Tenía la voz arisca, como gastada por dentro; una estampa sucia y digna de lástima. A veces, la barba canosa era gris de tanto polvo, o amarilla por el cigarro o incluso azul cuando se la pintaba. Guitarra y un sombrero country adornado con la imagen de las tibias cruzadas y la calavera.
No pasaba desapercibido, aunque pasó desapercibido. De los locos histriónicos solo quedan anécdotas pintorescas, circenses. Pero, del poeta lúcido, solo migajas en los relatos de quienes le tuvieron un cariño distinto.
Como las cosas del azar y las historias sin constancia, Francisco Guzmán Rivero dejó de ser Francisco. En un atrevimiento dar lógica a algo que no merece la injusticia de las explicaciones, en el vocativo usado constantemente, Francisco llamaría “amigo” a todo aquel que se le acercase, logrando inequívocamente que el “loco” con guitarra y sombrero de cowboy pirata fuese conocido como Paco My Friend.
Detrás del alias, se ocultaba Francisco Guzmán Rivero, nacido en la antigua Provincia Habana, municipio Artemisa, en 1951. Fuera de su pueblo, se sabía poco de él, pero la prensa independiente primigenia lo describía ya en 2004 como un “trovador y poeta disconforme”.
En aquel entonces, fue penado a cuatro años de internamiento inevitable en el hospital psiquiátrico Mazorra. La misma crónica explicaba, con decepción, cómo Paco fue tachado de “peligrosidad” por los supuestos “trastornos emocionales graves” que padecía. `
Paradójicamente, en su ciudad natal la gente lo recordaba como un hijo querido y admirado: “una figura emblemática, intrínseca en la cultura artemiseña”. Lo llamaban “Paco My Friend” en los niveles de burós y papeles, como intentando domesticarlo, como si seguirle la rima al loco fuese la manera de invisibilizarlo.
El peso de septiembre
“Septiembre me ha desheredado” es más que un título. Es una declaración de intemperie. Un lugar donde la soledad no se llora: se escribe.
Septiembre me ha desheredado
y en la piel de un jueves
rasgo un siglo parecido al deseo,
rota la luz
por los cantos inmunes
me detengo a regar tu ausencia
como flor de precipicio
sigo ínclito en el augurio de las cuatro esquinas
es menester andar con el rostro diluido
y el cerebro insomne
entre la opaca maldición de pedestales derruidos
mientras ves un septiembre arrodillado al fuego
entre los estornudos de la inercia
y la espuma trunca de los soles meditabundos
en su motín de piedra
así me llena esta tristeza oblonga
de pálidas evocaciones
que se eneran, febreran y noviembran
cuando yo me septiembro
estoy otra vez detenido
ante el brocal amargo
olfateando la soledad sin límites
como un crepitante paria
sobre un pequeño coágulo de tiempo,
septiembre me he desheredado.
El poema avanza como quien camina por una ciudad después del ciclón. Hay escombros en las imágenes y, sin embargo, se sostiene en pie. La tristeza “oblonga” no busca aplauso: nombra un malestar profundo, que no necesita gritar. Paco tiene la virtud de tocar lo abstracto con manos sucias. Lo suyo no es la metáfora decorativa, es la imagen trabajada desde la experiencia. No escribe como alguien que juega con palabras, sino como quien intenta entender el daño de estar vivo.
Nunca llegué a conocerlo en vida. Al menos, no tangiblemente. Quizás vi de igual forma a un loco, quizás solo me causó gracia. Pero mi memoria guardó su voz de borracho sensato.
Algunos de sus poemas fueron dedicatorias y gags recurrentes entre amigos que vieron el documental “Desheredado” en el tiempo que también lo vi yo.
Algunas de sus frases y reflexiones filosóficas de cantina fueron anotadas en algún cuaderno. Otros, a lo mejor se inspiraron o plagiaron amorosamente. Y eneraron y septiembraron a diestra y siniestra.
Alguien se lo copió a alguien en una memoria flash, y así y así… Ahora cualquiera podría buscar en Youtube ese pequeño documental. Con los años, lo volví a repasar. Y me cautiva como mismo lo hizo la primera vez, aunque hoy no me río insolente: hoy siento el remordimiento de no haberme montado, alguna vez, en un camión desde El Lido hasta Artemisa.
La ironía del club
Paco se permite una pausa distinta. Hay una crítica afilada, pero sin rabia. Una ironía suave, como de quien se sabe afuera y no tiene problema en decirlo.
A la impotencia de la esperanza,
a la cáscara del viento,
a tu madre,
a las heridas de la noche blanda,
a la puerta de tu alma,
a la estrofa muda de tu miedo,
a la tortura de mirarte al paso compasivo de la caravana,
al primer gusano que habrá de transformarte,
a la estima de la desesperación,
a la hemorragia de dudas azules,
al vuelo de tu ancla,
al desierto del deseo,
a la comicidad del luto,
a mi mueca-risa,
a la catástrofe del estiércol,
a la ventana del espanto,
mi escándalo al único poeta loco.
Esta especie de letanía laica —que recuerda una lista de ofrendas sin altar— termina en un autorretrato breve y contundente. Paco no se incluye entre los otros. No se siente parte. Su “escándalo” va dirigido a ese “único poeta loco” que no necesita versos almidonados ni escenografías. En esa frase final se condensa su lugar: un pie en la poesía, otro en la calle.
