Los estudiosos martianos, y en general los martianos, han afirmado categóricamente el antirracismo de Martí a partir de las consabidas citas de “Nuestra América” (1891) y “Mi raza” (1893).[1] Citas para ilustrar ese criterio. Citas que caen con la contundencia de la verdad absoluta: “No hay odio de razas, porque no hay razas”, y “Peca contra la humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de razas” (1891), por ejemplo. También suele citarse el famoso juramento de Versos Sencillos: “Y al pie del muerto juró /, lavar con su vida el crimen”.[2]
En este artículo no atiborraré a los lectores con referencias académicas, sino que me limitaré a leer “Mi raza,” como si se tratara de un texto que acabo de descubrir, uno del que no tenía noticias.
Escrito en 1893, casi a las puertas de la guerra, este texto se inscribe en la estrategia martiana de unir a los cubanos en el esfuerzo independentista. Pero para Martí, unir no significaba establecer un acuerdo o negociación entre las partes discordantes, sino forzarlas a una fusión total en la que desapareciera cualquier tipo de discrepancia. En este sentido, cabe advertir algo curioso que no ha sido objeto de la atención crítica que amerita: ¿cómo nos explicamos la inflexibilidad, la intolerancia de Martí hacia los autonomistas, en contraste con una actitud más comprensiva, por decirlo de alguna forma, hacia los anexionistas? Así, Martí, y por ende el PRC, apostaron por la unión de “todos” los cubanos —blancos y negros, ricos y pobres— e hicieron de los autonomistas, y de los españoles “malos,” el afuera, la exterioridad, ese otro necesitado para que el adentro, lo verdaderamente cubano —el independentismo— tuviera sentido.
Dado que España continuaba presentando la guerra por “Cuba Libre” como una de razas, en la que el elemento negro y mayoritario se impondría, Martí se vio enfrentado a una situación extremadamente difícil: por un lado, tenía que apaciguar en los blancos el histórico miedo al negro; y por el otro, convencer a los negros de que debían unirse a los blancos en la misma lucha. En ambos lados había miedo. Pero ¿era ese miedo igualmente justificado para las dos razas? Por supuesto que la historia nos dice que no. Eso Martí lo sabía. Al acercarnos, pues, a “Mi raza” hay que tener en cuenta esto; y no menos, no menos, el título mismo del artículo. Él nos dice que, a diferencia de “Nuestra América”, Martí no podía decirles a los cubanos que no había razas. Tan importante como esto es que Martí mismo anuncia, crea la expectativa de que va a hablarnos sobre “mi” (su) raza. Incluso suponiendo que nos dirá algo sobre su raza con relación a otras, nos lleva a pensar que reflexionará mayormente, insisto, sobre su raza. De modo que esto es lo que espero al comenzar la lectura.
¿Y cómo arranca el texto martiano?:
“Esa de racista está siendo una palabra confusa y hay que ponerla en claro”.
Para nosotros, lo que esto sí deja bien claro, es cuando Martí se sentó a escribir, ya hacía algún tiempo que escuchaba la palabra racista, y naturalmente como imputación. Pero, ¿quiénes la usaban y para hablar de quiénes? Sucede, sin embargo, que contrario a lo que pudiera pensarse, Martí probablemente no la escuchó nunca en inglés. El Oxford English Dictionary no la recoge hasta 1902. Y según el Online Etymology Dictionary, racist empezó a usarse como nombre en 1932, y como adjetivo en 1938. En 1882 se usaba racialism y en 1910 racialist. Con lo que resulta que Martí, y es de suponer que los cubanos de la emigración —sin descartar a otros grupos hispanohablantes en los Estados Unidos— se adelantaron a su tiempo; o lo que es lo mismo, ya hablaban la raza, pensaban el racismo, en el nuestro. Nuestro apóstol, sin embargo, dice que el término era confuso, o se usaba confusamente, y bueno, él quiere poner las cosas en su sitio. Para quién(es), no nos lo dice. Sigue entonces la cita a donde siempre van a pescar los martianos, convencidos de que darán con la langosta:
“El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza o a otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos”.
Martí habla como si el lenguaje, respondiendo a una orden suya, tuviera que convertirse en hecho: esto es así porque lo digo yo. Afirmar, como él lo hace, que el hombre no tiene derechos especiales en virtud de la raza, equivalía a negar lo que él mismo veía: que había miles de hombres y mujeres en los Estados Unidos, en Cuba, en las Américas, a los que, en efecto, se les negaban diariamente y minuto a minuto sus derechos; y no por pertenecer “a una raza u otra” —como él afirma con sesgo racista—, sino por ser negro (esto es inmigrante, indio, mestizo, negro, claro).
Sigamos leyendo:
“¿A qué blanco sensato le ocurre envanecerse de ser blanco, y qué piensan los negros del blanco que se envanece de serlo y cree que tiene derechos especiales por serlo? ¿Qué han de pensar los blancos del negro que se envanece de su color?”.
¿A qué viene esto? ¿Cuándo vio Martí a ningún blanco decir: “¡Qué feliz estoy de ser blanco!”, o incluso de reclamar, a título de su raza, derechos especiales? Los blancos no suelen hablar de su raza, sino de la del otro. Martí lo sabía muy bien. Ningún blanco iba por ahí muy ufano de ser blanco. La afirmación de la blancura racial se produce como negación, marginalización e incluso destrucción de la vida negra. Pero lo que hace Martí aquí, lo hará a través del artículo: equiparar —usando estructuras paralelas— el racismo blanco con, ¿adivinan?, el “racismo” negro.
Debo advertir que no estoy negando que el racismo existiera y exista también entre los negros. Pero lo que hace Martí es usar lo que hoy se conoce como reverse racism, para imputarle al negro un racismo específicamente anti-blanco.[3] Esta falacia, desde luego, justifica, como Martí mismo lo dice —autorizándolo de paso— el racismo blanco contra los negros. Bástenos con recordar, e insistir, que tanto las instituciones de nuestra época, como las de la época de Martí, han sido y son expresión del poder blanco racista. Por esta razón no es posible establecer la analogía que pretende Martí; analogía que ni que decir tenemos que, además, fluye en la retórica de los grupos supremacistas blancos de hoy.
