a Paloma, su poema
Yo iba a lo mío: compra-venta de libros a domicilio.
Me detuve en Cuba y Desamparados. Edificio colonial en ruinas. Subí hasta la azotea. Escaleras cochambrosas, mierderas y mierdosas.
Alguien me había dicho que la niña que vive en la azotea está buscando El hombre rebelde tiene veinte años y está buenota como una yegua pero ten cuidado está loca ¿loca? sí loca de remate llévale el libro y sal corriendo loca de remate me oíste.
Claro que sí. Te oí. Parecías una cotorra desplumada. Viejo calvo. Impotente. Payaso. Lo repitió cinco o seis veces. Le tenía miedo a las niñas locas de veinte años, pero yo no. Yo soy JAAD, Jodido Aunque A veces Descojonado, ese perdedor que a veces gana. Y JAAD se arriesga. Hay que vivir peligrosamente.
El tipo fue su profesor y se la templó en el Pre y ahora tiene miedo, pero tú no. Tú buscas el libro bajo tierra y se lo llevarás a su casa y es un regalo ¿un regalo? claro princesita un regalo y quiero acostarme contigo y te la imaginas encima de ti con el pelo suelto sus tetas durísimas y mojada tan mojada que pareces de agua tú eres de agua déjame tomar agua de tu pozo sin fondo y me arrodillo y empezará a llover y le dirás tú eres Tota yo soy Tabo dos viejos pánicos jugando a la vida beberé tus flujos cósmicos y estuve buscando mi alma en tu hueco caliente te perdiste en el túnel del tiempo y ella reía tú estás loca yo estoy loco soy un caracol que se arrastra a casa que recorre cada pliegue de tus intestinos soy un caracol soy un caracol eras un caracol JAAD eras un caracol ahora no eres otra cosa que un pobre diablo que compra y vende libros a domicilio que subes unas escaleras cochambrosas mierderas y mierdosas.
Llegué a la azotea. Una puerta. Sobre la puerta, un NO pintado de rojo. Y una frase de Dostoievski: Me mataré para afirmar mi insubordinación, mi nueva y terrible libertad.
Cogí aire. Tenía que reponerme. Me estaba convirtiendo en un viejo de treinta y cinco años. Me soplé la nariz. Visualicé la verga de un caballo. Ese eres tú, JAAD, indómito corcel que cabalgarás sobre la sábana y la sabana aterciopelada de una piel primorosa. ¡Oh, gran unicornio infatigable!
Me quité el sudor de la frente y el sarro de los dientes. Por fin toqué. Abrió la puerta. Borracha. Desnuda.
—Estoy haciendo body-art, tengo una vulva de colores y esta noche me voy a suicidar —dijo.
En cada mano, un pincel. Un pezón rojo y otro azul. Me quedé mirándola con descaro. ¿Cómo fue posible que el burro profesor se acostara con aquel encanto?
Estaba fumando marihuana.
—Te ibas a suicidar, princesita. Ya no. Mira lo que traigo para ti.
Abrió los ojos. Gritó. Se me tiró encima. Me dio un beso en la frente y luego en los labios. JAAD estará hecho polvo, pero resucita. Apenas me rozó tuve una erección. Muy bien, niño malo, ella va a decirte pasa y tú pasarás y dentro de diez minutos estarán uno dentro del otro.
—Pasa —dijo.
Palomar con paloma pensé. Palomar derruido, carcelario, milagroso.
—Me llamo Paloma.
—Ya lo sé.
—¿Cómo lo sabes?
—Lugar común: vives en un palomar.
—¿Y tú cómo te llamas?
—JAAD.
—Ya lo sabía.
—¿Por qué?
—Lugar común: tal para cual.
Nos reímos. Dos locos a diez pisos sobre el nivel de la ciudad. Su cuarto era pequeñísimo. Todo de madera. No había baño. Una puerta conducía a la azotea. Asomé la cabeza. A lo lejos, el mar.
