A golpes de ‘Granma’



No a 9550 pero al menos sí a 8550 kilómetros. Esa es la distancia a la que en 1968 funcionaban los golpes de Estado.
 
Fidel Castro, en plena posesión de sus medios masivos de prensa, le dio uno a la República Socialista de Checoslovaquia. En efecto, el sábado 24 de agosto de ese año, el periódico Granma lo dejaría claro por los siglos de los siglos: todos los checoslovacos eran iguales, pero algunos checoslovacos eran más iguales que los otros checoslovacos.
 
George Orwell, que nunca se llamó George Orwell, sonreía dentro del mármol distópico de su sepulcro. Definitivamente, la guerra era la paz.
 
Una pequeña nación tropical dictaminaba los destinos de otra pequeña nación templada. Para el castrismo, siempre se valió la opción de una intervención militar. De hecho, la única opción castrista ha sido siempre la intervención militar.
 
El marxismo era pasto para intelectuales occidentales. La realidad real era la música sin ideología de los AKM.
 
En consecuencia, hubo que impedir a toda costa (costara lo que costara), de una forma o de otra (matando checos o matando eslovacos), que la advertencia apocalíptica de Fidel Castro se verificara. 
 
Así fue que los cubanos impedimos que los checoslovacos marcharan hacia una situación contrarrevolucionaria. Mucho más si la marcha amenazaba con ir hacia el capitalismo y hacia los brazos del imperialismo.
 
Vox Fidelis, vox populi. Castrosummatum est.
 
Sin embargo, la prometida invasión norteamericana a Cuba tuvo que conformarse con el reino de la imaginación nacional. Desde mucho antes de 1959, cada cubano lleva en su alma no sólo a una bayamesa gentil, sino también el fantasma aglutinador de una ocupación armada. 
 
Ese espectro nos identifica. Es el crisol secreto de nuestra cubanidad. Y, más que temerle a semejante escenario extremo, la invasión de los americanos nos da una sana curiosidad. Sabemos que no nos toca en vida tal evento, pero ¿cómo sería o cómo hubiera sido vivirlo en primera persona del plural?
 
Como compensación colectiva, pudimos conquistar militarmente múltiples países, no sólo en África o en el Tercer Mundo. En el centroeuropeo caso de Checoslovaquia, tras la primavera de 1968, millones de cubanos le dieron el “sí mágico” de Stanislavski a la artillería pesada soviética.
 
Tus padres y mis padres también santificaron esa invasión, mientras hacían inelegantemente el amor en un albergue INIT para que, al final de esa misma década o al inicio de la siguiente, naciéramos tú y yo.
 
Aún llevamos esa culpa en los telómeros postotalitarios de nuestro ADN. La mamamos cómplicemente en el calostro a cuentagotas de tetas desinfladas por la libreta de abastecimiento. 
 
Para satisfacer nuestra agresiva geopolítica a distancia, se quedaron sin hacer el amor los potenciales progenitores checoslovacos de la siguiente generación. Y tuvieron que esperar estérilmente hasta el otoño de 1989, cuando por fin los checoslovacos pudieron dejar de fecundar a los checoslovacos y se liberaron por partida doble, así en Praga como en Bratislava.
 
Hoy es La Habana la que sigue gobernada por una junta militar, a la espera de la consabida guerra santa de emancipación nacional, cuando los brazos brutales del capitalismo y el imperialismo se animen a acometerla. Pero los americanos, a falta de periódicos Granma al interior de sus 50 fronteras, al parecer todavía se tardarán un tin más.




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Santa Castro

Orlando Luis Pardo Lazo

Fue, fumó, fascinó.