Pero Martí no tiene la mente puesta solo en la guerra, sino también en la República por venir:
“Insistir en las divisiones de raza, en las diferencias de raza, de un pueblo naturalmente dividido, es dificultar la ventura pública y la individual, que están en el mayor acercamiento de los factores que han de vivir en común”.
El problema, como dijimos, no es ya negar la existencia de las razas. Por el contrario, aquí se reconoce que hay no solo diferencias, sino también divisiones. Significativamente, en el caso de los cubanos dichas divisiones resultan, además, naturales. Pero si uno acepta que las divisiones raciales —racistas— en Cuba son naturales, ¿no está también implicando que estas deben aceptarse? El hecho mismo de que nos pida no “insistir” en ellas, y lo que es más, la resignación que asoma en “los factores que han de vivir [porque no queda otro remedio] en común”, me lleva a pensar que para Martí, más que lograr una verdadera justicia racial, una equidad de derechos, de lo que se trataba era de no atizar las divisiones de lo que intencionalmente despersonifica: “los factores”. Como puede verse, en el pensamiento martiano esos “factores” no marcharían hacia una unión, sino a un “mayor acercamiento” y a “una vida en común”.[4]
Estamos todavía en el primer párrafo del artículo, y Martí entra ahora en materia, es decir, en lo que es, según él, el racismo:
“Si se dice que en el negro no hay culpa aborigen ni virusque lo inhabilite para desenvolver toda su alma de hombre, se dice la verdad, y ha de decirse y demostrarse, porque la injusticia de este mundo es mucha, y es mucha la ignorancia que pasa por sabiduría, y aún hay quien crea de buena fe al negro incapaz de la inteligencia y corazón del blanco; y si a esa defensa de la naturaleza se la llama racismo, no importa que se la llame así, porque no es más que decoro natural y voz que clama del pecho del hombre por la paz y la vida del país. Si se aleja de la condición de esclavitud, no acusa inferioridad la raza esclava, puesto que los galos blancos, de ojos azules y cabellos de oro, se vendieron como siervos, con la argolla al cuello, en los mercados de Roma; eso es racismo bueno, porque es pura justicia y ayuda a quitar prejuicios al blanco ignorante. Pero ahí acaba el racismo justo, que es el derecho del negro a mantener y a probar que su color no le priva de ninguna de las capacidades y derechos de la especie humana”.
La cuestión crucial aquí es, por supuesto, lo que Martí denomina “racismo bueno” o “racismo justo”, y esto, como puede apreciarse, no aparece completamente en foco sino hasta el final del párrafo. Nótese que antes de que él mismo lo defina en sus propios términos, se había referido al racismo como algo que una especie de rumor impersonal —“se dice” y “se la llama”— al mismo tiempo usa el condicional para subrepticiamente empezar a implicar su criterio: “si se dice… se dice la verdad”.
Lo interesante es que Martí eligiera apoyar un rumor sobre nada menos que la humanidad misma del negro, en lugar de haber empezado por afirmarla él rotundamente. Pero aquí no hay ningún misterio. El decir aquí es la voz —amordazada por el estilo— de los negros que sostenían su humanidad frente al racismo blanco. El condicional, por tanto, pone en entredicho ese decir, lo cuestiona. Es a ese reclamo al que el blanco llamaba racismo. Piénsese, a la luz de los tiempos que vivimos hoy, lo que significa que a fines del siglo XIX ya el racismo blanco estuviera llamando racista a los negros. El texto de Martí permite ver como ese reverse racism está perfectamente consciente de que el negro no está haciendo otra cosa que defendiéndose. Y Martí no tiene ningún inconveniente en que el negro sea tildado de racista —“no importa que se la llame así”— porque el rechazo del negro a ser discriminado “no es más que decoro natural y voz que clama del pecho del hombre por la paz y la vida del país”. De esta manera, Martí continúa deslegitimando los derechos del negro. Y hay que insistir en esto, puesto que es lo que está ahí, a la vista de todos, en “Mi raza”: el racismo mal disimulado y vergonzoso de José Martí.
¿Hay alguien que crea que los negros que Martí pudo haber escuchado estaban empeñados en demostrar que no había en ellos “culpa aborigen”, o dicho de otro modo, pecado original (culpa de nacimiento, culpa natural)? ¿O que no tenían ningún virus que incapacitara su humanidad? De esto se sigue que Martí cubre, amordaza, el decir del negro con el suyo propio —el del hombre blanco, que es también el de la retórica racista. De milagro no mencionó a Cam. ¿O sí? Además, ese “virus” que con el racismo busca infectar e inhabilitar al negro es otro ejemplo del modus operandi de la biopolítica martiana: insectos dañinos, gusanos, sietemesinos, virus. Entonces uno no tiene que sorprenderse de que Martí esté dispuesto a concederle —en nuestra cara— al odio racista el beneficio de la duda: “y aún hay quien crea de buena fe al negro incapaz de la inteligencia y corazón del blanco”. No nos dice, claro, “y aún yo creo”, sino que se esconde tras el “hay quien crea.”
El uso del condicional es, al menos en este párrafo, de particular importancia para llegar al fondo de ese racismo que se exhibe y nos esquiva. “Si se aleja de la condición de esclavitud, no acusa inferioridad la raza esclava,” comenta Martí. Ese “si” está ahí, a manera de cepo, garantizando la continuación de la esclavitud, puesto que, en efecto, como él mismo afirma, los negros son una raza esclava. Muchos lectores objetarán esto recordándome que he omitido la alusión martiana a los galos, pero esto fortalece mi argumento, como se verá enseguida. Ustedes saben, no pueden ignorar que Martí repite el típico argumento del hombre blanco de que los blancos también habían sido encadenados en la antigüedad; también dice que la Biblia no condena la esclavitud. En el primer caso, ese argumento se utilizó contra el abolicionismo para afirmar que la esclavitud era algo que había existido siempre, que era algo natural. Lo que no decían —como no lo dice Martí, aunque lo sabía— era que los galos no eran una raza esclava. Los negros sí. Y ahí está la diferencia.
