Ante todo, silencio.
Silencio como en un templo; silencio, como en la capilla de los condenados a morir.
Y si se oye algún aplauso, que sea el que produce con sus latidos el corazón, o el que hagan al correr por las mejillas las lágrimas.
Silencio; os lo pido de veras. Que esto no sea tomado como un pretexto. Que esto no pueda tomarse como una provocación. Que esto sea solemne, como las determinaciones.
Y ¿a qué nos determinamos?
A esto, a aquello, a todo lo que sea menester, desde el primer instante en que sea necesario.
No, no me aplaudáis: silencio.
Yo no quiero saber lo que pensáis vosotros. Yo solo quiero deciros lo que yo pienso. De modo que, si ha de caer sobre alguna cabeza la culpa, aquí está mi cabeza. Silencio.
Ya yo sé que esta es una reunión mezclada; ya sé que hay muchos que no piensan como yo; ya sé que no todos son mis amigos, aunque bien sé que enemigos no tengo, porque todos respetan en mí mi sinceridad y mis ternuras, y saben que si algún día me viese forzado, en esta o aquella tierra, a llevar mis manos a las armas, sería para hacer triunfar a la justicia, pero no para el uso de la venganza, sino para el bien de los mismos que la hubiesen ofendido, para el bien de todos los que respiran el aire y pisan la tierra: para el bien de todos.










