1.
¿Hay una historia? Si hay una historia comienza hace 11 años, en junio de 2006, en Altahabana, municipio Boyeros, cuando recibí de mi madre los resultados de un análisis que me hice del Hospital Nacional. El de mi madre es un apartamento tan común y corriente como solo puede serlo una vivienda diseñada a partir de las líneas duras del MICONS. Puro prefabricado: incómodo y frío en invierno, caliente e igual de incómodo en verano.
Viví en la planta alta poco más de tres décadas. Por vecino tuve a un escritor argentino. Ricardo Emilio Piglia Renzi, nacido en Adrogué, provincia de Buenos Aires, el 24 de noviembre de 1940, vivió allí la mitad del tiempo que yo.
Me fui a Centro Habana, luego Piglia también compró un piso de una sola habitación en Gervasio, esquina a Lagunas, a dos cuadras del mar, muy cerca de donde por un tiempo vivió Virgilio Piñera. Un par de años después carené al este de La Habana. En Cojímar, a dos casas de mí, compartiendo al fondo de ambos inmuebles una ensenada breve y sucia, volví a tenerlo de vecino.
Puestos ya en una ficción especulativa, consignemos entonces cómo era la mirada del que solo aquí, supongo que solo aquí en La Habana y con un poco de confusión gracias al cartero, todos llamaban Emilio Renzi. Ojos vivaces, una mirada cómplice la de Piglia en cada saludo suyo, un gesto que parecía apenas nada y sin embargo significaba todo allí en Cojímar, donde el diálogo parece una imposibilidad, un teorema solo demostrable con cuatro o cinco personas.
Supongo que debió haberme visto con un ejemplar de sus Diarios cuando en el bar-restaurante La Terraza no asoman las hordas de turistas. “El diario, sin duda, es un género cómico —escribió—. Uno se convierte automáticamente en un clown. Un tipo que escribe su vida día tras día es algo bastante ridículo. Es imposible tomarse en serio”.
Más de una vez me pregunté si en la pequeña librería de la Calle Real, donde muy pocas sorpresas aguardan por el interesado, cualquiera de las dos libreras le habló de mí. La más joven de las dos es muy conversadora. Muy amigable y observadora diría yo.
El breve gesto de Ricardo Emilio Piglia Renzi al coincidir ambos en la calle abría infinitas posibilidades.
2.
¿Te preguntaste alguna vez qué es la literatura? ¿Alguna vez te preguntaste qué es la enfermedad? —En La Terraza imaginé un dialogo posible e igual de improbable con mi vecino. A modo de respuesta una cita de Roberto Bolaño (quizá mal escrita, pero muy bien recordada, porque también mi gran problema es la memoria, no puedo olvidar):
Literatura + Enfermedad = Enfermedad.
3.
Estuve enfermo. Hepatitis. Guardé ingreso en mi casa poco más de cinco meses, evité las salas del Hospital Nacional. Hay temores que matan, la cabeza, o las continuas elucubraciones de un cerebro desbocado, sumado a una realidad matizada por el caos y la indolencia, suelen ser tan o más letales que cualquier bacteria, que un virus —anoté en el único diario que escribí; era ya el 31 de julio de 2006 y a Fidel Castro lo sorprendió una crisis intestinal, aguda. De su puño y letra, en una proclama y en el NTV, hizo público no solo la enfermedad, también la necesidad de alejarse por un tiempo del Estado y el Gobierno. En mi corpachón y el suyo, saludables, una fisura.
Fidel Castro y yo convalecientes. Él en una habitación de paredes blancas, sobria, recibía la visita del cuerpo médico, familiares cercanos y pocos amigos; en una breve habitación de un apartamento prefabricado yo, no tan sobria, bajo el cuidado de mi madre recibí a muy pocos amigos.
4.
¿Te preguntaste alguna vez qué es un diario, y cuál su significado? ¿Crees que en realidad es “un género cómico”?
Un tipo que escribe su vida día tras día es mucho más que “algo bastante ridículo”, algo más complejo de desentrañar o definir que “un clown”.
5.
En el Cuaderno de Altahabana fui anotando el transcurrir de aquellos días de 2006. Tinta negra de sucesivos bolígrafos Bic, desechables y baratos, en tres libretas a rayas: Notas sobre los artículos aparecidos en el Granma donde se relataba cómo transcurría la convalecencia y recuperación del ex presidente / Notas a propósito de mis lecturas donde el viejo ex presidente era un joven Primer Ministro, futuro Jefe de Estado y Gobierno después / Notas sobre las fotos del viejo Fidel en ropa de cama o en uniforme deportivo / Notas donde el Primer Secretario del PCC, a la par Presidente del Consejo de Estado y de Ministros, se revelaba como el protagonista en más de un episodio que me contenía.