Así, en el mismo saco del racismo bueno o justo, Martí echa el derecho del negro a afirmar su humanidad —y esto, no se olvide, es un rumor condicional— con un argumento ostensiblemente racista que establece una falsa equivalencia entre la esclavitud de unos galos con la de los negros. Pero el puntillazo racista lo da eso que aparece al principio y al final. Primero, la mención del “se dice” antirracista nos advierte que esto que, “según” Martí es verdad, “ha de decirse y demostrarse”. Y la pregunta que uno tiene que hacerse es la de ¿quién o quiénes tienen que demostrarlo? ¿Los blancos a los negros? Ni hablar; el “demostrarse” es asunto de los negros. Por si las dudas, Martí, en efecto, define el racismo bueno o justo como “el derecho del negro a mantener y a probar que su color no le priva de ninguna de las capacidades y derechos de la especie humana”. El derecho humano del negro consiste en demostrar que es humano. Y uno de los derechos del blanco es el de dejarse convencer o no. Finalmente, no se insistirá demasiado en cómo se las ha arreglado Martí para aparecerse con un racismo bueno, justo.
Veamos entonces el párrafo siguiente:
“El racista blanco, que le cree a su raza derechos superiores, ¿qué derechos tiene para quejarse del racista negro que también le vea especialidad a su raza? El racista negro, que ve en la raza un carácter especial, ¿qué derecho tiene para quejarse del racista blanco? El hombre blanco que, por razón de su raza, se cree superior al hombre negro, admite la idea de la raza y autoriza y provoca al racista negro. El hombre negro que proclama su raza, cuando lo que acaso proclama únicamente en esta forma errónea es la identidad espiritual de todas las razas, autoriza y provoca al racista blanco. La paz pide los derechos comunes de la naturaleza; los derechos diferenciales, contrarios a la naturaleza, son enemigos de la paz. El blanco que se aísla, aísla al negro. El negro que se aísla, provoca a aislarse al blanco”.
Aunque este no es el párrafo más extenso del artículo es, a mi juicio, el más importante. Por eso no me sorprende que sea también el más enrevesado. O para decirlo de un modo más directo: el trabajo del estilo, tal y como ocurre con frecuencia en Martí, es confundir. En realidad, el texto completo resiste al lector, trata de “jugarle cabeza” desde el principio, y ya lo vimos. Pero ahora, esa estratega llega a hacerse delirante. Martí nos encierra en un cuarto de espejos en el que frases y palabras se repiten, o eso parece, sin cesar. Para verlo mejor, desmontemos primero la maquinaria del texto:
racista blanco / racista negro
su raza / la raza
derechos superiores / un carácter especial
derechos / derecho
para quejarse / para quejarse
hombre blanco / hombre negro
por razón de su raza se cree superior / proclama su raza
autoriza y provoca al racista negro / autoriza y provoca al racista blanco
derechos comunes / derechos diferenciales
Estas repeticiones anclan firmemente la idea racista de que hay un “racismo” negro que puede ser y es tan merecedor de censura como el racismo blanco. Es revelador, no obstante, que después de haber afirmado —a regañadientes, y desde una perspectiva racista— que hay un racismo negro justo y bueno, Martí no se entrega a lucubraciones sobre el racismo injusto y malo. Justo y bueno solo tienen sentido en relación a la oposición implícita injusto y malo. Por el contrario, lo evade.
El lector tiene que haber notado que las repeticiones que he subrayado diferencias y/o variaciones. Estas, y otras de las que nos ocuparemos, por un lado contribuyen aún más a la confusión del lector; mientras que por el otro (re)velan el racismo blanco. El primer postulado lo hace Martí a través de preguntas retóricas:
“El racista blanco, que le cree a su raza derechos superiores, ¿qué derechos tiene para quejarse del racista negro que también le vea especialidad a su raza? El racista negro, que ve en la raza un carácter especial, ¿qué derecho tiene para quejarse del racista blanco?”.
Obsérvese que Martí sabe muy bien que el racista es el blanco, precisamente porque cree que, por serlo, tiene “derechos superiores”. Pero comprometido él mismo con esa mirada racista, tuerce las cosas para justificar el racismo blanco. Como no puede decir, desde luego, que el negro se cree con “derechos superiores” por ser negro, dice entonces le ve “especialidad a su raza”. No se atreve a decirle al negro, en su cara, que es racista porque cree que su raza es especial, entonces oscurece lo que quiere decir. Según el diccionario de la RAE, tres de los cuatro significados de especialidad son: 1) cualidad de especial; 2) confección o producto en cuya preparación sobresalen una persona, un establecimiento, una región; 3) “rama de una ciencia, arte o actividad […] sobre la cual poseen saberes o habilidades muy precisos quienes la cultivan”.[5]
Es decir, especialidad remite casi exclusivamente a una capacidad especial para algo (expertise), y esto, claro, no es racismo. Lo que Martí entonces, es imputarle al negro de todos modos el mismo racismo que al blanco. El negro que considera que su raza es especial, y que por ser negro él también lo es, aparece como un espejo del racismo blanco. Y Martí hace esta jugada, mientras aparenta juzgar el asunto con justicia. Sigamos, pues:
“El hombre blanco que, por razón de su raza, se cree superior al hombre negro, admite la idea de la raza y autoriza y provoca al racista negro”.
Martí diríase que responde afirmativamente a sus propias preguntas, aún cuando fueran, como ya dijimos, retóricas. Si la primera pregunta era sobre el blanco “que le cree a su raza derechos superiores”, ahora se refiere al blanco también que “por razón de su raza, se cree superior al hombre negro”. Pero, para Martí la falta del hombre blanco consiste en ¿“admitir la idea de la raza”? Esto solo tiene explicación si lo tomamos como lo que es, a saber, una cortina de humo del racismo blanco. Admitir significa aceptar: aprobar, dar por bueno, acceder a algo; asumir resignadamente un sacrificio, molestia o privación” (recibir voluntariamente). Por lo tanto, creer en la superioridad blanca no es otra cosa que aceptar o aprobar “la idea” ¿de qué existe la raza? Aunque tampoco hubiera servido de nada, Martí no llega ni aún al punto de decir “su raza.”
