El Caribe, Cuba, el capitalismo… y Alejandro de Humboldt

En esa densa red metafórica cultural, atlántica, que se teje entre el Viejo y el Nuevo Mundo, una de las metáforas con más arraigo es la del viajero que descubre, observa y describe ignotas comarcas. Y mediante el acto de nombrar, intenta apropiarse la esencia de la región desconocida.

En esa red, ya con cinco siglos de existencia, no hay duda que el barón Alejandro de Humboldt fue el más importante de estos estos viajeros-exploradores que recorren y estudian el continente americano. Sin embargo, debe precisarse, no es de la Prusia burocrática y autoritaria de los Junkers semi-feudales que viene este apacible Barón, sino de la Prusia enciclopédica e ilustrada, culta y refinada de los salones literarios y científicos.

Pertenece la obra y el accionar de Humboldt a esos dos siglos heroicos de la burguesía europea que Carlos Marx señala en sus ensayos El 18 de Brumario de Luis Bonaparte y el Manifiesto Comunista. Siglos —sobre todo el XIX— de la madurez del mundo moderno, de la Revolución Industrial y de los llamados “entrepreneurs”. Es decir, empresarios abiertos a ideas innovadoras y prontos para imaginar inéditas combinaciones en los factores de la producción industrial que eleven las tasas de ganancia; hombres de empresa ansiosos por encontrar nuevos mercados en la periferia europea donde invertir los recién obtenidos capitales.

Ese espíritu heroico o “ascetismo intramundano” en los orígenes del capitalismo europeo, que, no divorciado del mundo, convierte el trabajo humano y el ahorro de capital para la inversión en la meta suprema del hombre, fue estudiado, también, por el sociólogo alemán Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo

Más recientemente, el historiador trinitario Eric Williams demostró, en su fundacional Capitalismo y esclavitud, la estrecha relación de la Revolución Industrial con el comercio triangular y la trata de esclavos; así como la implicación de los cuáqueros ingleses en el comercio de las “piezas de ébano” hacia las colonias caribeñas. 

Lo que quiero apoyar con esta digresión es la existencia de una ecuación compleja con las siguientes variables: acumulación de capital-ética protestante-esclavitud-Revolución Industrial-investigación científica y Modernidad. 

Al respecto, señalo dos hechos que me parecen definitorios. Por un lado, la ascendencia calvinista hugonote de Humboldt por vía materna. Por el otro, las propuestas que constantemente recibe el sabio alemán durante su estancia en Londres, ofreciéndole empleo y beneficios en las hipotéticas compañías que se proyectaban en el Nuevo Mundo.

Como es sabido, el ilustrado siglo XVIII, en su primera mitad, se caracterizó por la incubación de la Revolución Industrial; suceso que, por lo demás, tuvo grandes repercusiones en el campo político atlántico, esto es: en la organización de los nuevos actores socio-económicos, en las revoluciones burguesas (hoy apellidadas atlánticas) y en las relaciones de poder entre diferentes metrópolis.

Así, ya en la segunda mitad del siglo XVIII y en pleno salto cualitativo en las relaciones capitalistas de producción a nivel mundial, es que ocurren las transformaciones fundamentales dentro de lo que el sociólogo norteamericano Immanuel Wallerstein ha llamado sistema-mundo moderno de la economía. 

Fueron estos cambios y sus consecuencias en las relaciones socio-económicas en el Caribe y las Trece Colonias inglesas en Norteamérica, los que eliminaron en Cuba todos los obstáculos que frenaban el desarrollo azucarero. 

Si hasta aquí la fiel Isla de Cuba había sido un productor en el área caribeña sin incidencia en el naciente mercado mundial, ahora, de la noche a la mañana, Cuba ‒y sobre todo su región occidental‒ quedó transformada en una pieza esencial en el complejo rompecabezas de intercambios transatlánticos. Este proceso de despegue que ocurre en la economía y la sociedad cubanas durante la segunda mitad del siglo XVIII es apreciable en dos etapas fundamentales. 

En primer lugar, la Guerra de Independencia de las Trece Colonias, que arruina a las llamadas Sugar Islands del Caribe por pérdida de mercados, y así beneficia a Cuba. En segundo, la Revolución en Haití, que barre a las dotaciones de esclavos, arrasa las plantaciones y destruye la tecnología e instrumentos para la producción.  

Ahora, de los nacientes Estados Unidos, empresarios y traficantes de esclavos enviarán a la Isla sus implementos de ingenios y la mano de obra negra-esclava que no pueden comercializar en otro lugar del Caribe. Como consecuencia, Cuba recibirá tecnología y capitales de inversión que buscan a toda costa mantener las altas tasas de ganancia obtenidas con el “azúcar-esclava”, así como mano de obra esclava abundante y barata. 

Fue solo a partir de aquí que tomó auge, en la Isla, la Economía de Plantación como mecanismo implementado por la modernidad capitalista transatlántica para generar plusvalía en las condiciones geográficas socio-culturales de los espacios caribeños. Desde este momento, esclavos y hacendados, mano de obra libre, profesiones liberales, gobierno colonial y sociedad en general, quedarán “enchufados” a la Máquina Azucarera, total y totalitaria.