—No tengo dinero, pero quiero el libro.
—Es un regalo.
—¿Un regalo?
—Claro, princesita, un regalo y quiero acostarme contigo.
Me dio ron y me pasó la marihuana. Me dijo que me quitara los zapatos. Para entrar en mi cuartucho hay que amar la vida, vivir sin miedos. ¿Te gustan mis poemas? Me señaló una pared.
Había de todo. Lorca, Eliot, Mandelstam, Casal, Pavese. Escribí algo mío. Claro que sí, JAAD, tu nombre debía estar al lado de esa gente.
Me senté en el piso. Se sentó frente a mí. ¡Ah, qué bien! Me mandó tu profesor ese descarado cara de buey y picha de merengue.
Yo tenía diecisiete y me acosté con él porque me dio la gana me gustaron sus cincuenta años después se volvió un cínico todo el mundo es cínico tú también ¿verdad, JAAD?
Un poco sí qué le vamos a hacer y se ríe y te da un beso y sentí el calor de sus entrañas a través de su boca ¿te quieres acostar conmigo? claro le dijiste claro que sí princesita si antes de conocerte ya quería acostarme contigo e imaginé que rodábamos por el piso y te subías arriba de mí y te abrías para mí así estuvimos una hora dos horas tres horas y jugábamos a vivir uno dentro del otro y tú te reíste y nos paramos en el alero para volar y me dirías soy una paloma empújame y te empujaría y serías libre.
—¿Todo eso está en tu mente? —preguntó abriendo los ojos y las piernas.
—Sí. Cuando no soporto más, me encierro dentro de mí a soñar.
—Tócame. No soy un sueño.
Toqué sus teticas. Bajé la mano. Toqué su pubis. A lo lejos se escuchaba el mar y entre mis dedos sentía cada pulsación de las olas.
—Dicen que estoy loca. A lo mejor tienen razón. ¿Estoy loca? No sé, pero cada día quiero vivir menos allá afuera.
—La imaginación es el verdadero reino de la libertad.
—Déjame tocarte.
—Tócame.
Tocó y pintó mi cara. Tocó y pintó mi cuerpo.
Pintó líneas y círculos sobre su piel que se erizaba. Se convirtió en erizo y hundía en mi deseo y mi sangre sus púas punzantes. Quise entrar por su vagina y salir por su boca manchada de amarillo. Boca grande manchada de amarillo. Entrar por su vagina y salir por el otro lado del universo.
—Vamos a jugar a Tota y Tabo —dijo de repente.
Corrió hasta los libros que tenía amontonados en un rincón y sacó Dos viejos pánicos. Comenzó a leer.
Tabo ¿Qué? Vamos a jugar. No. ¿No? ¿Y qué haremos? Recortar y quemar. Sí, Tota, hay que quemar a la gente. Ayer quemé doscientas, y hoy pienso quemar quinientas.
Paloma se reía.
Siempre juego a Tota y Tabo yo también qué raro ¿verdad? no hay nada raro JAAD todo se conecta ella y tú su vida y tu muerte tu muerte y su vida ella que es Tabo tú que eres Tota vamos a jugar y jugaron.
Sacó otro cigarro. Bebimos. Cantos Gregorianos. Incienso. En la azotea, se recostó al muro. Se inclinó. Abrió las piernas. No pensé en otra cosa que hundirme dentro de ella, que entrar suave y después con fuerza. Con fuerza, JAAD sin miedo. Y con fuerza que hoy es el último día del mundo.
Ella gime y tú la besas y tú gimes y ella te besa y el aire y el sol y el cielo nublado y vista hermosa de una ciudad que se pudre y me hundo te hundes nos hundimos y te subo al alero y ella que ríe aquí te quiero lamer morder chupar comerme tus entrañas parecía un ángel serás un ángel siempre un ángel que todo el mundo pase y te vea desnuda y que lo vean a él hurgando como zapador en tierra minada voy a explotar explota princesita y explotaría una y mil veces más y estarían allí los dos hasta que llueva y la lluvia los dejó acurrucados con frío y se darán calor como yegua y caballo limpiándose las heridas.
