Las raíces de la censura en Cuba (III)

La victoria del 1 de enero de 1959 no fue solo resultado de las acciones bélicas del Ejército Rebelde, sino de los miles de ciudadanos que lucharon en la clandestinidad contra la tiranía de Fulgencio Batista, de quienes colaboraron con sus recursos o participaron en huelgas, manifestaciones y otras formas de oposición a aquella sangrienta dictadura. 

No todos eran miembros del Movimiento 26 de Julio (M-26-7), ni había en esa organización una doctrina única o una ideología que definiera las acciones tras la guerra: su programa político era democrático y emancipador, en gran parte inspirado por Eduardo Chibás y su Partido Ortodoxo. 

Muchas tendencias más o menos divergentes se habían incorporado a la guerra para terminar con la represión de Batista y restablecer el orden constitucional. Dos de las más influyentes eran el Directorio Revolucionario Estudiantil (DRE), cuyas discrepancias con el M-26-7 eran notorias incluso después de la firma del “Pacto de Pedrero” en diciembre de 1958; y ―en menor medida― el Partido Socialista Popular (PSP), de orientación marxista-leninista, que había condenado el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes como acciones golpistas y aventureras de una pequeña burguesía desesperada y ajena a los intereses del pueblo.[1]

Aquel enero no triunfó un frente único, ni existía homogeneidad en los criterios acerca de cómo se debían enrumbar los destinos de la nación. Había, sin embargo, la certeza de que un período aciago había terminado y empezaba otro, difícil pero alentador.

La misma noche del 1 de enero, tras descender de la Sierra Maestra y ocupar con su columna guerrillera la mayor ciudad del Oriente cubano, Fidel Castro pronunció su primer discurso frente a la muchedumbre reunida en el Parque Céspedes de Santiago de Cuba:

“Ahora hablará el que quiera, bien o mal, pero hablará el que quiera. No es como ocurría aquí, que hablaban ellos solos y hablaban mal. Habrá libertad absoluta porque para eso se ha hecho la Revolución; libertad incluso para nuestros enemigos; libertad para que nos critiquen y nos ataquen a nosotros; que siempre será un placer saber que nos combaten con la libertad que hemos ayudado a conquistar para todos. Nunca nos ofenderemos, siempre nos defenderemos y seguiremos solo una norma: la norma del respeto al derecho y a los pensamientos de los demás”.[2]

Con la marcha de los rebeldes hacia La Habana, la alegría y la gratitud por el derrocamiento del tirano fue casi unánime. Pero ya desde las primeras medidas se hizo palpable la heterogeneidad de esa Revolución, a la que dieron su apoyo y su sangre muy diversos factores.

La rapidez con que la llamada “Comisión Depuradora” juzgó, condenó y ejecutó a quienes perpetraron crímenes durante la dictadura, despertó mucha desconfianza respecto a las garantías de imparcialidad en los juicios sumarios donde fueron condenadas a muerte cientos de personas en pocos meses. 

La descomunal cobertura mediática que recibieron algunos de esos juicios, el exhaustivo testimonio gráfico publicado en medios de gran tirada como la revista Bohemia sobre las torturas y los asesinatos de los años anteriores, la inapropiada consulta en multitudinarios actos públicos a una masa enardecida que por toda respuesta coreaba incansable una nueva consigna ―“¡Paredón, paredón, paredón!”―, y la consecuente promesa de que los fusilamientos continuarían,[3] eran imágenes demasiado grotescas que avivaban el terror, el frenesí y la sed de venganza en una sociedad aún herida por los repugnantes actos de barbarie que caracterizaron a la represión batistiana.

