El 10 de marzo de 2017, hace un año y pocos días, recibí un e-mail de Batista hijo. Era el sexagésimo quinto aniversario del golpe de Estado de Batista padre.
“Sexagésimo quinto” quiere decir 65, por si acaso las palabras no te dicen nada. Ni te acomplejes, que a mí tampoco me dicen nada. Ni “sexagésimo” ni “quinto”, ni ninguna otra palabra.
Desde entonces ha pasado una vida entera. Quiero decir, desde 1952. Y diríase que fue ayer.
Los cubanos hemos perdido la noción del tiempo. Se nos fue de un tirón la Era Batista y no nos hemos enterado. Ni tampoco hemos entrado en ninguna otra Era todavía. Porque el castrismo de algún modo fue la apoteosis del batistato: la consecución última de su programática social y su consagración en tanto tesis de Estado.
No fue José Martí, ni mucho menos, como se lo inventó Fidel Castro en su alegato de defensa La historia me absolverá, el autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada. En absoluto. ¿Qué Martí de qué? Entérate: fue Fulgencio Batista el verdadero autor intelectual del Moncada.
Una época de gloria.
El mulato lindo jugó a darse un fallido autogolpe de Estado, usando a Fidel Castro como chivo expiatorio. No hay que darle más vueltas. Los muy cabrones se pasaron a Cuba de mano en mano, como si fuera un batón. Entre Batista y Castro la convirtieron en un bastión.
Dicen que el cuartelazo de Batista el 10 de marzo de 1952 fue incruento: “sin derramamiento de sangre”, como lo repitiera infatigablemente hasta el infarto final su protagonista, Batista padre.
De hecho, el objetivo de todas las Revoluciones lideradas por Batista (Fulgencio hizo dos o tres, mientras que Fidel apenas dejó una por la mitad) era coincidentemente “la recuperación de la total soberanía” cubana. ¡Como si Cuba hubiera estado secuestrada desde 1902!
Pero sí, son igualitos. ¡Cómo no nos dimos cuenta de nada!
Pueblo mío, tan joven, no sabes definir.
En fin, que Batista fue también, por supuesto, una suerte de Perón, con Evita Lavandera y todo. En Latinoamérica, todos los caminos conducen a un castrismo constitucional.
No sé si es para alegrarse o pegarse un tiro.
Lo que pasa es que la sangre de los cubanos ha sido siempre muy resbaladiza o, llegado el caso, coagula muy mal. Problemas con las plaquetas patrias, parece. Por eso siempre termina por derramarse, incluso incruenta. Es ley de una vida sangrante, hemofilia histórica.
Aquel 10 de marzo de 1952 fue un lunes más bien friolento en La Habana. Una época excepcional para ser cubanos, ciertamente, en lugar de andar como el loquito Eduardo Chibás, suicidándose en vivo durante su programa radial.
Pobre Eddy mío, tan joven, no sabes apuntar.
El estómago es peor que la sien.
Como un frente frío a destiempo, el golpe de Batista padre cogió a todo el mundo por sorpresa, dentro y fuera del campamento Columbia, convertido hoy en la escuela de arte Ciudad Libertad.
Aquel inútil baluarte de guerra, enclavado en las actuales fronteras de los municipios Playa y Marianao, sirvió para restaurar militarmente una democracia que, total, los comunistas cubanos ya la tenían minada, colimada.
Ciudad Libertad, por cierto, después de la huida de Batista padre con Batista hijo, según el batistato iba siendo expandido hasta la hecatombe gracias al castrismo, ha sido durante décadas una estéril academia de arte, donde la censura es la base pedagógica de cualquier estética.
No sé si Batista hijo reparó o no reparó en la fecha de su correo electrónico.
10 de marzo, qué maravilla. Igual se trata de un hombre noble que aún confía en la “dulce esperanza de la patria”, de la que tanta cáscara nos comentara el Padre Varela, casi dos siglos atrás, hablando sobre la juventud cubana.
Ay.
Despertar a Batista hijo de ese sueño sería poco menos que criminal. Nadie ose, pues, despertarlos, ni a Batista hijo ni a Varela padre.
Por favor, no inventen ni experimenten. Con eso no se juega. No cuenten conmigo para semejante acto atroz de crueldad.
