Máquina Elena

Yo era Elena en Corazón azul. Me encontraba ante las ruinas de una isla. Por fin dejé de matarme. Ya no podría volver a interpretar a Ofelia. Finalmente sería capaz de amar todo aquello que había destruido. 

La cadavera de Abel escupía frases salidas de otro mundo. En las paredes ahora, huellas de garras. Como si las hubiesen marcado. 

-Nunca pensé que tendría que elegir a Erik en una lucha permanente entre la vida, la enfermedad y la muerte. Un combate medieval. Los seres humanos tienen dos enfermedades, el sexo y el dinero. Yo debía mantenerme en la vida por un milagro de la ciencia. Andrés Caicedo dijo “que nadie quería ver a un niño viejo” y se mató con una sobredosis. Amy Winehouse aseguraba “you go back to her and I go back…Black”. Apareció en su cama muerta. Virginia Woolf le dijo a su esposo Richard -But if it is a choice between Richmond and death, I choose death– y se ahogó en el río Ouse. Y si yo pudiera. Si yo pudiera elegir entre Erik y Abel. Los fantasmas que me habitan. Como diálogos inconclusos por Messenger o WhatsApp.

Hamlet le habla al pueblo desde su teléfono móvil. Sus lágrimas corren por las mejillas y todos comienzan a aplaudir. Nadie entiende por qué el príncipe de Dinamarca atraviesa un cristal con el puño. O por qué sus venas explotan y no puede hablar sin contener la emoción. El nudo en su garganta atravesada por saliva y tierra. Se traga la tierra de todo el continente europeo. La vomita junto a sus vísceras de acero. 

-Tengo a un exterminador de moscas y cucarachas. Ya no las dejaré entrar a palacio. No quiero que me recuerden todo lo que quiero olvidar, el hambre, el miedo, la locura. La oscuridad se traga mi juicio. 

-En el nombre de Dios, Hamlet, que es Ov, que es además impronunciable. Estamos en el tiempo de Ov. ¿Y que significa Ov? Significa compromiso. Ov está en todas partes, en el teléfono, en la publicidad, en el verde, en el rojo, en el blanco. 

Erika comienza a aplaudir sin ánimo. Una mujer solloza, la mujer, la ramera esposa del tío, del asesino del rey. La mujer mira a Hamlet con los ojos al blanco, los movimientos lentos y una extrema delgadez delante de su celular. Quiere ayudar al hijo sin saber cómo. Su rostro languidece ante la luz naranja del atardecer. La mujer permanece en silencio. Hamlet navega en la web. 

-Ave Maríaaaaa…. Maríaaa….

Erika canta el Ave María debajo de los escombros y su canto recorre el mundo. Al fondo bombas animadas, mientras continúa cantando. El bulto de escombros y su cabeza en la base de la Torre Eiffel, en la gran pirámide, en el Éufrates. Su rostro se refleja en el agua, agigantado por la proximidad del lente. Como un montaje de atracciones en un documental de ensayo. 

-To be, he ahí la cuestiónNo dejarse atrapar. Ser en la luz, y sin embargo, la luz no es nuestra. No nos pertenece, a pesar de que ha estado desde siempre…. Allí.  

Hoy, sin saber por qué, Erika recordaba el primer encuentro con Abel. Podía rememorar incluso, la ropa que llevaba puesta. Es curioso porque en su mente antes había otro recuerdo de lo que sintió. Como los ciegos que, de tanta oscuridad aprenden a reconocerse por el olor y el tacto. Creyó que en aquel primer encuentro estaban guiados por el olfato. Abel se aproximó y aunque quería saber todo sobre ella, se limitó a invitarla a una tertulia literaria. 

Voy a leer fragmentos de La tumba vertical. Es una novela distópica. Más ficción que ciencia. Me encantaría que pudieras asistir. Me encanta tener amigos como ustedes. 

Abel demostró ser paciente. En otra de sus novelas, describe a una sociedad donde las personas han muerto y sus perfiles en redes sociales reproducen imágenes, frases, y hasta ideas completas de lo que fueron sus vidas. Todos creen estar vivos, pero en realidad han muerto. Lo particular, la razón principal por la cual no estalla una crisis es que los cuerpos siguen, pero sin almas. Las almas han quedado atrapadas en el algoritmo. Vulnerables ante cualquier influencia, se ponen al servicio del mal. 

-El mal existe, Abel, existe como fuerza, una fuerza que se alinea por cada hombre que muere de manera injusta en el mundo. 

Erika sentía pena de Abel. No era capaz de romper con su pasado. Un poeta que teme a la aventura no es más que un disfraz.

-En las novelas Abel me podía engañar, pero en sus poemas no. 

Erika no podía soportar la poesía que no nace de las entrañas. Entre cientos, podía elegir a uno solo de sus poemas: “Testigo del tiempo”. 