¿Por qué anotaba yo aquello entreverado en episodios personales donde mis amigos, parejas y familiares protagonizaban eventos en los que la fiesta y el desamor, la paz y el delirio, el desencanto y la muerte se alternaban?
Kafka escribió un diario. Piglia también.
Según él, Kafka escribe un diario para leer las conexiones que no ha visto al vivir, escribe un diario para leer desplazado el sentido en otro lugar. La oración anterior me sobrecoge, porque no se trata simplemente de un clown, de algo sencillamente cómico. ¿Tragicómico quizá? Lo cómico en Kafka, la ironía en el judío checo que escribe en alemán, lo patético, lo serio… Para el argentino, Kafka solo entiende lo que ha vivido, o lo que está por vivir, cuando está escrito.
¿Piglia llevaba un diario para leer desplazado el sentido en otro lugar?
El diario no solo como un género literario. También una enfermedad. Una suerte de atrofia. ¿La imposibilidad de ver y entender las conexiones de un individuo con otro(s) y con el contexto mientras se vive?
Entonces Bolaño no estaba lejos de la verdad: Literatura + Enfermedad = Enfermedad.
6.
Del diario de Kafka:
“Es totalmente cierto que escribo esto porque estoy desesperado a causa de mi cuerpo y del futuro con este cuerpo.
Cuando la desesperación resulta tan definida, tan vinculada a su objeto, tan contenida como la de un soldado que cubre la retirada y se deja despedazar por ello, entonces no es la verdadera desesperación. La verdadera desesperación ha ido, siempre e inmediatamente, más allá de su meta, (al poner esta coma, se ha demostrado que solo la primera frase era cierta).
¿Estás desesperado? ¿Sí? ¿Estás desesperado? ¿Escapas? ¿Quieres esconderte?
Los escritores hablan hediondez.
Las costureras de ropa blanca bajo el aguacero”.
7.
En mi vecino Piglia pude constatar algunas evidencias de cierta torpeza al caminar, en su breve gesto al saludarme, y en eso que llamaba yo su garbo: la manera de llevar el cabello, poses… ¿Se trataba simplemente de la vejez? Tenía 76 años cuando murió, pero su mirada reflejaba la misma intensidad que cuanto elucubraba su cabeza.
En esta ficción especulativa, otro personaje: la vecina que a mitad de semana hacía en mi casa la limpieza —el lunes trabajaba en la de Emilio Renzi—. Ella lo confirmó. Esclerosis lateral amiotrófica. Ex profesora de química de la Lenin, fue bastante pródiga en detalles. La descripción desembocaba irremediablemente en la muerte de un cuerpo que va perdiendo las funciones motoras, pero cuyo cerebro habita el delirio de la lucidez.
Si el amor nace de una metáfora, de una metáfora también puede nacer el horror.
¿Acaso es posible narrar ese estado del cuerpo?
Sí: es posible narrar el claustro impuesto por una enfermedad degenerativa / por un régimen dictatorial / en una relación de padres e hijos, o de pareja.
“El Estado tiene una política con el lenguaje, busca neutralizarlo, despolitizarlo y borrar los signos de cualquier discurso crítico”. Eso decía Piglia. Y también: “El Estado dice que quien no dice lo que todos dicen es incomprensible y está fuera de su época”. Allí donde dice Estado, puede sustituirse por: Aquella Persona que Detenta un Poder o Dominación Sobre el Otro.
Pienso entonces en la noción de verdad como horizonte político (la insistente y fatigosa búsqueda del contrarrumor, de las pequeñas historias, las ficciones anónimas, esos microrrelatos que en ocasiones terminan olvidándose o escamoteándose, “testimonios que se intercambian y circulan” decía mi vecino, la micropolítica del deseo agregaría yo al final de la frase al inicio de este párrafo). Y en el desplazamiento (ubicar a un testigo, darle voz en el relato, saber captar las modulaciones de su voz). Y en la claridad como virtud (sortear la oscuridad que aporta la lengua o la jerga de quien ejerce la dominación).
8.
Encontrar, en las ideas de mi vecino Piglia, la necesidad o justificación para escribir un diario: el Cuaderno de Altahabana. Entender, desplazado, el sentido de la vida —el sentido de mi vida, una vida donde el ex presidente no es un figurante o un paisaje más. Y por supuesto, no pasar por alto lo cómico, lo irónico, lo patético en la vida de ese anciano, y en la mía.
Entender, desplazado, el sentido de tu vida.
