Dos amigas nuestras —tanto de mi esposo como mías—, quienes han trabajado duro para que este libro llegue un día a publicarse, opinan que soy yo quien debe escribir este prólogo. No estoy segura de que sea una buena idea, pero voy a intentarlo.
Recuerdo tantas conversaciones entre Oswaldo y yo acerca de la necesidad de que él empezara a escribir. Hasta título le había puesto a un primer libro, hace ya unos diecisiete años, que nunca llegó del todo a concretar.
Oswaldo Payá Sardiñas trabajaba diariamente como ingeniero especialista en electromedicina, profesión que disfrutaba y amaba, pero su labor al frente del Movimiento Cristiano Liberación, no solo en la dirección y coordinación del trabajo, sino también en la búsqueda incesante de caminos pacíficos que permitiesen a los cubanos conquistar los derechos fundamentales que nos han sido negados por la dictadura castrista, fue su verdadera vocación, para la cual se preparó desde muy joven, y a la cual sentía el deber de consagrarle todos sus esfuerzos.
De ahí la fuerza de su liderazgo, que trasmitía confianza, seguridad y optimismo a los que lo escuchaban, devolviéndoles una nueva esperanza. Hasta nuestra casa llegaban personas buscando consejo u orientación ante los más diversos conflictos humanos. Oswaldo trataba de atenderlos, la mayoría de las veces en detrimento de su necesario descanso y del compartir familiar. Él lamentaba profundamente no poder ofrecer a nuestros hijos todo el tiempo que necesitaban y que él deseaba darles.
Siempre supimos lo mucho que Oswaldo nos amaba y, también, que todo el sacrificio de su vida era primeramente para que nuestros hijos pudieran vivir en libertad y paz en la tierra que Dios nos había regalado como hogar. Fuimos muy felices, disfrutamos cuanto pudimos nuestra vida familiar. Él estuvo siempre ahí para nosotros. Y aun lo sigue estando, porque en Dios nuestro amor permanece más allá de la muerte. Por mucho que aun nos cuesta entender algunas cosas.
Trascurrían los días y, cada vez que podía, Oswaldo se sentaba a anotar las ideas que le interesaba abordar. Yo sentía que era esencial que él escribiera el libro, y él también lo sentía así. Me apenaba lo abrumado que siempre estaba. Ante tantos planes que aspiraba a desarrollar, se le hacía difícil hallar el tiempo concreto para escribir. Recuerdo las veces que yo le insistía diciéndole: «Oswaldo, mi amor, con lo que has escrito basta para varios libros. Por favor, empieza ya a darle forma al primero. Dedícate al libro».
Pero para él la urgencia era otra: la necesidad, cada vez más apremiante, de lograr movilizar al ciudadano común en la toma de decisiones políticas. El Proyecto Varela lo logró y el impacto que produjo sobre la dictadura pudimos comprobarlo por la desmedida respuesta del régimen. Era esa la clave.
No fue hasta el año 2011 que Oswaldo comenzó a seleccionar las ideas y a decidir el objetivo de este primer libro, cuyo propósito no es otro que, como él mismo explica, «el de ayudar a descubrir que sí podemos vivir el proceso de liberación y reconciliación y caminar al futuro en paz».
«Hay que llegar con este mensaje al pueblo, devolverle la confianza es nuestro reto», me decía Oswaldo. Por eso es urgente explicarles a todas esas personas que, dentro y fuera de Cuba, se preguntan «¿por qué los cubanos han soportado tanto?». Porque ya son muchos los años que llevamos sometidos al aislamiento informativo, debido al control absoluto de todos los medios de difusión en manos del estado comunista, que se ha encargado de imprimir en las mentes de los ciudadanos la idea negativa, ilegítima y antisoberana de que ese régimen es perpetuo, arruinando así la esperanza de los individuos de que vendrán verdaderos cambios por los que ascenderemos a una vida plena. Por eso, como decía Oswaldo: «para encontrar una respuesta, primero hay que comprender y conocer cómo hemos vivido los cubanos hasta hoy». A ese desafío se enfrentó mi esposo cuando decidió el tema de este libro.
Evoco, ahora con dolor, lo que le dije cuando elaboró la declaración No al cambio fraude, sí a la Liberación: «Oswaldo, por esto vamos a pagar un precio muy alto… Para un poco, dedícale el tiempo que puedas al libro». A pesar de tener conciencia plena de lo que significa en Cuba trabajar por los derechos humanos y la democracia con honestidad e independencia, sabiendo del inmenso peligro que corría, de las amenazas contra su vida proferidas por la Seguridad del Estado, y del aumento de la vigilancia sobre nosotros, cuán lejos estaba yo de imaginar, cuando le dije aquello, que en pocos meses sería la muerte el precio que le anuncié aquel día.
