Cumplí misión en Venezuela dos veces. La primera vez, del 19 de mayo de 2004 hasta el 6 de noviembre de 2010; la segunda, desde el 3 de abril de 2013 al 20 de junio de 2013.
No puedo negar que me motivaba la experiencia de ser “internacionalista”, pero las necesidades materiales, y en especial de una vivienda digna, pesaban mucho más.
En mi segunda misión en Venezuela tuve que laborar en una oficina adaptada a local para servicios odontológicos, que es en definitiva mi especialidad. Estaba ubicada en un centro comercial de la ciudad, y la mitad del espacio era un negocio de fotocopias e impresión. La consulta no contaba con privacidad para atender a los pacientes, no había agua en el local y debía almacenarla en cubos, que cargaba desde un local vecino.
Las historias clínicas había que elaborarlas manualmente, no estaban impresas. Se escribía mucho más de lo que se trabajaba. La excesiva presión por parte de los coordinadores para cumplir las estadísticas traía consigo también los “inventos” para cumplir esas metas inalcanzables que, sumadas a las auditorías periódicas por parte del gobierno venezolano, representaban un estrés constante para mí y para mis colegas cubanos. De ser descubierta la farsa, la culpa iba a recaer sobre el colaborador, no sobre los jefes que nos exigían, bajo amenaza, resultados totalmente imposibles.
Eran tantas las mentiras que hasta había que esconder o, en el peor de los casos, botar materiales dentales para hacer coincidir lo declarado en las hojas de cargo con los recursos en almacén. Para mí, aquello era moralmente insostenible, sobre todo conociendo el déficit de estos recursos en Cuba. Más que humanitaria, la colaboración médica se había convertido en un verdadero globo: una farsa total. Fueron estas las razones que me motivaron a romper el contrato esclavista con el gobierno cubano.
En el año 2016 tuve una situación familiar muy delicada: dos de mis hermanas batallaban contra el cáncer. En consecuencia, mi madre cae en una depresión profunda. Es entonces cuando decido solicitar la habilitación de mi pasaporte para regresar a Cuba, y me son negadas ambas solicitudes: la habilitación y, por tanto, el regreso a mi país.
Entonces presento todos los documentos requeridos para una visa humanitaria. Debo añadir que, durante la entrega de la solicitud de la visa humanitaria en la Dirección Provincial de Identificación Inmigración y Extranjería de Santiago de Cuba, la funcionaria que atendió a mis familiares, para consolar a mi anciana madre, le dice que ya no son 8 años de prohibición de entrada al país, que ahora son 6, lo cual es una mentira. Poco más de un año después de esta negativa, vuelvo a solicitar otra visa humanitaria. Y, una vez más, me vuelven a negar mi derecho de regresar a mi país.
Denegación de habilitación de pasaporte a Carlos Ramírez Durades.
Todas mis peticiones y las de mi familia para que yo viajara a Cuba, fueron rechazadas.
Ni siquiera se tomaron la molestia de recoger la documentación para valorar el caso; por tanto, mi petición no queda asentada en sus archivos. Una oficial comunicó verbalmente la negativa a mis familiares, por lo que no tenemos documento alguno que pruebe que ellos no me dejaron estar con mi madre en el momento más difícil por el que hasta ahora ha atravesado mi familia. Supongo que tampoco quede constancia de las visitas de mi madre y mis hermanas a ese lugar. La única constancia de mis intentos de visitar mi país es un correo del Consulado cubano en Ecuador, negándome la habilitación de mi pasaporte.
El dolor y la frustración en el alma por no poder ver a mis seres queridos es devastador. El régimen cubano no pierde la oportunidad de ser cruel con todo aquel que se escapa de su dotación, lo cual niega el carácter “humanista” de la Revolución que tanto defienden. A nadie se le puede negar la entrada a su propio país, y menos a través de una medida anticonstitucional que no ha sido mostrada públicamente, para evitar que sea atacada legalmente por los afectados. Es una aberración jurídica del gobierno cubano.
Actualmente ejerzo mi profesión en la ciudad de Quito, Ecuador. Gracias a Dios, en noviembre de 2019 pude reencontrarme con mi madre en un tercer país, sincronizar nuestras emociones y darnos el abrazo que la dictadura cubana nos niega.
Cuba es un país donde el crecimiento y la autonomía personal son casi nulos (si no comulgas con las ideas del único Partido, eres un opositor), donde disentir está prohibido, donde por mucho que trabajes el salario nunca te rendirá lo que mereces.
No hay verdadera justicia social cuando el dinero que obtienes con el sudor de tu trabajo no te alcanza para comer.
Reconozco que, desde aquí, le soy mucho más útil a mi familia. Desde aquí le puedo brindar calidad de vida a mi familia sin necesidad de molestar a otro cubano que viva fuera de Cuba. Me siento útil y libre.
Carlos Ramírez Durades durante la misión en Venezuela.
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900 kilómetros
Ganador del Primer Premio de Reportajes “Editorial Hypermedia 2019”.