Así como Fidel prácticamente le dio un golpe de estado a Salvador Allende a finales de 1971, cuando se mudó para Chile durante casi un mes, así mismo se le coló en la dacha a la familia de los Nikita Jrushchov.
Era 1963 y ya el líder de la Revolución Cubana andaba como con cuatro Rolex de lujo encima, dos en cada muñeca. Meses antes, cuando la Crisis de los Misiles Nucleares estuvo a punto de extinguir a la especie humana (una gloria que el comandante en jefe siempre soñó alcanzar), Fidel había llamado en público al Primer Secretario del PCUS un “hijo de puta”. Y, de paso, mandó a corear al pueblo en las calles carnavalescamente caribes:
Nikita,
mariquita,
lo que se da
no se quita.
Es decir, para el líder local en la Isla de la Libertad, el líder del comunismo global era sólo un homosexual hijo de una mujer que se templaba a cualquiera: una especie de Lina Ruz rusa o algo por el estilo.
Por cierto, la madre de Fidel se estaba muriendo por entonces. De hecho, se murió ese mismo verano. Pero Fidel igual se montó en su Tu-114 y sobrevoló el Atlántico anchuroso esa primavera. No había tiempo que perder. Desde siempre, la eternidad comienza un lunes.
Ya en la Unión Soviética, las mujeres komsomolskayas se murieron con él. Llevaban décadas sin singarse a un hombre que se las quisiera singar a rajatabla, a lo macho cabrío y a lo yegua, por muy mala hoja que fuera Fidel en la cama. Y, por lo demás, llevaban siglos soportando esa peste a borschevique de los bolos, que fue la causa secreta de la Gran Revolución de Octubre.
No quiero extenderme más en mi eslavofobia exquisita. Tampoco me interesa la anécdota apócrifa de Fidel apuntándole a Nikita con una escopeta, durante una cacería de patos en un paraje protosiberiano. Total, Fidel nunca tuvo buena puntería. En el ejército no hubiera pasado de retén.
Por este lunes de post-revolución, les dejo este testimonio gráfico de Korda, que viajó con su tan amado top model de verde olivo (porque Fidel fue quien hizo fotógrafo al cheo publicista de Korda, eso que nadie lo dude).
Por este lunes de post-revolución, dejen ustedes en los comentarios su crítica de arte.
En cualquier caso, resultó que Fidel, como el Che Guevara, era más fotógrafo que los fotógrafos. Fidel fue la fotografía cubana caminante. Y, en esta instantánea, la familia del zar de turno se asoma a su lente.
Casi puedo oír todavía la voz de Fidel Castro antes de hacer clic. Seguro susurró lo mismo que Lenin le había dicho en 1918 a los Romanov, antes de desfigurar a tiros y bayonetazos sus cuerpos (cuentan que los diamantes que portaban las muchachas escondidos en su ropa interior, las hicieron agonizar más tiempo):
―Miren al pajarito y digan: quesito.