El indio está solo en alma. Es un misionero de los Creek Indians de Oklahoma. Un nombre que, en aquella Habana trans-capitalista del viernes 17 julio de 1959, seguro sonaba a algo así como un buen equipo de básquet.
El indio, más que Nativo Americano, es en realidad norteamericano a secas, en minúsculas. Y en su bolsillo porta un pasaporte del U.S. Department of State, donde retumban no los tambores, sino su apellido ranciamente inglés: Reiford.
Por eso mismo, el Gran Jefe Caribe no se puede confiar. Ni de las plumas diplomáticas de su invitado del norte (¡que vino con el puritano pretexto de inaugurar un orfanato!), ni de los singaítos siboneyes y los terroristas taínos que en Cuba, ya andaban haciéndole la vida imposible al emergente líder mundial.
Con pinta de carapálida desollado, el tal Mr. Reiford sostiene una pipa de la paz. Fidel no presta la menor atención a su gesto y posa no ante las cámaras, sino para la historia. Como un tróculo titán tropical. Ay, y si ahora a ese indito se le fuera un gesto medio equivocado con su pipita, desde la diestra de Fidel un escolta-comandante saltará sobre su identidad aborigen y le introducirá el sacro instrumento por donde mejor tú creas. Ceci n’est pas une pipe ni pinga.
Asumo que ese comandante-escolta debe ser el americano William Morgan, que muy pronto será fusilado por órdenes expresas de su protegido Fidel. O tal vez sea sólo el Capitán Tormenta, una de esas anonimidades atroces de las que está llena la historia de Cuba. De hecho, a estas alturas de la historia patria, las caras dicen mucho, pero mucho menos que las máscaras.
No sé si ustedes tendrán algo más que añadir. Las plumas en la cabeza, por cierto, le quedan bastante pájaras a Fidel. Pero sobre el tema de la homofobia como gobernabilidad insular no me atrevo a escribir ninguna provocación. Tampoco soy Abel Sierra Madero.