La máquina política cubano-estadounidense: reflexiones sobre su origen y permanencia

Para apreciar la situación actual de Miami sería conveniente recordar lo que era en 1959. En aras de ser lo más breve posible, podríamos decir que era una ciudad típicamente sureña, con un sector importante de retirados y veteranos cuyo único interés era explotar el turismo durante los meses de invierno […] El crecimiento que ha experimentado Miami es un hecho sin precedentes en la historia de esta nación, crecimiento que ocurrió como parte de lo que se ha llamado “el gran milagro cubano”. Por ello, creo que quienes abandonaron la isla a principios de 1959, tanto como quienes han llegado recientemente, con la misma fe y esperanza, deben sentirse orgullosos no sólo de lo que han logrado para sí mismos, sino también para la comunidad entera.[1]

Estas palabras, que escribió hace casi veinte años uno de los miembros más prominentes de la clase dirigente cubana de Miami, fueron parte de la respuesta que dieron los exiliados cubanos a las medidas adoptadas por los líderes y la población anglosajones locales con respecto a los recién llegados, medidas que pretendían, por decirlo así, “enseñarles cuál era su sitio” dentro de la jerarquía étnica estadounidense. Durante el éxodo de Mariel de 1980, el Miami Herald, sin duda la principal institución de la antigua clase dominante anglosajona, encabezó una vigorosa campaña para expulsar de la ciudad a los recién llegados y, al término del éxodo, una rápida movilización popular culminó con un sufragio avasallador en contra del uso en público del idioma español. “No vinimos a Miami para vivir en una república bananera”, proclamaba uno de los organizadores del referéndum antiespañol.[2]



Orígenes y paradojas del poder político cubano-estadounidense

La reacción cubana fue extraordinaria por su rapidez y alcances. Ante la acusación de que eran un elemento extranjero cada vez más indeseable, los exiliados no respondieron con los argumentos usuales de racismo y discriminación, sino que reivindicaron sus derechos sobre la ciudad. Antes de que ellos llegaran, Miami había sido un insignificante pueblo sureño dedicado al turismo. El emporio comercial y financiero que súbitamente surgió en el extremo sur de la Florida fue obra enteramente suya, parte de “el gran milagro cubano”. Fueron ésos los años en los que se creó la Fundación Nacional Cubano-Americana, bajo el liderazgo de Jorge Mas Canosa. También fueron los años en que se elaboraron planes detallados para conseguir el poder político local.

“El referéndum contra el bilingüismo fue una bofetada contra nosotros —opinó un funcionario del gobierno local cubano-estadounidense en 1981—. La gente empezó a sentirse más cubana que nunca”. La organización política era incipiente en ese momento y las pretensiones de desagravio eran relativamente modestas: “elegir a un alcalde cubano y quizá a uno o dos legisladores estatales”.[3] A mediados de los ochenta estas metas habían sido cumplidas ampliamente: los alcaldes de Miami, Hialeah, West Miami y varios municipios menores eran cubanos de nacimiento y había diez cubano-estadounidenses en la legislatura estatal. Pero el ímpetu hacia la hegemonía política adquiría fuerza día con día. A principios de los noventa, los cubanos de Miami lograron colocar en Washington a dos de los suyos, Lincoln Díaz-Balart e Ileana Ros-Lehtinen, como congresistas republicanos. Ambos fueron reelectos a lo largo del decenio, al carecer de una oposición creíble.

Un estudio que llevó a cabo el Centro para la Integridad Pública de Washington, D.C., un think-tank de tendencia liberal, concluyó con pesar que la Fundación Nacional Cubano-Americana era la organización de cabildeo étnico más eficaz en Washington, pues superaba incluso al cabildeo pro israelí, al que imitó originalmente. El informe destacaba el papel “poderoso, a veces temible” que este grupo conservador de cabildeo desempeñaba en la configuración de la política de los Estados Unidos hacia Cuba, y criticaba el acceso de Mas Canosa a los poderosos de Washington como algo “excesivo”, al señalar que “la mayoría de los dirigentes de fundaciones no suele reunirse con los presidentes y secretarios de Estado de cada gobierno”.[4]

¿Qué había sucedido? Las altas esferas anglosajonas de Miami, acostumbradas como estaban a lidiar con minorías raciales empobrecidas, creyeron que también podrían tratar fácilmente con estos exiliados aparentemente sin dinero: la jerarquía étnica de la respetable ciudad sureña sería restaurada con prontitud. Nunca supieron lo que se les venía encima. Los cubanos no eran otra minoría étnica más, sino las élites educadas, con habilidades organizativas e iniciativa empresarial desterradas de su país. Entre 1960 y 1980, los primeros exiliados crearon miles de empresas pequeñas, medianas e incluso grandes. Mientras que sus objetivos políticos se centraban en el pronto derrocamiento del régimen comunista en la isla, destinaron sus energías económicas a recuperar su posición de privilegio. De manera solidaria y al contar con recursos, se apoyaron mutuamente con créditos subsidiados e información, y se ayudaron unos a otros como clientes. A lo largo de 20 años, la economía cubana de Miami nunca dejó de crecer.

Toda política tendiente a reafirmar la hegemonía del grupo dominante en una comunidad inevitablemente desata reacciones por parte de los excluidos y, por lo general, estas movilizaciones son infructuosas por falta de recursos. Sin embargo, en Miami, los acontecimientos tomaron un rumbo muy diferente. Cuando los antiguos exiliados desviaron su atención de la situación política en Cuba a la de su país de adopción, abordaron el enfrentamiento a partir de mucha riqueza y conocimiento organizativo. Su movilización pronto puso a la defensiva al viejo poder político de Miami y, posteriormente, lo derrotó. Las consecuencias de la victoria política cubana perduran hasta nuestros días.

