En un abrir y cerrar de ojos

El silencio en sus ojos es un libro que nunca debería haber escrito.

La primera vez que mencioné a mi editora la idea de escribir un thriller psicológico, se sorprendió. “¿Por qué de repente todos mis autores quieren escribir un thriller? Si La niña alemana vendió más de un millón de copias, ¿por qué cambiar de género?”. Una pregunta válida.

El mismo día que terminé de escribir La niña alemana, comencé a esbozar una nueva historia. Sabía que debía concluir dos novelas históricas que tenía bajo contrato: La hija olvidada y La viajera nocturna

Todo surgió en medio de la búsqueda de una enfermedad para uno de los personajes de una de mis novelas, idealmente algún tipo de ceguera que fuese reversible. Una de las enfermedades que encontré fue la propopagnosia, término poco atractivo, también conocido como face blindness o agnosia facial, que no es más que la incapacidad de reconocer rostros. 

¿No nos ha sucedido a todos en alguna ocasión? Sin embargo, esa ceguera no se ajustaba a mi relato. Fue entonces cuando descubrí la akinetopsia: la dificultad del individuo de percibir objetos en movimiento. Un trastorno de la percepción del movimiento. Debo admitir que solo la idea de esta alteración en la estructura del cerebro, debido a una lesión que puede ser reversible, ya era en sí, para mí, un elemento literario fascinante.

En un abrir y cerrar de ojos, mi historia tomó un giro inesperado. La akinetopsia se convertiría en la protagonista del libro. El escenario sería un clásico apartamento en el Manhattan de antes de la guerra, con sótanos oscuros y terroríficos. Recuerdo que, al revisar el primer manuscrito, solo, en mi apartamento, mientras mis hijos estaban en nuestra casa en las afueras, sentí escalofríos. Oía ruidos que provenían de detrás de las paredes.

Lo que hice con Silencio… fue construir una historia desde la perspectiva de una joven de 28 años que, por primera vez en su vida, se encuentra sola. Recién enterró a su madre y su única conexión con el mundo exterior es la mujer que la ha cuidado desde el accidente que sufrió a los ocho años y que la inhabilitó de ver el movimiento, dos ancianas vecinas, un terapeuta y dos trabajadoras sociales que la visitan ocasionalmente. 

Vive rodeada de estatuas de sal que parecen desvanecerse en un parpadeo y se sumerge en un mundo donde los libros cobran vida cada vez que los lee. A través de los sonidos y olores, puede percibir lo que sus ojos no logran captar.

La historia se fue delineando con claridad en mi mente. El desafío principal radicaba en el estilo. Inicialmente el libro estaba narrado en tercera persona. Al concluirlo, me percaté que desde esa perspectiva la historia no funcionaba. La novela debía estar en primera persona. Como lector, era necesario adentrarse en la mente de Leah: leer, oler, escuchar y caminar como ella. Los capítulos debían ser breves, a veces incluso fragmentados. Quería que el lector experimentara el efecto estroboscópico.

Me sumergí en el estudio del cerebro. Acompañé a mi hija mayor a un laboratorio en Nueva Jersey para examinar y seccionar un cerebro humano. Mi hija estaba finalizando su pre-universitario y quería estudiar Medicina en la universidad. 

Hice múltiples preguntas a la doctora, sostuve el cerebro con mis propias manos y quedé fascinado. Mi hija, por otro lado, cambió de opinión, abandonó su sueño de convertirse en patóloga y optó por estudiar Ingeniería Mecánica.

Debo confesarles algo: aunque leo mucho —siempre sostengo que yo soy un lector que escribe— no me considero un ávido lector de thrillers. Mientras escribía Silencio…, los autores que me acompañaban eran Garth Greenwell, Maggie O’Farrell, Hanya Yanagihara, Ocean Vuong, Hernán Díaz, W. G. Sebald, Thomas Bernhard, Lauren Groff, Benjamín Labatut y Emmanuel Carrère, quienes son algunos de mis favoritos. Lo que sí revisité fueron películas de suspenso como El bebé de Rosemary y Vértigo, así como los libros en las que se basaron.

Una reseña de Publishers Weekly dijo que Silencio… “da una nueva vida al conocido concepto de La ventana indiscreta(Alfred Hitchcock) y concluye con un final sorprendente que obliga a los lectores a reevaluar cada personaje y sus motivos”. 

Pero si hay una película de Hitchcock que realmente me inspiró al escribir mi novela, esa sería Vértigo. La primera vez que vi la que considero la obra maestra del genio del suspenso, era un adolescente. 

En su libro Un oficio del siglo XX, Guillermo Cabrera Infante, quien comenzó su carrera como cronista de cine, la describió como una película surrealista sobre una historia necrofílica: “de entre los muertos, en busca del amor perdido”. Busqué Vértigo en los cines de barrio de La Habana y, desde que la vi, supe que quería ser escritor, aunque ya desde niño, cada vez que terminaba un libro, fantaseaba con la idea de escribir.

Vértigo me brindó la idea de crear dos libros en uno. En el clímax, en el capítulo treinta —el libro tiene un total de cincuenta y uno—, Leah toma una decisión que cambia su vida y el universo que ha construido a su alrededor. A partir de ese momento, se inicia una nueva historia. Nada es lo que parece ser.

¿Dónde se encuentra el límite entre la bondad y la maldad? Aleksandr Solzhenitsyn, un ícono para aquellos de nosotros que crecimos bajo una dictadura, dijo: “E incluso dentro de los corazones abrumados por el mal, se conserva una pequeña cabeza de puente del bien. E incluso en el mejor de todos los corazones, queda… un pequeño rincón del mal sin desarraigar”. 

Mientras escribía La hija olvidada, en un capítulo en que uno de los personajes se suicida en una bañera —uno de mis pasajes favoritos—, mi editora, que ahora es mi agente y amiga, me dijo: “Armando, aquí hay demasiadas muertes, demasiada sangre. Esto no es un thriller”. Realicé algunos ajustes en la escena, pero la esencia permaneció.

Como pueden ver, lo que realmente disfruto a nivel creativo es contar historias. Los géneros literarios son secundarios. En cada libro que escribo, siempre presto especial atención al estilo y al ritmo. La trama debe desarrollarse a un ritmo coherente. A veces concibo escenas como si fueran teatrales o cinematográficas.

A menudo, los escritores somos, de alguna manera “víctimas” (siempre en el buen sentido, debo aclarar) de nuestros agentes, editores, publicistas y, por supuesto, libreros. Ellos buscan brindarles a ustedes, los lectores, el mejor libro posible, y en eso estoy completamente de acuerdo.

Espero que mi agente y mi editor no quieran que de ahora en adelante solo escriba thrillers. Al final, ustedes son los que tienen la última palabra.





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VI Premio de Periodismo “Editorial Hypermedia”

Por Hypermedia

Convocamos el VI Premio de Periodismo “Editorial Hypermedia” en las siguientes categorías y formatos:
Categorías: Reportaje, Análisis, Investigación y Entrevista.
Formatos: Texto escrito, Vídeo y Audio.
Plazo: Desde el 1 de febrero de 2024 y hasta el 30 de abril de 2024.