Les presento el PRESENTISMO de la historia. El presentismo no es historia, sino falsa moral vestida de historieta. Requiere un cambalache con el tiempo, escoger maldades pasadas trayéndolas al presente como símbolos endémicos del sistema (del sistema no sabremos nunca, el presentista no prueba nada, solo lanza dictámenes).
Vivimos tiempos de ideas desatinadas, de rectificaciones de “errores” de la historia. Manan malevolencias desde el pasado y nada ni nadie se salva: la matemática es racista, la física es racista y sexista, la arquitectura es sexista, Shakespeare es racista, Beethoven es clasista, etc.
La disciplina que peor sale (y es que las contiene a todas) es la historia. Un ejemplo reciente es el sonado Proyecto 1619, del New York Times. La activista Nikole Hannah Jones, asume el ensayo estrella de la serie titulado “La idea de América”, donde declara que la esclavitud es “pecado original” blanco, virus que infecta el cuerpo de la nación hasta hoy. Somos un país fundado en la mentira que pervive en la mentira.
Hay dos puntos del ensayo (solo disponible para acceso del periódico online) que deseo discutir: primero, la lucha por la independencia contra Inglaterra (siglo XVIII) no es más que una conspiración de fundadores blancos “defendiendo la esclavitud” contra la aristocracia británica ilustrada; segundo, la Guerra Civil (siglo XIX) “no buscaba el fin de la esclavitud” sino la preservación de la Unión. La historia de EE. UU. no es más que una serie de eventos donde el negro es víctima del blanco. El racismo “sistémico” es una abominación que corre “en el ADN de la nación”. El Proyecto 1619 hoy en día se enseña en las escuelas del país.
La conclusión victimista de Hannah Jones descarta esa otra historia de los negros de EE. UU. A ojo de pájaro: el movimiento abolicionista americano, la gran migración negra, la Reconstrucción, el aporte de figuras como Frederick Douglas, Booker T. Washington y W. E. B. Dubois; hitos culturales de la nación como el renacimiento de Harlem, el jazz, el blues, el movimiento de derechos civiles, Martin Luther King, y el poder creciente del Caucus negro en el congreso estadounidense en los últimos 60 años.
El nuevo presentismo
Comencemos con una perogrullada: si sabemos que la esclavitud es mala es porque ya hubo esclavitud antes. Saber lo malo y lo bueno requiere consenso de ideas, y eso toma tiempo. No es difícil concluir que bien entrado el siglo XIX se sabía que el abolicionismo era mejor que el esclavismo; pero ya había 100 años de consenso abolicionista detrás.
¿Cómo puede cambiarse una maldad sin consenso alguno? ¡Incluso descubrir la maldad toma tiempo! No hay que ser iluminado para darse cuenta de que mucho de la maldad de cada época pasa inadvertida en el presente de ella; acaso se atisba por unos pocos iluminados, y no del todo. La maldad se hará clara después, en la niebla del futuro.
¿Y no habrá acaso una maldad invisible en nuestro propio 2020; invisible para ese presentista que reprocha el pasado con tanta pompa y circunstancia? No en balde Leopold Ranke advirtió: “cada época carga con su error”.
En efecto, la Declaración de Independencia de EE. UU. de 1776, suscribe:
“Sostenemos que todos los hombres son creados iguales, que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, que entre ellos se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Es lícito preguntarse, ¿por qué no se extendieron estos derechos a los negros esclavos?
El primer argumento de Hannah Jones es que los fundadores blancos “defienden la esclavitud” contra la aristocracia británica ilustrada. Bien, es cierto que muchos de los que firman la Declaración tenían esclavos. Lo que no es cierto es que “defiendan” la esclavitud.
Por el contrario, y traigo ahora al redactor de la Declaración, Thomas Jefferson, quien había intentado añadir una cláusula a la Declaración, anulada antes de su publicación:
“Él (refiriéndose Jorge III de Inglaterra) ha librado una guerra cruel contra la naturaleza humana misma, violando sus derechos más sagrados de vida y libertad en las personas de un pueblo lejano que nunca lo ofendió, cautivándolos y llevándolos a la esclavitud en otro hemisferio o sufriendo una muerte miserable en su transporte hasta allí”.
¿Por qué no se incluyó? Jefferson responde:
“La cláusula … fue eliminada en cumplimiento a una petición de Carolina del Sur y Georgia, estados que nunca habían intentado restringir la importación de esclavos, y que por el contrario deseaban continuarla. Nuestros hermanos del Norte también se sentían mal ante mi párrafo, porque aunque tienen muy pocos esclavos, sin embargo, habían participado de su comercio”.