9.
Antes de marcharse, es decir, antes de terminar las maletas y marcharse a Berlín, mi vecina trabajó por última vez en una casa de Cojímar: la mía. Un día antes, justo un 6 de enero de 2017, sacó su Huawei de la cartera. En la galería de fotos una serie de imágenes previas al velorio de Ricardo Emilio Piglia Renzi.
La más impresionante era una toma del féretro colgado en el aire con sogas y casi suspendido sobre el pequeño pueblo de pescadores. Una foto cuyo único valor, digamos, es el del testimonio. Esta vecina dice ser muy torpe con “estos nuevos aparatos” y que lo del arte no se le da “como a mí, como a mi esposa”.
Habían armado el ataúd en el cuarto, dijo, pero tuvieron que sacarlo por la ventana del fondo. Con un andamio y una rondana. Según ella, el ataúd era demasiado grande: no cabía por el pasillo lateral. Al ataúd de Roberto Arlt le sucedió lo mismo. La imagen fue utilizada por Ricardo Piglia en su libro Formas breves. Para él, en esa imagen del ataúd suspendido se cifraba el lugar que ocupa Arlt en la literatura argentina.
Mi vecina al parecer no regresará. Una más. Una mujer que no sabe alemán, en cuyo rostro verías el rigor de unos 65 años vividos entre lo que ella llama “la ilusión y el desengaño”. No podré olvidar la media sonrisa cada vez que repetía esa frase.
10.
Del diario de Piglia:
“La ilusión es una forma perfecta. No es un error, no se la debe confundir con una equivocación involuntaria. Se trata de una construcción deliberada, que está pensada para engañar al mismo que la construye. Es una forma pura, quizá la más pura de las formas que existen. La ilusión como novela privada, como autobiografía futura”.
11.
Me gustaba escucharla cuando se tomaba un descanso. En la Vocacional Lenin fue profesora de uno de los hijos del ex presidente. Por lo tanto, ella también es un testigo.
De haberla conocido en 2006, ¿su testimonio hubiera terminado en mis libretas? La búsqueda del contrarrumor, de las pequeñas historias y las ficciones anónimas, de esos microrrelatos que en ocasiones terminan olvidándose o escamoteándose, “testimonios que se intercambian y circulan”.
Ella —como tú y yo— forma parte de una ficción (debo aclarar que no se trata de esta ficción especulativa, sino de otra), de un relato, de una historia, de un conceso construido, de cierta versión de los hechos. Una “fuerza ficticia”. “No se trata solamente del contenido de esas ficciones… —decía mi vecino—, no se trata solamente del material que elabora sino de la forma que tienen esos relatos del Estado (ahora queda claro, se trata de aquella ficción que narra todo Estado). Y para percibir la forma que tienen, quizá la literatura nos da los instrumentos y los modos de captar la forma en que se construyen y actúan las narraciones que vienen del poder”.
A diferencia de Piglia, no continué anotando episodios de mi vida, de la vida.
12.
La enfermedad te sitúa fuera del cuerpo, de ti —anoté en mi Cuaderno de Altahabana—. Comienzas a indagar acerca de las funciones de los sistemas de órganos, de la composición y el efecto de las medicinas, de la fiabilidad y falibilidad del cuerpo medianamente sano. El cuerpo que convalece está separado del tiempo, transcurre junto a todo lo demás, pero como si marchara en paralelo, alejado casi de cuanto acontece en el terreno cultural, social, económico, político. Es afectado por el afuera, pero concretamente es solo pura estadística. Es, de cierta manera, un ser inactual.
Según mi ex vecino, la literatura siempre “está fuera de contexto y siempre es inactual, dice lo que no es, lo que ha sido borrado; trabaja con lo que está por venir”. Visto así, apenas hay diferencias entre la literatura y el individuo convaleciente. Por lo tanto, debería asumirse que al menos en 2006 el ex presidente y yo éramos dos seres inactuales.
13.
Enero de 2017: un cuerpo casi atrofiado el de mi ex vecino argentino, pero lúcido. Un sistema de ideas y órganos enfrentado a la idea y a la certeza de la muerte. La confirmación de la muerte el sexto día del mes.
Puestos ya en el final de esta ficción especulativa, estaría de más preguntarse si el féretro suspendido sobre las azoteas de Cojímar, o sobre las azoteas de la cuadra donde vivo, es una imagen del lugar que ocupa Piglia en este delirio de observar y asociar, de arribar a conclusiones o de formularme preguntas de las que, de antemano, no sé la respuesta.
14.
Ricardo Piglia / Emilio Renzi no solo hablaba por él. También hablaba por mí.