Quedé huérfano de madre a los 2 años de edad. No tengo memoria de mi madre biológica, solo de mi amada abuela, quien asumió el rol de madre en pleno dolor y luto por la pérdida de su hija de apenas 25 años.
Cuando en 2012 salí de misión a Venezuela, aún mis abuelos estaban fuertes. Aunque estaba acostumbrado y preparado para pasar trabajos, no imaginé que viviría un calvario allí. Venezuela era entonces la única manera de aspirar a adquirir ciertos bienes materiales y garantizar una mejor calidad de vida, tanto para mí como para mis abuelos, una vez concluida la misión.
Abuela de Robert D. Rodríguez le envía un abrazo virtual.
En Venezuela trabajé como médico especialista en Medicina Familiar y, desde que llegué, comencé a notar que las cosas no eran como me las habían descrito. Nos exigían estadísticas inalcanzables de atención a pacientes, nos decían que había que cumplirlas, la presión de los jefes era enorme. Nos insinuaban que debíamos mentir en las estadísticas porque, de acuerdo al número de pacientes atendidos, así era el ingreso económico de Cuba.
Viví en condiciones infrahumanas, durmiendo en un colchón sucio en el piso durante tres años. Trabajé cuatro años por un mísero estipendio (como le llamaban) que no alcanzaba ni para malcomer, exponiendo mi vida en varias ocasiones durante asaltos armados al centro de salud donde yo laboraba. Permanecíamos vigilados por los agentes de la Seguridad del Estado cubana. No teníamos derecho a relacionarnos con nacionales; éramos censurados por la conocida o mal llamada “relación desmedida”.
Abuelos de Robert D. Rodríguez.
En una ocasión fui sancionado por exigir mejores condiciones de vida y mejor salario, pues tenía que pagar hasta el agua. En otra ocasión fui analizado en una corte disciplinaria, pues compartía la vivienda con una colega que abandonó misión dos años antes que yo, y la dirección de la misión, en conjunto con el jurídico (dígase agente de la Seguridad del Estado), me sometieron a amenazas de revocación de la misión, con pérdida de todos mis beneficios económicos en Cuba. Me intimidaron, me amedrentaron con falsas acusaciones. Todo porque, según los agentes del G2, yo debía tener conocimiento de lo que haría mi colega, pues vivíamos juntos y proveníamos de la misma ciudad en Cuba.
Estuve a punto de ser enviado de regreso y perder todo lo que había trabajado durante esos años: 250 dólares (CUC) mensuales en una cuenta congelada en Cuba durante los dos primeros años. Esta cifra se duplicaba a partir del tercer año. Dinero al que no tenía acceso hasta el término de la misión, como una especie de chantaje: “Si no regresas me quedo con tu dinero”.
Robert D. Rodríguez con su abuela.
Y así fue. Trabajé cuatro años para ellos. Aproximadamente 12.000 CUC me robó el gobierno en Cuba cuando abandoné la misión. La familia no tiene derecho a extraer ese dinero. Solo el colaborador puede hacerlo, de manera íntegra, al término de la misión. Y a los familiares de los que mueren en misiones tampoco les reintegran un centavo, aun tratándose de hijos menores en orfandad.
En 2016 abandoné la misión y me acogí al CMPP en busca de la libertad. Tres años después murió mi abuela, quien en realidad fue mi madre, y no pude entrar a Cuba a despedirme de ella porque soy de los que el desgobierno cubano sanciona a 8 años de separación familiar, sin poder entrar a mi país natal.
Robert D. Rodríguez en Estados Unidos, 2020.
Pareciera que los cubanos estamos destinados a sufrir, aunque vivamos fuera de Cuba.
Los daños emocionales, entre otros, que sufrimos a causa de la dictadura comunista, nos marcan para toda la vida.
Para enviarnos tu testimonio o contactar con la iniciativa #NoSomosDesertores puedes escribir al e-mail: nosomosdesertores@gmail.com
#NoSomosDesertores: Carlos Ramírez Durades
“Más que humanitaria, la colaboración médica se había convertido en un verdadero globo: una farsa total. Fueron estas las razones que me motivaron a romper el contrato esclavista con el gobierno cubano”.