Fueron los Beatles cubanos, en una época en que los Beatles estaban prohibidos de punta a punta de la Isla y sus cayos adyacentes.
Los Van Van no hicieron nada para contrarrestar los compases de la censura. Al contrario, edulcoraron el horror con su tumbaíto. Con azuquita autóctona hicieron invisibles a las víctimas de la dictadura. De hecho, nunca hubo víctimas ni dictadura, si se lee con atención la lírica atesorada en la discografía de los Van Van.
Van Van le blanqueó los huesos al castrismo, para alegría de los arqueólogos del futuro. La orquesta le puso música en clave de castro por castro al tuntún de los paredones. También, al eso-que-anda de las delaciones, con su sabrosa saga de gaznatas, actos de repudios, arrestos con juicios sumarios y cárceles con bayonetazos.
Así se nos fue la vida a los bailadores de Van Van, al ritmo de sus contagiosas carcajadas sobre el escenario. Sin darnos cuenta de lo que vivíamos, gracias a que Van Van seguía ahí, ahí… A esta bendición bucólica los académicos la llaman idilio. Y los ideólogos, utopía.
Fueron una revolución verdadera dentro de otra revolución falseada. Cronicaron con compasión y cosa cómica nuestros años atroces, para salvarnos de una muerte segura por aburrimiento. Hicieron de la fealdad un fetecún, y animaron por igual velorios, bodas y nacimientos. No quedó intimidad cubana que no estuviera subtitulada con las letras de los Van Van.
Cuando la palabra “castrismo” caiga por fin en desuso, la etnocumbancha de los Van Van todavía seguirá escuchándose. Todavía nos estará diciendo algo al oído del pueblo cubano. Todavía tendremos tatuado ese retintín en los telómeros terminales de nuestro más generoso gen: el del orgullo de ser cubanos, y saberlo, y amarnos.
Fueron, en mayúsculas, la Novela de la Revolución que ningún novelista revolucionario en definitiva noveló. Acompañaron a nuestros cuerpos de año en año, sorteando el daño como peor pudieron. Nos educaron en una manera de mirar. Y de caminar. Nos mentalizaron y corporizaron. Ahora, que ya no son, nosotros somos Van Van. Nos toca a los fantasmas seguir aquí, aquí…
Fueron, por último, una mímesis del Mal. Un totalitarismo de miniatura, con su compositor en jefe y todo. Semejante imitación, con unos añitos de retraso al original que fue la Revolución Cubana, solo existe en la memoria de los que nunca dejaremos de estar y en la amnesia de los que nunca estarán.
Los Fidel, los Formell: de que fueron, fueron.
Guarden la música de los Van Van allí donde no le dé la luz de la libertad. Sus canciones podrían descomponerse muy fácil en partículas elementales. Y, entonces, al abrir el ánfora del alma nacional (un primero de enero cualquiera, por ejemplo), de pronto solo recogeremos el ruido de unas notas ignotas y un vocabulario sin traducción.
No dejemos a los Van Van tan solos de cara a la eternidad. Miren que ya no queda ninguno de los Beatles cubanos originales.