A menudo quería borrar el recuerdo de la última vez que tuvo sexo con Abel. Como en la película Eternal Sunshine of Spotless Mind. Venían en un auto a toda velocidad. De repente estaban fuera de la carretera. Habían salido del asfalto y las ruedas delanteras del auto quedaron sembradas en el tronco de un árbol gigantesco. Seminconscientes Erika y Abel comenzaron a besarse a pesar de los golpes y las magulladuras. No parecía nada grave. Se amaban bajo la luz oblicua del invierno. Erika pedía a Abel que la clavara con más intensidad. 

-Quiero tragarme toda tu sangre, entrar en tus heridas. Acariciar el dolor y la ardentía. A lo mejor soy vampira. 

Abel hacía lo mismo, lamía las heridas de Erika con desenfado. 

-¿Has visto Crash? ¿Cuánto dolor somos capaces de soportar? Vamos a estar juntos mientras dure y nos separaremos en el momento de mayor intensidad. Es la única manera de eternizar nuestro amor, de que no muera. Dicen que el amor se mide por las cosas que uno es capaz de abandonar. ¿Qué abandonarías tú por mi Abel? 

Abel no respondía, seguía lamiendo y besando con lujuria el cuerpo de Erika. Le gustaba mirarla. Era una mujer de una belleza única. Por donde quiera que Abel la mirara, parecía alguien distinto. Como si la instantánea de aquel rostro le fuera impedido registrarlo en toda su dimensión. Por momentos a Abel le invadía una angustia indescriptible. Como si intuyera la brevedad de aquellos momentos cuyos recuerdos luego, le impedían ser feliz. Al mismo tiempo, se sentía pleno. La incapacidad de retener la belleza de Erika en sus manos, lo paralizaba. Estaba intimidado, a pesar de que era un tipo capaz de esconder sus emociones. Era un sujeto extraño también. Por un lado, quería tener una vida normal, cosa que, los gemelos serían incapaces de ofrecer. Estar a solas con Erika, por otra parte, le hacía olvidarse de todo y disfrutar aquellos instantes de ilusión. 

La ambulancia llegó en medio de la cópula. El semen había entrado en el sexo de Erika que daba gritos de placer. Como si quisiera ser bañada por aquel líquido viscoso, que, por otro lado, la conducía irremediablemente al día de su propio nacimiento. Cada instante de placer y de fluir de la humedad y la esperma, eran experiencias de muertes y resurrecciones. Momentos de importantes mutaciones. Erika ya no volvería a ser la misma, ni por dentro ni por fuera. 

Testigo del tiempo (poema escrito en tiempo real) 
No es: “No hay peros”, sino: “No hay Péres que valgan”
Y entonces los quemaron a todos en la hoguera. 
Pero no en la hoguera del tiempo.
La hoguera de la tozudez y la eternidad fue creada para ellos, 
los antepasados, presentes y futuros.
Los de la multiplicidad de sombras. 
Los solitarios. 
Los rechazados por multitudes enteras…
Fueron condenados en las tinieblas de Dante Alighieri a caminar con la cabeza en los pies, 
a olvidarse de sus propios nombres. 
Ya no sería importante. 
Poco menos que la división metafísica del yo soy en la luz 
yo ausente de mi mismo en la sombra.
Desmemoriado. 
Sin rumbo u orientación…

El poema continúa. Abel aseguraba que el apellido de su abuela era Péres con s en vez de zeta. En una de sus crisis nerviosas decía “que la s desapareció de Pérez, durante la inquisición. Que había sido abolida por el apellido Cruz. Y que los Cruces fueron los inquisidores”. 

Abel fue a parar a un manicomio. Le había apretado uno de los pechos a la psiquiatra, arrancó un idde de Orula a su antebrazo y le pateó el vientre cuando lo forzó a internarse. La psiquiatra amenazó con darle electrochoques. Abel le mostró al enfermero el idde, y cuando lo tuvo controlado, se agachó y le besó los pies. El enfermero sorprendido.

-Por favor, no haga eso. No es necesario. Levántese del suelo. 

Abel cayó en la cuenta de que debía buscarse aliados. Era la jefa de toda la sala a la que había violentado con una patada. La mujer se quedó con el vientre doblado por unos segundos, tal vez minutos o quizás horas. Entonces se ensañó con Abel. Aquella mujer de apariencia marginal no era capaz de distinguir entre los enfermos y los sanos. Era un bot y, en medio de un país con tratamientos psiquiátricos medievales, no se podía esperar mucho más que toda aquella crudeza. 

Le pusieron a un guardián, un hombre negro con una operación de garganta que le tragó su voz. Su nombre era Daniel. Abel calificó aquel encuentro como una experiencia mística. Había estado leyendo las profecías de Daniel. A pesar de que la inyección le provocó un desmayo y luego un descenso considerable de la presión arterial, se resistió al sueño y comenzó a cantar y a bailar por todo el patio de aquel lugar donde, automáticamente, le habían quitado su voz. 

Daniel y Abel se volvieron una sola persona. 