Otra cita de Jefferson, en Notes to the State of Virginia:
“Todo comercio entre amo y esclavo es un ejercicio del despotismo más implacable y la sumisión más degradante. Nuestros hijos ven esto y aprenden a imitarlo. Y así amamantado, educado y ejercitado diariamente en la tiranía, no puede dejar de ser marcado por estas odiosas costumbres”.
Respuesta a Hannah Jones: la idea de liberar los esclavos negros, tan diáfana hoy en 2020, era realmente un concepto radical en la América de mediados del siglo XVIII. El fermento antiesclavista comienza a partir de la segunda mitad de ese siglo. Lo marca la secuencia de acontecimientos históricos a partir de 1740:
1. La ilustración es dieciochesca (con todo su arsenal de argumentos a favor de derechos).
2. En 1750 Portugal suprime la esclavitud en la metrópoli.
3. En 1758 nace la corriente abolicionista de la Secta de Clapham, en Inglaterra.
4. En 1776 se firma la Declaración de Independencia. Sin ese documento, los estados del Norte no hubieran suscrito la abolición gradual de la esclavitud, y por consiguiente no se hubiera dado la Guerra Civil (1861-1865), con la consiguiente proclamación de la Decimotercera enmienda.
5. En 1780 se suscribe el Acta para la abolición gradual de la esclavitud de Pensilvania. Es el primer documento de abolición firmado por una democracia.
Que la Declaración entre con la esclavitud andando no le quita valor al documento. Que una verdad no se instaure cuando es dicha, no le quita poder ni la disminuye. La historia abolicionista en EE. UU. es una de incrementación de derechos que crean precedente (el próximo debe algo al anterior).
Para 1804 ya casi todos los estados del norte de la Unión suscriben el Acta de 1780. Con todo, esas leyes pioneras abolicionistas no buscaban realmente liberar al esclavo, sino prohibir el comercio esclavista (lo que provocó que el comercio de esclavos se hiciera clandestino en el sur de la Unión). Es así como el siglo XIX entra con dos vertientes en pugna, pero que coexisten: la abolicionista y la esclavista, la primera en auge, la segunda en decadencia.
Un conocido debate de 1830 entre Daniel Webster y Robert Hayne (senadores de la Unión; el primero del Sur, el segundo del Norte) es publicado en La historia política de la esclavitud de William Henry Smith:
Robert Hayne: “Cualquiera que sea la opinión con respecto a la esclavitud y la prosperidad de la nación, no creo que la primera haya producido ningún efecto nocivo en el carácter de la Unión”.
Daniel Webster: “La esclavitud ha sido considerada siempre como política doméstica, es decir, algo en lo cual el Gobierno Federal no tiene potestad alguna. Mi opinión es que la esclavitud es una maldad moral y política, pero prefiero dejar el asunto a esos que tienen el derecho y el deber de decidir. Este es el sentimiento del Norte”.
El breve diálogo indica que el disenso sobre la esclavitud admite ambas posiciones antagónicas en un mismo estado de derecho.
Es fácil para el presentismo convertir la historia en una parodia de maldades con tal de entronizar al presente en la prominencia moral, sin realmente penetrar el porqué de la maldad y lo relativo de esta en la misma época. Ahora necesitamos constatar que no existe contexto histórico posible carente de una cosmovisión.
¿Qué significa “cosmovisión”?
La ética es parte de una rama del conocimiento llamada axiología, que estudia juicios de valor aplicados a la esfera moral. La proposición “la esclavitud es mala” es verdadera, pero no tiene el mismo sentido en 2020 que en 1720, 1520, o 120 d.C.
Cada época encierra una especificidad propia de ideas comunes que aplican a los diversos campos de la vida. Esta especificidad da lugar a lo que llamamos cosmovisión. En el siglo XI la tierra es plana. En el siglo XV los astros deciden la salud corporal y el futuro humano. En el siglo XVI el sol se mueve alrededor de la tierra. El siglo XVII da a luz la revolución newtoniana. El siglo XVIII da paso a la Ilustración, la democracia, las libertades individuales y la erradicación de la supremacía religiosa. Hasta el siglo XIX se creía en la generación espontánea, el mismo siglo en que aparece la teoría de la evolución de Darwin.