Pero esta historia ya se ha contado antes, de muchas maneras y en muchos tonos, ya sea de celebración o de pesadumbre.[5] En cambio, se han explorado menos las causas de la perpetuación del nuevo orden que emergió en el sur de Florida a principios y mediados de la década de los ochenta. Las élites cubano-estadounidenses no sólo obtuvieron el control político de su ciudad, sino que lo consolidaron durante los siguientes 20 años, al eliminar —a veces con mano de hierro— todo rastro de oposición. Esto dio lugar a tres paradojas:

  • Los inmigrantes, especialmente los que gozan de éxito económico y han estado en el país anfitrión durante muchos años, tienden a integrarse a la sociedad. Los cubanos, sin embargo, a pesar de su éxito y de los 40 años que han vivido en los Estados Unidos, se mantienen apartados, habiendo creado una economía política diferente en el sur de la Florida. Ésta es la paradoja de la asimilación.
  • Las actitudes colectivas se modifican, especialmente cuando reciben fuertes influencias externas. La actitud política de la clase dirigente cubana de Miami es considerada usualmente como extremista e incongruente con las realidades de la era posterior a la Guerra Fría. Las formas estridentes en las que ese grupo ha manifestado esa actitud en repetidas ocasiones lo ha hecho impopular, no sólo en América Latina, sino también en los Estados Unidos. Los estudios de opinión consistentemente ubican a los cubanos como uno de los grupos menos queridos por el resto de la población estadounidense. Ésta es la paradoja de la intransigencia.
  • Los líderes cubano-estadounidenses saben bien que, al continuar con su agenda militante, brindan al gobierno cubano un recurso simbólico invaluable. Diversos expertos en la nación isleña han sostenido repetidamente que el mayor título de legitimidad que le queda al gobierno de Castro y una de las razones principales de su permanencia radica en su muy creíble alegato de que su gobierno personifica la oposición nacionalista a la agresión estadounidense. Por tanto, cuanto más promueven los cubano-estadounidenses las políticas de los Estados Unidos contra Cuba, más contribuyen a apoyar a un régimen basado en la defensa de la soberanía nacional.[6] Ésta es la paradoja de la legitimidad.

En lo que sigue, examinaré las causas de estas paradojas, así como los mecanismos sociales e institucionales que han contribuido a que permanezcan durante un periodo prolongado.



¿Por qué lo hacen? la razón de ser del extremismo político

Durante muchos años, la explicación usual de la situación anómala en el sur de la Florida era el carácter radical que había tenido la Revolución cubana y las heridas que había infligido a sus muchas víctimas. Decenas de miles de personas perdieron sus propiedades sin recibir indemnización alguna, miles fueron hechas prisioneras en condiciones sumamente crueles, y cientos más perdieron la vida ante los pelotones de fusilamiento. Las víctimas y sus familiares desarrollaron, inevitablemente, una hostilidad feroz hacia el régimen comunista cubano y una sed insaciable por ver que éste pagara por sus acciones. También los propios exiliados suelen invocar estos hechos para explicar ciertos actos que el mundo exterior ve como demencia política. Un empresario cubano-estadounidense explicó las protestas organizadas contra la presencia en Miami de algunos artistas cubanos de la siguiente manera:

Cuando tantas personas han sido afectadas por el comunismo, cuando tantos han tenido que abandonar la tierra donde nacieron, cuando la gente no puede visitar los cementerios donde descansan sus seres queridos, nosotros tenemos que protestar. ¿Por qué no? ¿Por qué nos tienen que imponer algo tan doloroso? Una persona que no ha sufrido, cuyos familiares no han sido asesinados, puede muy fácilmente decir que debe haber libertad de expresión. Pero a nosotros no pueden venirnos con eso. Es muy difícil soportar el que ellos vengan aquí, a nuestro centro, a decirnos esas cosas.[7]

Las experiencias de pérdida en el país natal constituyen, sin duda, una motivación muy poderosa, pero éstas por sí solas no explican de manera suficiente la tenacidad y resistencia de la ideología del exilio cubano. Para la mayoría de los cubano-estadounidenses los eventos traumáticos tan vívidamente descritos por nuestro narrador son un recuerdo lejano. Muchas de las personas que de hecho los vivieron en carne propia ya están muertas, y sus denuncias las repiten ahora, como un ritual, jóvenes cubano-estadounidenses que nunca vivieron en Cuba ni sufrieron esos traumas. Actualmente, más de la mitad de la población cubana de Miami está compuesta por los refugiados que llegaron después de 1979 y su descendencia. A diferencia de los exiliados de la década de los sesenta, estos nuevos inmigrantes crecieron y se educaron en la Revolución, no se les confiscaron propiedades y, en la mayoría de los casos, llegaron a los Estados Unidos por razones económicas y no por ser opositores activos al régimen.[8]

La perpetuación del discurso y la práctica de la intransigencia se explica mejor por la confluencia de otras dos fuerzas: primero, la consolidación de intereses económicos y políticos no previstos; segundo, las consecuencias sobre las prácticas culturales de hechos del pasado.

a) Surgimiento de intereses

El éxito de las acciones contra la hegemonía sajona local tuvo una consecuencia muy importante, a saber, que los primeros exiliados fueron ganando cada vez más poder político dentro del sistema electoral. Los empresarios cubano-estadounidenses aportaron los recursos económicos con los cuales los políticos recién creados pudieron ganar las elecciones locales, sobre todo al movilizar el nuevo voto cubano-estadounidense. Fue relativamente fácil persuadir a la masa de cubanos concentrados en Miami de que obtuvieran la ciudadanía estadounidense y se empadronaran para votar. En primer lugar, dado que la opción de regresar a Cuba estaba vedada, la naturalización se veía como parte del proceso de establecimiento a largo plazo.[9] En segundo lugar, esta población estaba ya políticamente movilizada, y lo único que se necesitaba era desviar un poco la dirección de sus acciones: de la protesta en las calles contra Castro al sufragio en las elecciones locales.