-Oeeeeee oeeeeee oeeeeee oeeeeee oeeeeee oeea oe oa, oe, oa. Uno dos y tres qué pasos más chéveres, que paso más chévere que el de mi conga es. Daniel oe oe oel oa oel oa. Daniel, Daniel, Daniel, Daniel, Daniel oe oa. 

Daniel y Abel sentados frente a un buró. Abel desliza sus manos por el teclado de un piano que solo existe en su mente, y cree tocar a la perfección. Canta Las bodas de Fígaro con voz operática.

-Bravísimo tú, bravísimo yo….

Logró salir de aquel manicomio gracias a su padre, y a la repetición en voz alta de la palabra: “Alta”. Convencido del poder de lo dicho. Del trance. Abel había caído en una especie de aprieto y tenía que salir de él. Debía convencer nuevamente a todos de su cordura, ahora que lo daban por loco. Tan loco y cuerdo como el rey David. Trataba de escapar de sus propios demonios. Había construido en sus poemas infiernos. La poesía brotó de sus libros como lo hace un botón de rosas, extraviado de realidad. La misma realidad que Abel aniquilaba sin el menor recato. Una verdadera pesadilla. Nada le provocaba más horror que la página en blanco. Convencido ahora de que su interior estaba compuesto por signos y letras. De que el lenguaje no es una invención sino una cávala. Se sentía amenazado y hasta perseguido por sus propias ideas que sentía eran de otros. Estaba claro que, dentro de una sociedad que fomenta la desconfianza, no le quedara más que echar a mano lo escrito como si creyera en su originalidad. Como si se tratase de un secreto de Estado. Con razón llegó a creer que La Rosa era también su apellido. 

-La Rosa es la familia original enmascarada a través de los siglos. “Los Pérez a las doce”, como el cuento de la abuela y sus quince hermanos, pero solo ella era Péres La Rosa. 

Esta investigación lo tenía exhausto, especialmente porque como casi siempre suele suceder, la forma de identificar a los La Rosa, era sencilla. O más bien, en apariencia. Abel tomó la foto de la familia. Una foto en blanco y negro que, a causa del tiempo y la humedad de los veranos interminables, estaba gris. A diferencia de sus hermanos solo los ojos de su abuela eran distintos. No tanto los ojos, sino la forma de mirar. La abuela de Abel, y ahora él también, los únicos La Rosa originales. Estaba a punto de dar con una verdad mayor, la existencia de una secta La Rosa dentro de la isla y relacionada a la masonería. Nuevos La Rosa mezclados como los sapiens con los neandertales. 

Aquel idde de Orula se le antojó como una señal. Una zona donde tal vez debía profundizar. Dudas y más dudas cada vez que tenía una certeza. 

-Tal vez el problema del alma radica en que el cuerpo le hace creer que está presa. Dentro de mi había un niño y luego se marchó. Después vino el joven que rechazo como si se tratara de una enfermedad. Pero a veces muy adentro hay otros niños y otros jóvenes que hacen que yo me desconozca a mi mismo. Al que soy realmente. Y es como si en cada decisión emergiera un nuevo ser. Eso es lo que significa ser La Rosa, conocer lo que está por venir. Anticiparse. Desentrañar los secretos a través de los siglos.

Era simplemente agotador. Como lo tomaban por loco, entonces desechó aquellas ideas nuevas. Debía concentrarse en Erika, tal vez una mujer como ella podría remediar a su alma. Contentarla. Pretender lo que casi todos buscan: estabilidad. Pensaba en Érika sobre su regazo. Los jadeos mientras la penetran… Alaridos de placer. Abel está encima de Erika y siente como si todo ese momento de placer sublime le hiciera caer en una fosa. 

-El accidente fue mi despertar, pero no ha sido más que un tropiezo, un error, una equivocación. Qué triste, ¿no? Puedo estar a tu lado por siempre Erika. Pero solos tú y yo. 

-No puedo abandonar a Erik, es mi hermano. 

-Te estaré eternamente agradecido por sacudir a mis vísceras, mis pulmones y mi corazón. Solo por esas razones ha valido la pena chocar, quedar sembrados en ese árbol. Y para que entiendas, no es tu belleza la que define lo que siento. Es algo más profundo. Tiene que ver con esos pequeños momentos en que he podido ser yo, mientras te tengo cerca. Tal vez yo no pueda expresarlo de manera precisa con palabras, pero hay algo en ti que me atrae más que tus ojos, tu nariz o tu boca. Y ese algo está cargado de silencios. De frases entrecortadas. De dudas. No es posible que yo pueda olvidarte. Quiero estar en armonía incluso con lo que no va a pasar. Tengo demasiadas culpas dentro. No hay espacio para más. Y no es que tenga miedo al sufrimiento, temo a una vida vacía y sin amor. Y créeme, entiendo que nuestro momento pasó, que no existe ni la más remota posibilidad para los dos. Estoy consciente de que hubo un momento en el que debimos correr.





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Saluden a la princesa

Por Jorge Enrique Lage

Leo ‘Tía buena. Una investigación filosófica’ (Círculo de Tiza, 2023), de Alberto Olmos.