El asunto se torna más interesante cuando pasamos al hombre negro:
“El hombre negro que proclama su raza […], autoriza y provoca al racista blanco”.
Martí equipara al hombre blanco que “se cree superior al negro” con el hombre negro “proclama su raza”. La estrategia se repite. Ni se trata de lo mismo; ni tampoco sabemos qué quiere decir que el negro proclama su raza. La proclamación está vinculada a un deseo de visibilidad —y por tanto a la apertura de un espacio público— que se manifiesta a través de la voz.
Dice el diccionario de la RAE: 1) publicar en alta voz algo para que se haga notorio a todos; 2) declarar solemnemente el principio o inauguración de un reinado u otra cosa; 3) dicho de una multitud: Dar voces en honor de alguien; 4) dar señales inequívocas de un afecto, de una pasión; 5) dicho de una persona: Declararse investida de un cargo, autoridad o mérito. Los negros no proclamaban su raza. Al mismo tiempo, al demandar sus derechos —sobre todo si esto se hacía en intervenciones públicas, a través de la prensa, en las iglesias, etc.— podía decirse que estaban proclamando esos derechos. Pero Martí habilidosamente juega con la ambigüedad con que, desde luego, puede usarse el verbo proclamar. Y como esto es posible que no se les escapara a algunos lectores, procede a sembrar la duda. Ampliemos la cita añadiendo lo que omitimos:
“El hombre negro que proclama su raza, cuando lo que acaso proclama únicamente en esta forma errónea es la identidad espiritual de todas las razas”.
El “acaso” y la “forma errónea” son la clave de la maniobra del estilo racista. Lo primero permite ver que Martí sabía que lo que el negro pedía era igualdad; eso que llama ambiguamente “identidad espiritual de todas las razas”. El acaso, entonces, pone en entredicho, ese reclamo de igualdad. No lo niega, sino que lo cuestiona. Y más, puesto Martí mismo toma a su cargo censurar “esta forma errónea” con que el negro reclamaba derechos. Ahora bien, cuál era esa forma errónea que menciona Martí. Como no aclara qué entiende por “proclamar”, no podemos dilucidar por qué habría de ser para él una “forma errónea”.
En cualquier caso, Martí les hace una advertencia a los dos: El hombre blanco que “se cree superior al hombre negro… autoriza y provoca al racista negro. El hombre negro que proclama su raza… autoriza y provoca al racista blanco”. Se trata de otra artimaña retórica para construir la falacia de dos racismos supuestamente en igualdad de condiciones de discriminar y de acceso al poder. Y aquí es donde uno puede ver el peligro de no leer críticamente a Martí. Nótese que los verbos autorizar y provocar pueden ser usados lo mismo en forma transitiva que intransitiva, y por esto deben tener un complemento de objeto que también puede ser directo o indirecto. Sin embargo, Martí omite el complemento del verbo, y dado que en ambos casos están conjugados en presente, comprendemos que hay un vacío en ellos disponible, listo para ser usado.
¿A qué autoriza y provoca el hombre blanco al racista negro?
¿Tenía o incluso hoy, tiene el negro algún poder institucional que legitimara y legitime, que autorizara y autorice la respuesta del negro al racismo blanco, a su provocación?
¿No era y es acaso el blanco el que continúa teniendo el privilegio institucional que legitima y autoriza su racismo contra el negro?
Lo mismo ocurre con ese aislamiento parejo a que se refiere Martí. El negro, como tenía que saberlo él, no se aislaba del blanco, sino que era este el que, con la política segregacionista aislaba al negro. La tergiversación martiana legitima, y por tanto contribuye a institucionalizar la desigualdad, el racismo, y la violencia blanca contra el negro.
El párrafo concluye así:
“La paz pide los derechos comunes de la naturaleza; los derechos diferenciales, contrarios a la naturaleza, son enemigos de la paz. El blanco que se aísla, aísla al negro. El negro que se aísla, provoca a aislarse al blanco”.
Claro, Martí está de acuerdo en que el negro y el blanco disfruten de lo que él llama “derechos comunes de la naturaleza.” ¿Cuáles son ellos? Martí deja esto a la República futura. Se opone, sin embargo, a los “derechos diferenciales” ¿de quiénes? De modo que después de haber dicho él mismo, en este artículo, que Cuba era un pueblo “naturalmente dividido,” Martí decreta que los derechos diferenciales” son “contrarios a la naturaleza”, y en consecuencia, “enemigos de la paz”. Nadie que lea esto puede ignorar —excepto por complicidad racista— que los derechos diferenciales que aquí son proscritos eran los de los negros. Y puesto que ellos son declarados antinaturales, Martí deja expedito el camino de la violencia racista que él mismo ha legitimado. Por esto es tan importante a la contraposición, obviamente calculada: “aísla” / “provoca a aislarse.” El aislamiento del blanco —solo el del blanco, hay que insistir— es una provocación. El blanco solo aísla; el negro provoca el aislamiento. En toda provocación hay un intento deliberado de producir o causar algo, y esto casi siempre es incitación a la violencia. Después de dejar plantada la semilla de la violencia racista, Martí se inspira, y alza el vuelo para invocar la fraternidad racial.
Llegamos así al tercer y penúltimo párrafo del artículo martiano, el cual comienza con esta firme declaración:
“En Cuba no hay temor a la guerra de razas”.
Si esto hubiera sido cierto, Martí no se hubiera visto en la necesidad constante de asegurarles a los blancos que no había razón para temerle al negro. “Mi raza” es, en este sentido, la prueba más clara de que ese temor asediaba la imaginación racista de los cubanos, dentro y fuera de Cuba, atizada por la propaganda española antindependentista. Todavía más importante, sin embargo, es que reflexionemos sobre la noción misma de “guerra de razas”. Todavía hoy una buena parte de los estudiosos del tema lo manejan sin percatarse de que dicha expresión proyecta la ideología de los dos racismos que hemos venido discutiendo en el caso de Martí, y aún en el racismo contemporáneo. Ella sugiere una guerra entre dos razas, como si se tratara de dos bandos con el mismo poder para atacarse mutuamente. Esconde así, que de lo que se ha tratado siempre es de la guerra del blanco contra el negro, de la guerra de la raza blanca contra la raza negra.