Con el sólido respaldo de este bloque de votantes, los políticos cubano-estadounidenses pudieron desafiar con éxito a quienes ocupaban puestos políticos, primero en el ámbito municipal, después en la legislatura estatal y finalmente en el Congreso. Una vez elegidos, los políticos cubano-estadounidenses pronto descubrieron dos hechos importantes: primero, el considerable incremento en cuanto a estatus e influencia que obtenían gracias a sus puestos; segundo, las deudas que debían pagar a los empresarios que habían contribuido al éxito de sus campañas. A partir de ese momento, las empresas cubanas establecidas en el sur de la Florida empezaron a florecer y pasaron, de servir a un mercado puramente étnico, a ser proveedoras de productos y servicios para la población general y para el Estado. Fueron empresas cubano-estadounidenses las que instalaron el cableado para las compañías locales de teléfono, pavimentaron los caminos del condado de Dade y construyeron muchos de los nuevos complejos habitacionales.

Un factor que contribuyó a esto fue que los funcionarios de las ciudades y condados que otorgaban los contratos y los inspectores de construcción que supervisaban los desarrollos habitacionales eran otros exiliados o empleados bajo las órdenes de funcionarios cubano-estadounidenses.

Church and Tower, la compañía fundada por Jorge Mas Canosa, se convirtió en una de las contratistas más importantes del condado de Dade, y Latin Builders Association, que agrupa a todos los urbanizadores cubanos del condado, surgió como uno de los grupos locales de cabildeo político más poderosos. Con el paso del tiempo, brotaron en Florida los contornos de lo que Logan y Molotch llamaron la “máquina de crecimiento urbano”, en este caso con una fuerte tonalidad latina.[10]

El funcionamiento básico de esta máquina es fácil de explicar: los empresarios cubano-estadounidenses contribuyeron a las campañas de los políticos cubano-estadounidenses quienes, una vez en el poder, les pagaron el favor. La Fundación Nacional Cubano-Americana, nacida en 1981, se convirtió en el núcleo de esta red de intercambio, al garantizar que ésta operara sin inconvenientes y que las contribuciones políticas cubanas alcanzaran sus objetivos estratégicos. A la larga, no sólo los políticos de origen cubano, sino también figuras políticas estadounidenses clave, como los senadores Jesse Helms de Carolina del Norte y Robert Torricelli de Nueva Jersey, resultaron beneficiarios de la generosidad de los que alguna vez fueran exiliados.

Los cubanos de Miami descubrieron que hacer el bien les retribuía mucho. Sus acciones contra los intentos de los anglosajones locales de reducirlos a la condición de una minoría étnica más habían triunfado más allá de lo previsto, lo que los puso en control del poder local. Esa situación, a su vez, impulsó tanto a los políticos como a los empresarios a posiciones prominentes, de tal suerte que los exiliados se convirtieron en la estructura de poder en Miami. Sin embargo, la increíble máquina de desarrollo que crearon también tenía sus fallas. Muchos exiliados que llegaron al poder al parecer creyeron que habían sido elegidos en Cuba, no en los Estados Unidos, y que podían comportarse en consecuencia. Al cabo del tiempo se encontraron tras las rejas o fueron obligados a renunciar.

Así, por ejemplo, el popular alcalde de Hialeah, Raúl Martínez, fue procesado por las autoridades federales en repetidas ocasiones, hecho que no impidió su posterior reelección. De igual forma, el extravagante Sergio Pereira fue obligado a renunciar de manera oprobiosa cuando fungía como administrador del condado de Dade, y lo mismo le ocurrió a Xavier Juárez, un abogado egresado de Harvard y presunto ejemplar de la “nueva” generación de políticos cubanos, luego de que se probara que su elección para alcalde de Miami en 1997 había sido fraudulenta. Hasta el respetado César Odio, quien fuera administrador de la ciudad durante muchos años, perdió su puesto y fue a la cárcel por cargos de malversación. Hubo tantas elecciones arregladas, tanto comercio de influencias y robo evidente de fondos públicos, que el FBI tuvo que designar una fuerza especial para el sur de Florida. En algún momento, el Estado de Florida tomó el control de la ciudad de Miami, casi en bancarrota. A finales de la década de los ochenta, la fiscal general, Janet Reno, dedicó muchos esfuerzos para enseñar a esos nuevos políticos que Miami seguía siendo parte de los Estados Unidos y que no era una república bananera.[11]

No sin dificultades, los escándalos se redujeron durante la década de los noventa, lo cual se debió, al menos en parte, al aprendizaje forzado al que se vieron sometidas las figuras políticas cubanas, golpeadas por tantas multas, pérdidas de puestos políticos y periodos de encarcelamiento. Pero, a pesar de todos los reveses, la máquina política creada por los antiguos exiliados nunca perdió empuje ni dejó de consolidar su posición. Una de las causas de tal firmeza era la notable solidez de su base electoral. Los electores cubano-estadounidenses seguían formándose ante las urnas para votar unánimemente por los suyos, muchas veces pasando por alto los delitos cometidos o los periodos de encarcelamiento de los candidatos.