Es en este período de cambio, formador de ciertos aspectos de nuestra nacionalidad, que se imbrica la “obra cubana” de Humboldt; que solo puede comprenderse si tenemos en cuenta:

  1. La existencia de una región caribeña común, que incluye parte de México y Centroamérica, el litoral del continente sudamericano y el nordeste del Brasil, así como el sur plantador de los Estados Unidos. En otras palabras, una cuenca de signos concurrentes, aunque no idénticos, que se va formando, no solo en estrecha dependencia de saberes, capitales foráneos y mano de obra fundamentalmente esclava, sino también como área socio-cultural con profundas interconexiones.
  1. El desarrollo interno de una oligarquía criolla con suficientes capitales, inteligencia y fuerza ejecutiva como para lanzarse, sin apoyo de la Metrópoli, en esa aventura económica e intelectual que fue la producción de azúcar en gran escala. Esta sacarocracia habanera, liderada por Francisco de Arango y Parreño y por Andrés de Jáuregui de Aróstegui, le facilitó a Humboldt los datos estadísticos para la posterior elaboración del Ensayo político sobre la Isla de Cuba.

Ahora bien, ¿qué prueba esto? 

Ante todo, la presencia de una clase que, aunque corroída en sus contradicciones debido a la existencia del trabajo esclavo para sostener el complejo azucarero, tiene pujantes aspiraciones burguesas. 

En Cuba, como demuestra el historiador Manuel Moreno Fraginals en El Ingenio, y a diferencia de lasSugar Islands británicas, esa élite ilustrada no fue la receptora pasiva de la Revolución Industrial; sino que intentó imponerle a la metrópoli su ritmo de producción e ideas burguesas. 

En la concisión de su prosa expositiva, en su lógica interior cartesiana y en su contundencia, el Discurso sobre la agricultura de Arango fue el documento que intentó abrir en la Isla la nueva era de relaciones socio-económicas.

Estas notas no permiten entrar en un análisis pormenorizado del Ensayo Político… Me detengo, solamente, en lo que pudiera ser llamada su visión “holística”. Es decir, esa agudeza mental que tuvo Humboldt para penetrar tanto un fenómeno del mundo natural como de la sociedad humana. 

Con esa agudeza midió temperatura ambiental, montañas y altitudes, calculó la profundidad de los ríos y la velocidad de los vientos; pero también caló en la historia socio-económica y política de las sociedades que estudió, para definir, así, su problema actual y su desarrollo futuro. 

Humboldt supo, ya desde un ensayo publicado en 1805 después de su primer viaje a América, que “en el gran encadenamiento de causa y efectos, ningún hecho –natural o social‒ puede ser considerado aisladamente”. 

De este modo, su enfoque del mundo como un “conjunto de fenómenos materiales en movimiento”, muy cercano a las tesis que desarrollarán posteriormente los clásicos del marxismo, fue la culminación de una nueva actitud y forma de pensar típica de la episteme moderna. 

En cuanto al caso específico de Cuba, Humboldt, con esa mirada penetrante que lo caracterizó, supo que el problema cubano era la esclavitud y el tipo de relaciones sociales que de aquí se desprendía.

En conclusión, si en los tiempos iniciales del capitalismo europeo —coincidentes con el “descubrimiento” del Nuevo Mundo— hubo una gran dificultad para nombrar y definir el espacio geográfico caribeño, esto no impidió, en modo alguno, la exploración interior y la explotación de territorios, riquezas y la población originaria caribeña. 

Posteriormente, aunque los nombres de las islas siguieron variando en función de la dominación colonial, sus economías y sociedades lograron cierta uniformidad al ser transformadas en “máquinas azucareras” enchufadas al mercado-mundo; siendo sus recursos naturales, así como el trabajo arrancado a la mano de obra esclava, fundamental en el despegue del capitalismo y la Modernidad occidental. 

Fue con el desarrollo de esta economía transatlántica, convertida ya en sistema-mundo moderno, tal como ocurre a partir del siglo XIX, que, de forma general, los procesos de mensuración y cuantificación de la naturaleza y la sociedad tendrán pleno desarrollo. 

Estos procesos, que trajeron como consecuencia una profunda “territorialización” de los espacios geográficos y culturales periféricos, tuvieron su lógica culminación en el reparto del mundo en zonas de influencia y, muchas veces, en la más descarnada conquista colonial.




Por todo lo anterior, la obra “cubana” de Humboldt puede considerarse un ejemplo de esa episteme típica del mundo moderno que comienza alrededor del siglo XVII. A partir de aquí, marcharán en forma inseparable los postulados de Galileo Galilei de interrogar a la naturaleza por medios instrumentales y matemáticos, y la noción de ideas claras y distintas del pensamiento cartesiano. 

Así, esta episteme, que toma como base empírica un cosmos mensurable y asentado en fundamentos matemáticos, terminará combinando experiencias científicas directas en la naturaleza con una gran amplitud filosófica y teórica.

De este modo, el cosmos fue visto no solo como una suma de datos naturales registrados por la ciencia y la técnica, sino también como un conjunto de hechos sociales, susceptibles de ser combinados y comparados por el entendimiento teórico y filosófico. 

En otras palabras, la episteme moderna, con sus clásicos dualismos, trajo también como consecuencia el estudio del universo como una gran región interconectada en círculos concéntricos y donde la naturaleza —la periferia americana, en el caso de Humboldt— fue parte de la Naturaleza. Es decir, parte de un “meta-discurso” englobante. Me atrevo a agregar: un Cosmos a imagen y semejanza del sistema-mundo moderno, tanto de la economía como de los saberes.





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