Enzzo Hernández (La Habana, 1992) va desenterrando su escritura como mismo descubre la historia: en los edificios, en las ciudades, en los cuerpos, en las pieles. Un arqueólogo no es muy diferente a un poeta. Ambos se detienen ante la inmensidad del lenguaje. Reparan en cada detalle, en cada hallazgo.
La escritura de Enzzo vive en otro tiempo, en la memoria de las cosas ocultas, en la belleza aún por descubrir. Para una generación fragmentada, el ejercicio de la memoria es casi lo único a lo que puede asirse. Busca en el pasado algo para sanar el trauma, para recomponerse.
Enzzo Hernández, por Carmen Cabrera.
En un país en ruinas, el arqueólogo puede que encuentre la felicidad fácilmente. Para el poeta es la muerte. No la muerte súbita, la muerte demorada que te permite ver todo cayendo. Para luego ir descifrando entre los escombros. En medio de esa arqueología, Enzzo se detiene en las rarezas humanas, en lo cuir, lo sagrado, lo hedonista, el martirio. Como un San Sebastián compuesto a retazos encontrados.
Enzzo Hernández, por Carmen Cabrera.
***
Sobre la arqueología poética, nos cuenta Ezzo:
¿Cuándo comenzaste a escribir? ¿Qué te impulsó la primera vez?
Creo que como muchos, comencé a escribir para conjurar algo a lo que no sabía cómo dirigirme. Empecé a los 17. Recuerdo que había dejado la beca porque me sentía enjaulado. En mi lógica adolescente, la escritura tenía más que ver con la expansión, la acumulación de experiencias, el descubrimiento de la ciudad en sus múltiples dimensiones, o más bien la invención de la ciudad para quien disponía de todo el tiempo del mundo, o sea, el vagabundeo creativo.
Enzzo Hernández, por Carmen Cabrera.
¿Qué escritores influyeron tu escritura?
Muchos, aunque a quien leo con más frecuencia es a Lorenzo García Vega, sobre todo en libros como Fantasma juega al juego (1978) y Caminandito hasta estar sentado (1999). También tengo una extraña fascinación por la poética cuir en autores latinoamericanos tan disímiles como Rodolfo Hinostroza, Manuel Ramos Otero y Néstor Perlongher.
Enzzo Hernández, por Carmen Cabrera.
¿Qué es para ti la poesía?
John Cage dijo que “la poesía existe en el mismo momento en que comprendemos que no poseemos nada”. En mi caso, creo que la poesía es la incapacidad con la que enfrentamos la pérdida de toda fracción, grande o diminuta, de aquello que nos es intraducible.
¿Qué esperas de tu escritura en el futuro?
Para mí la escritura cumple una función tremendamente terapéutica. Lo único que espero es sanar.
Enzzo Hernández, por Carmen Cabrera.
***
‘Vivisección de la Isla de Cuba. Calle Monte / Aponte y Cienfuegos’
Tú diseccionas animales vivos mientras los dedos del Cristo de Grünewald recorren el interior de mis orificios. Se trata de un yacimiento arqueológico. Extraes del cuerpo objetos en desuso. Cuando te observo entregado a la separación metódica de las partes, compruebo que hay gente así, que solo se detiene para ver correr la sangre.
La Isla de Cuba estaba muy cerca de París-Viena. La tensión de las pinzas orzando el pellejo me permitía deslizar las yemas de forense incrédulo. Tocar la piel endurecida en los bordes del tajo, amotinándose con un olor a papel redomado.
Isla de Cuba fue un hotel de cuarenta y cinco habitaciones.
De entre la palizada de árboles caídos, la restitución de tu nombre no impidió el martirio, primero le practicaron la ablación de los senos, único instrumento que tenía para amamantar, pero de las vigas candentes le brotó la escoria, la glándula. Le cortaron el nervio laríngeo y después la lengua, pero ella siguió balbuceando. Tras la máscara infamante, como un arañazo al peltre, se le oía desgañitar. Le amputaron las manos con una cizalla sin filo y pidieron más: querían ver la separación de la carne y el hueso. En una rueda rústica el ensamblaje de los pies. Clamaban la separación del hueso y el alma.
Mediante los pétalos craneales le fue extraído el bulbo raquídeo, la piedra de la locura. Por último, la acostaron desollada en el palio. Cuatro azaleas sobre terciopelo verde. Los ojos le fueron estabulados y puestos a disecar.
En los rosales de cien hojas, la picadura de ciertos insectos equivale a un abrazo.
Ricardo Acostarana, el perro y la bandera
“La literatura es el arma más mortal que conozco, eso no me canso de repetirlo. El escritor es un represor, pero ante todo un autorrepresor”.