En 2002, la editorial independiente Unicornio, de Artemisa, publicó un primer libro de sus poemas, titulado Septiembre me ha desheredado. Aquella antología fue propuesta por el Consejo Editorial Angerona del municipio. Un libro de 39 poemas que pronto se convirtió en una leyenda local: su edición de quinientos ejemplares se agotó durante la Feria del Libro de La Habana.
Cuentan que Paco repartía sus cuadernos por la calle. Él mismo denunció que el manuscrito original fue “salvajemente mutilado por la censura”.
Yo estaba demasiado joven para conocer todo esto. Para leer, para naufragar en el mundo mental de un pirata negro, de un cowboy beatlemaniaco, del desheredado de Artemisa.
La imagen que perdura es la de aquel documental. En ese video su cara se iluminaba con la alegría borracha de quien recita al viento lo que nadie quiere oír. Su voz ronca y carrasposa, curtida por décadas de alcohol y rabia contenida, contrastaba con la exquisitez de sus versos.
Paco era parte del paisaje artemiseño. Algunos lo evitaban, otros lo saludaban con respeto. No organizaba lecturas, no pedía espacio. Se paraba donde fuera y leía, improvisaba, declamaba de memoria, cantaba canciones suyas y canciones de rock anglosajonas de los sesenta.
Una de las frases filosóficas de cantina que más recordaré es sinónimo de su amor a su tierra, a su pueblo natal:
Atenas era más grande que Grecia. Artemisa es más grande que Cuba.
El boleto hacia lo perdido
Se puede, si se busca bien, encontrar sus dos poemarios en internet. Además de Septiembre me ha desheredado, existe editado El libro del caos.
El primero debe su existencia a la cercanía con Chely Suárez: otra artemiseña que conocía al poeta y su obra. Posiblemente, ayudó en su corrección y publicación. Paco nunca tuvo el hábito de reunir sus poemas en un solo volumen, ni la costumbre de revisarlos con detenimiento.
El segundo existe gracias al minucioso cuidado de Luis Carmona, que organizó los textos que hoy integran El libro del caos. La editorial “Primigenios” de Miami lanzó una primera edición formal en 2021. Dicha edición contó con el apoyo de personas que conocían la obra del poeta, incluso algunos artemiseños que conocieron la faceta más personal e íntima de Paco.
Estas dos obras no integran ni representan la totalidad de la obra de Paco My Friend. Según relatan amigos cercanos, llegó a atiborrar más de una docena de cuadernos con canciones y poemas, hoy desaparecidos en su mayoría. Dicen también que fue una pérdida voluntaria: él mismo destruyó muchos de sus textos, quemándolos o tirándolos a la taza del baño.
Voy a sacar pasaje para los años idos
donde me espera una novia muerta o transformada,
solo no sé si vuelva
a este presente de prisa y burla
donde me escabullo por la grieta
que el hambre deja en el tiempo
y la miseria en los cuerpos,
mañana será mi ayer de sonrisa y muerte,
entre juegos infantiles con manos enlazadas,
estómagos alegres y cerebros vacantes,
aún faltan muchas ruedas de pan y canela
para llegar al destino del viaje,
(el ayer de años vivos y novia muerta)
con los estómagos vacíos
y los cerebros repletos de proyectos,
jamás regresaré al presente de grieta sin futuro,
voy a sacar pasaje para los años idos.
Murió en a principios de la década de los 2010. No hay información confiable de una fecha específica. Sin homenajes, sin ruido, Francisco Guzmán Rivero dejó este mundo y, sin querer, posiblemente odiándolo, dejó la estela que hoy hace que yo escriba sobre un poeta maldito y maltrecho. Un negro loco cowboy pirata filósofo de cantinas.
En 2023, su nombre volvió a circular. La Feria del Libro de Artemisa lo incluyó entre los autores fallecidos. Ese mismo año, una película presentada en el Festival de Cine de La Habana homenajeó su poesía: la película ítalo-cubana “Los océanos son los verdaderos continentes”, cuyo título proviene de uno de los versos finales del poema “Toma este final”.
Este gesto cinematográfico rescata su voz dispersa en otro. Según el director Tommaso Santambrogio, de estrecho vínculo con San Antonio de los Baños y Artemisa en general, el último día de rodaje alguien le recitó esa poesía conmovedora, y le hechizó lo suficientemente como para convertirla en el título de su ópera prima.
Pero Paco My Friend desaparece cuando lo nombran y cuando lo desnombran. Desaparece cuando los homenajes llegan y las piedras chocan contra cinceles para crear bustos en su nombre. Desaparece si le llaman Francisco, si lo mandan a callar o le piden una canción. Desaparece hasta que lo olvidas y llega septiembre y la vida recobra las mil formas poéticas que surgieron de él. Y vuelven a recordarlo y lo desheredan.
Toma este final y véndelo
a precio de principio y fuego,
tiene el aroma de las cinturas
y las cordilleras de los sueños,
enamórate de mis canarios vaciados en los puentes,
entona los alaridos de vida y fango
rasga tus emociones
y recuerda que los océanos
son los verdaderos continentes,
regálame una mariposa,
bésala y duérmete.

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