Esta ventaja les aseguraba el monopolio casi absoluto de los puestos de elección en las áreas en las que los cubanos eran mayoría. Pero el comportamiento de la masa de votantes cubanos no expresaba sólo la solidaridad étnica, sino que también era resultado directo de una ideología anticomunista y de la oposición implacable al gobierno de Castro. En realidad, cada voto emitido no era en apoyo de un candidato coterráneo, sino un voto contra Castro.[12] Las plataformas electorales, incluso para los puestos más modestos, como la junta de educación local, debían ser cuidadosamente diseñadas para adecuarlas a esta perspectiva. A la inversa, cualquier candidato —cubano o no— que se atreviera a expresar la más mínima duda sobre la justicia de esa posición firmaba su sentencia de muerte política, por lo menos entre la colonia cubana. “Es blando con el comunismo”, dirían las ancianas en su camino hacia las urnas, y ese solo hecho decidiría su opción.

Esta mentalidad explica por qué los políticos cubano-estadounidenses han sido elegidos repetidamente, sin ninguna oposición. En particular, los dos representantes, Ileana Ros-Lehtinen y Lincoln Díaz-Balart, no fueron enviados a Washington para que defendieran intereses locales mundanos, sino como embajadores de una misión nacional. Ellos constituyen, a los ojos de los electores de “La Pequeña Habana”, las voces de la nación cubana oprimida y los instrumentos de su redención. Mientras Ros-Lehtinen y Díaz-Balart continúen presentándose como los enemigos implacables de Fidel Castro, su reelección estará asegurada.

Más que las experiencias personales de las víctimas de la Revolución cubana, es esta concatenación de eventos la que explica la solidez de la máquina cubano-estadounidense. Los beneficiarios, tanto políticos como empresarios, tienen ahora mucho interés en conservar sus posiciones de privilegio. Sin embargo, para lograrlo necesitan mantener al electorado en un estado de permanente activismo contra el régimen de la isla. En Miami, esta misión sagrada, “liberar a nuestro país del comunismo”, es la que se traduce en votos, los cuales, a su vez, se convierten en puestos de poder en Tallahassee y Washington, y en contratos provechosos para los empresarios locales.

Por otra parte, el apuntalamiento de esta maquinaria explica también la situación peculiar de entrampamiento en la que muchos de sus miembros se encuentran: los políticos cubano-estadounidenses que comienzan a dudar de la prudencia de la ideología de la intransigencia o que se dan cuenta de la imagen negativa con que cuenta su comunidad deben guardar silencio, pues debilitar el fervor de las masas implica poner en peligro su propia posición. Por la misma razón, cualquiera que cuestione la ideología reinante o que descubra algún mérito en las políticas del régimen cubano es relegado y excluido del círculo interno de la máquina.

b) Causalidad acumulativa

Muchos procesos de la vida social se construyen alrededor de sí mismos; es decir, los acontecimientos presentes están determinados por acontecimientos pasados similares que ascienden o descienden en una espiral, de manera acumulativa. Ejemplo de ello sería el desempleo individual: mientras más se prolonga el desempleo mayores son las probabilidades de permanecer en esta situación en el futuro. Asimismo, las “burbujas” y las estampidas del mercado son ejemplos colectivos, en los que el comportamiento de unos cuantos actores desencadena una reacción acumulativa.[13]

Una de las principales características de la causalidad acumulativa es que elimina gradualmente otras opciones, de tal suerte que las acciones subsecuentes deben seguir por una vía más estrecha que la que existía al principio. Así, una vez que un individuo ha sido condenado por un crimen y etiquetado como infractor social, cada día se le hace más difícil regresar a la vida normal, pues las acciones de quienes lo rodean tienden a reforzar dicha etiqueta y, en consecuencia, lo excluyen de muchas oportunidades. De igual manera, cuando un gobierno llega a ser considerado poco confiable en el manejo de sus finanzas, los acreedores internacionales le cierran sus puertas, lo que agrava aún más su situación económica y lo obliga a adoptar de nuevo medidas poco ortodoxas. “Círculo vicioso” es el nombre que se le da en el lenguaje popular a dichos procesos.[14]

Además de la consolidación de intereses políticos y económicos que requieren de la movilización popular continua, la durabilidad de la máquina cubano-estadounidense también se ha debido a un proceso de causalidad acumulativa. El marco ideológico que llegó a prevalecer entre la comunidad exiliada no tenía necesariamente que ser el de extrema derecha, pues, durante los primeros años de esta comunidad, otras ideologías más moderadas también compitieron por imponerse (las razones de su fracaso se han examinado con detalle en otra parte).[15] El punto es que, una vez que la ideología de la intransigencia prevaleció, ésta se nutrió de sí misma, clausuró otras opciones y se volvió más estrecha con el paso del tiempo.

La disminución de opciones tiene dos manifestaciones principales: la primera es de carácter cognitivo, cuyo resultado es una visión maniquea del mundo. Los políticos de segunda generación, nacidos y educados en Miami, y que nunca han estado en Cuba, repiten sin vacilar los eslóganes anticomunistas y los llamados a las armas que han aprendido de sus mayores. Actúan así, en parte, por conveniencia política, pero también por una convicción genuina. La ideología de la intransigencia les impide mirar a través de otro cristal el proceso revolucionario cubano o entender las acciones de sus líderes.

