Erial es una revista surgida en abril del año pasado. Abril es el mes más cruel. Un mes que espera ansioso la lluvia, después de una larga sequía.
Erial o la tierra yerma.
Erial o la tierra no cultivada.
Tiene esa resonancia de Eliot, pero no pretende ser continuidad de nada previo. Se sostiene sin vínculos específicos con el país, más bien, con una intención universalista que explora la relación entre la humanidad y la naturaleza, entre la humanidad y lo sagrado.
Imagen Equipo de Erial
Fue creada por Ronald Abilio Noda, junto a Carlos Ávila Villamar y Olivia Rico. Luego se fueron sumando José Alberto Fernández, Carlos Jaime y David de Noria. Es una revista trimestral: aparece en medio del cambio de las estaciones. Puede ser la hoja que muta, el pájaro que emigra en busca del mundo, de un paisaje distinto cada vez que abre las alas.
Tres escritores de la revista nos cuentan:
Equipo de ‘Erial’, por Carmen Cabrera.
Ronald Abilio Noda (La Habana, 1995)
Me parece que no recuerdo el momento exacto en que empecé a escribir: tal vez a los 8 años, a los diez; sé que escribí desde mi infancia, aunque más importante que eso fue el modo en que miraba las cosas, la perspicacia y los sonidos. Creo que tuve una niñez muy imaginativa, llena de objetos muy singulares y con una mitología familiar muy marcada, quizás eso fuera un impulso primitivo hacia una conciencia literaria.
Suelo demorarme bastante en terminar las cosas, a veces un poema me lleva un año o dos. La mayor parte del tiempo escribo de noche, nunca sentado.
He creído en una búsqueda tras la propia existencia y eso se muestra en dos formas asociadas al espacio y al tiempo y al desplazamiento entre ellos. La perennidad es siempre la contraparte de una posibilidad de movimiento, creo que he escrito sobre esto encarnado en la percepción y las circunstancias humanas.
Ronald Abilio Noda, por Carmen Cabrera.
‘Salamanquesas’, de Ronald Abilio Noda
En la pared gastada hacen su sombra
Tras el encendedor su lumbre extraña
Y toda su progenie
La pequeña,
Una partida en torno a lo siniestro,
El detenido reloj, la torcedura
Del tiempo tras la grieta;
Una antigua mirada en que se nombra
La extensión más allá
La simultánea
Secuencia de los pasos y sus ojos
Una enroscada turba y los horrores
En la pared y el paso, en la memoria.
Equipo de ‘Erial’, por Carmen Cabrera.
Carlos Ávila Villamar (La Habana, 1995)
He mandado a todos los concursos literarios que existen en Cuba y los he perdido todos, récord impresionante. Sé que mi destino probablemente sea convertirme en una curiosidad de pueblo: la persona que ha participado y perdido en más concursos literarios nacionales, como uno de esos granjeros célebres por haber enrollado la bola de felpa más grande del mundo.
De niño salía muy poco de la casa, más que nada para visitar obsesivamente el Museo de Historia Natural de Holguín, o la Biblioteca Álex Urquiola, o una que otra vez para ir con mi abuela a la iglesia. Estos tres lugares tenían en común el silencio y la soledad.
El texto sagrado es mi arquetipo de buena literatura, por eso me interesan los detalles ceremoniales de los libros sagrados. Soy ateo, pero mantengo una relación peculiar con los espacios sagrados y con lo sagrado en general. Entiendo que escribir algo “sagrado” no tenga mucho sentido para un ateo, en apariencia, pero trato de buscar lo sagrado en lo cotidiano, a veces en la memoria afectiva, o en la arqueología doméstica.
Me interesan los dioses y los códices que se fabrican en privado, las ceremonias, las reliquias, el cosmos de significado trascendental que une a las familias, a los amigos y a las parejas. Después de todo, quiero que lo que escribo se convierta en una diminuta reliquia, incluso si solo es una reliquia para diez o doce personas.
