Diez años de atardeceres cubanos

Cuba es un síntoma de la humanidad. Nuestro excepcionalismo es falaz. Nuestra dictadura no es más singular de lo que puede ser otra, como no lo son nuestra pobreza y desarraigo.

La película Corazón azul resume todos los problemas de la tierra en Cuba; comprende que, mientras haya humanidad y progreso, habrá destrucción. En ella un puñado de personas manipuladas genéticamente por el gobierno, con la ayuda de un empresario estadounidense, conspiran para destruir al gobierno de la Isla usando sus poderes de psicoquinesia. 

En una escena, el grupo toma control de las transmisiones televisivas y anuncia que no son financiados por el gobierno de Estados Unidos, de lo que a menudo la dictadura acusa a los opositores cubanos en la vida real y en el filme. Confiesan que, luego de tumbar el gobierno de la Isla, pasarán a derrocar al estadounidense. 

El cantautor canadiense Leonard Cohen escribió “first we take Manhattan, then we take Berlin” y “democracy is coming to the USA”, palabras que inspiran el mismo sentido de una revolución elusiva e inasible.

Estos rebeldes aspiran a una vuelta atrás, o la salvación a través de la destrucción del orden humano. Ellos son anti-humanistas por la vía del rechazo a sus creadores. Sienten una ferviente devoción por el mundo no humano. Las vidas del resto de la gente les resultan dispensables. 

Cuando una joven inocente y cotidiana pretende conseguir el amor de uno de ellos, otro la asesina sin miramientos. Cuando torturan a un gendarme de la dictadura cubana, raptan también a su hermana y una de las rebeldes le acaricia los senos frente al funcionario. 

El líder de los rebeldes le pregunta que, si en caso de que no hubiese gobierno, ni humanidad, ni moralidad, si viviésemos en nuestro estado más puro de libertad, sería capaz de acostarse con su propia hermana. Cuando el funcionario responde que no, el líder de los rebeldes lo degüella.

En otra escena, una de las rebeldes le corta la barriga a un hombre por intentar talar un árbol. El hombre era responsable de limpiar sus hojas caídas y ya estaba cansado de hacerlo. He estado en casas en Miami en las cuales han arrancado árboles porque estos derraman hojas sobre las piscinas, o porque levantaban con sus raíces algunos ladrillos del driveway.

El grupo de rebeldes son producto de la revolución castrista. Su deseo de venganza parte de ese experimento macabro, del mismo modo en que Ted Kaczynski, un prodigio de las matemáticas, partió de ser una gran promesa estadounidense para terminar enviando bombas a líderes políticos y hombres de negocio, asesinando a tres e hiriendo a otros 23. Su objetivo era detener el avance de la tecnología y la destrucción del medio ambiente.

Corazón azul es el cine cubano harto de Cuba y del mundo. Es un acto de exorcismo por parte de su director, Miguel Coyula, y su banda de seres rebeldes capaces de trabajar en una película grabada exclusivamente durante atardeceres nublados en el transcurso de diez años, bajo la vigilancia y la censura. 

Entre ellos está Lynn Cruz, cuya interpretación de una de las principales del grupo es tan cautivadora, sensual y esquiva como la esencia humana. Su personaje es el hilo conductor de la historia, su drama interior es la antípoda de la tecnocracia que rige la sociedad.

Otras obras del cine cubano recientes son actos similares, contemporáneos y rebeldes por sus circunstancias, tocados por la tristeza y la esperanza. Lo que separa a Corazón azul del resto es ser una obra simultáneamente sobre todos los problemas del mundo y sus efectos más profundos en las emociones humanas. Es una obra cargada de símbolos, que bien puede ser un documental sobre el presente o una profecía para ser descifrada por los amantes del buen cine en las próximas décadas.


En Corazón Azul, la Isla habla en la oscuridad. Pero para entenderla es necesario considerar el milagro de hoy. El documental Ave María, dirigido en el 2009 por Gustavo Pérez, dura 54 minutos y narra el estado del pueblo que vio nacer la fe en la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba, a partir de su aparición alrededor del año 1612. El Cobre está deteriorado, la mina abandonada, y la memoria de una espiritualidad de antaño se ha ido convirtiendo en algo más cercano al comercio y la mezquindad que genera el turismo.

El documental celebra la belleza de la tierra santiaguera y nos muestra las mentes de personas que aún no han roto del todo con la tierra. Conocemos a un escalador que vive cada día balanceándose en la montaña. Dice pensar sólo en el presente, como un bodhisattva. Busca piedras especiales en los restos de la mina, descalzo y delgado, con músculos esbeltos, para proveer a vendedores ambulantes que acosan a los turistas en el pueblo. 

Conocemos también a un florero y otros negociantes cuyas vidas giran alrededor de la santa y el comercio de su imagen. Y a exmineros que no han perdido el fervor y la hermandad que da compartir el peligro en las profundidades de la mina.