Continúa Martí invocando la falsa fraternidad racial:
“Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. En los campos de batalla murieron por Cuba, han subido juntas por los aires, las almas de los blancos y de los negros”.
La primera de estas frases es una de las favoritas de los martianos que, como es de esperar se hacen de la vista gorda, pretenden ignorar lo que hemos visto hasta aquí. La frase en cuestión, adviértase que afirma la diferencia racial. Hay negros, mulatos y blancos —se amplía aquí el abanico racial— pero ser hombre es más [importante] que lo racial. El problema con esto es que ni el negro ni el mulato pueden ignorar que, frente al hombre blanco, el racismo los condena a ser menos que. Esto es palpable en ese ejemplo con el que, una y otra vez, Martí quería persuadir al negro de la unión con el blanco que, trascendiéndolo todo, se mostraba en la compartida masculinidad de la guerra. De modo que solo en la muerte, en el sacrificio, en las almas blancas y negras subiendo juntas al cielo, se puede realizar ese más qué. Claro, y también un poquito antes de la muerte, pero aún en el escenario de la guerra:
“En la vida diaria de defensa, de lealtad, de hermandad, de astucia, al lado de cada blanco hubo siempre un negro”.
Astuta es la escritura martiana. En esa vida supuestamente fraternal de la manigua que nos pinta, el negro aparece al lado del blanco, y no al revés. ¿Por qué no decir que al lado de cada negro hubo siempre un blanco? Esa posición —al lado— sugiere la posición periférica del negro, incluso al servicio del blanco. Es sobre todo significativo porque Martí rehúye el tópico de la unión. No están juntos, sino uno —el negro— meramente al lado del otro.
Martí expresa que los negros, lo mismo que los blancos, “se dividen por sus caracteres” en “tímidos o valerosos, abnegados o egoístas…”. Por otra parte, los “partidos políticos son agregados de preocupaciones, de aspiraciones, de intereses y de caracteres”. Una vez más, a pesar de su característica obsesión con la unidad, Martí acude a un término más ambiguo: agregado. Aunque uno de sus significados es “conjunto de cosas homogéneas que se consideran formando un cuerpo”, también significa algo que se agrega o añade a otra. La primera definición sugiere igualdad; no así la segunda. En efecto, enseguida se nos revela que en los partidos políticos los agregados —el blanco y el negro— además de no ser iguales, están en oposición:
“Lo semejante esencial se busca y halla por sobre las diferencias de detalle; y lo fundamental de los caracteres análogos se funde en los partidos, aunque en lo incidental o en lo postergable al móvil común difieran. Pero en suma, la semejanza de los caracteres, superior como factor de unión a las relaciones internas de un color de hombres graduado y en su grado a veces opuesto, decide e impera en la formación de los partidos. La afinidad de los caracteres es más poderosa entre los hombres que la afinidad del color”.
Primero, las diferencias son solo cuestión “de detalle” —pero el diablo está en el detalle, ¿no es así?—; luego esas diferencias, que siguen siendo minimizadas, son no solo incidentales para Martí, sino incluso postergable(s). No es casual que, como pueden ver los lectores, la escritura aquí se contorsiona, se enreda. En ese enredo se puede leer el racismo de Martí. Pero primero tenemos que reordenar un poco el texto:
“la semejanza de los caracteres [es] superior a las relaciones internas de hombres de un color graduado y en su grado a veces opuesto, decide e impera en la formación de los partidos”.
La discriminación racial, la marginación del negro, la violencia de que es objeto, todo esto, es a lo que Martí se refiere sanitariamente como “relaciones internas de un color graduado,” o sea, todo esto es problema del negro, insisto, y resulta postergable —debe ser postergado— porque, ahora sí, esto no es un factor de unión. Es por eso que lo que enfatiza Martí es la “afinidad de los caracteres”. Pero no se trata de esto solamente, sino de algo más importante. La afirmación universalizante con que concluye es una advertencia al negro de la República venidera. Si la afinidad de los caracteres es más poderosa en [todos] los hombres que la del color; y si los caracteres pueden ser “abnegados o egoístas,” entonces la afirmación de derechos basada en la afinidad del color puede ser combatida por el racismo institucionalizado —y de hecho es lo que ocurre— de racista, y aún de egoísta y por tanto antipatriótica, y en el caso de Cuba anticubana. Todo lo que tenemos que hacer para comprobarlo es darle la palabra a Martí:
“Los negros, distribuidos en las especialidades diversas u hostiles del espíritu humano, jamás se podrán ligar, ni desearán ligarse, contra el blanco, distribuido en las mismas especialidades. Los negros están demasiado cansados de la esclavitud para entrar voluntariamente en la esclavitud del color. Los hombres de pompa e interés se irán de un lado, blancos o negros; y los hombres generosos y desinteresados se irán de otro. Los hombres verdaderos, negros o blancos, se tratarán con lealtad y ternura, por el gusto del mérito y el orgullo de todo lo que honre la tierra en que nacimos, negro o blanco. Dos racistas serían igualmente culpables: el racista blanco y el racista negro. Muchos blancos se han olvidado ya de su color, y muchos negros. Juntos trabajan, blancos y negros, por el cultivo de la mente, por la propagación de la virtud, por el triunfo del trabajo creador y de la caridad sublime”.
Todo esto es una advertencia y una amenaza explícita a los negros. Va a los blancos, como “Nuestra América” a los gobernantes, a manera de instrucciones en caso de. Pero es del negro de quien habla, y a quien le habla Martí. Empieza distribuyéndolos en lo que da en llamar “especialidades diversas u hostiles del espíritu humano”. Nótese que la conjunción señala que Martí identifica diferencia con hostilidad, con violencia. De aquí la combinación de advertencia-amenaza-profecía: “jamás se podrán ligar, ni desearán ligarse, contra el blanco, distribuido en las mismas especialidades.” Baste decir que esta advertencia no se la hace al blanco. A este no le dice que jamás podrá ligarse, ni deseará hacerlo contra el negro. Implícitamente, pues, la violencia blanca institucionalizada tiene carta blanca para descargarse contra el negro, mientras a éste se le atan las manos. Que Martí solo de pasada, y a regañadientes aluda al final, solo al final, al blanco, solo subraya la vileza, la hipocresía, y el racismo de nuestro apóstol.
