A Bob Dylan, de una perfecta desconocida

Alguien me despertó hoy a las cinco de la mañana y pensé en la película que había visto la noche anterior. Era sobre Bob Dylan.

Confieso que al principio me sugestioné. Temí que no me gustara. Y hasta me pregunté cuál era el objetivo, si ya hay bastante material de su vida, incluido el documental No Direction Home, realizado por Martin Scorsese.




Cerré los ojos suavemente. Improvisé respiraciones. Pensé en ovejas pastando en un verde prado. Mas me fue imposible rescatar el sueño.

Acudieron recuerdos y reflexiones. Si alguna vez hablara con Bob Dylan, le preguntaría de dónde salen todas sus historias, el por qué de su irreverencia, que es como una patada en el trasero mientras él voltea el rostro hacia otro lado. Y, finalmente, por qué dejó escapar a la magnífica Joan Baez. Un ángel vestido de mujer. Hasta yo me enamoraría de ella.

Para mí, y supongo que para tantos, sigue siendo uno de los tipos más misteriosos del planeta, que ha escupido, llorado y hasta matado, sólo por no dejar nada dentro de sí. Es posible que tenga un pacto con el Diablo para lograr su inmortalidad.

A Complete Unknown, el nuevo largometraje sobre el ícono musical, dirigida por James Mangold, e interpretada por Timothée Chalamet, abarca parte de su primera etapa. Sin embargo, no se trata de calcar al detalle los eventos de su vida, sino recrear las experiencias que acontecieron.




Vale decir que la emoción e introspección con que el actor canta es el propio Dylan en espíritu. El guion establece un vínculo entre escenas y canciones, es un nudo apretado para impregnar dramatismo. El entorno de la época, aquel viejo Greenwich Village, la grisura de las calles, los locales, tanto en el día como en la noche, ostenta autenticidad para los ojos y los sentidos.

Estamos ahí, andamos por las calles de New York, paramos en el Cafe Wha?, en Gaslight, o en Fat Black Pussycat, para emborrachamos y escuchar música folk.

Impulsada, con el aire en el rostro, voy montada atrás de su motocicleta, también ataviada con jeans y gorra, y somos como dos rayos despedidos, maldiciendo, sonriendo, sin dirección y sin rendir cuentas a nadie.

Rebeldes sin causa, protagonistas de una era. Esa chica sería yo en los sesenta, una piedra rasposa y contestataria. Lástima que nací en el lugar equivocado.

A Dylan lo conocí en los ochenta, en una fiesta. Era la casa de un artesano, un sujeto al que le gustaban las reuniones faranduleras y se preciaba de ser amigo de Silvio Rodríguez. Yo iba a menudo a visitar la casa. Días antes, le había comprado un par de sandalias, y me invitó.

Pasaban las diez. La noche afuera era cálida, pero adentro, en la habitación superior, había aire acondicionado bastante fuerte. Éramos un grupo pequeño, descalzos, sentados sobre la alfombra.

Estaba con una copa de vino tinto en la mano y conversando de cualquier cosa, cuando apareció un joven con estalaje de hippie y pidió poner un casete de Dylan. Así, dejaron de oírse las baladas en inglés, para dar paso a una voz peculiar, una retahíla de versos acompañados sólo con una guitarra. Enseguida lo asocié a Silvio. Aunque en realidad entendía sólo un poco de su elocuencia.

Me acerqué al joven, y empecé a indagar sobre el músico. Nadie protestó por aquella música sonando por varias horas. Entretanto, él me traducía algunas de las letras. Después, le rogué me copiara sus canciones. Aislada en mi habitación, muchas me inspiraron para escribir poesía.




Lo digo seriamente, desde ese momento me convertí a su religión. Yo era Bob y Bob era yo. Sentía muy adentro a ese niño de ojos azules. Tomorrow is a long time me provocaba lágrimas. Ambos nos complementábamos. Nos tolerábamos. Asumo que seríamos Forever Young.




Él mismo habla de que trabajó en una feria, junto al domador de caballos, los monos y los perros, los freaks: enanos, el hombre langosta, los siameses y la mujer barbuda. También cada uno de ellos formó parte de mi mundo. Yo era la gitana de saya ancha y argollas de oro que echa las cartas y predice el futuro. Estafaba a la gente.

El pasado viene y se inmiscuye en el presente, The Times They Are A-Changing, Acercaos todos por donde quiera que andéis y admitid que las aguas que los rodean han crecido. ¿Por qué el que ahora pierde, será el que más tarde gane? ¿Se cumplirá este designio con nosotros, los hijos de una tierra robada?




Aquí, en La Habana, ni siquiera podemos acercarnos unos a otros. Nos han arrebatado el aliento y la sed. Por eso los que escriben se salvan, viajan lejos, cruzan la ventana y se refugian en el bosque, en el océano, o tras blancas arenas. Somos de otra especie, lo sé muy bien.

Debo recordar esto como una llave preciosa para no deprimirme en las noches de largos apagones. En la oscuridad, en la negrura más surreal, la de una ciudad muerta, cuando no hay luna o, tal vez, se asoma una pequeñita, improviso y escribo en la mente.

A veces, me ilumina una vela. O soy yo misma que irradio una luz interior. Eso me pasa en el proceso de la escritura. Garabateo, quito y pongo líneas. Nunca me contento con el resultado. Es un asunto doloroso.

¿Acaso dominamos a las palabras o son ellas quienes nos condicionan y nos hacen su esclavo? Habría que preguntarle a Bob Dylan de dónde salen sus palabras, por qué desbordan y nos hunden en la tristeza y la desesperación sus canciones de amor.

El amor siempre duele, penetra hasta los huesos y los rompe. No existe la cura contra tal martirio. Martirizándonos, nos despedazamos, vivimos y morimos. Una felicidad tristísima.

Una amiga que cree en el karma me ha dicho que hay que pagar muchas vidas hasta la purificación total. Sin embargo, ayuda a vivir con Dios. Todo está escrito y venimos marcados con un sello.

La única verdad es que estamos pagando cada día, en la hora misma en que pusimos el primer pie en el suelo y echamos a caminar. Nada de lo que tenemos va a ser gratis. ¿En realidad existimos o es sólo maya?

Recorrido el camino, volveremos atrás, débiles, como niños, arrugados y gastados, con los miembros rígidos y el peso del corazón más leve. Lo que importa es dejar algo para los demás. Quedarse en otros. Eso sucederá con Bob.

Cuando nos vayamos, Dios estará a nuestro lado, con su mano nos acariciará la cabeza. Asimismo, brotará la calma, no habrá pasiones ni dolor. Estaremos dentro de un gran lienzo y los colores serán profundos.

Seguramente en el Paraíso tendremos la sensación de no tener ni querer conseguir metas. Al fin nos veremos, querido Dylan. Allí ni siquiera seré tu dama de ojos tristes en las tierras bajas.





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