La segunda consecuencia es más tangible. A partir de dicha ideología surgió, con el paso del tiempo, un repertorio de conductas que se volvió habitual y necesario. Para formar parte de la comunidad, para ser un verdadero “cubano de Miami” no basta con haber nacido en la isla y haber huido debido a la persecución política; también es necesario comportarse de la forma en que se espera que se haga, desde el apoyo a los candidatos de derecha hasta la oposición pública y estridente a todo aquel que exprese simpatía por el régimen castrista. Esta mentalidad explica por qué muchos exiliados de edad avanzada que podrían y anhelarían visitar la isla —en otras circunstancias se abstienen de hacerlo. “Mi clase social no viaja a Cuba. Jorge Mas Canosa es un santo. No romperemos filas”, expresó una anciana exiliada a Susan Eckstein en una entrevista para su estudio de la comunidad cubana.[16]

El mismo estudio narra el caso de Josefina, una cubana de edad avanzada que reside en Nueva Jersey y quien sí regresó a la isla, decisión que tomó por el temor de no volver a ver a su hermana de 81 años. Su esposo, negándose a acompañarla, sólo decía: “No quiero ir de visita, no quiero volver”. Josefina se reunió con su hermana, hizo las paces con una sobrina que seguía siendo revolucionaria, y declaró a su regreso: “Parecía Beirut: un país sembrado de miseria y destrucción”. Cuando el viaje llegaba a su fin, Josefina comprendió “que aquél era el adiós”. Y concluyó: “Prometí nunca regresar mientras Fidel siga en el poder.”[17]

Eckstein y su colaboradora, Lorena Barbería, encontraron que los exiliados ancianos que se habían atrevido a transgredir la prohibición de viajar repetían una y otra vez el tema de “Beirut”. Un hecho que revela que las impresiones de “un país destruido” están condicionadas por la ideología de la comunidad es que los cubano-estadounidenses jóvenes que no viven en Miami y que han visitado la isla nunca mencionan ese aspecto. De hecho, muchos relatan impresiones muy distintas:

Mi primera visita me impresionó mucho. Crecí pensando que Cuba era como Europa del Este: gris y espantosa. Pero me pareció bellísima. La gente pasa por tiempos difíciles, pero también tiene un sentido de la vida […] Lloré todas las noches porque era la primera vez que me sentía en casa. ¡Veía cubanos hablando con las manos y yo conocía su acento![18]

La fuerza inercial del proceso de causalidad acumulativa nos permite comprender mejor por qué no son sólo los líderes cubano-estadounidenses, que se benefician directamente de la máquina política de Miami, sino también la masa de exiliados, que obtiene muy poco de ella, quienes continúan defendiendo la misma perspectiva y actuando en consecuencia. El suyo es un mundo en blanco y negro donde no hay más alternativas. Después de 40 años, resulta casi imposible superar esa mentalidad que se autoalimenta continuamente.



¿Cómo lo hacen? La mecánica de la hegemonía duradera

En esta sección final, me gustaría abordar un problema diferente. No es lo mismo explicar por qué sucede un proceso social que dar cuenta de su funcionamiento interno. Un proceso puede ser benéfico o deseable para ciertas personas sin que por ello sus deseos se hagan necesariamente realidad. De igual forma, una vez que el proceso está en curso, es posible que éste sea llevado por su propia fuerza inercial, fuerza que puede no obstante debilitarse si no es periódicamente reavivada. Quisiera rescatar una noción central de un estudio anterior sobre el origen de la economía cubana de Miami, a saber, que ésta constituye una comunidad moral.[19] El término “moral” no es usado aquí en su acepción cotidiana, sino que denota el hecho de que las transacciones entre los miembros de la comunidad, incluso las más rutinarias, están imbuidas de una ideología que todo lo abarca. La adhesión a dicha ideología define los límites de la comunidad; es decir, quién es un verdadero exiliado cubano y, por tanto, quién puede exigir la protección, el estatus social y las oportunidades económicas que la comunidad brinda. Para entender cómo se perpetúa esta comunidad moral, los conceptos teóricos de capital social como mecanismo de control y de ritual como mecanismo de reafirmación son útiles.

a) El lado negativo del capital social

El capital social, concepto que introdujo el sociólogo francés Pierre Bourdieu y que popularizó el sociólogo estadounidense James S. Coleman, se define como la capacidad para disponer de recursos por pertenecer a ciertas redes sociales o estructuras sociales más amplias.[20] Los recursos pueden ser de cualquier tipo: créditos, información, votos, trabajo, etc. La idea central es que el capital social provee a los individuos de medios privilegiados para obtener recursos, por fuera del mercado y sin seguir sus reglas. Es un privilegio otorgado sobre la base de la pertenencia. Los miembros tienen acceso a puestos, créditos especiales, información sobre la bolsa de valores y ayuda voluntaria de amigos y vecinos. Los no miembros deben adquirir estos servicios al precio del mercado o prescindir de ellos.

Desde el punto de vista de quien los recibe, los recursos mediados por el capital social aparecen como un “regalo”. Por tanto, las razones por las cuales los beneficiarios desean participar en esas transacciones son evidentes. Lo que resulta más difícil de entender es la motivación de los donantes, quienes parecería que proveen sin ganar nada a cambio. La literatura teórica sobre este concepto registra varios mecanismos que hacen posible dichas transacciones. Para los propósitos del presente análisis sólo dos son relevantes: las expectativas de reciprocidad mediante las cuales los miembros de una comunidad se hacen favores unos a otros, con la idea de que esos favores les serán pagados en el futuro.[21] El factor clave que distingue estas transacciones de los intercambios en el mercado es que la forma de compensación queda sin especificar. Lo que los donantes crean con este tipo de transacciones es un vago sentido de obligación sobre el cual podrán sustentar sus demandas en el futuro. Y la solidaridad confinada, que es una fuente de capital social que motiva a los individuos a ayudar a otros que sean miembros de su misma colectividad. Los vínculos pueden ser de cualquier tipo: nacionalidad, clase, etnia o familia. Cualquiera que sea su tipo, éstos dan como resultado un “sentimiento de nosotros” entre quienes están ligados por ellos, lo que los lleva a preferirse, aun no teniendo expectativas de reciprocidad.[22]