Con la vista todavía fija en ellos, Martí les dice a los negros que ellos “están demasiado cansados de la esclavitud para entrar voluntariamente en la esclavitud del color”. Seguramente se le pasó recordarles que fueron los blancos los que los esclavizaron. Pero, además, esta manera de enmarcar avant la lettre las luchas del negro en la República, y aún después, ¿qué otra cosa es sino la típica retórica del racismo blanco, más odiosa cuánto más trata de disimular sus intenciones homicidas con poses paternalistas?
En efecto, después de hablar de y hablarles sin ambages directamente al negro, Martí pasa a “los hombres,” así en general, o eso parece. Solo aquí, debe notarse, entra el blanco a través del consabido artificio de crear dos bandos idénticos. Pero no. Porque Martí insiste en jugarnos cabeza, como se la ha jugado a todos los lectores que no lo han leído con el tiempo, el cuidado y la paciencia debidas. Cuando escribe “blancos o negros,” pudiendo haber escrito “blancos y negros,” comprendemos mejor su juego. La “o” la usa para hablar de “hombres” que, por ejemplo, pueden ser “de pompa e interés” o “generosos y desinteresados.” Esos hombres pueden ser “blancos o negros” o “negros o blancos”. En “Mi raza”, solo cuando entre los hombres martianos hay blancos, es que aparece la virtud. De todas maneras, llegado el momento de separar la paja del trigo, hay que preguntarse quién o quiénes tendrán el poder institucional para distinguir al generoso del egoísta.
El lector recordará el comienzo del artículo: “Esa de racista está siendo una palabra confusa y hay que ponerla en claro”. Es exactamente esto lo que, por fin, decide hacer Martí:
“La palabra racista caerá de los labios de los negros que la usan hoy de buena fe, cuando entiendan que ella es el único argumento de apariencia válida y de validez en hombres sinceros y asustadizos, para negar al negro la plenitud de sus derechos de hombre”.
Como habíamos sospechado, fueron los negros los que empezaron a usar el término racista. Es, al menos, lo que Martí nos deja entrever. Así que, miren ustedes, los negros estaban confundidos. Y el maestro de La Liga, el mismo que acaba de advertirles que ni sueñen en ligarse contra los blancos, está aquí para iluminarlos y despejarles la cabeza. Valga aclarar que Martí los comprende, pobrecitos: perdónalos, Señor, que no saben lo que dicen. Perdónalos, porque se confunden de buena fe. No es que tengan negras —digo, malas— intenciones. ¿Entonces, qué? Bueno, pues que los negros son hombres sinceros, “pero asustadizos”. Además, que el racismo es “eso de estar llamando racistas a los blancos ‘es el único argumento de apariencia válida y de validez…’”. ¿Qué tienen ellos? ¿qué lo usan ellos, los negros sinceros y asustadizos, “para negar al negro la plenitud de sus derechos de hombre?”. ¡¿Me dijiste?! ¿No será que los negros son los racistas y no se han enterado? Mas no corramos. Después de todo, Martí es la justicia. Que siga entonces:
“Dos racistas serían igualmente culpables: el racista blanco y el racista negro. Muchos blancos se han olvidado ya de su color, y muchos negros. Juntos trabajan, blancos y negros, por el cultivo de la mente, por la propagación de la virtud, por el triunfo del trabajo creador y de la caridad sublime”.
¿De verdad hace falta comentar algo más? El establecimiento de dos racismos igualmente culpables, solo podía haber sido el engendro de un blanco racista como Martí. Tiene la desfachatez de decirnos que muchos blancos se había “olvidado” ya de su color. Claro, el blanco rara vez —si es que alguna— piensa que es blanco. Pero nunca deja de ver al negro. El negro no puede ocultarse de sí mismo porque el racismo blanco no se lo permite. Y Martí nos dice, en nuestra propia cara, que “muchos negros” se habían olvidado de su color. ¡Que se lo dijera a Maceo!
Nos acercamos al final del artículo martiano. “En Cuba no hay temor a la guerra de razas,” dijo Martí antes, y ahora: “En Cuba no hay nunca guerra de razas.” La negación del temor ha sido remplazada por una afirmación rotunda —“nunca”— que ata el presente en que escribe con el futuro de la República cubana. Solo esto explica la extrañeza de la construcción “no hay nunca” en lugar de “no habrá nunca”. Ni hay ahora temor a la guerra de razas, ni lo habrá nunca. No se olvide que Martí tenía muy claro la existencia de las diferencias “de detalle,” y que el blanco y el negro tal vez difirieran “en lo incidental y lo postergable”. Resulta claro, pues, que el reclamo de los derechos del negro no era solamente postergable e incidental para Martí, sino que la diferencia que ellos mismos representaban no constituían un “factor de paz” en la República y eran, en consecuencia, “contrarios a la naturaleza”. Es por esto que en esa República con que concluye “Mi raza” el racismo ha sido eliminado, y con él cualquier discusión al respecto:
“La República no se puede volver atrás; y la República, desde el día único de redención del negro en Cuba, desde la primera constitución de la independencia el 10 de abril en Guáimaro, no habló nunca de blancos ni de negros”.
Esa República es una ficción; e incluso lo es más su supuesta fraternidad racial. La guerra de los Diez Años no se extendió a todo el país, y fracasó. Pero aún en la región del país donde se proclamó esa “República”, el racismo siempre estuvo presente. Esta mentira será a su vez repetida hasta su muerte por Fidel Castro, quien se figuró a sí mismo como la encarnación de Martí y de Céspedes. ¿Cómo podría sorprenderse entonces alguien de que el racismo hubiese sido simplemente barrido bajo la alfombra, tal lo preconizó Martí.