Y fue así que Oswaldo logró por fin terminar este libro. Lo hizo al tiempo que elaboraba documentos públicos, a nombre del Movimiento Cristiano Liberación, donde defendía siempre la verdad y los derechos de los más pobres y marginados, contra aquellos poderosos que, amparados en las desventajas que como ciudadanos tenemos los cubanos, tratan ahora de fabricar un falso nuevo orden dentro del sistema, al que él denominó el Cambio Fraude.
Mi esposo Oswaldo Payá vivió en coherencia con su pensamiento. Asumió las limitaciones, exclusiones y discriminaciones que sufren todos aquellos que en Cuba no se someten ni por el chantaje, ni por el miedo. Sabía de los riesgos que conlleva buscar la verdad y la justicia, sobre la base del perdón auténtico y la reconciliación, dentro de un régimen que se cree dueño absoluto de la vida de cada ciudadano y al que solo le interesa conservar el poder a toda costa.
Por eso a finales de 2002, en su discurso de aceptación del Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia, en el Parlamento Europeo, Oswaldo Payá expresó: «La primera victoria que podemos proclamar es que no tenemos odio en el corazón, por eso decimos a quien nos persigue y a los que tratan de dominarnos: Tú eres mi hermano, yo no te odio, pero ya no me vas a dominar por el miedo, no quiero imponer mi verdad ni que me impongas la tuya, vamos juntos a buscar la verdad. Esa es la Liberación que estamos proclamando».
Yo, y también todos los que lo conocieron, sabíamos que él había escogido libremente ese camino como consecuencia de su fe en Jesús. Y, como Jesús, que Oswaldo estaba dispuesto a dar su vida luchando por dejar a sus hijos y a su pueblo un mundo mejor al que él encontró. Oswaldo tenía la certeza absoluta de que es posible y es lo que Dios quiere para todos nosotros. Esa era también la certeza que motivaba la vida de Harold Cepero: su vocación política al servicio de su pueblo lo llevó a abandonar el Seminario donde estudiaba para sacerdote y retornar al MCL. Harold solía acompañar a Oswaldo en los viajes por casi todo el país, a medida que iba creciendo y consolidando su liderazgo dentro del Movimiento.
Cuando la tarde del 22 de julio de 2012 recibí desde Madrid la noticia de lo que le había ocurrido al auto en que Oswaldo Payá y Harold Cepero viajaban, mi corazón supo inmediatamente lo que mi mente se negaba aceptar, porque siempre pensamos que a las personas que amamos nada malo les puede ocurrir. Pero ya todo estaba previsto aquella tarde por los asesinos desde el poder.
Mis hijos quedaron huérfanos. Los padres de Harold perdieron a su querido hijo mayor. El Movimiento Cristiano Liberación perdió a su fundador y Coordinador Nacional, y a uno de sus jóvenes más queridos y prometedores, miembro también del Consejo Coordinador.
La oposición pacífica perdió ese día a un líder genuino, el arquitecto e impulsor principal del Proyecto Varela, quien siempre defendió a la oposición como la auténtica vanguardia en la lucha por los cambios, más allá de calumnias y suplantaciones, y quien siempre buscó caminos, no siempre debidamente reconocidos, de unidad y de consenso. Ahí están las iniciativas ciudadanas Todos Unidos, Base Común, Unidad por la Libertad, y Unidos en la Esperanza, un fruto del Diálogo Nacional.
El pueblo de Cuba perdía ese día al luchador incansable por el derecho a los derechos de todos los cubanos. Un hombre que siempre mantuvo la esperanza y la confianza en su pueblo, la certidumbre de que entre todos podemos decidir, diseñar y construir un futuro de libertad y paz «en esta tierra hermosa que Dios nos dio», según sus propias palabras.
En cuanto a mí, yo perdí al hombre maravilloso con el que decidí compartir para siempre mi vida.
Ahora no contamos con su voz, la que nos trasmitía esos mensajes llenos de optimismo y esperanza que tanto nos animaban, pero en este libro suyo Oswaldo Payá nos invita a mirar hacia el futuro con confianza, a mantener viva esa esperanza, y darnos cuenta de que podemos por nosotros mismos salir del marasmo donde la dictadura cubana quiere vernos hundidos. Porque la solución está en nuestras manos. Porque el Camino del Pueblo ya está trazado.
La Habana, 22 de noviembre de 2012.
* Prólogo del libro La noche no será eterna, de Oswaldo Payá.