Chocolat, el caballero que nació esclavo

Cuando en el 2016 el actor francés de origen africano Omar Sy interpretó a Rafael Padilla en la película Monsieur Chocolat, muy pocos sabían de la historia que traía a cuestas un esclavo que terminó convirtiéndose en el artista de circo más importante de principios del siglo XX. 

Cuba, la isla que en aquel momento repartía toneladas de azúcar al mundo, tuvo el honor de verlo nacer en la década de 1860 en un monte, rodeado de vegetación; aunque salvo dos escenas, el director del filme Roschdy Zem, no hace otra referencia a la Mayor de las Antillas. 

En La Habana de 1868 existían miles de esclavos repartidos en diferentes labores, sobre todo domésticas. El comercio de negros rendía beneficios millonarios a los tratantes y aunque la isla se hallaba en el inicio de su lucha independentista, la capital colonial mantenía cierta tranquilidad. 

Las calles habaneras bullían de comercios y, contrario al imaginario que pueda tenerse de la época, la tenencia de esclavos, tanto en los negocios como en la servidumbre, estaba normalizada. La entrada constante de “piezas de ébano” desde África era suficiente para abastecer a todos los que desearan tener negros a su servicio. 

La situación con la esclavitud en Cuba era, por lo demás, complicada. España la había abolido en 1837. Sin embargo, en las colonias se mantuvo y, en el caso específico de nuestra isla, no se entendía su sobrevivencia económica sin la existencia de mano de obra esclava. 


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No obstante, La Habana era una ciudad donde existían algunos negros asalariados que trabajaban como zapateros o sastres. Incluso podían verse otros que eran completamente libres, muchos de los cuales se habían comprado su propia libertad. 

En el oriente del país, sin embargo, desde el 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Céspedes había dado el grito por la independencia y a él se le unieron cientos de negros que, formalmente, se hicieron hombres libres con el Decreto de Abolición de la esclavitud del 27 de diciembre de 1868.

En este caldo de cultivo, sobre septiembre de 1868, nació Rafael, hijo de esclavos que los historiadores suponen cimarrones. Quedó huérfano desde muy temprano y se cree que haya sido confiado a un “padrino” o “madrina” de la religión yoruba, quien luego lo habría confiado a una madre adoptiva en las cercanías de La Habana. 

Lo que sí se sabe es que, teniendo entre 10 y 12 años, fue vendido por el precio de 18 onzas de oro a la familia Castaño, originaria del País Vasco. Esta teoría la sostiene el investigador francés Gérard Noiriel en su libro Chocolat. La véritable histoire d´un homme sans nom

Los años de estancia en la capital no están documentados, sobre todo porque el propio Rafael recordaba poco o nada de ese tiempo. Padilla tampoco era su apellido, ya que como niño nacido esclavo no se le asignaba uno. No obstante, en esos primeros años pudiéramos aventurarnos a decir que debió haberse dedicado a pequeñas labores domésticas y a realizar los recados de la familia. 


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El patrón de la familia que lo compró, el señor Patricio Castaño Capetillo, era un indiano cuya fortuna se había fomentado a partir del comercio y las plantaciones de azúcar en las regiones de Cienfuegos y Manzanillo. Meses después de comprarlo, se embarcaron hacia el pueblo de Sopuerta, en Bilbao, con la idea de ponerlo al servicio de doña Rosaura Capetillo, su madre. 

En España, Padilla era, por ley, un hombre libre. Sin embargo, al llegar es registrado como criado y en la práctica tratado como un esclavo. Su condición no fue diferente a la de Cuba, con el agravante de ser el único negro del lugar, por lo que el rechazo y las vejaciones llegan a ser, incluso, peor que en la isla. 

Cuenta la historia (y así lo refleja la película) que una tarde las hermanas del señor Castaño introdujeron a Rafael en una tina de madera llena de agua jabonosa y lo restregaron hasta hacerlo sangrar, el plan era intentar blanquear al muchacho y “desinfectarlo”. Tras ese incidente, decide huir de esa casa y hacerse independiente.

Es aquí donde comienza su aventura. El investigador José Antonio Díaz, en un artículo que escribe sobre el joven Rafael Padilla, comentó cómo, en las escasas fuentes que relatan sus andanzas, se habla de diferentes trabajos que realizó en la zona de Bilbao. 

La lozanía y la fuerza que tenía lo hicieron valioso en labores donde se desarrolla como estibador y minero, trabajos que realizó indistintamente en el pueblo. También cantaba y bailaba en los diferentes cafés de las villas. Hacía pequeñas presentaciones en donde sus pasos de rumba eran aclamados por un público que desconocía las tradiciones culturales de una colonia a más de siete mil kilómetros de distancia, Cuba. 




Es en uno de esos lugares donde conoce, a los dieciséis años, al payaso inglés Tony Grice, quien en ese momento laboraba en la Compañía Ecuestre del Circo Alegría. Se dice que el inglés se le acercó y preguntó si sería capaz de acompañarlo como su ayudante y criado. Padilla, con el ímpetu de la adolescencia y el deseo de hacer cosas nuevas, aceptó la oferta y a los pocos días partió junto a su nuevo amo. 

