El fin de Mais Médicos me sorprendió en Brasil y representó el inicio de mi libertad. Yo era una de esos miles de galenos cubanos que conformaron, hasta el 14 de noviembre de 2018, la brigada médica cubana en el gigante sudamericano. Ese día di el primer paso para decidir mi propio destino, mi propia vida.
Pero mi decisión no fue resultado de un impulso de última hora. Mi decepción comenzó unos años antes, en Venezuela. Fue en Guárico, estado venezolano en el me ubicaron durante aquella misión en 2012, donde comenzaron los maltratos. O tal vez comenzaron mucho antes, solo que entonces asumía el maltrato como algo normal. Hay cosas que solo se conocen cuando se es libre.
En el mes de julio de 2012 recibí una llamada telefónica de la dirección de la Facultad Dr. Miguel Enríquez, donde me informaron que tenía que ir a cumplir misión internacionalista en Venezuela. En aquel momento, además de trabajar, me encontraba realizando la especialidad de Medicina General Integral. En otras palabras: no me podía negar, porque esto significaría sanciones administrativas y docentes tales como afectaciones salariales, aumento del número de supervisiones y guardias nocturnas, cambio del puesto de trabajo y hasta suspensión de la especialidad, invalidación del título de médico y, en consecuencia, la eliminación de la posibilidad de realizar una segunda especialidad. Fue así como, el 27 de diciembre del 2012, llegué a Venezuela.
Durante el tiempo que trabajé en ese país (3 años, 9 meses y 11 días), viví en zonas rojas, que son lugares con alta peligrosidad. Escuchaba disparos a cualquier hora del día, y en ocasiones había enfrentamientos entre la policía y la delincuencia que nos mantenían bajo fuego cruzado. En una ocasión esto duró dos meses consecutivos, porque yo vivía cerca de la Penitenciaría General de Venezuela, una de las tres prisiones con mayor control del hampa en el país. Muchas veces pude escuchar tiros sobre la casa.
El servicio de acueducto era pésimo: lo mismo se nos suministraba agua con tierra que padecíamos la ausencia del preciado líquido, lo que nos obligaba a cargar agua hasta para cocinar. En resumen: no nos garantizaron las condiciones mínimas de vivienda ni de seguridad para realizar nuestro trabajo en Venezuela. Pero esta era solo una parte de mis problemas.
Durante las misiones en el exterior existe algo que se llama Resolución 168, lo que se conoce como el reglamento disciplinario. Su objetivo es controlar y reprimir a los que trabajamos en el exterior, además de que también se usa para amenazarnos.
Surizaday Fernández Izaguirre, cuando trabajaba como medico en el Programa Mais Medicos de Brasil.
Me prohibían viajar a otro municipio y a otro estado, no podía salir de la casa después de las 6:00 p.m.; debía pasar un mensaje telefónico a esa hora en que ya todos debíamos estar en la casa. Nos visitaban de noche, sin avisar, y si faltaba algún colega y lo habíamos reportado como presente, nos sancionaban. No podía tener amistades venezolanas, no podía visitar a venezolanos ni recibir visitas de venezolanos, tenía que informar cada lugar en que estuviera fuera del horario de trabajo, tenía que hacer las guardias que me dijeran en el CDI (Centro de Diagnóstico Integral), ya fuera cada diez días o cada tres días, sin protestar.
Tuve que hacer campaña a favor de los candidatos del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela); eso ocurrió durante las elecciones de Nicolás Maduro el 14 de abril del 2013, las elecciones de alcaldes en diciembre del 2013 y las elecciones de la Asamblea Nacional de Venezuela en diciembre del 2015. En estas campañas, los jefes cubanos nos exigían que les dijéramos a los venezolanos que si no votaban por el candidato del PSUV, nosotros nos iríamos de Venezuela y la misión Barrio Adentro se acabaría, dejándolos sin atención médica. De no hacerlo, eras acusado de diversionismo ideológico.
Tenía prohibido montar motocicleta, no podía ir ni a bares ni a restaurantes ni otro lugar público, a no ser que fuera por razones políticas y organizados por la dirección de la misión por la parte cubana. Incluso comenzaron a prohibir el embarazo, ya que de quedar embarazada tenías que regresar a Cuba y entonces ellos tenían menos personal en la misión.
Cada restricción y prohibición iba acompañada de una amenaza de revocación de la misión, lo que significaba regresar a Cuba sin el dinero de la cuenta congelada (el dinero que tú habías ganado mes a mes con tu trabajo) y la prohibición de volver a salir de Cuba por un período de 5 años.