Simultáneamente, la notable influencia adquirida por los comunistas del PSP ―que en reuniones clandestinas con los principales líderes del Ejército Rebelde, a espaldas del Presidente Manuel Urrutia y las instituciones civiles del Gobierno Revolucionario, crearon una suerte de “gobierno oculto” cada vez más poderoso―,[4] las nacionalizaciones, las expropiaciones, el escalamiento de los conflictos con los Estados Unidos y el éxodo de miles de profesionales hacia Miami; provocaron las primeras señales de alarma, los primeros cismas entre los revolucionarios, nuevas “depuraciones” y numerosos llamados a la mesura por parte de los reporteros cubanos y de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).

Así describió el poeta y periodista Gastón Baquero aquellos primeros meses de gobierno revolucionario:

“Al principio, todo fue júbilo. La caída de una dictadura que cometió tan terribles errores y realizó tantos horrores, fue ocasión justificada para el desbordamiento oceánico de alegría pura y sincera, sin diferencia de clase ni de individuos. Todos eran felices porque había caído la tiranía; pero muchos no sospechaban siquiera que recibían entre palmas una revolución social. […] Pues llegó la revolución de veras, radical, inflexible, sin compromiso ante sus ojos y anhelosa de llevar a cabo un enorme cambio […]. Llegó la revolución en la que no tienen cabida el perdón de los errores, el pensamiento conservador, la doctrina tradicionalista ni el conformismo acomodaticio que, es cierto, ha frustrado tantas esperanzas del cubano.

Al chocar frente a frente con la realidad, muchos se han asustado. No sabían que una revolución era así. Pues así, y más, son las revoluciones. Por eso ante ellas, quienes no tenemos vocación política y no nos inclinamos a participar en movimientos contrarrevolucionarios por mucho que la revolución nos persiga, no sabemos hacer otra cosa que ponernos al margen, dejar pasar el poderoso torrente y desear, sin el menor resentimiento, que triunfe y se consolide cuanto sea bueno para Cuba, y que se disuelva rápidamente en el vacío cuanto pueda ser un mal para esta tierra de la cual pueden incluso hasta arrojarnos, pero no pueden impedir que la amemos con la misma pasión que pueda amarla el más revolucionario de sus hijos”.[5]

Debido a sus ideas políticas y su cargo como jefe de redacción del Diario de la Marina, entre enero y marzo de 1959 Gastón Baquero fue víctima de un pertinaz asedio: tildado de “vocero de la reacción”, su casa y la de su madre fueron asaltadas y expoliadas, sus cuentas bancarias retenidas y él mismo agredido físicamente día tras día en su camino al trabajo por turbas que lo ofendían y le lanzaban piedras, tomates y huevos podridos. 

Ante ese brutal acoso, el 23 de marzo de ese año Baquero marchó al exilio.[6] Su nombre y su obra literaria, como los de tantos autores que no respaldaron la Revolución, fueron excluidos durante las décadas siguientes del panorama cultural cubano; hasta que, en marzo de 1994, el escritor José Prats Sariol impartió en la Universidad de La Habana la conferencia “Baquero, el instinto indomable”, que inició en la Isla un nuevo y gradual acercamiento a su literatura.[7] Varios años después, al conmemorarse un siglo del nacimiento de Baquero, el investigador Virgilio López Lemus admitiría que “sin mencionar su nombre y su obra, no hay historia de la literatura cubana, ni hay panorama de la poesía en lengua española realmente respetables”.[8]

En respuesta a las cada vez más frecuentes críticas de la prensa en la Isla y para contrarrestar la negativa imagen que los medios internacionales mostraban sobre los juicios sumarios, los fusilamientos y la radicalización del proceso revolucionario, se organizó una compleja campaña propagandística auspiciada por el Colegio Nacional de Periodistas (CNP) y la Asociación de Reporters de La Habana. Fue la llamada “Operación Verdad”, para la cual se convocó a cientos de corresponsales extranjeros a visitar el país, entre ellos Jules Dubois, reportero del Chicago Tribune y por entonces presidente de la Comisión de Libertad de Prensa de la SIP. 

