Yo diría que es Reinaldo Arenas



Y yo diría que, si no es Reinaldo Arenas, entonces debe ser por lo menos el actor español Javier Bardem.

En la foto de este lunes, se acaba 1958 y 1959 comienza. Rei tiene entonces quince años y Javi apenas menos diez.

Sospecho que los cubanos nunca saldremos de esa fecha fatal, de ese cortocircuito entre el último de nuestros diciembres dictatoriales y el primero de nuestros eneros en libertad.

Son cuatro mocosos de mierda. Dos barbudos y dos lampiños. Miembros de último minuto del Ejército Rebelde, una especie de espontáneo ejército de salvación nacional.

No les dio tiempo ni a bajar de la Sierra Maestra. Simplemente nunca subieron. Son del llano y cantan en la capital cubana.

Una tropita cósmica, de marihuaneros armados hasta los piojos. Hippies justo antes del movimiento hippie. Parecen escapados de la guerra civil española. Dos franquistas o batistianos ―casquito en la cabeza incluido― y dos republicanos radicales, aunque en julio del 2023 sea difícil distinguir quién es quién.

Reinaldo Arenas, por supuesto, roba cámara a la derecha, con boinita calada al estilo del Ché. Es el protagonista de esta escena a balón parado. No parece estar pasando nada. Todavía. Ni en la foto, ni en la historia de Cuba.

Las insignias que cargan no pueden ser más eclécticas. Erráticas, pura esquizofrenia paramilitar. Son como niños disfrazados de Mau Maus. También, el parque de municiones que portan es tan desigual. No hay una sola gorra o sombrero similar. Obviamente, la Revolución Cubana aún distaba mucho de ser totalitaria. Cada cual mataba a cada cual con lo primero que tuviera a mano.

Dos de estos cubanitos lucen como animales de ciudad. Ya han singado en burdeles urbanos, probablemente. Y saben lo que es la gran vida de los neones sin mancharse las uñas de tierra colorá.

Los otros dos ―el Arenas apócrifo incluido―, no. Esos dos son guájaros recién desenterrados de la guardarraya, siboneyes de batey, criaturas agriculturales para quienes La Habana era una ciudad del exterior.

Dos terminarán enseguida integrando los gloriosos pelotones de fusilamiento del Nouveau Régime.

Dos serán a la postre pasados por las armas, tras una acusación tan anónima como fidedigna de que ambos habían formado parte del Ancien Régime.

Por eso resultan entre los cuatro un cuadro conmovedor. Ser compatriotas es eso. Emociona la precariedad de sus respectivas presencias sobre la faz de la patria. Sus pieles pulidas son un anuncio de la pudrición. Sus miradas cargadas de futuro resultan, como de costumbre, un síntoma sensacional del fascismo inminente.

Ámenlos. Son nuestros padres y abuelos.

Amémoslos. Son nuestros hijos y nietos.





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He visto cosas que ustedes, los cubanos, jamás creerían

Orlando Luis Pardo Lazo

Vi años en que tú no habías nacido. Pude haberme quedado solo en el mundo, pero tú naciste después.