo de lesiones que propusimos podrían ser causadas por formas especiales de energía de microondas pulsada no necesariamente se mostrarían en estudios de imagen cerebral. Evaluamos que existía evidencia técnica y práctica para sostener la plausibilidad de un dispositivo ocultable capaz de provocar estos efectos. Estos documentos y su procedencia parecen ser claramente dignos de seguimiento”.
Y una vez iniciado ese seguimiento, podría conducir a lugares muy inquietantes. La Academia Médica Militar de Kírov, en San Petersburgo, está dirigida por el ya mencionado consultor del GRU Serguéi Chepur, especialista en inhibidores de la colinesterasa como el Novichok.
Pero es la labor investigadora de Chepur la que plantea el mayor motivo de preocupación. A juzgar por sus publicaciones, Chepur no solo es un especialista en bioquímica, sino también en los efectos de la radiación sobre el cerebro.
La Academia Kírov que dirige es una de las pocas instituciones en Rusia que ha estudiado el síndrome de Minor, el fenómeno extremadamente raro que, casualmente, sufrió Joy, la esposa del diplomático, en Tiflis tras su encuentro con Albert Averyanov.
No digas “los rusos intentan hacernos daño”
Entre la creciente comunidad de personas afectadas por los incidentes de salud anómalos (AHI, por sus siglas en inglés) se ha formado un consenso: el gobierno de Estados Unidos —y en particular la CIA— está ocultando todo lo que sabe sobre el origen del llamado Síndrome de La Habana.
Las víctimas manejan dos hipótesis generales sobre por qué lo haría. La primera es que divulgar la totalidad de la inteligencia sobre la implicación rusa podría resultar tan impactante que convencería al pueblo estadounidense y a sus representantes de que Moscú ha cometido un acto de guerra contra EE. UU., lo que plantearía espinosas preguntas sobre cómo debería responderse a una potencia nuclear aficionada a exhibir sus misiles hipersónicos.
La segunda es que reconocer que el Síndrome de La Habana es causado por un adversario extranjero podría dificultar el reclutamiento en la CIA y el Departamento de Estado. Después de todo, ¿cuántos estadounidenses estarían dispuestos a servir en el extranjero sabiendo que su próxima colada o su paseo matutino a la embajada podría causarles secuelas físicas y mentales permanentes?
El Departamento de Estado ha caminado por la cuerda floja al abordar esta posibilidad. The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel obtuvieron un memorando distribuido entre el personal de la misión estadounidense en Tiflis el 29 de diciembre de 2021 —más de dos meses después del ataque a Joy—. En él se menciona a un grupo de trabajo responsable de coordinar la respuesta a los AHI y se incluyen varias páginas de orientación sobre cómo hablar con los hijos acerca de los extraños sucesos, con consejos diferenciados según la edad.
Para los niños pequeños, que “no tienen suficiente experiencia vital para entender algunos de los elementos implicados en temas complejos y difíciles como los AHI”, el memorando recomienda a los padres que controlen sus propios prejuicios y limiten la información a la que sus hijos pueden acceder: “No digas cosas como ‘los rusos intentan hacernos daño o intimidarnos’ o ‘si oyes un ruido fuerte, probablemente te vas a marear y sentir mal, así que asegúrate de salir del lugar, etc.’”
La implicación es clara: no solo los AHI son reales, sino que los diplomáticos estadounidenses saben muy bien cómo suceden y quién está detrás.
Aun así, sigue sin estar claro por qué las autoridades estadounidenses tardaron tanto en reconocer el problema, y por qué aún no dan señales de tener un plan para resolverlo. “Llevo más de una década defendiendo a empleados del gobierno estadounidense y sus familias —incluidos a veces niños pequeños e incluso mascotas— que han sido víctimas de AHI en el extranjero y dentro del país”, afirma el abogado Mark Zaid. “Resulta muy angustioso ver cuánto esfuerzo ha dedicado nuestro gobierno a encubrir los verdaderos detalles de estos ataques, sin duda perpetrados por un adversario extranjero”.
