Aterrizando en Nueva York

Ostras y Sauternes



Landing in New York (New York, 2019), de Felicia Rosshandler. Diseño de cubierta de Edmundo Desnoes.


Las imágenes se precipitaron, gráficas. Enormes y diminutas a la vez. Dando vueltas y más vueltas en nuestra reyerta en la cama en el hotel Sherman Square. Sudor y sexo. La vida era nueva, el deseo lo era todo, el sexo tímido. Y ahora este renegado, este hombre engagé que se burlaría de mí por entibiar leche mientras él cambiaba el mundo. Espero que no se haya dejado crecer una de esas barbas.

Llamé, y Eddie dijo: “¿Dónde estás? Me monto en un avión y voy directo”.

Una semana después estábamos sentados frente a frente, por encima del mundo, en el restaurante Terrace en la calle 119. Yo le había propuesto cenar en casa con un buen Médoc, pensando en presentarles a mis hijos, a mi esposo. Pero él no quiso saber nada de eso. “La vida familiar me deprime”, dijo. Yo no sabía que, aunque él no tenía hijos, su tercera esposa, una americana, lo esperaba en Northampton.

Nos detallamos el uno al otro, tratando de no fijarnos en los estragos del tiempo, pero sin poder evitarlo. Quise decirle que yo todavía menstruaba, que no estaba seca a mis cuarenta y nueve.

“Te has convertido en ti misma”, dijo Eddie al fin. “A los veinte, tienes la cara que te da la naturaleza; a los treinta, la de la experiencia, y a los cuarenta, la que te mereces. Me alegra que no te hayas convertido en agente de bienes raíces o dependiente en Macy´s…”

Vi que había perdido el pelo y que la tesitura de su piel había cedido. Pero lo que más me impactaron fueron sus ojos, tan azules antes, ahora de un gris deslavado.

“Y tengo los ojos que merezco. ¿Te has fijado cómo me creció la frente?”, él siempre leía mi mente.

Pedimos ostras y Sauternes. Mencioné que esa era la combinación favorita de Proust y él respondió que sí, lo recordaba muy bien, y yo me sentí puerilmente feliz de ser escuchada y comprendida.

“Cuántos años soñando con algo más que arroz con frijoles, garbanzos, arroz…”

Le dije que no entendía, que en Cuba seguramente había mariscos de sobra.

“No existen, querida, todos se exportan en moneda dura, incluidas las langostas, lo cual no está mal, si naciste después de la Revolución y no recuerdas la dulzura del Ancien Régime… Estoy aquí por mi sed de buenos vinos, como este…”

El Sauternes roció sus labios.

Le dije que no le creía ni una palabra. Irse debió haber sido una decisión devastadora.

“Los viejos comunistas dicen que estoy marchado por el pecado original burgués. Yo digo que, si no puedo escribir lo que me da la gana, prefiero disfrutar de los placeres mundanos. Así que estoy aquí, reclamando mi cachito de capitalismo…”

¿Eso lo convertía en un disidente?

Dejó caer el tenedor. “Puede que yo no sea el Hombre Nuevo, pero tampoco soy el viejo. Si te hubieras quedado conmigo, lo entenderías…”



Edmundo Desnoes y Felicia Rosshandler, New York, 1980 por Layle Silbert.


Si me hubiera quedado contigo, habría vivido en una carpa de ideas y principios, en lugar de mi castillo de piedra. Si me hubiera quedado contigo, nunca habría tenido hijos.

Se animó, al tomar mi mano. “Mírate, tu consentida vida te sienta bien. Madre de tres y fresca como una rosa”, fijó la vista en mi collar de Chanel. “De hecho, eres, mi Felicia, bien chic”.

Le pedí que no se burlara de mí y le conté que estaba escribiendo una novela.

“No debes sentirte culpable, preciosa. Elegiste una vida y te lanzaste completa a ella, eso es lo que cuenta. Somos iguales, tú y yo, necesitamos movernos, no dejar de sentir los aguijonazos de la vida…” Alzó su copa, que ya contenía lo último del Sauternes. “Por los viajes, como Colón, sin mapas”.

Yo no creía que fuésemos iguales. Un camino incierto tendría eco seductor, pero era demasiado precario para mí.

Cuando llegó el plato principal, el restaurante casi se había vaciado. Eddie pidió un Grand Cru Bordeaux para acompañar el cordero. Había insistido en que pidiéramos lo mismo, como si se tratara de una cena en nuestro hogar. Me di cuenta de que él estaba usando todas sus armas, pero no me importó y dejé que fuera el vino quien hablase.

“¿No quisieras ser jóvenes otra vez…?”

“No, mejor así. Nos vamos a tener por segunda vez, ya lo verás”.

“Pero te has convertido en Edmundo…”

“Por dentro sigo siendo el mismo”.

Cuando llegó el Black Forest Cake, Edmundo se inclinó hacia mí para darme a probar de su tenedor.

