Querido Fidel:
Una vez muy al inicio te dije, en presencia del Ché, que ninguna bala podía acabar con el infinito. Y que por eso mismo el Ché y tú tenían que vivir, porque si ustedes no estaban vivos, entonces para qué seguir viviendo los demás.
Hace ya treinta años que estoy viendo morir a mis seres más inmensamente queridos. Sabes, porque te lo he dicho varias veces cuando compartimos un minuto en medio de tus obligaciones, que me siento muy cansada de vivir, que he vivido demasiado y el sol ya no brilla tan bello sobre las palmas como antes del inicio de esta Revolución que cada día es más brillante que todos los soles del mundo.
Quiero cerrar ahora mis ojos como mismo mis muertos los tienen cerrados. Además, últimamente me angustia hasta lo insoportable la idea de seguir viva si algo te llegara a pasar a ti.
Fidel, perdóname esta tristeza tan profunda que me embarga, que no es digna de la obra de todo un pueblo guiado por ti hacia el futuro. No permitas que mi muerte sea usada por los enemigos de la Revolución para empañar su imagen. La única culpable de esta decisión contra mi vida soy yo. Si hubiera podido evitarlo, bien sabes que así lo hubiera hecho.
Extraño inconsolablemente a Frank, a Abel, al Ché, y si después de la muerte se extrañara, a ti como faro de todo un continente hasta la victoria final.
Revolucionariamente,
Haydée,
26 de julio de 1980.
© Imagen de portada: Fotografía del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) de Haydée Santamaría Cuadrado.