Sergio Andricain, quien organizó una muestra en el teatro Artefactus de Miami hace unos meses atrás, dijo que si algo podía unir de nuevo al pueblo de Cuba, tan dividido, sería la Virgen de la Caridad del Cobre. El director, Gustavo Pérez, comentó que, si algo lo alegraba de su trabajo, era poder compartirlo ese día con el público. 

Sobre lo primero, tengo dudas. Sobre lo segundo, creo que es la parte maravillosa. El público de Miami no sale ileso después de ver algo como Ave María. Estamos acostumbrados al crujir de los días en las autopistas, y al ahogado grito de “Libertad para Cuba” en un mundo donde la libertad ha perdido su significado; porque sus mayores defensores se han vuelto sus verdugos. Estas ocasiones hacen pequeñas hendiduras en el campo de batalla y la enajenación cotidiana.

El teatro tiene unas treinta sillas, pero es más íntimo que pequeño. Ese día estaba repleto; varios estábamos de pie y otros sentados en el suelo. A pesar de nuestras ropas cómodas y recién lavadas, teníamos algo de peregrinos; a pesar de los carros parqueados afuera, teníamos algo de errantes; a pesar de los celulares que gravaban el documental estúpidamente bloqueando la vista de sus dueños, teníamos algo de humanos que escuchan.

Y aquí entra Orlando Guerrero, otra de las personas entrevistadas por Pérez. En una de sus primeras frases nos dice que “la psiquis es el campo de juego del Señor”. Cuenta que nació en El Cobre y de pequeño en la escuela se puso a tallar figuras en sus lápices con un bisturí. Se acercó a la Casa de la Cultura y se convirtió en uno de los primeros artesanos de El Cobre. 

Pocos humanos solemos pensar en ese espacio ignoto que él ve con tanta claridad, un lugar en donde el tiempo no existe y a cuyo régimen no parece que vayamos a acceder pronto. La sabiduría de mirar la mente como él la ve es una lección sobre sosiego y humildad.

El artesano y el arte son atávicos. Los hemos valorado desde que en los tiempos de las cavernas les permitimos a unos pocos en su tribu pasar horas tallando en piedra o dibujando en las paredes figuras de animales y humanos. 

Ese era un tiempo en el cual esos individuos no cazaban ni recolectaban, sino creaban algo bello para el alma del grupo. En su forma actual, esas actividades parecen anacrónicas; su fusión con el mundo del comercio las ha convertido en algo que ya no es parte de la tierra sino del reino del humano. 

En su libro Homo Deus, Yuval Noah Harari argumenta que la religión de este siglo es la economía y su crecimiento; esa es la obsesión que caracteriza tanto a las diferentes formas del fascismo, como a dictaduras comunistas, y al imperialismo democrático. Ese es el verdadero credo detrás de todas las formas actuales de organizar las pequeñas y las grandes poblaciones, las empresas y los gobiernos.

Orlando Guerrero se resta de ese enjambre tanto como se le hace posible. Dice: “me fui dando cuenta viendo toda esa turbulencia, que tenía que salir, que estaba perdiendo en vez de ganar. Y moralmente eso es destructivo. Cuando tú rozas con un grupo, el grupo absorbe de ti, pero tú tiendes a absorber parte del grupo”. 

Sintió que estaba caminando muy cerca del dinero y se alejó. Prefirió la soledad impredecible y la ansiedad de la individualidad a entregarse a la cómoda tiranía del colectivo y a la alegría de compartir los deseos y destinos de la tribu. Hace su arte inspirado y llena su barriga como puede.

No he escuchado a ningún cubano decir palabras tan cercanas a la naturaleza como “el hombre no ha sabido hacer simbiosis con ella. Va a llegar el dolor, y entonces van a despertar. Porque ya nos tragamos el anzuelo. Ya comimos. Estamos comiendo de ella. ¡Hace rato! Hay que devolverle un poco de agradecimiento”. Con esas frases Guerrero prefiguraba el cambio climático, la extracción desmesurada de recursos, y la alienación del individuo.

“Yo estoy rayado por las espinas de todos los palos que están en esta montaña… Mi ADN está en las espinas de todos los palos”, cuenta luego de explicar que corta ramas para tallar sus obras. “Me fundí con el mismo paisaje, recibí la armonía de los seres más espirituales que hay. Y los más humildes”. Se refiere a los árboles, su materia prima.

Un refrán esquimal dice que un regalo puede ser también una forma de esclavizarte. Al comienzo, las minas de El Cobre eran trabajadas por esclavos. Luego, durante los años de influencia estadounidense, las personas fueron explotadas, recibían pagos ínfimos por su producción y muy poca o ninguna seguridad social. 

La revolución les dio salarios y educación, un minero asegura que “los hizo personas”, pero no cuenta que luego los dejó caer en la miseria sin alternativas políticas. Cada nueva promesa de libertad ha sido otra mentira para El Cobre. Yo quisiera comprender cómo salvar a un pueblo de esa promesa. “Debemos renunciar a la idea de la libertad para liberarnos”, escribió el escritor francés Pascal Quinard.