Después de un tiempo de vivir bajo hostigamiento y maltrato psicológico, comencé a protestar, por lo que empecé a recibir presiones de parte de la dirección estadual cubana: visitas a toda hora de nada más y nada menos que el jurídico en persona.
Para los que no lo conocen, este es el personaje de la contrainteligencia cubana encargado de vigilar y controlar a todos los que trabajamos de misión, y el encargado de revisar nuestros perfiles de Facebook, nuestras líneas de teléfonos y hasta nuestras casas. Nunca me dijo la razón de aquellas visitas, pero no hacía falta: yo sabía que cada persona que exigiera algo y que cuestionara las amenazas y el acoso laboral en que vivimos en las misiones se convierte en objeto de vigilancia. Así fue como decidí exigir el fin de mi misión, pero hasta eso me negaron, alegando falta de médicos.
Surizaday Fernández Izaguirre. USA, 2020.
Regresé a Cuba el 7 de octubre de 2016, y en el mes de enero de 2017 se me llama para ir a cumplir misión en Brasil, a donde llegué el 12 de agosto del 2017. Una vez allí, cansada de los abusos que viví en las misiones, cansada de la explotación laboral, las constantes amenazas, los abusos de poder, las violaciones de derechos humanos y la apropiación de más del 75% de mi salario, decidí buscar en silencio una vía de escape del gobierno cubano. Y entonces llegó el 14 de noviembre de 2018.
Ese día recibimos un correo electrónico de parte de la dirección cubana de la misión en Brasil, anunciando que, debido a las declaraciones del presidente Jair Bolsonaro, el gobierno de Cuba había decidido terminar el programa Mais Médicos pra o Brasil. Nos enviaron un documento para que se lo entregáramos a los secretarios de salud brasileños, donde el gobierno anunciaba que nos retirábamos del programa porque el presidente brasileño había cuestionado nuestra formación profesional, y que por dignidad Cuba había roto el contrato con Brasil.
La realidad era bien diferente: éramos víctimas de esclavitud moderna y tráfico humano, y Bolsonaro lo estaba denunciando. Él no estaba de acuerdo con que el gobierno cubano se apropiara de más del 75% de nuestros salarios; quería que recibiéramos nuestros salarios íntegros, que pudiéramos llevar a Brasil a nuestras familias, el tiempo que quisiéramos, y que además revalidáramos nuestros títulos. Lo cual sin duda haría que Cuba perdiera todo el dinero que ganaba con lo que nos quitaban: de más de 11.800 reales que pagaba Brasil, nosotros solo recibíamos 2.976,26 reales, y sin esperanzas de que el gobierno cubano nos concediera siquiera un aumento de salario, largamente reclamado por nosotros.
Todavía recuerdo las palabras de la jefa estadual de Santa Catarina en aquella reunión, apenas dos meses antes: “Olvídense de aumento de salario, eso quítenselo de las cabezas porque no va a suceder”. No puedo expresar con palabras la impotencia que sentí ese día. Es duro saberse explotada y ser tratada como objeto de la propiedad del Estado cubano, y sin derecho alguno a reclamar.
Aquel 14 de noviembre, mi primer paso fue la desobediencia. Decidí no entregar al secretario de salud el documento con las excusas del gobierno cubano, y el día 21 de noviembre informé a mi supervisor mi negativa de regresar a Cuba. Entre las advertencias que recibí, la más memorable, por así decirlo, fue la de la Dra. Mariela Piriz Lao, quien me dijo que recordara que desertar era una traición a la patria y que era castigado con un mínimo de 8 años sin poder regresar a Cuba y sin poder ver a mi familia; me preguntó si yo no pensaba en mi familia. Pero yo estaba decidida a no regresar a Cuba, lo que según el Código Penal cubano, en su sección 5, título 5, artículo 135, significa de 3 a 8 años de cárcel por “desertora”.
La libertad tiene un precio muy alto para los profesionales de la salud que decidimos romper con el gobierno cubano, pero ya era algo que yo había analizado muchas veces y que había decidido después de haber sido explotada durante años. Me cansé, y decidí seguir adelante. Hoy, casi dos años y más de 4 mil millas después, me pregunto cómo pude soportar tanto cuando lo cierto es que, a veces, solo es cuestión de dar el primer paso.
#NoSomosDesertores: Miguel Guerrero Fernández
La inexperiencia y el estrés del proceso jugaron a favor del gobierno cubano. Al llegar a Venezuela me entregaron un documento que tuve que firmar. Eran como las reglas de la misión. Con ese documento te chantajean para quitarte el dinero. Te dicen que son los reglamentos, pero después te chantajean con él.