“Las revoluciones vienen y van, pero el chocolate es para siempre…”

Saboreé la intensidad del chocolate con la puntica de mi lengua.

“¿Espresso?”, preguntó el camarero.

“Sí, por favor. No me canso del café, es la Madeleine del subdesarrollo”.

El doble espresso me atravesó como un láser, borrando todo excepto el momento. No recuerdo el camino de vuelta a casa. Sólo pensaba en que tenía que hacer algo, tenía que darle un vuelco a mi vida, las cosas no podían quedarse tal como estaban.



* Fragmento del libro Aterrizando en Nueva York (Nueva York, 2019) de Felicia Rosshandler.





Oysters and Sauterne



Landing in New York (New York, 2019), by Felicia Rosshandler. Cover design by Edmundo Desnoes.


Images rushed in, graphic, enormous and tiny at the same time. Round and round it went. Our tussles in bed at the Sherman Square hotel. Sweat and sex. Life was new, lust was all, sex was shy. And now this defector, this engagé man who will mock me for warming milk while he was changing the world. I hope he hasn´t grown one of those beards.

I called and Eddie said: “Where are you? I’m jumping on a plane and coming right over.”

A week later we were sitting across from each other high above the world at the Terrace restaurant on 119th street. I had proposed dinner at home with a fine Médoc thinking I would introduce my children, my husband, but he would have none of it. “Family life depresses me,” he said. I did not know then that while he had no children, a third wife, an American, was waiting for him in Northampton.

We sized each other up, trying not to fix on the plunder of time but unable not to. I wanted to tell him that I was still menstruating, that I wasn´t all dried up at forty-nine.

“You have become yourself,” Eddie finally said. “At twenty you have the face of nature, at thirty the face of experience and at forty the face you deserve. I´m glad you did not turn into a real state agent, or a saleslady at Macy´s…”

I saw that he had lost his hair and his skin its resilience. But what struck me most were his eyes, once very blue, now a faded gray.

“And I have the eyes I deserve. And have you noticed how my forehead has grown?” He always did read my mind.

We ordered oysters and Sauternes. I mentioned that this was Proust´s favorite combination and he replied that yes, he remembered that very well and I felt silly happy to be heard and understood.

“How many years have I been dreaming of something besides arroz con frijoles, chick peas, rice…”

I said I didn´t understand, surely there was plenty of seafood in Cuba.

“Doesn´t exist, querida, all exported for hard currency including the lobsters, which is okay if you were born after the revolution and do not remember the sweetness of the ancient régime… I am here because I have a thirst for fine wines like this one…”

The Sauternes grazed his lips.

I told him I did not believe a word of it. Surely it must have been a devastating decision to leave.

“The old Communists say I´m tainted with original bourgeois sin. I say that if I can´t write what I want, I´d rather enjoy creature comforts. So I´m here to collect my little corner of capitalism…”

Did that make him a dissident?

He dropped his fork. “I may not be the new man, but I´m not the old man either. If you had stayed with me you would understand…”

If I had stayed with you I would have lived in a tent of ideas and principles instead in my stone fortress. If I had stayed with you, I would have never had children.

He brightened as he took my hand. “Just look at you, your pampered life becomes you, mother of three, fresh as a rose.” He eyed my Chanel rope necklace. “You are in fact quite chic, my Felicia.”

I asked him not to make fun of me and told him I was writing a novel.

“You must not feel guilty, preciosa. You chose a life and went all the way, that´s what counts. We are alike you and I, we need to move, to go on feeling the prick of life…” He lifted his glass, which by now held the last of the Sauternes. “To traveling, like Columbus, without a map.”

I did not think we were alike. The open road had a seductive ring but it was too precarious for me.

By the time the main course arrived the restaurant was almost empty. Eddie asked for Grand Cru Bordeaux to go with our lamb. He had insisted that we order the same thing as if we were eating in our home. I could see that he was pulling out all the stops but I didn´t care and let the wine speak.

“Don´t you wish we were young again…”

“No, better like this. We will have each other a second time, you will see.”

“But you have become Edmundo…”

“I am the same on the inside.”

When the Black Forest Cake arrived, Edmundo leaned forward to give me a taste with his fork.

“Revolutions come and go but chocolate is forever…”

I tasted the chocolate´s intensity on the tip of my tongue.

“Espresso?” the waiter asked.

“Yes, please. I can´t get enough coffee, it is the Madeleine of underdevelopment.”

The double espresso cut through me like a laser erasing everything except the moment. I don´t remember the ride home. All I could think of was that I had to do something, turn my life around somehow, that things couldn´t stay the way they were.



* Fragment of the book Landing in New York (New York, 2019) by Felicia Rosshandler.





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Comemos combustibles fósiles

Por Vaclav Smil

Ninguna transformación reciente ha sido tan fundamental, como nuestra capacidad para producir, año tras año, un excedente de alimentos.