Carlos Ávila Villamar, por Carmen Cabrera.
Fragmentos de ‘El paisaje que nadie ve’, de Carlos Ávila Villamar
La persecución durante su juventud de grandiosos proyectos a largo plazo había sido sustituida por la persecución de placeres modestos e inmediatos, la mayoría de los cuales toleraban la condición de la soledad y se veían favorecidos por las rutinas. Con los años muchos amigos se habían alejado, por cuestiones laborales o familiares, y él había tenido que lidiar con una clase particular de soledad durante la cual con quien más se dialoga es con el pasado. La lectura era, en cierta forma, también un diálogo con el pasado. Cada vez quedaban menos personas o lugares en su ciudad que él pudiera reconocer. Era una muerte antes de la muerte, pacífica y agradable. La mayor ventaja de la muerte es el anonimato, solía decir. Era también la mayor ventaja de la lectura.
(…)
Nikolai vivió en la casa de al lado por nueve años, siguió ella, hasta hace unos meses, que sus padres decidieron irse a la capital. Los comprendo, no hay nada que buscar aquí. Yo creo que sí hay algo que buscar, contestó Orel, pero entiendo si no quieres que nadie lo encuentre… Hay dos cosas que no quiero que nadie sepa, dijo Milenka. La primera son los detalles de los últimos años de la comunidad, antes de abrirse. La segunda es la pregunta que te has hecho: cómo descubrieron que existía la vista. No me importa que investigues sobre ninguna otra cosa. Hablaré con mi mayordomo. Te mostraré algunas páginas. ¿Tu mayordomo? El hombre que me sigue a todas partes.
Equipo de ‘Erial’, por Carmen Cabrera.
Olivia Rico (La Habana, 2003)
Creo que escribo porque no tengo otro remedio; que no es precisamente una elección, no es completamente un propósito. Quizás me sentí mal cuando dejó de preocuparme el porqué de ciertas cosas, pero después (para qué negarlo) uno lee la convicción de Eliseo Diego de que el poeta no es más que un pobre diablo (esa hermosa intuición) y se siente bien.
Comencé a escribir de niña, estando en la escuela primaria. No sé precisamente la edad; sin embargo, recuerdo mejor cada sensación, cada agudeza, la manera en que descubría las cosas, las primeras asociaciones básicas, y la inocencia (la ausencia de literatura y de escritura) con que las comprendía. Tengo el recuerdo algo dudoso de escribir poemas por la noche, rimados, sobre árboles.
No puedo evitar una atracción hacia lo sacro, hacia esa opulencia ignorada del silencio en una iglesia o en una plaza nocturna, el peso de los muebles en la gravedad de una casa, la soledad, la inteligencia de las cosas frías, de los objetos, la sabiduría en las miradas y los gestos de la gente. A veces no sé si estas cosas realmente me interesan, si las escojo o si no hago más que ser, que existir despreocupadamente; si no soy más que ellas.
Olivia Rico, por Carmen Cabrera.
‘Cerros’, de Olivia Rico
La vieja madera ha profanado
el secreto de los cristales
con el todopoder del rojo,
con los dorados cabellos de su mimbre:
tras la altura una ventana sola
es el reflejo del Tiempo,
senil y despreciado por los hombres,
fatal y respetado a conveniencia.
Sobre el marfil la sombra concede
los desvaríos de la herrumbre
en que todo invierno se centra
y el perro obscurecido yace en la punta de las cosas;
las flores moribundas se sumen a la penumbra de sus tallos;
las hojas presienten el abismo y la borrasca,
mas las altas tumbas no temen otras muertes
y los muros no se abstienen de piedras ni de polvo:
la tierra espera otra caída.
Manuel de la Cruz: un payaso y un poeta
“Quiero que mi poesía sea una foto de la época en la que he vivido, una foto que refleje la realidad, sea agradable o desagradable, pero al menos que sea sincera y crítica”.