La cosmovisión es el campo de batalla de ideas donde lo nuevo choca con lo viejo. Cada cambio requiere de un proceso. La intelección humana podrá anticiparse o retenerse, pero eso no altera la fluidez del proceso mismo (ejemplo: para que una melodía tenga sentido tiene que escucharse de principio a fin).
Volvamos a los dos argumentos del ensayo de Hannah Jones: primero, los colonos declaran su independencia de Gran Bretaña porque “buscaban proteger la institución de la esclavitud”; segundo, Abraham Lincoln era realmente un “supremacista blanco” que, pese de sus escrúpulos sobre la esclavitud humana, no tenía interés en terminar con la esclavitud sino solo preservar la Unión.
Traigo la voz de un testigo de los acontecimientos de principios del siglo XIX. El historiador francés Alexis Tocqueville viaja a EE. UU. en 1831, a la edad de veinticinco años. Le sorprende el fervor religioso del país, pero sobre todo la salud vibrante de la democracia, la descentralización política y la naturaleza participativa de la ciudadanía. Aquí tres párrafos de La Democracia en América (1835):
“En Norteamérica, el principio de la soberanía del pueblo ni está oculto ni es estéril como en algunas naciones: Es reconocido por las costumbres, proclamado por las leyes, se extiende con la libertad y alcanza sin obstáculos sus últimas consecuencias.
El poder administrativo en los Estados Unidos no ofrece en su constitución nada central ni jerárquico. Es precisamente lo que hace que no se advierta su presencia. El poder existe, pero no se sabe dónde encontrar a su representante.
La revolución contra Inglaterra se produjo por una apetencia madura y reflexiva de libertad, no por un instinto vago e indefinido de independencia. Y progresó por el amor al orden y a la legalidad”.
El primer enunciado afirma el acápite 5 del capítulo II de John Locke en su Tratado sobre gobierno: La soberanía del pueblo debe existir antes de que la Constitución lo ponga por escrito (para garantizar dicho estado). El segundo, explica sucintamente cómo el poder político queda repartido sin jerarquía, contra defensores de la tesis “sistémica” del “patriarcado” racista. El tercero, comunica el porqué de la revolución estadounidense contra Inglaterra.
¿Es cierta la tesis de que Lincoln no tenía interés en terminar la esclavitud sino en preservar la Unión? Hannah Jones cae en el falso dilema, no entiende que no se trata de terminar la esclavitud o preservar la Unión, sino las dos cosas a la vez. Para Lincoln lo primero es lo segundo, y viceversa. La prueba es la Proclamación de Emancipación de 1863, documento ejecutivo a favor de la liberación de los esclavos del Sur en medio de la guerra. Nunca hubo diferencia entre ambos.
Volvamos a la cosmovisión de la época. Los confederados sureños se sienten en el deber de proteger su sociedad. Sí, estaban equivocados para la cosmovisión de la época (donde subsisten a la vez abolicionismo y esclavismo); pero sería inexacto, desde 2020, dar a uno como vencedor sobre el otro, en 1865. Los confederados estiman que la emancipación puede destruir la economía del Sur (dada la gran cantidad de capital invertido en los esclavos). Al igual que en Cuba después de la Guerra de Independencia, existe el “miedo al negro” blanco. Se teme una repetición de “la masacre de Dessalines”, en la que muchos blancos, incluyendo mujeres y niños, fueron masacrados después de la exitosa revolución de esclavos de Haití. A partir de 1865 surge con más fuerza el nuevo consenso abolicionista, pero no sin resistencia.
El presentista no comprende que todo proceso social revolucionario implica equilibrio y desequilibrio. Sin equilibrio los procesos saltarían del complexo; sin desequilibrio se detendrían. A toda revolución se opone una contrarrevolución. Siempre hay jacobinos contra monárquicos, bolcheviques contra blancos, socialdemócratas contra espartaquistas, falangistas contra republicanos, castristas contra anti-castristas. La derrota del Sur fue aplastante: 260.000 muertos; su economía y modus vivendi, arrasados. Hasta bien entrado el siglo XX aún pervivía en el Sur la herida sicológica de la derrota.
Entran en choque dos visiones de la post-esclavitud: la de Abraham Lincoln, pragmática, anti-esclavista, pro derecho al voto negro liberto; y la Andrew Johnson (vicepresidente del primero), conservadora y pro Sur. Johnson al principio prohíbe a los ex confederados ricos participar en el proceso, con la esperanza de que los campesinos unionistas tomaran el control de la política del Sur. Johnson comprende que el futuro pertenece al abolicionismo, pero asume el mando de un país profundamente dividido. Y el trabajo no ha empezado siquiera. De ahí el apelativo: Reconstrucción.
