… esa noche llegué al Siákara con Antón, y nos sentamos y comentamos lo bonito que se veía el mesero esa noche, con su caderita y con sus bíceps, y luego hablamos de Sergio Pitol y de cómo perdió el habla por una enfermedad neurológica hasta que un día en La Habana se le apareció un macho espectacular y de repente dijo: “Fo… fo… fo… formidable”, y todos sus amigos se volvieron locos de alegría y dijeron: “Ahora Sergio tiene que llevarse a ese muchacho a Xalapa porque sólo así va a poder hablar”, y en eso estábamos, o quizá ya habíamos pasado a otro tema, cuando de la nada se aparece, frente a nosotros, a dos centímetros de nuestra mesa, un dios griego o un vikingo o un modelo de Calvin Klein o todo eso al mismo tiempo: un rubiecito veinteañero sin un gramo de grasa en el cuerpo y con unos musculitos divinos por todas partes, y Antón lo miró y yo lo miré y pensé: “Es uno de los hombres más bellos que he visto en mi vida. —Pero luego me dije—: Calma, calma, que no te baje Changó o Elegguá”, y me calmé y le dije a Antón: “Lo malo de estos muchachos alemanes es que son muy fríos y no saben usar esos cuerpos maravillosos que tienen, lo cual es un gran desperdicio”.
En eso el rubiecito se acercó a nuestra mesa y preguntó si podía sentarse con nosotros, y yo: “Por supuesto, bienvenido, por favor”. Venía con una mulata que yo ni vi y que se llamaba Maya o Mayté o Mayta o algo así, y se sentaron, pero al segundo vino la mesera con cara de Seguridad del Estado y les dijo que no, que no podían sentarse allí porque los señores, indicándonos a nosotros, habían reservado y yo le dije que los dejara, que nosotros felices de compartir mesa, y ella que no y yo que sí, hasta que el rubiecito y su mulata se levantaron y se fueron.
Yo también me levanté y fui a hablar con Mateo y le dije: “Esto es un escándalo, estamos en un país socialista y aquí hay que compartir, hay que ser solidarios, hay que resistir las presiones del mercado y del garrotero internacional, y nosotros felices de apoyar y ayudar y compartir mesa con esos compañeros que no tienen dónde sentarse”, y él dijo: “Bueno”, y fue a hablar con el rubiecito y con su mulata que vinieron a sentarse a nuestra mesa y él se sentó frente a mí y Maya o Mayté quedó al lado de Antón, y yo le pregunté que de dónde era y me dijo que suizo y yo: “¿Schwitzer Dutch?” y él que sí, que de Zürich, y en eso le señalé a Antón y le dije: “Einer der berühmtesten Schriftsteller in Kuba”, y Antón nos miraba y el suizo contó que estudiaba derecho y que quiso venir a Cuba porque Fidel Castro también había estudiado derecho y se defendió a sí mismo en el juicio que le hicieron, y yo le traducía a Antón que sólo dijo: “¿Abogado? ¿Abogado del diablo?”.
Él me miraba muy serio, como sólo pueden ser serios los alemanes y los suizos, y me preguntaba que porqué en Cuba la cultura tenía tanta relación con la homosexualidad.
El suizo se viró a hablar con la mulata y yo le dije a Antón: “Qué país el tuyo: está uno cenando tranquilamente y de repente le cae a uno un efebo del cielo”, y la mulata me miró y luego le dijo a Antón, con un acento raro, medio castizo, con las eses como “eshes”, dijo: “Eshte me quiere robar el novio”, y Antón: “Pero chica, ¿de dónde sacas tú semejante idea?”, y la mulata, muy seria, decía que ella era chef y que había trabajado en Per Se en Nueva York (decía “Per She”), pero yo dejé de escucharla y seguía hablando con Dimi, que así se llamaba, y le contaba de Cuba y de Antón, y él me hacía preguntas, y en eso llegó Mateo con los mojitos y me miró y dijo: “Touche pas, Rubén; touche pas”, y en eso me di cuenta de que le había estado acariciando el brazo al suizo, ese brazo musculoso y rubio que tenía sobre la mesa y pensé, mientras sorbía mi mojito, “Estos dedos míos son como las antenas de un caracol, que se extienden y alcanzan a tientas, guiadas por un instinto animal”.
En eso llegó Arturo y se sentó entre Antón y la mulata, y le presenté a Dimi y dije: “Ein sehr berühmter Regisseur”, y luego seguí hablando con Dimi de Cuba, y él me miraba muy serio, como sólo pueden ser serios los alemanes y los suizos, y me preguntaba que porqué en Cuba la cultura tenía tanta relación con la homosexualidad, y decía Kultur y Homosexualität, y yo le dije que no sabía, que tendríamos que preguntarle a Antón, que seguía hablando con la mulata-chef, y Dimi le preguntó y Antón respondió: “Qué se yo, chico”, así que le traduje a Dimi: “Keine Ahnung”, y seguía dándole sorbitos a mi mojito y pensé que tenía el alemán medio oxidado pero que esa noche me fluía hasta por los codos.
