Los caricaturistas cubanos siempre han sido muy cómicos.
La caricatura de hoy, por ejemplo, último lunes de abril de 1965 (Año de la Agricultura), me resulta particularmente hilarante.
Y no digo “me parto de la risa”, porque no estoy ni estaré partido. Mucho menos, invertido. Sólo los cristales (y las crisálidas) se rajan: los hombres mueren de pie (los caricaturistas caen de costado).
Partirse es cosa de pájaros, como partir de la patria (pirarse). Son pajarerías que quedan como un rezago del pasado decadente. Corrupto capitalismo femenil.
En nuestra imagen de hoy, el joven profesor de secundaria básica, en plena faena de proselitismo pajaril al borde del alero, como mansa paloma quiere enseñar a volar a sus compañeros.
Tratándose de un trabajo que implica el contacto directo con menores de edad, es obvio, según la foto, que el homosexual cubano, además de promiscuo en su desviación genérica, está en serio riesgo de ser pedófilo.
Nada más que por ese delito tan deleznable, la gente comenta confiada por nuestros campos y ciudades: “Deberían de fusilarlos”.
Así alejan su propio paredón (también llamado “palito”).
El pájaro de marras usa ropa afocante, distinta de la que viste su colectivo ejemplar. Los pájaros tienen colas, pero no colegas. Se tipifican taxonómicamente por portar sandalias y pitusas apretados y pulovitos a rayas de marinero, como corresponde a su condición patológica de pato o pargo.
Al pájaro de la foto no le basta con ser pájaro en sí. Encima quiere ser pájaro para la sociedad. Influir en el futuro.
De ahí la importancia del distanciamiento social. La propuesta periodística es aislarlo del resto de los cubanos sanos, como a una papa podrida. De ser posible, el Estado debe recluirlos de culo en cubículos donde sea factible la reeducación. Al menos, hasta donde las glándulas endocrinas de cada cual lo permita.
Existen casos insalvables, como el documentado este lunes de abril. Este tipo de caricaturas higiénicas merecería el Premio Nacional de Artes Plásticas ipso facto. Y también la Distinción UMAP in memoriam para su autor.
A este pájaro específico, por supuesto, la escuela tuvo que expulsarlo.
En la práctica, empujarlo.
Así la Revolución, siempre escasa de tiempo y papel, se ahorra el engorroso papeleo.
Muchos pájaros cubanos, aterrorizados por esta caricatura comiquísima, decidieron, de hecho, saltar, a lo largo y ancho de las demasiadas décadas de justicia social en Cuba.
No se lanzaban al vacío, sino de cadáver contra el pavimento.
Plaff.
Para colmo, un pájaro suena clueco cuando se hace pasta de oca sobre el asfalto. Los hombres no suenan huecos, para nada, porque no están desfondados, parece decirnos la información gráfica de 1965.
Cada carcajada del caricaturismo cubano es como un verso viril, un poema pingú, una metáfora macho-alfa en contra de la mariconería-omega.
El castrismo hizo del horror histórico un hazmerreír.
Los pájaros fueron los únicos que no carcajearon. Genéticamente, carecen hasta de sentido del humor. Y, cuando alguno va a partirse de la risa, lo que le sale es apenas un cuacuacuá.
Nadie nunca se sintió responsable del regajero de plumas post-mortem. Total, el suicidio es un síntoma común entre los trastornados del timo, esos Homo sexuapiens que se creyeron con alas en una Revolución que les enseñó cómo poner los pies en la tierra.
Pedagogía a patadas para corregir pederastas. Un primor de poesía visual.