Una de las características más notables del enclave cubano de Miami, particularmente en sus primeras etapas, fue su solidaridad interna, surgida de la experiencia común de la partida forzada y de la pérdida, y cimentada, más tarde, en la oposición al régimen de Castro. El crecimiento simultáneo del poder económico y político cubano-estadounidense generó una multitud de recursos y oportunidades disponibles para los amigos y aliados. Los coterráneos ocupaban los primeros lugares en la fila de los beneficiarios, pero sólo a condición de que se adhirieran estrictamente a la ideología del enclave. Los cubano-estadounidenses se compraban las mercancías entre ellos, apoyaban mutuamente a sus empresas con créditos y preferencias, empleaban a sus compatriotas y votaban unánimemente por los candidatos cubanos. Los miembros de la comunidad, desde acaudalados empresarios hasta obreros, eran elegibles para recibir beneficios de sus redes de reciprocidad y solidaridad confinada.[23]

Como en cualquier otro caso, estas fuentes de capital social tienen consecuencias tanto positivas como negativas: crean oportunidades para los individuos, pero les imponen a la vez ciertos controles sociales. En otras palabras, el capital social recompensa la conformidad y desincentiva la disidencia. Cuanto más fuertes sean los vínculos, más difícil será oponerse a los dictados de la colectividad. El enclave cubano constituye una comunidad moral debido a la fuerza de su capital social; de ahí la combinación única de recompensas y castigos con la que mantiene a sus miembros en línea.

En las primeras juntas que dieron lugar a la creación del Comité Cubano para la Democracia —una organización de cubano-estadounidenses de centro que se oponía al gobierno cubano pero también a la ideología de la máquina de Miami—, varios profesionistas y empresarios prominentes de Miami participaron con mucho entusiasmo, pero más tarde se retiraron. Sus razones fueron siempre las mismas: el miedo a perder su empleo y las presiones de sus familiares, temerosos de las consecuencias u opuestos a que pertenecieran a una organización “comunista”.[24] A fin de cuentas, estos cubanos cambiaron la supresión de sus derechos de libre expresión bajo el comunismo por una supresión similar bajo el capitalismo al estilo miamense. De esta manera, la existencia y operación del capital social dentro del enclave cubano es un factor importante que explica la persistencia de su maquinaria política: año tras año, se han otorgado recompensas, materiales y simbólicas, a quienes cierran filas, y aplicado sanciones significativas contra quienes se atreven a expresar una opinión diferente.

b) Los rituales

Al igual que los líderes políticos de todo el mundo que intentan conservar sus posiciones de privilegio, los líderes de la máquina de Miami saben que su poder requiere de ciertos rituales periódicos. Éstos cumplen el doble propósito de hacer que la imprescindible masa de partidarios continúe activa y de “reenergizar” la ideología colectiva, adaptándola a las nuevas circunstancias. En Miami hay dos tipos de rituales: regulares y circunstanciales. Las conmemoraciones patrióticas cubanas, como el día de la Independencia o el natalicio de José Martí, se celebran en Miami al igual que en la isla. A éstas se añaden fechas que forman parte de la historia de la comunidad en el exilio, como la de la invasión de Playa Girón, el 17 de abril de 1961.

Los líderes cubano-estadounidenses aprovechan estas ocasiones para reafirmar el compromiso con sus principios ideológicos, atacar al gobierno de Cuba y solicitar apoyo continuo para derrocarlo. Se leen editoriales a través de las numerosas estaciones de radio del enclave, encabezadas por WAQI (Radio Mambí) y WQBA (La Cubanísima). Se invita a los radioescuchas a participar, lo que muchos hacen compitiendo entre ellos por hacer las declaraciones más exaltadas de fervor anticomunista y patriótico. Varios lugares en la ciudad de Miami han recibido un significado semisagrado en el imaginario colectivo, por lo que resultan apropiados para celebrar estos rituales periódicos. El más importante de ellos es la Eternal Fíame en honor a los soldados exiliados caídos durante la frustrada invasión de Playa Girón. Este sitio se ubica en el corazón del enclave, en la intersección de la Calle Ocho y el Cuban Memorial Boulevard.

El segundo lugar lo ocupa la Freedom Tower, una réplica de la torre de la Giralda de Sevilla, localizada en el centro de Miami. Fue durante muchos años el cuartel general del Centro Federal de Refugiados Cubanos, encargado de encauzar a los cientos de miles de exiliados que llegaban de la isla. Hace poco la adquirió la familia Mas Canosa, la cual anunció sus planes de convertirla en un monumento conmemorativo y museo de historia cubano-estadounidense. El tercero es el Santuario de la Virgen (Nuestra Señora de la Caridad), la santa patrona de Cuba; fue construido por la Iglesia católica a orillas de la bahía Biscayne, y su altar mayor apunta hacia Cuba.

Estos sitios sirven también para reuniones políticas multitudinarias, protestas y manifestaciones no programadas en respuesta a acontecimientos externos que provocan descontento en la comunidad. Aunque irregulares, dichas ocasiones no son infrecuentes, debido al interés de los líderes de la máquina por preservar el estado de movilización entre los exiliados, así como a los habituales enfrentamientos entre esta comunidad y sus enemigos perennes de la isla. Un ejemplo de ello fue cuando el gobierno cubano decidió derribar los aviones de Hermanos al Rescate, una organización del exilio que había sobrevolado varias veces La Habana para distribuir panfletos anticastristas. Este incidente, ocurrido en febrero de 1996, detonó al instante una serie de protestas masivas en Miami que produjeron la aprobación de la Ley Helms-Burton por el Congreso estadounidense, cuyo objetivo era estrangular económicamente al gobierno castrista. Unas pocas semanas después, varias calles de la ciudad de Miami fueron rebautizadas con los nombres de los pilotos caídos.