“Was soll Ich lesen?”, me preguntó Dimi, y sacó su teléfono para apuntar las lecturas que iba a recomendarle y anotó toda una lista de formación o de deformación homoerótica, Arenas y Sarduy, y Virgilio Piñera, y por supuesto Antón, y le dije: “Mira, apunta el título de un libro de Antón que se llama Entre él y yo”, y me dijo: “Eso sí lo entiendo en español”, y entonces repitió, con su acento alemán: “Entgre él —y me señaló con el dedo y luego se tocó el pecho y añadió—: y yo”, pero la mulata lo interrumpió y dijo: “No, no: entre él y yo”, tocando a Dimi y luego tocándose los pechos, y yo le dije a Antón: “Mira cómo se pelean por entrar en tu título”.
Con una Habana como esta quién quería irse a Suiza.
Y seguimos hablando y Dimi apuntando cosas, y yo le daba la lista de todos los escritores y poetas y él apuntaba y decía: “Ach so, auch homosexual”, y yo: “Sí, así mismo”, y en eso llegó el pianista y se puso a tocar Dos gardenias, y yo quise sacar a bailar a Arturo, pero no quiso, y luego a Antón, que tampoco, y dije: “Voy a escribir un poema que se llame ‘La noche en que no bailé con Antón Arrufat’”, y al suizo no me atreví a invitarlo, así que saqué a la mulata pero bailaba mal, y yo peor, pero le dije: “Lo importante es divertirse”, y ella dijo: “Esho creo yo también”.
Luego me senté y pedimos más mojitos, y le decía a Dimi que tenía que ir a Oriente, que tenía que ver lo que era el campo en Cuba, y él todo lo apuntaba en su teléfono, y me dijo: “Creo que te gustaría Suiza, deberías venir”, y yo no me atreví a decirle que con una Habana como esta quién quería irse a Suiza, y tampoco me atreví a citarle a Mark Twain, que dijo: “Quinientos años de paz, neutralidad y democracia y lo único le han dado al mundo es el reloj cucú”, pero me dio ternura su invitación y se la agradecí.
Antón había dejado de hablar con la mulata y volví a decirle: “Pero qué país el tuyo en donde le cae a uno un efebo del cielo —y la mulata me lanzó una mirada fulminante y yo rectifiqué—: bueno, un efebo con su jeva”, y Antón preguntó: “¿Los efebos también tienen jeva?”.
“No, a Góngora no, mejor pon a Lezama”, y Antón dijo: “¿Tú lo vas a poner a leer a Lezama?”, y la mulata decía: “¿Leshama?”
Se hacía tarde y Mateo llegó con los chupitos de ron Santiago, y yo dije que me iba de viaje al otro día y Dimi dijo: “Qué pena”, y yo: “Pero Antón se queda, ¿por qué no vas a su casa a que te dé clases de español?”, y Antón: “No chico, yo no doy clases de español”, y yo “Bueno, entonces dale clases de gongorismos”, y Arturo, que hasta entonces había observado todo muy calladito dijo: “Mejor de gargarismos, e hizo un gesto como llevándose el puño a la boca”, y la mulata no decía nada, y Dimi preguntó: “Was ist ein Gongorismus”, y yo: “Niño, pues eso es muy fácil, mira, vamos a improvisar gongorismos, mira, por ejemplo, ‘Monte de Venus no: pico Turquino que con el Pirineo rivaliza, bajo el signo del sátiro, nieve no: leche’”, y la mulata preguntaba: “¿Venus?” y Dimi dijo: “Das hab’ Ich überhaupt nicht verstanden”, y yo: “Por eso necesitas que Antón te dé clases de gongorismos”, y Arturo: “De gargarismos”, y Dimi preguntó: “¿Lo pongo en mi lista de lecturas?”, y yo: “No, a Góngora no, mejor pon a Lezama”, y Antón dijo: “¿Tú lo vas a poner a leer a Lezama?”, y la mulata decía: “¿Leshama?”, y yo: “Bueno, basta con que lea el capítulo ocho de Paradiso” y Dimi: “Wie schreibt man Lezama?” y yo: “Si Lezama estuviera aquí no diría ‘pásame el aceite’, diría: ‘pásame esa miel no dulce, noble fruto de árboles milenarios del Hélade, no filtrado, pues al filtrar pierde su potencia odorífera, que sirve también para preparar los lúbricos juegos panhelénicos’” y Antón: “Mejor volvamos a los gongorismos, que te salían mejor”.
Y nos terminamos los chupitos y era hora de irse, y Dimi sacó su teléfono y dijo: “Me quedé con muchas preguntas, con muchas preguntas sobre Kultur y Homosexualität, ¿te puedo escribir?”, y yo: “Claro, yo te respondo encantado y si quieres hasta te llevo a hacer una práctica”, y Dimi: “¿Ein Praxis?”, y la mulata lo abrazó y dijo: “Vámonos porque es nuestra última noche juntos”, y yo: “Vengan a Las Vegas”, y Antón: “Dios mío”, y Dimi: “Was ist Las Vegas?”, y la mulata que no, que es nuestra última noche juntos, y entonces Dimi me dijo: “Aprendí mucho, gracias”, y me abrazó y yo le dije: “Y lo que falta”, y salimos todos a la calle Barcelona y en eso salió al balcón una de las vecinas y lanzó un cubo de agua a la calle que por poco nos deja empapados, y Antón dijo: “Empapados no: enchumbados, habla bien”, y Dimi y la Mulata se subieron a un coche de renta y arrancaron y se fueron, y Arturo y yo acompañamos a Antón hasta Prado y de ahí seguimos a Las Vegas, y me acordé de las enchiladas suizas que sirven en los Sanborns de México y sentí un antojo tan grande, pero tan grande, que no cabía en todo el Malecón de La Habana.
.