Las opiniones de Dubois sobre el nuevo gobierno cubano provocaron una serie de escandalosos conflictos con los líderes revolucionarios, incluida una moción ante el CNP para considerarlo persona non grata que trajo, entre otras consecuencias, la renuncia de los decanos Eudalgio Gutiérrez Paula y Jorge Quintana; así como una carta de Ernesto Guevara al director de la revista Bohemia, Miguel Ángel Quevedo, donde desacreditaba a Dubois tildándolo de “miserable gánster internacional” y “chacal disfrazado de cordero”, entre otras ofensas.[9]

La “Operación Verdad” tuvo, por otra parte, varias estrategias paralelas de trabajo: la fundación de nuevos medios que se alinearan vigorosamente a los mandatos del gobierno, el hostigamiento mediante “coletillas” a aquellos que cuestionaran esas decisiones, la creación de “milicias periodísticas” supeditadas a una jerarquía militar, y la “depuración de la prensa”. 

Como parte de este proceso, en el transcurso de apenas dos años fueron confiscadas o “intervenidas” emisoras como Canal 12, CMCK, Telecolor, Radio Capital Artalejo, Radio Progreso, COCO, Radio Reloj, CMQ, Radio Caribe, Espacio Radial Aéreo, Radio García Serra y Radio Cadena Habana; marcharon al exilio los directores de publicaciones periódicas como AvanceDiario de la MarinaBohemiaPrensa LibreInformación y El Mundo; y se declararon en quiebra periódicos como Excelsior y El País

En los primeros días de marzo de 1960, se creó el Frente Independiente de Emisoras Libres (FIEL), cuya consigna ―”Fieles a Cuba, fieles a la Revolución”― daba cuenta de cuál era el talante que los periodistas cubanos debían adoptar en esta nueva etapa: la absoluta fidelidad a los intereses del gobierno. Aunque ya desde septiembre de 1959 el director del Diario de la Marina, José Ignacio Rivero, había advertido con tono sarcástico cuán menguada era la libertad de los periodistas cubanos:

“La libertad de expresión es como el jardín de una casa que es la República. Antes del primero de enero este jardín tenía un cartel a su puerta que decía: Prohibida la entrada. Hoy en esta revuelta casa nuestra no tenemos ese cartel en nuestro enyerbado jardín. Tenemos otro que reza así: Se puede pasar, pero cuidado que hay perros. La entrada es libre, no cabe duda. Pero son pocos los osados que se atreven a entrar con semejante cartelito”.[10]

Tras el cierre del Diario de la Marina y un día antes de su propio cierre, Prensa Libre publicó el viernes 13 de mayo de 1960 un artículo del historiador y ensayista Luis Enrique Aguilar León, “La hora de la unanimidad”, donde se reconocía, con amargura, el panorama futuro del periodismo y el trabajo intelectual en el país:

“He aquí que va llegando a Cuba la hora de la unanimidad: la sólida e impenetrable unanimidad totalitaria. La misma consigna será repetida por todos los órganos publicitarios. No habrá voces discrepantes, ni posibilidad de crítica, ni refutaciones públicas. El control de todos los medios de expresión facilitará la labor persuasiva: el miedo se encargará del resto. Y, bajo la vociferante propaganda, quedará el silencio. El silencio de los que no pueden hablar. El silencio cómplice de los que, pudiendo, no se atrevieron a hablar.

