La Habana, 8 de septiembre de 1890
Martina querida:
Hoy fui a Puentes Grandes porque Consuelito está muy decaída. Temo que sea una enfermedad desconocida y mal cuidada. Quería convencerla de que viniera a la ciudad a atenderse con el doctor Varela Zequeira, al que tenemos mucha confianza. José no podía ir y me ha acompañado Julio Miguel, que es ya un hombrecito muy formal.
Cuando llegamos, mi hija estaba todavía acostada. Mientras Julio se fue al patio con las primas mayores, aproveché para conversar con ella. Dice que solamente está cansada, que el pequeño Esteban acaba de cumplir un año, es muy inquieto y resulta agotador cuidarlo. Además, está preocupada por Sara, a la que su padre ha diagnosticado anemia persistente, ha tenido fiebres y algún desvanecimiento.
No quiere acompañarme a la capital. Dice que si se fuera de su hogar por diez minutos todo quedaría trastocado: el infante quedaría mal atendido y nada funcionaría, ni habría ropa lista, ni comida a su hora.
Algo ayudan Elena, Sara y hasta Dulce María, aunque sean muy jóvenes. Con Juana no se puede contar porque todo su tiempo es para la pintura, la poesía o para soñar. Su padre la justifica, le tiene un amor extremo, la considera alguien del otro mundo y dice que no debe usar su talento en cosas prosaicas.
En fin, no irá con el facultativo que le recomiendo, seguirá con las pócimas que el esposo le recetó y tratará de descansar algo. Pobre muchacha, su destino ha sido servir a otros y acabará dando la vida por ellos, aunque sencillamente la vean como alguien que cumple naturalmente con sus obligaciones.
Esteban llegó a las doce. Comentamos la reciente expulsión de Maceo, a quien no permitieron retornar a La Habana. Debió embarcarse desde Santiago de Cuba. Comenta que hoy, fiesta de la Virgencita de la Caridad, debía iniciarse un alzamiento ante el santuario del Cobre y todo Oriente se levantaría en armas.
El Caudillo estaba allá desde hacía varios días, a la cabeza de la conspiración. No fue muy discreto y entre los supuestos partidarios había varios espías del gobierno. El capitán general Polavieja, hombre de mano dura y con profunda antipatía no solo por los separatistas, sino hasta por los liberales, decidió cortar de raíz el asunto, pero no quiso hacer escándalo poniendo en prisión al mítico héroe protegido por un pasaporte extranjero.
Comento que estamos marcados por la fatalidad: diez años de sacrificios inútiles, una guerrita, la de Calixto y Martí, muerta en la cuna, y ahora otro plan convertido en pompa de jabón. Me duele pensar que los autonomistas tengan razón y haya que resignarse a “evolucionar” suplicando por mejoras en las Cortes.
Esteban es más optimista y cree que lo sucedido es un símbolo, la expresión de una necesidad y que, año más o año menos, vendrá la guerra, bien asegurada para lograr sus objetivos.
Ha sabido que hay varios veteranos del 68 en la emigración que trabajan por la independencia, no solo Maceo, que seguirá con sus intentos desde Costa Rica, sino Gómez en Santo Domingo y en New York están Calixto García, Serafín Sánchez y el mismísimo Martí, que se ha convertido en una especie de apóstol de la causa. Habrá que estar atento a lo que suceda, para poder ayudar desde adentro.
Hablamos también del libro de Casal. Él dice que ya lo leyó y “le gusta y no le gusta” –eso es muy Borrero–, que tiene una sensibilidad casi enfermiza, pero le parece que su pasión por lo pintoresco y decorativo, que viene de cierto afrancesamiento, debilita su inspiración.
Siente que le falta energía vital, salud del alma, disfrute de la Naturaleza, aunque es todo un talento. A Juanita sí le ha encantado el volumen y lo ha tenido días bajo su almohada. Entonces, se desvía del tema y me habla de la genialidad de su hija. Parece que la música no es lo suyo, aunque la señorita Arizti diga que tiene “espíritu musical” y, si estudiara más, sería una excelente intérprete de Mozart y de Espadero.
Ella ha preferido ir llenando un álbum de poemas que todavía solo le muestra a él y recibe clases de pintura con el maestro Menocal, quien está encantado con lo rápido que su alumna aprende las técnicas más difíciles.
Me lleva hacia un rincón del portal trasero, donde ella ha puesto su caballete y en él hay un cuadro inconcluso, el más reciente. Es un autorretrato que tiene como fondo la vegetación salvaje del patio trasero. Me sorprende no solo el dominio del color, demostrado en el verde húmedo de las hojas, o en el rojo restallante de las flores del framboyán, sino en ese vestido de seda malva que ella se ha adjudicado.
Creo que se ha pintado más alta, más esbelta de lo que es en realidad, pero ese rostro afilado, esas sombras oscuras en torno a los ojos, esa mirada esquiva, en la que se puede adivinar cierta rabia y algo de desesperación, son intranquilizantes.
La pintura me ha fascinado como pueden atraer al viajero las ramas cargadas de flores de un arbusto venenoso. Parece el prólogo para una tragedia. Creo que en Juana hay algo complicado –más de lo que pudo haber en mí a esa edad– y la ciega pasión de su padre por ella no me parece de buen augurio.
En el viaje de regreso, Julio me comentó que Lola y Elena le parecían muy agradables y había pasado un buen rato con ellas, pero que Juana apenas lo saludó y, cuando él le comentó que había visto el cuadro comenzado pero que no lo entendía mucho, ella lo miró como si la hubiera ofendido y le había replicado que eso sucedía porque “él era nada más que una persona normal, y no tenía nada de especial”.
Después, le dio la espalda y no volvió a acercársele. Eso me dio mucha rabia, aunque quizá esa mocosa tenga razón. Mis hijos son educados, pero normales.
Cuando llegamos a casa, encendí una vela ante la imagen de la Virgencita Morena, para que ayude a Maceo y a los que quieren a Cuba libre. También para que aleje los malos espíritus de la casa de Puentes Grandes y traiga la salud a Consuelito, porque temo que le suceda lo peor.
Retrato de Juana Borrero intervenido usando IA.
* Sobre el autor: Roberto Méndez Martínez (Camagüey, 1958). Autor de medio centenar de volúmenes, que incluyen libros de poesía, novelas, ensayos literarios e históricos, así como textos críticos sobre arte y literatura. Actualmente reside en Extremadura, España. Hypermedia Magazine reproduce en exclusiva, por cortesía del autor, un fragmento de su más reciente novela Martina querida (Ediciones Sequoia, 2025).

Discurso en la Universidad de La Habana (Sabatina del 22 de febrero de 1862)
Por Ignacio Agramonte y Loynaz
“El Gobierno que con una centralización absoluta destruya ese franco desarrollo de la acción individual, no se funda en la justicia y en la razón, sino tan sólo en la fuerza”.