Luz en lo oscuro

Hace algunos años, cuando caí inevitablemente en el infierno de la ficción, un amigo narrador me comentó que no existían los escritores felices. 

Esa frase me rondó la mente durante días, semanas, meses. Era un herpes que aparecía de repente y me quitaba el sueño. ¿Cómo podía ser? Ese amigo era feliz. ¿Por qué me había dicho eso? 

Mientras el herpes desaparecía, lo fui comprendiendo. En sus años más fecundos, ese amigo no había sido feliz. La felicidad lo obligaba a disfrutar del momento y le impedía escribir. 

Me doy cuenta de que me sucede lo mismo. Necesito de la angustia para poder escribir, el deseo de algo que no puedo lograr. La plomada que aplasta mi cabeza es la que mueve mis dedos en el teclado. 

Los grandes escritores y artistas no nacen de la comodidad o el placer, sino de un sufrimiento profundo que arrojan con su creación. Las sociedades decadentes y al borde del colapso son el caldo de cultivo perfecto para ellos, como la luz en lo oscuro de un cuadro de Rembrandt

El Quijote nació de un Cervantes en ruinas, con una mano inutilizada por las secuelas de Lepanto y una vida angustiada por la cárcel, las deudas y la constante desgracia que solo el manchego caballero pudo borrar.

La arcilla con la que se moldean las novelas de Svetlana Aleksiévich mana de las putrefactas charcas de una brutal dictadura y refleja cómo esas voces intentan escapar de ese caos. 

Gabriel García Márquez busca la felicidad, o más bien una esperanza bañada en resignación, en ese sufrimiento. “¿O no tiene el alfarero derecho sobre el barro de hacer de la misma masa un vaso de honor y uno indecoroso?”[1]

Soy capaz de escribir periodismo de forma más lógica y ordenada cuando estoy en calma, pero la ficción me exige sufrimiento. No llegan juntas ambas musas, se odian. 

A la musa del periodismo la logro domar con disciplina. La despierto a las 5 de la mañana y la drogo con té negro. Ella trabaja para mí cuando deseo. Mas la musa de la ficción aún me esclaviza.

Es entonces a la última a la que más deseo. Nada me angustia tanto como la felicidad efímera. El saber que estoy navegando por la serenidad que antecede a la tempestad. Pero no sé cuándo cambiarán los vientos. 

Es una espada de Damocles que se mece sobre mí. La incertidumbre y el deseo de su caída me apesadumbran. Es entonces cuando más y mejor escribo. Es cuando más busco el sufrimiento.  

Este sufrimiento no tiene una única razón. Puede aparecer por causas tan mundanas como la escasez de dinero, un amor que pudo ser; o por razones más profundas, como cuestionarme la propia existencia. 

Cuando la felicidad me visita durante mucho tiempo, comienza a angustiarme el no poder escribir. Es entonces cuando vuelve el fecundo sufrimiento.

Su última visita no fue tan profunda. Los flirteos de la inspiración surgieron de los flirteos de un absurdo que, aunque deseara, sabía que no se iba a concretar; y al cual debo, agradecido, haber empezado una novela que durante dos años me evitó, junto a media docena de poemas horrendos, los peores que hayan sido perpetrados por ser humano alguno. 

Para Horacio Quiroga, es la muerte la causa y la solución de la angustia misma. Es la presencia constante de la muerte la que angustia a los hombres y es, a su vez, la propia muerte la única capaz de librarlos del sufrimiento. 

Por otro lado, para Sartre, la angustia es la conciencia de ser uno el responsable de su propio porvenir. Una angustia profunda de la que es imposible librarse. Estamos condenados a la libertad. Una libertad de la que ni la propia muerte nos libra, la cual está condicionada por nuestras circunstancias. 

Mi sufrimiento surge cuando soy consciente de mi angustia, de la impaciencia por lograr las cosas o sentirme responsable de mi existencia, aun cuando no logro encontrarle una razón. Es entonces cuando el sufrimiento me motiva a escribir, como un reflejo de intentar encontrar algún sentido.  

La única forma de escribir ficción si no estoy infeliz, es provocarme ese sufrimiento. Lo cual se me facilita al sentirme un extraño, no ser quien pensaba que sería. Siento que estoy dentro de un caos que solo escribiendo puedo poner en orden. 

El éxodo de casi todos mis amigos, las dificultades económicas y la soledad (tal vez autoimpuesta), son las tres Nornas que enredan la madeja de lana de mis personajes: sufridos, caóticos, que, sin embargo, prosperan y navegan en una mar que no les es favorable. 

La ficción es una condena que no elegí y de la cual no puedo ni quiero desligarme. Deseo ese sufrimiento. Es repugnante la idea de necesitar el sufrimiento para poder escribir y que sea esta escritura la que lo atenúe y mantenga mi cordura. Es como el viento en la mar, que causa las tormentas, pero también mueve las velas de los barcos.

No creo que ese amigo hubiese deseado cambiar su destino. Fue el sufrimiento el que le permitió escribir y llevarlo a la calma luego. No se aún si la tormenta me lleve a buen puerto o despedace mi goleta en medio del océano. 

No puedo cambiar esos vientos, solo mover las velas. ¿Pero a quién le importa? 




© Imagen de portada: ‘La tormenta en el mar de Galilea’ (detalle), de Rembrandt, 1633.




Nota:
[1] La Biblia. Romanos, 9:21.




José Raúl Gallego

José Raúl Gallego: “No hay vuelta atrás con el periodismo independiente”

Ted A. Henken

“Muchos de nosotros hacemos periodismo y a la par hacemos activismo. Uno lo que tiene es que diferenciar los roles, y sobre todo ser consecuente con la ética de la profesión. Yo no voy a mentir. Sea cual sea la causa que defienda, mi compromiso es con la verdad, no con un partido político, no con una causa”.





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2 Comentarios
  1. Se percibe que sangras por esa herida, Ernesto.
    Muy lindo texto, que «te salió del alma».
    Me hiciste recordar a Truman Capote y su «Música para camaleones»: «Cuando Dios nos da un don, también nos da un látigo, para autoflagerarnos».
    Muchas gracias por este regalo.

  2. Es así como dices (creo yo). Por supuesto, imagino que no a todos los escritores o artistas en general les suceda lo mismo, pero es una lógica recurrente. Los inmortales de Borges y los Eloi de H. G. Wells quizás sean variaciones de la idea que Chesterton esbozó en su Alarms and Discussions: “(…) La vida es importante porque la muerte es importante (…)”. Como dice John Turturro en Fading Gigolo: “(…) Donde hay amor, hay dolor (…)”. Como dice El Bodeguero: “(…) Toma chocolate. Paga lo que debes (…)”. 😂😂😂😂😂😂😂 Si de verdad estás interesado en escribir ficción, “paga lo que debes”.

    Abrazongo.

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