Pero, se vocifera siempre, la patria está en peligro. Pues si lo está, vamos a defenderla haciéndola inatacable en la teoría y en la práctica. Vamos a esgrimir las armas, pero también los derechos. Vamos a comenzar por demostrarle al mundo que aquí hay un pueblo libre, libre de verdad, donde pueden convivir todas las ideas y todas las posturas. ¿O es que para defender la justicia de nuestra causa hay que hacer causa común con la injusticia de los métodos totalitarios?”.[11]

Mucho había cambiado desde que, al bajar de la montaña, Fidel Castro pronunció en Santiago de Cuba su primer discurso. Ahora, con el control total sobre los medios, libre de las críticas impertinentes de quienes no compartían sus ideas y tras inaugurar la Imprenta Nacional en los talleres de los diarios confiscados, el comandante en jefe del ejército afirmaba:

“¿Se acuerdan ustedes de La Marina?, ¿se acuerdan ustedes de El País y de Excelsior?, ¿se acuerdan dónde se editaba Selecciones?, […] con esa misma maquinaria, vamos nosotros a proveer al pueblo de todo el material para que el pueblo lea y aprenda, y analice por sí mismo […]. Dentro de pocos años, ¡nuestro pueblo será uno de los pueblos más cultos de América y del mundo!”.[12]

En una plaza sitiada

Parte de la “Operación Verdad” fue también el empeño por fortalecer a los comunistas frente a las demás tendencias revolucionarias. Desacreditados ante la sociedad no solo ―y no tanto― por sus comentarios adversos sobre asalto al cuartel Moncada, sino también por su apoyo al llamado “cuartelazo de Batista” en 1933 y, en especial, por sus evidentes vínculos con el totalitarismo soviético, los comunistas cubanos eran una facción minoritaria y muy recelada en el conjunto de las fuerzas revolucionarias.[13]

Ante esa realidad, los líderes del Ejército Rebelde marcaron desde el triunfo una distancia prudencial con ellos. Así lo hizo Ernesto Guevara el 5 de enero de 1959: “Negamos toda ligazón con el comunismo terminantemente”;[14] así lo había hecho un día antes quien fuera periodista de Radio Rebelde durante la guerra y director del diario Revolución, Carlos Franqui: “El triunfo de Castro no es victoria roja”;[15] y así se continuó haciendo sistemáticamente en los medios masivos, mientras, de un modo subrepticio, se fortalecían alianzas y se multiplicaba la presencia del PSP en puestos importantes.[16]

La dimisión de Manuel Urrutia Lleó como Presidente de la República y su sustitución por Osvaldo Dorticós Torrado; el nombramiento de Edith García Buchaca como presidenta fundadora del CNC; el malestar del comandante Huber Matos ante la progresiva influencia de los comunistas en el Ejército Rebelde, su renuncia y posterior condena por traición y sedición;[17] la investidura de Aníbal Escalante como secretario a cargo de implementar las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) y su espaldarazo, desde esta posición estratégica, a los líderes del PSP para ocupar cargos en el gobierno, son solo algunas de las puntas más visibles en este complejo proceso plagado de simulaciones, conspiraciones, denuncias y pactos secretos.

Si bien durante los dos primeros años se evitó sistemáticamente asociar al nuevo régimen con la ideología marxista-leninista, describiéndolo con extrema cautela como “una revolución popular avanzada, una revolución patriótica y democrática, nacional-liberadora y agraria”;[18] apenas dos meses después del triunfo, el 24 de febrero de 1959, desde las páginas de Hoy y en respuesta a un artículo publicado en la revista Bohemia por Andrés Valdespino, Carlos Rafael Rodríguez arrojaba luz sobre los objetivos todavía ocultos de instaurar en el país un gobierno de orientación comunista:

“Sin arrogancias, los comunistas podemos reclamar el mérito de haber abierto el camino a todas esas ideas que ahora, al impulso de la Revolución encabezada por Fidel Castro y sus compañeros, comienzan ya a no asustarnos, aunque hasta un ayer muy cercano eran pocos los que se atrevían a sostenerlas fuera de nuestras filas […]. Lo hemos dicho muchas veces; pero es preciso seguir repitiéndolo ya que, por lo visto, algunos insisten en establecer barreras artificiales entre nuestra meta socialista y los objetivos de la Revolución democrática liberadora y popular que las fuerzas dirigidas por Fidel, Raúl Castro, Ernesto Guevara y otros héroes están llevando a la práctica. […] Porque ésta es también nuestra Revolución, la Revolución sin la cual Cuba no será libre. Y sólo una Cuba libre puede ser transformada después en una Cuba Socialista”.[19]

