La poesía del patíbulo


Hacía medio siglo que no se fusilaba a nadie allí, al menos de manera oficial. Aunque, en horror a la verdad, en el Castillo de La Cabaña nunca se dejó de matar. 
 
Ni un solo día de nuestra historia quedó libre de sangre cubana. Los cubanos vivíamos matándonos entre cubanos. Por entretenimiento, por tedio, por tozudez. Por infantilismo al borde de una ignorancia al borde de la inocencia. No hay utopía que no sea genocida. 
 
Así éramos felices y suicidas, ligeros como toda criatura de Isla. Poetas a ras del patíbulo. Irresponsables, insolidarios, insulsos. Imberbes, imbéciles. Cómplices de una carnicería constante al ritmo irrenunciable del constante carnaval.
 
Se llama idiosincrasia. Que, con el tiempo, termina llamándose identidad. Que, con el tiempo, nos constituye como un remix ridículo de ideología e idiotez. 
 
Que a nadie le quepa duda de la estirpe criminal de nuestra amada raza cubana. De la conquista a la colonia, de la independencia a la república, de la democracia al totalitarismo: matar siempre fue la medida de todas las cosas; hacernos matar siempre era el criterio concreto de la verdad. No hay otra continuidad que ese cadalso a la cubana.
 
Fuimos una nación hecha de milagros y martirologios.
 
La euforia y el éxtasis del primero de enero de 1959 puede explicarse por esto. Con Fidel Castro llegaba a Cuba, por fin, una violencia de fase superior, de estilo supremo. Una vileza con visión de futuro, que sería capaz de poner fin a todas las violencias viles de nuestro presente precario, hasta entonces sin dimensión nacional ni humana. 
 
Así, la Revolución Cubana fue como un diccionario diabólico que nos tentó tres veces, hasta seducirnos con sus acepciones atroces. Viva la muerte, como fuente de vida eterna. Nadie se iba a morir, menos entonces, si éramos capaces de manipular hasta a la mismísima muerte como moneda moral. En definitiva, para los cubanos, dado nuestro carácter comemierduril, sólo en esclavitud extrema nos sería dado el maná materialista de la libertad. Viva Castro Rey. Edipo Revolución.
 
Y allí está todavía ahora, el fotógrafo dispuesto a trocar su lente en mirilla. Se llama Perfecto Romero y recuerda a uno de esos mulaticos de papeles secundarios, salidos de la última telenovela local. O acaso de la primera. Porque recién empieza enero y hace mucho frío en el 1959 de La Habana, la ciudad que duerme sus eructos y eyaculaciones como telón de fondo, desenfocada pero ya desde entonces con el mismo perfil arquitectónico que ostenta hasta hoy.
 
La foto, como todo habanero habrá notado, la tomó alguien desde el pedestal del Cristo de La Habana, inaugurado una semana atrás por una mujer y un cardenal. La mujer había usado de modelo a su amante. Ambos fueron olvidados de inmediato, hasta que la estatua se convirtió en un tótem turístico de la tiranía, a finales del siglo XX. Y el cardenal se iba a morir muy pronto, quién sabe si asesinado por la tristeza y la estampida de un clero esclerótico, dejando cero herederos hasta que un homosexual reclutado por la Seguridad del Estado usurpara, también a finales del siglo XX, su purpurada posición.
 
En fin, que son infundados, por supuesto, los rumores de que la foto la pudo tomar el propio Cristo en persona, cuyas facciones de mármol italiano habían sido acariciadas por las masturbantes manos de Jilma Madera. El ángulo visual no justifica semejante teoría de la conspiración. Es una foto a ras de tierra, anónima como el coño de su madre. 
 
Por lo demás, la pierna derecha del fotógrafo y fusilador Perfecto Romero, a la que se recuesta su escopeta de palo, parece a su vez de palo. Como si fueran dos armas o tres piernas las que se apoyan sobre la tierrita de este calvario cubano.
 
En verdad os digo: todo es muy raro respecto a la Revolución Cubana. Sobre todo, cuando se mira en detalle cada detalle de su épica más realista. 
 
Este lunes 4/4 del año 22, es como si todo hubiera sido un sueño sensacional. Indespertable. O como si hubiésemos vivido en tanto pueblo una experiencia alienígena de mil novecientos cincuenta y novena clases.
 
De abducciones así, cubanas y cubanos sin Cuba que me escuchan, no se sale nunca jamás. Por lo que lo mejor es estar preparados para lo peor. No hay cura concebible para la memoria del mal. 

Estad alertas: no habrá sobrevivientes.


© Imagen de portada: Perfecto Romero en la fortaleza La Cabaña, La Habana, enero de 1959.
La foto está hecha por otro soldado con la cámara Bessa 1 de Perfecto.




fidel-castro-navidad-cuba

Santa Castro

Orlando Luis Pardo Lazo

Fue, fumó, fascinó.