No creo que la Virgen unirá al pueblo de Cuba. Ya su tiempo pasó, es una memoria, otra religión ha suplantado esa fe. La futura patrona de Cuba debe ser tan personal como el arte y tan universal como la naturaleza.

Al final de la muestra, el director se despidió y casi se escapa de las preguntas de la gente; alguien le recordó que debía esperarlas. Le hicimos alrededor de cinco o seis. Una señora del público le dijo: “la pregunta de los 68 mil dólares es si sufrió algún tipo de represión haciendo este documental”. Él respondió que había grabado con su equipo sin permiso, se alojaron en la iglesia y solo les tomó una semana, por tanto, pasó desapercibido.

“Entonces que la vida se trasforme de una batalla en otra no me asusta; porque siempre he vivido en la pujanza, y no veo la diferencia entre lo que sucedió una vez en El Cobre, que lo hizo grande, y lo que está pasando ahora. El que crea otra cosa pierde la forma física para enfrentar la lucha”, dice Guerrero sentado en su taller, rodeado de sol y soledad, rodeado de cubanos y cubanoamericanos que lo mirábamos en la pantalla.

Algunos rieron porque no entendieron, o porque tartamudeaba y usaba muletillas al hablar. Otros sentimos estar viviendo algo tan grande como lo que sucedió una vez en El Cobre.


La novela Everglades, de Jorge Enrique Lage, publicada por Hypermedia en el 2020, cuenta la historia de un detective en un estado mental estropeado, atrapado en una casa donde fueron raptadas unas muchachas por un ginecólogo recientemente asesinado. 

La razón por la cual las diez mujeres y el detective no pueden salir no es revelada hasta el final, mientras tanto la situación recuerda a la película El ángel exterminador, de Luis Buñuel, en la cual un grupo de burgueses no pueden irse después de una cena lujosa. Lo que sigue es el descenso al caos, y el regreso a lo salvaje.

El estado de ánimo dentro de la casa, la exploración de los libros y los escritos del ginecólogo, la sensualidad de las mujeres atrapadas y la psicosis hipocondriaca del detective, contrastan con lo que transcurre en el mundo exterior. 

Afuera existe una amarga predictibilidad que incluye el comercio, el ir y venir de los turistas y el águila calva que se posa sobre el Cristo de La Habana, que el detective observa desde el techo del caserón colonial donde vivía el hombre asesinado.

La intersección del encierro, el título de la obra, y lo que transcurre afuera señalan a una distopía. La capital cubana algún día será parte de los Everglades del sur de la Florida. Cuando el nivel del mar suba lo suficiente, el agua la tragará y ambos compartirán el mismo destino de agua y hierba. De ese modo el casual fluir de las corrientes marinas y los cruceros se confundirán en la historia.

“La psicoterapia en Cuba está muy deteriorada”, le dice un doctor al detective en una sección en la cual le receta psicofármacos adictivos para que pueda sobrevivir sus aflicciones, que están conectadas a aquel mundo exterior que parece tan inofensivo. 

Las pastillas sostienen la vorágine que hace necesario su consumo. Hemos creado sistemas político-industriales que se perpetúan a sí mismos y la locura o la histeria parecen ser recursos de la mente para liberarse.

“Los que hablan no saben; los que saben no hablan”, es la frase de Lao-tse con la que comienza una de las últimas secciones de la novela. Quien cree que tenemos que resolver los problemas de Cuba como un caso aislado, no alcanzará más que crearnos nuevas aflicciones. Todo está interconectado en un tejido como las redes de pesca, que atrapan y asesinan todo a su paso. Una mera fisura en ellas no hace más que salvar a uno o dos individuos, la humanidad en su totalidad está envuelta.

Para artistas como Coyula, Pérez y Lage, la realidad cubana es una herramienta, la censura de la dictadura es un pincel que usan sin caer en melodramas. En su libro Kieślowski sobre Kieślowski, el cineasta polaco cuenta que en sus películas agregaba escenas con la intención de que los censores comunistas las cortaran; lo hacía como una especie de juego creativo. En su filme Azul, el primero de su trilogía de los colores, cuyo tema es la libertad, a través del personaje de Julie interpretado por Juliette Binoche se argumenta que es imposible ser totalmente libre.

Julie pierde a su familia en un accidente de tránsito y consigue evitar el luto durante un largo tiempo, en el cual parece ir por la vida sin sufrir, pero a su tiempo, su naturaleza animal regresa a cobrarle la deuda de dolor. 

De una forma similar, los rebeldes de Corazón azul, el artesano del Cobre, y el detective de Everglades no pueden escapar de Cuba, que es un síntoma de la prisión en la cual hemos convertido la humanidad.


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01×11. Cuba en la telaraña de seda

Hypermedia Magazine

Un nuevo episodio, de este, tu podcast, La pastilla.






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1 Comentario
  1. Una disección especial y certera de Corazón Azul… La universalidad lo acoge…

    «…la prisión en la cual hemos convertido la humanidad».

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