El momento oportuno para este cambio dramático en el rumbo de la Revolución llegó el 16 de abril de 1961, tras el bombardeo a varios aeropuertos militares cubanos, cuando era inminente el desembarco en el país de tropas entrenadas y armadas por el gobierno estadounidense. La proximidad de una invasión militar ya ineludible y la urgencia de permanecer unidos para hacer frente al ataque enemigo, impedían cuestionar este súbito giro en el curso de las transformaciones sociales ni medir sus consecuencias. 

Nunca antes, en los más de dos años transcurridos desde el triunfo, hubo ocasión tan propicia para doblegar las diversas tendencias políticas bajo el signo de una ideología única; nunca antes hubiese sido posible suspender el debate sobre lo que implicaba ese cambio y obtener la total aprobación del pueblo. 

Aquella triste mañana de abril, mientras despedía a sus muertos, Cuba era una plaza sitiada, y en una plaza sitiada ―como dijera el fundador de la Compañía de Jesús, Ignacio de Loyola― toda disidencia es traición. Por eso, cuando Fidel Castro reconoció finalmente el carácter socialista de la Revolución, en vez de estrellarse contra el rechazo unánime, fue recibido con un jubiloso coro: “¡Pa’lante y pa’lante, y al que no le guste que tome purgante!”.[20]

Algún tiempo después, el propio líder admitiría:

“[…] desde varios años antes de 1951, yo tenía no sólo una formación revolucionaria sino una concepción marxista-leninista, socialista, de la lucha política, […] un núcleo reducido de los que organizamos el Movimiento 26 de Julio ya teníamos esa formación […], teníamos una estrategia, un programa, por etapas”.[21]

Tal fue el complejo contexto en que ocurrió el “caso P.M. y en que se realizó, a mediados de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional José Martí, el encuentro de un selecto grupo de intelectuales cubanos con los representantes del Gobierno Revolucionario. 

Era pues comprensible el temor a que dio voz Virgilio Piñera en su intervención: “hay un miedo […] que corre en todos los círculos literarios de La Habana, y artísticos en general, sobre que el Gobierno va a dirigir la cultura”.[22]

Aunque la situación para los artistas y escritores en la Isla no llegó, ni en sus peores momentos, a ser tan lúgubre como lo fue desde el comienzo para los periodistas, que “han tenido que ejercer su función informativa bajo un férreo tutelaje de las disposiciones partidistas”;[23] lo cierto es que, con mayor o menor apremio según lo demandaran las cambiantes circunstancias del país, el gobierno intentó dirigir a los intelectuales, someterlos para, a través de ellos, construir en la mente de los ciudadanos una ilusión de realidad, un estado de opinión siempre favorable a sus propios intereses. 

El resultado no fue, por supuesto, un pueblo más libre, sino uno más dócil, más gobernable, más frágil. 

En la raíz de esa actitud intolerante del gobierno hacia el menor síntoma de disenso, en la desconfianza hacia los intelectuales y sus críticas, en ese obsesivo empeño por mantener bajo control cada aspecto de la vida de los ciudadanos, estaba su flaqueza: su miedo a la libertad.