En mayo de 1865, el presidente Johnson anuncia un nuevo plan. Para que un otrora estado Confederado sea recibido nuevamente en la Unión debe: primero, escribir una nueva constitución estatal; segundo, elegir un nuevo gobierno del estado; tercero, rechazar sus actos de secesión, cancelar su deuda de guerra y ratificar la Decimotercera enmienda que abole la esclavitud. Es un mínimo para integrarse. Para el otoño de ese año, todos los estados sureños han cumplido con los requisitos. La respuesta es esperanzadora. La Reconstrucción ha comenzado.
Aunque los derechos de los ex confederados han sido reducidos, el paradigma post-esclavista requiere un balance difícil entre persuasión e implementación. En el Congreso se cuece la Decimocuarta enmienda, que incluye al negro como ciudadano. A fines de 1865, después de ¡setenta modificaciones! (prueba de la lucha existente entre ambos bandos), el Comité conjunto de reconstrucción propone la última: el voto de un ciudadano al que un estado le prohíba votar por motivos de raza no será contados a los efectos representación en ese estado.
La enmienda es bloqueada por los republicanos antiesclavistas, pero también por los demócratas anti-abolicionistas. ¿Cómo es posible? Da derecho de ciudadanía al negro, pero aún no le otorga derecho al voto. Aún así, la Decimocuarta enmienda es una victoria civil importante. Establece que todas las personas nacidas en los Estados Unidos son ciudadanos estadounidenses con los mismos derechos y protecciones.
Aquí hay una contradicción entre lo moral y lo constitucional. Y es que lo constitucional siempre va detrás de lo moral. El código no puede ir delante de la realidad, porque el futuro es imprevisible. Lo moral es una respuesta humana a los hechos en el teatro de la cambiante realidad; lo constitucional es la constancia de esa respuesta en el código.
La abolición de la esclavitud es el principio. Ahora el negro libre merece ser ciudadano. Le sigue el derecho al voto. Pero en un estado de derecho con divisiones profundas, no puede legislarse todo por la fuerza. Los moderados del Congreso instan a Johnson a firmar el proyecto de ley, pero Johnson no está convencido. Su razón: 11 de los 36 estados de la Unión no tienen representación en el Congreso, y sin dicha representación la ley discrimina al blanco a favor del negro.
Johnson veta el proyecto y el veto es anulado por la mayoría. La medida se convierte en ley. El cisma produce una división entre los republicanos moderados pro-abolicionistas del Norte, que ahora dudan de la legitimidad de usar el poder constitucional del Congreso para legislar apresuradamente, y los radicales, que resienten la lentitud de la dinámica de mayoría democrática. ¡Eso es proceso!
Le sigue el Acta de Derechos Civiles de 1866. Los senadores republicanos inician un juicio de impeachment que falla, pero la bola viene rodando. El Sur no puede detener las nuevas leyes de reconstrucción, en particular la ley del sufragio para los libertos. Es esta última ley la que da lugar al Ku Klux Klan, que decae temprano en los 1870, cuando el nuevo presidente Ulysses Grant lanza una segunda andanada: el Acta de Derechos civiles de 1871, que permite a los nuevos ciudadanos demandar en la corte por la violación de sus derechos.
Sería un error suponer que el ímpetu progresista de ganancias legales es simplemente una dádiva de políticos del Norte. No es así. Se trata de una masa de cientos de miles de libertos negros que con cada derecho ganado exigen el próximo paso. El presentista le arrebata al negro esta parte del proceso de la historia, como si los logros de la Reconstrucción fueran consumados por extraterrestres.
No vale de nada. El presentista respondería: ¡Enmiendas a medias tintas!
La Decimocuarta enmienda es lo que el jurista Louis Brandeis ha llamado “arbitrio provisional”: ese documento que legitima ganancias anteriores y prepara el terreno para logros futuros. Ahora es posible seguir adelante con la Oficina de libertos. Por cuatro años, este organismo sustentado por el ejército de la Unión proporcionaba comida y cuidado médico gratuitos a blancos y negros del Sur. Ayudó a que los negros libertos negociaran salarios y mejores condiciones laborales. Distribuyó parcelas de tierra de cuarenta acres a negros libertos y refugiados. El beneficio más duradero de la Oficina fue la educación gratuita de miles de ex esclavos, jóvenes y adultos.