Ese adversario incluso podría estar presumiendo de ello. Nikolái Pátrushev, secretario del Consejo de Seguridad de Rusia y exagente del KGB, escribió en septiembre de 2023 en la revista interna del SVR, el servicio de inteligencia exterior ruso: “En los últimos años, cientos de empleados de servicios de inteligencia extranjeros, así como otras personas implicadas en actividades de inteligencia y sabotaje contra nuestro país y nuestros socios estratégicos, han sido identificadas y neutralizadas”.
Los intentos oficiales de desmentir las acusaciones de inacción frente al Síndrome de La Habana han carecido de detalles. En una declaración a 60 Minutes sobre esta investigación, la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI, por sus siglas en inglés) afirmó: “Seguimos examinando de cerca los incidentes de salud anómalos (AHI), particularmente en las áreas que hemos identificado como requeridas de investigación y análisis adicionales”.
Sin embargo, aunque informes recientes han sugerido que los casos de Síndrome de La Habana han cesado en los últimos años, varios exfuncionarios y funcionarios actuales de EE. UU. dijeron a 60 Minutes que un alto cargo del Departamento de Defensa fue atacado en julio de 2023 durante la cumbre de la OTAN en Vilna, Lituania.
Ese encuentro entre representantes norteamericanos y europeos —al que asistieron en distintos momentos el presidente Joe Biden y su secretario de Defensa, Lloyd Austin— estuvo centrado en gran medida en el apoyo militar occidental a Ucrania en su guerra defensiva contra Rusia.
Otros reportes han señalado una proliferación de casos en Viena en la segunda mitad de 2021, meses antes del inicio de la invasión rusa a gran escala de Ucrania. Dos veteranos de la estación de la CIA en Kiev fueron destinados a Viena durante ese período de ataques reportados.
No es la primera vez que el personal estadounidense en el extranjero sufre consecuencias adversas generalizadas para su salud. En las décadas posteriores a la Guerra del Golfo de 1991-1992, cientos de miles de veteranos occidentales e iraquíes denunciaron una serie común de síntomas que iban desde la fatiga hasta tumores terminales.
Como dijo Edgreen, el exinvestigador del DIA: “Tardamos 30 años en demostrar que el Síndrome de la Guerra del Golfo fue resultado de la exposición a bajos niveles de gas sarín. [El Síndrome de La Habana] se acabará demostrando”.
Puede que así sea. Pero a diferencia del Síndrome de la Guerra del Golfo, que fue consecuencia de una combinación de factores ambientales y no de las acciones deliberadas de un Estado, el Síndrome de La Habana presenta todos los indicios de una operación de guerra híbrida rusa.
Si se establece que el Kremlin está realmente detrás de los ataques, entonces ofrecer atención médica y compensaciones económicas a las víctimas no será suficiente para resolver el problema. Eliminar a tantos espías y diplomáticos estadounidenses cualificados sin matarlos y sin que su principal adversario siquiera admita haberlo hecho —una campaña tan prolongada y sostenida— contaría, sin duda, como una de las mayores victorias estratégicas de Vladímir Putin contra Estados Unidos.
Con reportes adicionales de Michael Rey, Oriana Zill de Granados, Kit Ramgopal y Emily Gordon, Kato Kopaleishvili, Giorgi Tsikarishvili, Roman Lehberger, Fidelius Schmid, Steffen Lüdke.
* Artículo original: “Unraveling Havana Syndrome: New evidence links the GRU’s assassination Unit 29155 to mysterious attacks on U.S. officials and their families”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.

Entrenamiento en el fin del mundo: el Ártico se convierte en zona de guerra
Por Helen Warrell
El deshielo del mar, el aumento de las tensiones y el redescubrimiento de lo que implica dominar el arte de la guerra en el Ártico.