Aunque importante, el incidente provocado por los aviones de los Hermanos al Rescate es sólo uno más de la larga cadena de acontecimientos que han provocado manifestaciones masivas en el sur de Florida. A la cabeza de esos mítines se hallan varias pequeñas organizaciones cuya única raison d’être es avivar el fuego de la hostilidad anticastrista. Al tiempo que apoyan y se benefician de estos rituales, los altos líderes de la máquina cubana pocas veces participan en esas acciones callejeras, tarea que es delegada a las pequeñas organizaciones cuyos líderes rivalizan entre ellos en cuanto a su fervor y combatividad patriótica. 

Durante el episodio del niño Elián González, varios de los grupos más exaltados juraron que “inmovilizarían Miami” en protesta por la decisión del gobierno estadounidense de regresar al niño a Cuba. Bloquearon el tránsito y trataron de paralizar el puerto y el aeropuerto de Miami, haciendo caso omiso de las opiniones y deseos de la población no cubana de la ciudad. Cuando las autoridades federales sacaron por la fuerza a Elián de la casa de sus familiares en la “Pequeña Habana”, las protestas se hicieron violentas; en diversas partes de la ciudad se incendiaron automóviles y hubo enfrentamientos con las fuerzas policiacas.[25] Posteriormente, la Fundación Nacional Cubano-Americana anunció sus planes de convertir la casa donde vivió Elián en un santuario y museo, otro lugar sagrado para la celebración de rituales futuros.

Estos ritos, regulares y circunstanciales, ayudan a mantener a la población exiliada en un estado de tensión emocional. Es difícil que el proceso normal de asimilación pueda ocurrir entre los emigrados cubanos cuando cada pocas semanas un nuevo acontecimiento sacude su conciencia colectiva, recordándoles de manera dramática por qué dejaron la isla y quién es el verdadero enemigo. Las protestas y mítines políticos así originados, encabezados por las pequeñas organizaciones, pero con el apoyo y connivencia de sus superiores, permiten explicar las paradojas descritas al principio de este trabajo: así como resulta difícil integrarse a la sociedad estadounidense viviendo en esta atmósfera, también es imposible dejar atrás una ideología que con tanta frecuencia se reafirma por medio de estos emotivos rituales públicos.

En un programa de Radio Mambí, uno de los líderes del exilio expresó lo siguiente sobre la expulsión de 21 jóvenes cubanos que buscaron refugio en la embajada mexicana en La Habana a finales de febrero de 2002, uno de los episodios más recientes que dieron lugar a una movilización colectiva en Miami:

El gran patriota mexicano Benito Juárez declaró que “el respeto al derecho ajeno es la paz”. A la inversa, “la falta de respeto hacia los derechos de los otros es la guerra”. El gobierno mexicano ha mostrado una completa falta de respeto hacia los derechos de los cubanos oprimidos. Por lo tanto, estamos en guerra con México. Hacemos un llamado a todos los cubanos a boicotear los productos mexicanos y a nuestros representantes electos en Washington a oponerse de manera terminante a la solicitud del presidente Fox de legalizar a los mexicanos que viven de manera ilegal en Estados Unidos.[26]

El hecho de que se tomen en serio estas declaraciones es testimonio del continuo poder de la ideología de la intransigencia en Miami.



Conclusión: perspectivas

El gobierno cubano y su oposición organizada tienen muchas cosas en común, entre ellas las frecuentes predicciones que hacen ambas partes sobre la próxima desaparición de la otra. Hasta ahora, todas las predicciones han resultado erróneas, pues los dos sistemas políticos enfrentados han demostrado una resistencia notable. La máquina de Miami enfrenta, sin embargo, fuerzas contrarias significativas, la más importante de las cuales es la evolución demográfica: el segmento de la población cubano-estadounidense más identificado con la ideología de la intransigencia —los exiliados que llegaron antes de 1980— está envejeciendo y muriendo rápidamente. A la vez, los segmentos de la población que crecen con más celeridad —la segunda y tercera generación de cubano-estadounidenses y los recién llegados de Cuba— son menos combativos, cuando no indiferentes a la ideología reinante.

Sin embargo, es improbable que las tendencias demográficas por sí mismas produzcan cambios políticos significativos. La máquina está tan bien afianzada que incluso miembros de la segunda generación que aspiran a ser políticos deben atenerse a sus dictados. Los políticos cubano-estadounidenses jóvenes siguen repitiendo los mismos eslóganes anticastristas; los mismos congresistas de derecha siguen siendo elegidos sin oposición alguna; y a ningún comerciante de Miami en su sano juicio se le ocurriría patrocinar un programa de radio o televisión que desafiara la ideología de la máquina.

En estas condiciones, la única forma en que podría darse un cambio rápido sería mediante la acción deliberada y concertada de los elementos moderados de la comunidad cubano-estadounidense en alianza con otros grupos no cubanos de la zona. Salvo casos excepcionales, sin embargo, rara vez se escuchan voces moderadas en Miami, pues quienes mantienen esa posición por lo general han preferido preocuparse sólo de sus profesiones y así evitar un enfrentamiento abierto con la máquina. Quizá se lamenten en privado, pero jamás expresan sus creencias en público. Por otra parte, algunos cubanos de primera y segunda generación se han disgustado tanto con el comportamiento de los líderes del exilio que se han ido hasta el otro extremo, realineándose como partidarios del gobierno cubano. Obviamente, esta elección no los conducirá a ninguna parte.

Aunque los exiliados cubanos militantes siguen creyendo que lograrán provocar un cambio en Cuba, quizá suceda más bien lo contrario. A falta de un esfuerzo deliberado de cambio dentro de la propia comunidad cubano-estadounidense, la única opción que resta es un cambio significativo en Cuba que modifique la ecuación política de las últimas cuatro décadas. A lo largo de este periodo, la política del exilio ha sido el reflejo fiel de los acontecimientos en Cuba, al reaccionar de manera vigorosa y siempre opuesta a cada acción de Castro y su gobierno. Por ello, sería imposible que un cambio trascendental en la situación política de la isla no afectara también a Miami. Sin embargo, esta posibilidad es incierta, y, por ende, el panorama más previsible es más de lo mismo: una saga triste e interminable que resultaría cómica si sus consecuencias no hubieran sido tan trágicas.

