Los 10 millones que nunca fueron

No hace falta citar cifras. Las estadísticas, ya lo dice la propia palabra, son una invención del Estado. Y sirven para manipular y, en última instancia, monopolizar el poder.

Cuba se acabó. Eso lo sabemos todos y cada uno de los cubanos. En particular, lo conoce a la perfección la clase gobernante en La Habana.

Junto al pánico, les queda al menos el consuelo de no haber perdido nunca su poder a perpetuidad: sólo han perdido a los sujetos sobre quien ejercerlo.

Los sociólogos del futuro tendrán que inventarse algún concepto para describir esta condición terminal: la caída de un sistema al que nadie logró hacerlo caer.

En efecto, la Revolución cubana está terminando por un golpe de estadísticas, no por un golpe de Estado. La fatalidad demográfica, a la vuelta de décadas y décadas de castrismo “de todo el pueblo”, demostró ser más contrarrevolucionaria que el fantasma de la democracia.

La idea de que en la Isla quedan apenas 10 millones de cubanos no debería escandalizarnos en tanto denuncia mediática. No lo es, en absoluto.

Al contrario, se trata de un señuelo oficial para enmascarar otra realidad mucho más irreversible, irreparable, imparable: el número de individuos en Cuba debe estar por lo menos al nivel de enero de 1959. Es decir, serán unos seis o siete millones de seres humanos, incluyendo bebés y ancianos, unos y otros incapaces de valerse por sí mismos.

A esta especie de extinción hay que sumarle (o sea, restarle) otro dato celosamente escondido por los expertos de cualquier signo ideológico: no se sabe bien cuántos cubanos conservan o han recuperado su residencia en papeles en la Isla, aunque en la práctica no habiten físicamente allí.

Tal como lo pronosticara aquel poemita patriótico del “pájaro” y “las dos alas”, Cuba terminó siendo la parodia poblacional de Puerto Rico, con más nacionales afuera que adentro, a pesar de nuestra insistencia insular en una independencia a la postre tan inútil.

Sobran las cifras. El engaño de las estadísticas ya no embauca a ningún cubano. Lola, jolongo, llorando en el balcón: nos embarcamos. Léase, nos piramos por tierra, aire y mar. La geografía global prevaleció sobre la formita entrañable con que nuestro país quedaba al centro de todos los mapas.

Ahora Cuba ya no aparece por ninguna parte. El cuartico está igualito, sin nadie. Se evaporó la gente que primero hizo, sin pensarlo dos veces, la Revolución. Y a las que, después, casi enseguida, las hizo trizas esa misma Revolución.

Volvimos al año cero. La verdadera “continuidad” ha de ser esa: continuar donde mismo nos dejaron en diciembre de 1958, como si nunca hubiera existido ese extra de millones de cubanos. Como si aquí, ya no más compañeras-y-compañeros sino otra vez damas-y-caballeros, no hubiera pasado nada.

Qué patria de qué patria. Del clarín escuchad el silencio. Es el páramo el que nos contempla orgulloso.





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Cuba, tradición e imagen (I): El mar es nuestra selva y nuestra esperanza

Por Reinaldo Arenas

El mar es lo que nos hechiza, exalta y conmina. La selva, como el mar, es la multiplicidad de posibilidades, el misterio, el reto. El temor a perdernos y la esperanza de llegar”.