Mejor dejarlos a ambos en el parnaso de la patria. Que continúen en sus claustros de mármol civil, en sus osarios oníricos.
No se gana nada con imponerles nuestra pesadilla contemporánea en tanto cubanos sin Cuba, al ritmo reumático de conguitas y caldosas, de teleseries y teletones, según nos adentramos en la nada del siglo XXI, en el día a día tristísimo de lo que nunca volverá a ser un país.
Pobres Batista hijo y Varela padre.
No ha de ser fácil eso de usar la palabra “compatriota” para referirse a otros cubanos. Si ellos supieran…
El Padre Varela se volvería a morir. Y el hijo de Batista seguro se exiliaría de nuevo del Palacio Presidencial, esta vez no solo en la capital de la Cuba geográfica, sino también en la capital deslocalizada por medio mundo de la mayoría de los cubanos.
Déjenme decirle una verdad más grande que el falolito de la Plaza de la Revolución: hace ya mucho rato que hay más cubanos viviendo fuera que viviendo dentro de Cuba.
Por penoso que sea reconocerlo, Cuba no ha podido evitar su debido proceso de puertorriqueñización.
Lo demás es trova barata. Apaguen ese tabaco de los censos y las estadísticas.
Crean un poco menos en los hechos, carajo, que un hecho se define como justo aquello que no puede ser demostrado. Y crean un poco más en Orlando Luis, como si cada uno de ustedes fuera ahora yo mismo.
Y lo soy.
Te estoy hablando directamente a ti. Al oído, por los ojos.
Ya era hora. Los parias del batistato-castrismo de algún modo teníamos que reconciliarnos.
Gracias.
En fin, que leo y releo el e-mail cariñoso que me llega el 10 de marzo de 2017, enviado acaso al inicio de los años cincuenta.
No se trata de fingir una máquina del tiempo epistolar, sino de que, de hecho, todas las fechas se equiparan a la vuelta del tiempo. Tal como todas las fechas han de expirar, más temprano que tarde.
Tal como tú expirarás, que me lees delirantemente a mí.
Tal como yo ya expiré, que me dejo leer y desleer deliciosamente por ti.
Cada día de los cubanos sin Cuba es un 20 de mayo. Y cada día de la Cuba sin cubanos es un 10 de marzo. El resto de los días son todos primero de enero.
Cada noche es, sin embargo, la noche de un 25 de noviembre, cumpleaños de Pinochet y muerte de Fidel.
No sé si deba responderle todo esto a Batista hijo desde mi buzón de gmail. Me lo pienso de nuevo. Así que al final me conformo con escribirle una cartica de nada, con la misma misericordia con que, si me dejaran, me dirigiría en público ante el pueblo cubano.
Con la misma compasión de los años cincuenta.
Mi gente se lo merece.
Están mareados, pero no son tan malos como los pintan.
Son peores.
Pero, en cualquier caso, somos mucho mejor que la latinoamericanada vecina. O que el caribeñismo caníbal alrededor.
Entonces tenemos que cuidarnos entre nosotros mismos, tirarnos un cabo de vez en cuando. Apoyarnos entre crimen y crimen.
Porque somos frágiles, muy frágiles, y encima se nos ha hecho ya demasiado tarde para reaccionar.
No nos dimos ni nos daremos cuenta de nada. Somos una raza cómica, extinta hace ya demasiado.
Hemos hecho nuestro mejor esfuerzo para legarle algo al futuro, aunque fuese solo una sonrisita de fe en fase terminal. Pero el futuro se nos hizo trizas con la música maravillosa de los cincuenta.
A tiro limpio tras las bambalinas de las grandes bandas de la época, los grandes coros y espectáculos, las grandes mafias en sus grandes casinos, mucho mejor diseñados que nuestra grandísima Constitución del Cuarenta.
Fulgencio Babatista y sus cuarenta comunistas ladrones.
Nos cogieron las mil y quinientas esperando la guagua 43.
La sangre que no se derramó en Columbia el 10 de marzo de 1952, se compensó con creces en el cuartelazo del Moncada el 26 de julio de 1953.