El 16 de mayo de 1876, dos años antes del fin de la guerra, Antonio Maceo, hablando en tercera persona, le dice a Tomás Estrada Palma en una carta:
“Que de mucho tiempo atrás, si se quiere, ha venido tolerando especies y conversaciones, que verdaderamente condenaba al desprecio porque las creía procedentes del enemigo, quien, como es notorio, esgrime y ha usado toda clase de armas para desunirnos y ver si así puede vencemos; pero más tarde, viendo que la cuestión clase tomaba creces y se le daba otra forma, trató de escudriñar de dónde procedía, y convencido al fin no era del enemigo, sino, doloroso es decirlo, de individuos hermanos nuestros, que olvidándose de los principios republicanos que observar debían, se ocupan más bien con servir miras políticas particulares […]
El exponente, Ciudadano Presidente, supo hace algún tiempo, por persona de buena reputación y prestigio, que existía un pequeño círculo que propalaba había manifestado al Gobierno «no querer servir bajo las órdenes del que habla, por pertenecer a la clase», y más tarde por distinto conducto he sabido que han agregado ‘no querer servir por serles contrario y poner miras en sobreponer los hombres de color a los hombres blancos’”.
La carta de Maceo, además de desmentir las pretensiones de Martí, deja bien claro que los comentarios racistas contra su persona, se habían haciendo “de mucho tiempo atrás.” Maceo tenía muy claro que de lo que se trataba era “de hundir, ya que de otro modo no pueden, al hombre que ingresó en la Revolución sin otras miras que la de dar su sangre por ver si su patria consigue verse libre y sin esclavos”. Como puede verse, para él no era suficiente luchar por una “patria libre,” sino también por una en la que no hubiera esclavos. Maceo expresa en esa carta que “pertenece a la clase de color,” de modo que deja claro cuál era su raza. Y los derechos de esa raza, de la suya, no era ciertamente algo que él hubiese visto como algo “incidental” o “postergable.” La carta ilumina lo que dijimos antes sobre la falacia de la “guerra de razas”. Los que se habían propuesto hundir a Maceo —y el verbo es de la mayor importancia— perseguían hundir en él al negro. Aquí no vemos las almas de negros y blancos volando juntas por los aires. En todo caso, la única comunidad de almas era la del racismo cubano y la del español.
Pero regresemos al final de “Mi raza”:
“Los derechos públicos, concedidos ya de pura astucia por el Gobierno español e iniciados en las costumbres antes de la independencia de la Isla, no podrán ya ser negados, ni por el español que los mantendrá mientras aliente en Cuba para seguir dividiendo al cubano negro del cubano blanco, ni por la independencia, que no podría negar en la libertad los derechos que el español reconoció en la servidumbre”.
Los “derechos públicos” concedidos por España a que se refiere a Martí era la abolición de la esclavitud, que no se atreve a nombrar. Adviértase, de paso, el lapsus martiano que lo lleva a implicar que Cuba ya era independiente, como si esto hubiera sido logrado en la guerra de los Diez Años. De paso, le da crédito al régimen colonial porque esos “derechos” se habían iniciado “en las costumbres” antes de la independencia.
Como quiera que sea, lo importante para Martí es que los “derechos públicos” concedidos por España, ni podrán ser negados por ésta, ni por “la independencia,” ni lógicamente por la República que surgiría de ésta. Ni por asomo se le ocurre que hubiera que expandirlos. Lejos de esto, parece conformarse con lo logrado. Por otra parte, comenta con amargura que España hizo esas concesiones para dividir a los cubanos. Esto, para él, era más —o lo único— importante; no que, por cualquiera que fuera la razón, los negros salieran beneficiados.
“Mi raza” cierra con estas líneas:
“Y en lo demás, cada cual será libre en lo sagrado de la casa. El mérito, la prueba patente y continua de cultura y el comercio inexorable acabarán de unir a los hombres. En Cuba hay mucha grandeza en negros y blancos”.
El futuro “cada cual será libre en lo sagrado de la casa” es de hecho una patente de corso al racismo de la República por venir. La libertad aparece aquí restringida al interior de la casa, y excluida por tanto del espacio público. El “cada cual”, como ya sabemos no será lo mismo para todos. La casa pasa a ser el nuevo encierro, el que limite las posibilidades sociales y políticas del negro. Martí no sueña con una república con todos y para el bien de todos, sino con aquella en la que el negro se hunda en la invisibilidad y ocupe el lugar periférico —sin protestar— que le asigne su nuevo amo.
Sin embargo, todavía queda algo sin explicar. Si el artículo martiano se titula “Mi raza”, ¿por qué Martí, a pesar del uso de la primera persona, permanece silencioso acerca de su raza. En realidad, no hay tal silencio. ¿No recuerdan lo que él mismo nos dijo?:
“peca por redundante el blanco que dice: ‘Mi raza’”.
CODA 1
José Martí
El racista blanco, que le cree a su raza derechos superiores, ¿qué derechos tiene para quejarse del racista negro que también le vea especialidad a su raza? El racista negro, que ve en la raza un carácter especial, ¿qué derecho tiene para quejarse del racista blanco?
Dos racistas serían igualmente culpables: el racista blanco y el racista negro.
Donald J. Trump
“What about the alt-left that came charging at, as you say, at the alt-right?” Trump said. “Do they have any semblance of guilt?”
“I’ve condemned neo-Nazis. I’ve condemned many different groups. But not all of those people were neo-Nazis, believe me,” he said.
“You had many people in that group other than neo-Nazis and white nationalists,” Trump said. “The press has treated them absolutely unfairly.”
“You also had some very fine people on both sides,” he said”[6]
CODA 2
Fragmentos de dos entrevistas inéditas a José Martí en Nueva York, 1880. En ellas, comenta la Guerra Chiquita que tenía lugar en Cuba en esos momentos. Léanse con cuidado 1) los comentarios de Martí sobre el anexionismo y lo que él llama “una de las necesidades” de esa guerra, y 2) las referencias a los negros y a los blancos
THE CUBAN INSURRECTION
WHAT THE INSURGENTS ARE DOING
A conversation with the Acting President of the Cuban Committee in this City.
[…]“It is not true, as has been stated, that the common feeling in Cuba is favorable to its annexation to the United States. One of the reasons for the actual war has been the necessity of establishing free commercial relations with the United States; but the mercantile and fraternal relations of the countries can be reached without a political union. Those Cubans who favor annexation do so because they want liberty and comfort without the preliminary trials of war. They want to secure freedom in the cheapest possible manner, without the expenditure of blood or money. Some of them are too cowardly to fight, and others, whose wealth is protected by the Spanish Government, speak against the revolution and discredit it through fear of losing this wealth should it succeed.