Notas:
[1] Según puede leerse en un comunicado del PSP publicado en el diario del Partido Comunista de los Estados Unidos: “We oppose the actions of Santiago de Cuba and Bayamo. The putchist methods which were used are characteristic of bourgeois groups. […] The line of the PSP and the mass movement has been and is: Fight against the Batista tyranny and then unmask the putchists and adventurers of the bourgeois opposition which act against the interest of the people!”, Daily Worker, Nueva York, 10 de agosto de 1953, p. 2.
[2] Fidel Castro Ruz, Discurso pronunciado el 1 de enero de 1959 en el Parque Céspedes de Santiago de Cuba, www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f010159e.html
[3] El 21 de enero de 1959, ante una concentración popular en el Palacio Presidencial, Fidel Castro denunció que, “a través del monopolio de los cables internacionales”, contra Cuba se estaba realizando “la campaña más infame, más criminal y más injusta que se ha lanzado contra ningún pueblo”, y afirmó: “[…] estamos fusilando a los esbirros para lograr la paz, y estamos fusilando a los esbirros para que el día de mañana no nos asesinen otra vez a nuestros hijos, […] al fin y al cabo, los esbirros que fusilemos no van a pasar de 400, es decir, ¡más o menos un esbirro por cada 1000 hombres, mujeres y niños asesinados en Hiroshima y en Nagasaki!”, en www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f210159e.html. Seis años después, el 11 de diciembre de 1964, Ernesto Guevara declaró ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: “[…] sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida y también tienen que saber los gusanos cuál es el resultado de la batalla perdida hoy en Cuba”, en Obras escogidas, Resma, Santiago de Chile, 2004, p. 403.
[4] Véanse al respecto Tad Szulc: Fidel. A Critical Portrait, Avon Books, Nueva York, 1986, pp. 518-526; y Jon Lee Anderson: Che Guevara. A Revolutionary Life, Grove Press, Nueva York, 1997, pp. 384-385, 404-407.
[5] Gastón Baquero: “Despedida de los lectores”, Diario de la Marina, La Habana, 19 de abril de 1959. Este texto fue republicado íntegramente por Carlos Barbáchano en su libro Gastón Baquero: el hombre que ansiaba las estrellas, Editorial Betania, Madrid, 2015; disponible en https://ebetania.files.wordpress.com/2016/02/el-hombre-que-ansiaba-_ebook.pdf
[6] Carlos Barbáchano, Op. cit., pp. 29-30.
[7] Cf. Remigio Ricardo Pavón, “Cronología”, en: Gastón Baquero: Una señal menuda sobre el pecho del astro, Ediciones La Luz, Holguín, 2014, p. 566.
[8] Virgilio López Lemus: “Gastón Baquero: centenario celebrado”, prólogo a Poderosos pianos amarillos. Poemas cubanos a Gastón Baquero(antología de Luis Yuseff), Ediciones La Luz, Holguín, 2013, p. 14.
[9] Carta de Ernesto Guevara a Miguel Ángel Quevedo, fechada el 23 de mayo de 1959; citada en Juan Marrero: El periodismo en Cuba: La Revolución, capítulo 8, “Jules Dubois y la ingerencia de la SIP”, www.cubaperiodistas.cu/libros_testimonios/cap08.htm
[10] José Ignacio Rivero: “Hablemos claro”, Diario de la Marina, La Habana, 29 de septiembre de 1959, p. 1.
[11] Luis Enrique Aguilar León: “La hora de la unanimidad”, Prensa Libre, La Habana, 13 de mayo de 1960, p. 1. Una versión digital puede leerse en www.filosofia.org/ave/001/a289.htm
[12] Fidel Castro Ruz: Discurso pronunciado el 8 de septiembre de 1960 en el Congreso de la Federación Nacional de Obreros del Calzado, www.cuba.cu/gobierno/discursos/1960/esp/ f080960e.html
