Fueron los Proud Boys de la Revolución Cubana. Pedantes hijos de burgueses que salieron de sus country clubs y sus clubs náuticos a celebrar en carros americanos la llegada de los barbudos a La Habana.
Ni un solo negro celebra esa victoria montado sobre los tanques citadinos de la General Motors. Sobre esos autos blancos quien viaja es la más rancia blanconería racista de la clase catolicona cubana. Muy pronto todos la van a pagar.
Son los adolescentes que no se atrevieron a ser terroristas. Por eso tratan de impresionarnos ahora con sus banderines de la violencia y sus espejuelitos tipo mafia. Pero no son hipócritas, para nada. Recién empieza enero de 1959 y su alegría es auténtica. Ni siquiera son cómplices de los criminales, sino el arquetipo del clásico comemierda cubano.
Blancos que no quieren quedar excluidos del carácter justicieramente blanco de la Revolución, con su magnánima misión de hacer persona humana al sujeto negro insular.
Allá van, por las callecitas republicanas de la ciudad más cosmopolita de las Américas. No quieren perder la vida ganando dinero a costa de una esplendente economía de mercado. Al contrario, están grávidos de utopía. Y quieren saber qué se siente cuando uno no puede montarse en cualquiera de sus carrazos.
Muy pronto serán complacidos, con creces. Pero la concreta es que el capitalismo cubano no tuvo capitalistas que lo defendieran. Cuando sonó el gong de los gángsters, aquello fue como un jueguito de monopolio que hubiera estado en bancarrota desde el mismísimo 20 de mayo de 1902.
La ciudad blanca los mira incrédulos, como si de un carnaval caricaturesco se tratara. Craso error. Se trata de una carnicería en ciernes y cada ciudadano cubano ha de ser consumido como carne de cañón.
Seamos indulgentes con estos muchachos y muchachas maravillados. Pongámonos por un instante en sus zapaticos de charol. Son criaturas salidas de los años cincuenta. Como tal, habitaban en un cuento de hadas, donde el horror es apenas un recurso histriónico. Una cortina de humo.
Nosotros no hubiéramos sido menos imbéciles. Todavía hoy no lo somos.