Cultivar el odio es clausurar las vías civilizadas para bregar con la injusticia, es —a fin de cuentas— invitar a la violencia. Toda expresión de odio es un búmeran que lanzamos, sin saberlo, contra nosotros mismos.
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Hablando de libertad
Cuando uno grita “¡Libertad!” no está pidiéndole a algún tirano que, por favor, le permita ser libre. Está diciendo: “Soy libre y viviré así, aunque usted trate de impedirlo”.
Esperar tiempos más propicios
Sentarse a dialogar desde el poder implica estar dispuesto a cambiar en cierto grado el rumbo. No es simplemente hablar, ni es oír con paciencia las quejas y reclamos que alguien hace para luego seguir por donde se iba.
Cuando los caminos se cierran
No sabemos convivir en la contradicción, en el diálogo libre y respetuoso. En cuanto advertimos alguna divergencia la convertimos en blanco de una “batalla de ideas”.
Socialismo y barbarie
Los peritos buscan a los instigadores del gran crimen, interrogan, hurgan en las redes sociales, en las cámaras, pero nadie fija su vista en quien dio la orden de combate.
La opción más improbable
El garrote y la mordaza no son la salida, como no lo son una insurrección o una intervención extranjera que aquí casi nadie desea. De modo que se hace indispensable aprender a convivir, a construir consensos; y reservar palabras como “enemigo”, “mercenario” y “traidor” para quien de veras las merezca.
Los oficialistas, los revolucionarios y tú
El avasallamiento de un pueblo tiene siempre un componente cultural que lo induce a someterse y que pasa por la aceptación acrítica de ciertas ideas, es decir, de ciertos significados que se endilgan a las palabras. Entre esas palabras hay dos de especial relevancia: “oficialista” y “revolucionario”.
Mis días no son exactamente de 24 horas
El año pasado logré terminar un nuevo libro donde se funden varios géneros literarios y donde también se articulan la reflexión filosófica, el arte y mi interés por la ciencia. Es una suerte de ciencia-ficción transgenérica, si se quiere. Se titula ’Cien gotas de lluvia’, y ojalá no tarde mucho en publicarse.
Desconocer al otro: dos caras del mismo problema
La canción protesta y el arte político son proclives a recibir el escarnio de los malos políticos. Para ellos es mejor que nadie proteste, que nadie desafine en el coro unánime. Si alguien lo hace, les causa una “indescriptible repugnancia”. Qué pena: yo he disfrutado “Patria y vida”. No encuentro nada antipatriótico en ella.