[13] “El viejo Partido, el Partido Socialista Popular que, confeso o no confeso, seguía los lineamientos de los restos más o menos encubiertos de la Internacional —que, en definitiva, era Stalin y el estalinismo—, […] perjudicó su imagen por su alianza con Batista”; decía Alfredo Guevara en entrevista concedida a Leandro Estupiñán Zaldívar, “El peor enemigo de la Revolución es la ignorancia”, Caliban: Revista Cubana de Pensamiento e Historia, no. 5, La Habana, octubre-noviembre-diciembre de 2009. Una versión digital puede consultarse en www.revistacaliban.cu/entrevista.php?numero=5
[14] Revolución, La Habana, 5 de enero de 1959, p. 3.
[15] Revolución, La Habana, 4 de enero de 1959, p. 1.
[16] “[…] un día, en una reunión convocada por el PSP y presidida por Edith García Buchaca… —esto estaba pasando en el mismo momento de PM, lo que pasa es que no lo sabe la gente—, se intentó ponerme un comisario. Y todos lo aceptaron, porque Edith les informó que Fidel le estaba pasando el poder al Partido. […] Yo no acepté y, cuando salí de ahí, me fui directo a ver a Fidel. No estaba Fidel y se lo conté a Celia —Fidel y Celia vivían a unas cuadras del ICAIC. Celia se indignó: ʻEstá pasando en todo el país. Nos tienen tomado el teléfonoʼ. ¡A Fidel!, ¡Fidel vivía ahí! Y yo, que nunca he hecho las cosas como me las indican, sino de acuerdo con mi filtro, boté a los que tenía que botar y dejé a los que tenía que dejar. […] Tomé el mando como mi generación lo ha hecho siempre en circunstancias difíciles, de mandón”; cuenta Alfredo Guevara en su entrevista con Leandro Estupiñán Zaldívar, op. cit.
[17] “[…] son culpables ellos de calumnia, son culpables ellos de traición, son culpables ellos de estarle haciendo el juego a la contrarrevolución agarrando por los pelos el caso de los contados comunistas que puedan estar en las filas del Ejército, para lanzar contra la Revolución esa acusación que no tiene otro objeto que traer contra la Patria la intervención extranjera”. Declaración de Fidel Castro Ruz en el juicio contra el ex Comandante Huber Matos, en Y la luz se hizo, folleto no. 3 de adoctrinamiento de la Secretaría de Propaganda de la Confederación de Trabajadores de Cuba, La Habana, 1959, p. 49.
[18] Aníbal Escalante: Un año de revolución, folleto publicado por la Comisión de Educación y Propaganda del Partido Socialista Popular en su Colección “Velada de los Jueves”, La Habana, 1960, p. 8.
[19] Carlos Rafael Rodríguez: “La Revolución y los comunistas”, Hoy, año XXI, 3ra. época, no, 43, La Habana, martes 24 de febrero de 1959, pp. 1-3.
[20] Según se lee en la versión oficial del discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz el 16 de abril de 1961 frente al Cementerio de Colón, en www.cuba.cu/gobierno/discursos/1961/esp/ f160461e.html
[21] Frei Betto: Fidel y la religión, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1985, p. 227. Cuanto pueda haber de cierto en esta afirmación de Fidel Castro Ruz es difícil de determinar y, para muchos investigadores, parece muy improbable. Véase, por ejemplo: Maurice Zeitlin, Revolutionary Politics and the Cuban Working Class, Princeton University Press, Nueva Jersey, 1967, pp. 234 y ss.
[22] Virgilio Piñera, intervención en el Encuentro de los Intelectuales con Fidel Castro, en Carlos Aníbal Alonso y Pablo Argüelles Acosta (comp.), Virgilio Piñera al borde de la ficción. Compilación de textos, Editorial UH – Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2015, t. 2, p. 784.
[23] Wilfredo Cancio Isla: “El periodismo en Cuba: otra vuelta de tuerca. Prácticas comunicativas y desafíos profesionales bajo el modelo de prensa socialista”, Encuentro de la Cultura Cubana, no. 2, Madrid, otoño de 1996, p. 33. Un estudio muy bien documentado sobre la prensa cubana en los primeros años del Gobierno Revolucionario puede encontrarse en Waldo Fernández Cuenca, La imposición del silencio. Cómo se clausuró la libertad de prensa en Cuba (1959-1961), Hypermedia Ediciones, Madrid, 2015.





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