Julio – septiembre de 2003.





Notas:
[1] Luis J. Botifoll, Introducción al futuro de Miami, Miami, Laurenty, 1988, pp. 3, 10.
[2] Alejandro Portes y Alex Stepick, City on the Edge: The Transformation of Miami, Berkeley, University of California Press, 1993, cap. 2.
[3] Ibid., p. 35.
[4] «Study: Cuban Exile Lobby Is Most Cost-effective», The Miami Herald, 24 de enero de 1997, pp. V-, 15.
[5] Joan Didion, Miami, Nueva York, Simon and Schuster, 1987; David Rieff, Going to Miami, Boston, Little Brown, 1987; Guillermo J. Grennier y Alex Stepick, Miami, Now!, Gainesville, University of Florida Press, 1992.
[6] Jorge I. Domínguez, «The Secrets of Castro’s Staying In Power», Foreign Affairs, num. 72, primavera de 1993, pp. 97-107; Susan Eckstein, Back from the Future, Cuba under Castro, Princeton, Princeton University Press, 1994; Miguel Ángel Centeno, «Lessons for the Transition: Cuba after Fidel?», Cuban Affairs/Asuntos Cubanos, n ú m . 3-4, otoño-invierno de 1998, pp. 1,14.
[7] Portes y Stepick, op. cit., p. 138.
[8] Susan Eckstein y Lorena Barbería, «Cuban-American Cuba Visits: Public Policy, Private.
Practices», informe del Programa Interuniversitario sobre Organizaciones no Gubernamentales y Migración Forzada Mellon-MIT, Centro de Estudios Internacionales, MIT, enero de 2001.
[9] Un hallazgo común en los estudios sobre naturalización y cambio de ciudadanía es que los inmigrantes y refugiados cuyo regreso a su país natal es imposible tienen muchas más probabilidades de naturalizarse que aquellos que tienen la posibilidad de regresar. Véase Alejandro Portes y Rubén G. Rumbaut, Immigrant America: A Portrait, 2a ed., Berkeley, University of California Press, 1996, pp. 115-124.
[10] John Logan y Harvey Molotch, Urban Fortunes: The Political Economy of Place, Berkeley, University of California Press, 1987. 
[11] Portes y Stepick, op. cit., cap. 6; Maria Cristina Garcia, Havana, USA, Berkeley, University of California Press, 1996.
[12] Rieff, op. cit., cap. 12; T.D. Allman, Miami, City of the Future, Nueva York, Atlantic Monthly Press, 1987, cap. 16; Lisandro Pérez, «Cuban Miami», en Grenier y Stepick, op. cit.
[13] James S. Coleman, «A Rational Choice Perspective on Economic Sociology», en N.J. Smelser y R. Swedberg (eds.), Handbook of Economic Sociology, Princeton, Princeton University Press/Russell Sage Foundation, 1994, pp. 166-180; Mark S. Granovetter, Getting a Job: A Study on Contacts and Careers, Cambridge, Harvard University Press, 1974.
[14] Howard Becker, Outsiders: Studies in the Sociology of Deviance, Nueva York, Free Press, 1963; Coleman, op. at.; Robert K. Merton, “The Self-fulfilling Prophecy», en Social Theory and Structure, Nueva York, Free Press, 1968, pp. 475-490.
[15] Portesy Stepick, op. cit., cap. 6.
[16] Eckstein y Barberia, op. cit., p. 15. 
[17] Ibid., p. 19.
[18] Ibid., pp. 19 y 20. 
[19] Portes y Stepick, op. cit., pp. 137-144.
[20] Pierre Bourdieu, «Le capital social: notes provisoires», Actes de la Recherche en Sciences Sociales, núm. 31, 1980, pp. 2 y 3; James S. Coleman, «Social Capital in the Creation of Human Capital», American Journal of Sodology, num. 94, 1988, pp. S95-S121; Alejandro Portes, «The Two Meanings of Social Capital», Sociological Forum, num. 15, 2000, pp. 1-12.
[21] Ibid.; Alejandro Portes y Julia Sensenbrenner, «Embeddedness and Immigration: Notes on the Social Determinants of Economic Action», American Journal of Sociology, num. 98, mayo de 1993, pp. 1320-1350.
[22] Ibid.; Mark Granovetter, «The Economic Sociology of Firms and Entrepreneurs», en Alejandro Portes (ed.), The Economic Sociology of Immigration: Essays on Networks, Ethnicity, and Entrepreneurship, Nueva York, Russell Sage Foundation, 1995, pp. 128-165.
[23] Garcia, op. cit., cap. 1; Pérez, op. dt.; Alejandro Portes, «The Social Origins of the Cuban Enclave Economy of Miami», Sociological Perspectives, num. 30, octubre de 1987, pp. 340-371.
[24] Entrevistas personales con tres de los participantes en estas primeras juntas, Miami, primavera de 1993.
[25] «INS: Send Elian Back», «Cuban Exiles Vow Widespread Protests», The Miami Herald, 6 de enero de 2000, pp. 12, 13.
[26] «La mesa revuelta», Radio Mambí, 2 de marzo de 2002.





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Los 10 millones que nunca fueron

Por Orlando Luis Pardo Lazo

La fatalidad demográfica, a la vuelta de décadas y décadas de castrismo “de todo el pueblo”, demostró ser más contrarrevolucionaria que el fantasma de la democracia.