Grice era consciente del talento de su nueva adquisición, por lo que en 1886 viajaron a París y recibieron una ovación cerrada tras protagonizar su primera obra, La boda de Chocolat, allí nació el pseudónimo que le identificaría de por vida: Monsieur Chocolat. 

Ese espectáculo fue enriqueciéndose durante casi cinco años, haciendo equipo con los payasos Pierantoni, Kestern y Geronimo Medrano. En esa época conoció a la mujer de la que se enamoró: Marie Hecquet, quien no solamente era casada, también tenía dos hijos. Ella se divorció en 1895 y empezó una relación con Rafael, quien adoptó a los niños Eugene y Suzanne como propios. De los dos, Eugene seguirá sus pasos como payaso.

“Los prejuicios raciales que predominaban en Europa en aquella época explican que la simple vista de un hombre negro provocara la risa del público. Pero el éxito de Rafael se debió también a su talento. Fue el primer artista que presentó a la audiencia francesa la gestualidad salida de la cultura de los esclavos afroamericanos”, señala Noiriel en su obra. Y debe añadirse que el cubano entrenaba cada día los números que debía presentar. Incluso siendo analfabeto, intenta aprender el francés para poder transmitir ideas más que gestos en sus espectáculos.

Tres años después se tropieza con el clown británico George Foottit y se convierte en su pareja artística por veinte años, sirviéndole de contrafigura, pese a que su talento no era inferior. 

Esta unión fue la cúspide de la fama de Padilla. Sus actuaciones evolucionaron el modelo de pareja cómica, durante las décadas finales del siglo XIX y primeras del XX. 


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Una de las claves de su éxito consistió en tomar dos estereotipos de payaso que ya existían: Carablanca y Augusto, y combinarlos de forma novedosa. Foottit representó el papel de Carablanca, el clown con maquillaje extremadamente pálido, parco en gestos, que transmite una imagen de orden, prudencia y represión. Chocolat fue Augusto: el pícaro torpe, extravagante e impulsivo. Un contrapunto perfecto, aunque marcado por el racismo. 

La fama del dúo fue tal que llegaron a ser los primeros actores del cine mudo filmados por los hermanos Lumière, las primeras estrellas de la publicidad, del cómic, de juegos y juguetes para niños. 

Chocolat fue también el primer payaso que actuó en hospitales, haciendo lo que hoy se conoce como risaterapia, e intentar, de esa manera, aliviar a los niños enfermos. Esto le valió la medalla del mérito republicano, explica Noiriel en su libro. Fue incluso protagonista de una acuarela de Henri de Toulouse-Lautrec.

En 1910 el dueto con Foottit se deshace y cada uno se marcha por su cuenta, sin repuntar por separado el éxito que los unió. Por esa época se une a su hijo adoptivo Eugene y forman el dúo Tablette y Chocolat. Luego intenta hacer carrera como actor dramático. Fue el primer histrión negro en interpretar al Otelo, de Shakespeare. Pero su francés deficiente y el racismo imperante no le ofrecen muchas oportunidades, concluyendo su carrera artística en medio de la decadencia. 

Dice de esto Noiriel: “El público francés podía aceptar que un negro fuera payaso, pero no un actor de teatro”.

En 1914 estalla la I Guerra Mundial. La belle époque, con su aparente despreocupación, salta entonces por los aires. El cubano, reducido a la miseria, trabaja en un circo ambulante. El público aún lo reconoce, pero poco a poco cae en el olvido. 

También afecta su fama la llegada a Francia de otros actores negros procedentes de Estados Unidos, muchos de ellos bailarines de Harlem, quienes presentaban el llamado cake walk


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Esta forma de bailar, nacida entre los esclavos africanos estadounidenses, con sus movimientos alegres y desinhibidos, triunfa en Broadway y se convierte en un fenómeno de masas. El salto a Europa no tarda en llegar y Chocolat deja de tener la exclusiva como artista negro sobre los escenarios franceses.

En estas condiciones, el 4 de noviembre de 1917, con poco más de 50 años y lejos de la celebridad de la que había gozado, y más lejos aún del lugar que lo vio nacer, el clownfallece en la ciudad francesa de Burdeos.

Fue, sin duda, un ícono de la belle époque y, aunque grandes periodos de su vida son un misterio, incluso para él, gracias al trabajo de Noiriel y el filme de Zem se puede hablar de la importancia de Rafael Padilla para la conformación de los espectáculos de circo, tal y como los conocemos hoy.

Resulta curioso cómo en Cuba poco se ha dicho sobre su figura, siendo prácticamente un desconocido en la tierra que lo vio nacer. 

El esclavo al que luego llamaron Chocolate sigue necesitando más que algunos artículos en la red. Necesita que sea estudiado con la profesionalidad que se utiliza ante el análisis de ciertas figuras del arte y la historia cubanas. 

No debe permitirse que su nombre se quede significando el simplismo de primer payaso negro de la historia. Hay que visualizarlo como un hombre, nacido esclavo, y que fue capaz de rendir a la Ciudad Luz a sus pies gracias a su talento y entrega.





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Por Vitali Shentalinski

En la noche del 16 al 17 de mayo de 1934, los agentes de la OGPU Guerásimov, Vepríntsev y Zablovski cumplieron una misión en el piso de Mandelstam en Moscú, en el apartamento 26 del número 5 de la calle Nashokinski.