Entonces surge una nueva clase política, los llamados scalawags, sureños convertidos a la causa reconstrucccionista del Norte que buscan hacerse del poder político perdido. Ese scalawag vive en medio de un fuego cruzado: entre el yankee, que lo desprecia, y el recién fundado KKK, que lo considera un traidor. En cualquier democracia, si el vencido admite su error, puede reintegrarse al rodeo. Así es como el Partido Demócrata (otrora pro-esclavista y anti-reconstruccionista) va adquiriendo poder.
Si pasamos revista al período 1865-1871, está claro que el país ha sido estremecido hasta sus cimientos. Mientras el Norte ganador avanza la causa de derechos de los negros libertos, los patricios del Sur comienzan una campaña violenta de intimidación buscando socavar el naciente progreso civil. Por otra parte, el ciudadano negro busca nuevas garantías y libertades, incluido el derecho a organizar sus propias iglesias, enviar a sus hijos a la escuela, educación, salud, tenencia de tierras.
Toda una generación de negros y blancos activistas se vuelcan a la lucha por instituir distritos militares, para registrar nuevos votantes negros, para crear nuevos gobiernos en el Sur. Y se dan resultados tangibles. Los negros cuentan con el mayor número de nuevos votantes y se integran al Partido Republicano de la emancipación.
Bajo la presidencia de Ulysses Grant el Congreso aprueba, en 1870, La Decimoquinta Enmienda, que prohíbe a los estados y al gobierno federal usar la raza, o estado anterior del esclavo, como restricción para el voto. Para muchos, el futuro era prometedor.
¿Qué cambios trajo la Decimoquinta? Algo completamente inesperado diez años antes, y que continúa siendo modelo de cambio en las Américas. Entre 1870 y 1873, veintidós negros nacidos esclavos se incorporan al congreso del Sur (20 en la Cámara de Representantes y 2 en el Senado). Hannah Jones no menciona los nombres de estos representantes negros de ese período.
Llegamos entonces a la presidencia del republicano Rutherford Hayes (1877-1881), que abre con la devolución de la autonomía del Sur y el estancamiento del proceso de reconstrucción. Ahora la Cámara de Representantes es controlada por una mayoría demócrata con el poder de negar los fondos requeridos para que el ejército de la Unión continúe guarneciendo al Sur. La reconstrucción militar cede ante la terca resistencia social y política del Sur.
Le sigue el revés de Plessy contra Ferguson en 1896, que comienza el período Jim Crow con que se inaugura el siglo XX. El sueño reconstruccionista necesitará seis décadas más de lucha.
Un testigo de esa contienda, Martin Luther King, trae un consejo para el presentista, desde los años 60 del siglo XX:
“La línea hacia el progreso nunca es recta. Un movimiento puede seguir esa línea y luego aparecen obstáculos y el camino se torna curvo. Es como dar la vuelta a una montaña cuando se acerca una ciudad. A menudo parece como si se estuviera retrocediendo y se pierde de vista el objetivo; pero de hecho se avanza, y se vuelve a ver la ciudad más cerca. La victoria final es una acumulación de muchos saltos a corto plazo. Descartar a la ligera un éxito porque no marca el comienzo de un orden completo de justicia es no comprender el proceso que lleva a la victoria”.
¡Oídos sordos! El presentista no pierde su tiempo con el avance lento de la historia (Luther King apenas es mencionado en la nueva ortodoxia progresista). Lo que cuenta ahora es la maldad del próximo estado. El flujo de los acontecimientos siempre tropezando con lo que “no debió ser”. Es la mirada impaciente e inmadura del presentista que resbala sobre el proceso, en lugar de seguir su propio fluir.
Que quede claro: en la historia no hay nada fuera de lugar. Todo lo que se da tiene lugar como efecto y obra de una cadena de causas. Esa reunión de causas y efectos no tiene ni plan ni sentido ni finalidad alguna. Lo que llamamos malo y bueno de la historia es ese constante causar y efectuar en la misma cosa, de la mano implacable e impostergable del tiempo.
José Martí: “Mi raza” o el racismo redundante
Martí cubre, amordaza, el decir del negro con el suyo propio —el del hombre blanco, que es también el de la retórica racista. De milagro no mencionó a Cam. ¿O sí? Además, ese “virus” que con el racismo busca infectar e inhabilitar al negro es otro ejemplo del modus operandi de la biopolítica martiana: insectos dañinos, gusanos, sietemesinos, virus.