[…]“But the great danger to the island and principal cause of the revolution is that the negro slaves, who had been promised emancipation which does not come and [?] [remember?] the slaves who achieved their freedom during the late war, are now determined to be free at any price. They have nothing to lose except their lives, which, in a state of slavery, are most wretched. They have not the restrain of civilized men, and in their fighting commit all manner of atrocities. They are now fighting in the eastern part of the island: and in the western part, where they cannot fight, are systematically burning the sugar cane fields where they work. They have a song when they sing:
Libertad no v[e?]n; cana no hay.
Freedom does not come; cana no hay.
New-York Tribune. April 12, 1880, Page 2
CUBAN HOPES AND FEARS
A TALK WITH SENOR JOSE MARTI
Expectations and Plans of the Revolutionarists – The army in New York and the Army in Cuba
Señor José Marti, president of the Cuban Revolutionary Committee of New-York, was found at his house in East Twenty-ninth-st. by a TRIBUNE reporter on Tuesday. President Marti seemed to be in the best of spirits, although showing some evidences of over-work. The reporter was received in a cordial manner and had a long conversation with Señor Marti, or rather was an interested listener to the president’s monologue upon Cuban accomplishments and prospects.
[…] […] It was personal divisions and quarrels that precipitated the ‘Peace of San Juan.’ [sic] These divisions disappeared and the true causes of the war remained, increased by the perfidy of the Spanish Government, by the poverty occasioned by the war, by the anger of Cuba at having been duped by Spain, and by the need one has to live in liberty when it has once been tasted. Then there is the terrible danger of disappointing the negroes in their hopes for freedom, which had been promised to them, and the rage and despair of the people at the sufferings brought upon the country by Spain. […]. They call it a revolution of negroes, and behold the provisional government is wholly composed of whites. They state that the army is filled only with colored men, and while it is true that among the soldiers of the Eastern districts there are many brave and capable blacks, still they are outnumbered by the whites, and in the Department of Las Villas there are only white soldiers in the ranks of the insurgents.New-York Tribune. May 22, 1880, p. 5
Obras citadas:
Gray, Rosie. “Trump Defends White-Nationalist Protesters: ‘Some Very Fine People on Both Sides’” The Atlantic, August 15, 2017: https://www.theatlantic.com/politics/archive/2017/08/trump-defends-white-nationalist-protesters-some-very-fine-people-on-both-sides/537012/
Maceo. “Carta a Estrada Palma” en Julio César Guanche. “Una carta de Antonio Maceo: por la libertad, la igualdad y la fraternidad, y contra las jerarquías,” 4 diciembre, 2013: https://jcguanche.wordpress.com/2013/12/04/una-carta-de-antonio-maceo-por-la-libertad-la-igualdad-y-la-fraternidad-y-contra-las-jerarquias/
Martí, José. Obras Completas 2, 4, 5, 6, 7, 18, 19. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1991.
Notas:
[1] En este ensayo he optado por no acudir a fuentes teóricas, ni académicas. Mi intención fue demostrar que la lectura atenta, y crítica, de los textos martianos es suficiente. Sin embargo, mi experiencia me dice que el bagaje teórico y académico es útil y ayuda a comprender mejor, a iluminar, los problemas planteados por la escritura martiana. Sobre Martí y el racismo no se ha adelantado mucho, pero ya hay autores que el lector interesado no debe ignorar: Enrique Patterson, Jorge Camacho, Anne Fountain, y Francisco Morán son solo algunos de ellos. Recomiendo también The Myth of José Martí, de Lillian Guerra, particularmente su tratamiento de la política en el PRC. Sobre el problema racial y el racismo en el contexto de las guerras de independencia, las obras de Ada Ferrer, Aline Helg y Rebecca J. Scott son absolutamente indispensables.
[2] A menos que se indique lo contrario las itálicas, con la intención de enfatizar, son mías.
[3] Según el Oxford Dictionary Online, reverse racism “is the concept that affirmative action and similar color-conscious programs for redressing racial inequality are a form of anti-white racism”. Igualmente, el Merriam-Webster Dictionary, incluye reverse discrimination de manera similar.
[4] Según Wikipedia, vida en común, “vida comunitaria o vida en comunidad es todo lo que engloba diferentes formas de entender la sociedad humana que por lo general se aplican únicamente a comunidades de reducidas dimensiones, como un vínculo que hace compartir estrechamente la vida a todos sus miembros, que ponen en común (en distintos grados según cada caso) sus bienes o trabajo, además de otras cuestiones vitales, espirituales o intelectuales.” En este sentido se hace una importante distinción entre la vida en común de grupos más reducidos, y el de las sociedades más avanzadas: “Los grupos humanos de reducidas dimensiones propios de las sociedades primitivas estudiados por la antropología son ejemplos de vida en común, así como la propia institución familiar y el matrimonio; pero en las sociedades más desarrolladas, el término se emplea de forma más restringida a las asociaciones de carácter voluntario, en las que sus miembros entran por propia elección, especialmente como consecuencia de una opción vital, religiosa o ideológica que les hace separarse del resto de la sociedad para pasar a compartir su vida con un grupo reducido con el que tienen alguna afinidad” (“Vida en común:” https://es.wikipedia.org/wiki/Vida_en_com%C3%BAn#:~:text=Vida%20en%20com%C3%BAn%2C%20vida%20comunitaria,ponen%20en%20com%C3%BAn%20(en%20distintos
[5] Diccionario de la RAE: https://dle.rae.es/
[6] “Trump Defends White-Nationalist Protesters”, 2017.
Apuntes para una historia del ridículo en Cuba
El equívoco es parte de nuestra naturaleza insular. Y además el ridículo, que nos salva de ser invisibles. Y cuando pensamos en esas ventajas, tan útiles para el arte y la política, llegamos a otra palabra querible y exacta: la desilusión. La desilusión del Almirante, la primera desilusión. Y faltaban muchas otras por venir.