Le respondo a Batista hijo antes de que se acabe el 10 de marzo de 2017. No quiero desperdiciar semejante fecha. Y a la postre quedamos en tomarnos un café cerca de la Columbia de verdad, en Nueva York.
En esa otra isla, Manhattan.
Dos ciudades gemelas. Una en miniatura y la otra en gigantografía, las dos megápolis en su propia escala, sedientas de solvencia y glóbulos rojos, las dos con h de hemoglobina y homicidio, entre las piedras y leyes del sueño socialista de la revolución global.
Decía Batista padre que Cuba contaba antes de 1959 con un radio por cada 5 habitantes, y con 160 radioemisoras: segundo lugar en América Latina.
Con un televisor por cada 20 habitantes, y 23 estaciones trasmisoras de TV: primer lugar en América Latina.
Con un automóvil por cada 27,3 habitantes: tercer lugar en América Latina.
Con un teléfono por cada 28 habitantes (mi familia tuvo uno de los primeros de Lawton): tercer lugar en América Latina.
Y que las epidemias más comunes, que azotan a otros países, no lograban abatir las murallas del celo sanitario de las autoridades y el pueblo (o ambas, confundidas en un abrazo de izquierda no radical).
“Salud, salud, salud”, escribía Batista padre como colofón a cada uno de sus memorandos y acaso algún que otro anacrónico e-mail.
Lo más probable es que la Cuba de Batista hubiera tenido acceso a internet antes de 1959, pero la Revolución con sus arrebatos se lo impidió.
Decía Batista padre que la verdad, como la libertad a la esclavitud, como el sol a las brumas, gana siempre la última batalla a la mentira y a la calumnia.
Decía, casi como un plagio poético del mulato comunista Nicolás Guillén, que los cubanos imitaban al pajarraco de la fábula, que se vistió con plumas ajenas, y por eso La Habana en 1952, antes de que él la bombardeara de dólares, lucía como una ciudad bombardeada.
Ah, qué tú escupas.
El cruel optimismo del batistato padre.
El pesimismo cruel de los hijos del batistato.
“Salid, salid, salid”. Mirad bien, Sancho, que ningún pueblo pierde su libertad más de una vez.
No por gusto decía Batista padre que decían los antiguos que cuando Júpiter encendía sus luces y el ruido de sus armas atronaba el espacio, era señal de que los pecados de los hombres habían provocado su cólera.
Un clásico.
Qué cojones. Hay que decirlo así, con todas sus letras: el período del batistato fue nuestra Antigüedad encojonadamente clásica.
Helena de Troya lo mismo podía ser Rosita Fornés que Alicia Alonso. Mierda de mujeres inmortales.
Por lo que, decía el Padre Batista, esta vez Satanás había tenido éxito: “todo esto te daré, si prosternado me adoras”.
No de otra suerte podría interpretarse el extraordinario suceso del rayo que descendiera sobre la hierática cabeza del Cristo de La Habana, el 31 de diciembre de 1958.
Justo, justico antes de.
La cubanidad como carga negativa, como negrón electrón.
Un chispazo de rabia carbonizada entre los polos positivistas del capacitor descargado de la patria, para escarnio de los ciudadanos inmolados, decía Batista padre, a la insaciable y brutal ambición del déspota rojo.
Desde el viernes 10 de marzo de 2017, no paro de citar a Batista.
Estoy obsesionado. Amo su prosa de taquígrafo hetero, mucho más persuasiva que las volutas homófonas de Lezama Lima.
Nuestros esfuerzos hubieran alcanzado mayores metas.
En 1958 por los sabotajes de los agentes del Komintern.
Como gravitara sobre el mercado un sobrante.
La raya blanca: una epidemia de origen desconocido, que ocasionaba grandes estragos en las plantaciones, sembró el desaliento en los agricultores.
La última guerra por la independencia poco menos que aniquiló a la ganadería.
Como consecuencia de tan inconsulto proceder, comenzarían a escasear en la dieta familiar la carne blanca y el huevo.
En marzo de 1952 decidimos continuar todas las obras comenzadas por gobiernos anteriores, que pudieran ser acertadas o no.
Pobre Batista padre, hijo mío, no sabes de la que salvaste al pobre Batista hijo, mi padre.