—Empújame. Quiero volar. Vamos, JAAD, empújame.
—No.
—Empújame.
—No.
—Empújame.
—No.
Y se levantó a buscar los binoculares. Vamos a ver el crepúsculo. El sol cayendo dentro del mar, allá a lo lejos, y barcos en la bahía y pescadores somnolientos y rojo sobre gris. Nos besamos. Me dijo que era muy triste morir sin ver el mundo. El Mundo.
—¿Cómo es el Mundo?
Le hablé de Madrid.
—¿Estuviste en Madrid? ¿Por qué regresaste?
—Por amor.
—¿Por amor? ¿Amor a quién? ¿Amor a Cuba?
Amor a la patria. Extraño sentimiento. Pasión enfermiza. Delirio que somete y libera. Ser rey y esclavo.
—Por amor a una mujer. Parece ridículo, ¿verdad?
Le dije un poema de amor y un poema patriótico: El trapo heroico de Poveda. Vimos a lo lejos la bandera de la estrella solitaria. Demasiada soledad. El frío de las estrellas. Muerte cósmica. El frío de Casal. Hablamos de Casal. Se había leído toda su poesía. Por supuesto, aquel verso: Tranquilo iré a dormir con los pequeños.
Miró hacia la calle. Quería volar. Todo su cuerpo quería volar. JAAD lo sabía. Se le acercó y la abrazó. Podía escaparse en un segundo.
—Cuando te vayas, me tiro. Voy a volar y dormiré con los pequeños. Mi cabeza contra el asfalto. ¿No te gusta esa imagen?
La besé. Ya era de noche.
—Vete, llegó la hora.
—Un hombre rebelde es un hombre que un día dice NO —dije de memoria el comienzo del libro.
Quedó en silencio.
—¿No te alegró el regalo? ¿No querías tenerlo?
Temblaba. Puro temblor por dentro y por fuera.
—¿Cómo es que te vas a matar? Ellos están locos, nosotros no.
Seguí hablando para distraerla.
—¿Sabes lo que quise hacer cuando terminé de leerme El hombre rebelde? Escribir NO en todas las paredes. Salir a la calle y pintar NO en todas las paredes. ¿Te imaginas, Paloma? Un NO que iba a entrar por los ojos y quedarse en la conciencia de toda la gente.
Miraba al horizonte. Ya no me escuchaba. Se alejó de mí. Me dejó en el muro y regresó al cuarto.
—Vimos el crepúsculo, Paloma, y tenemos que ver el amanecer.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque no.
—Vamos, Paloma.
—Vete.
—Dale, princesita. Vamos a jugar otra vez a Tota y Tabo.
—Vete.
—¿Que me vaya? ¿Por qué?
—Vete. Hoy es el último día del mundo.
El mundo estaba loco y nosotros cuerdos. O al revés. No importa. De todas formas, no teníamos otra opción: ser felices en medio de la guerra. Se lo dije.
—Es una frase muy linda. Yo necesito acción. Vete.
—Basta de palabras. Un gesto. Una acción —dije imitando la voz de un narrador de radionovelas.
Fue otra vez hasta el rincón de los libros. Me trajo un libro de Cesare Pavese.
—Un regalo.
—¿Un regalo?
—Sí, un regalo. Y quiero que te vayas.
—No estás hablando en serio.
—¿Por qué no? ¿Cuánta gente se mata todos los días? Se pegan candela, se ahorcan. Yo quiero volar.
Ser libre mientras se está cayendo, pensé. También somos unos exiliados en la tierra de la imaginación. Ya nada sirve de nada.
—Paloma…
—No te pongas patético. Vete. Escríbeme un poema.
Y me fui.
Recordé al profesor. Al profesor que estaba loco de remate. Quise quedarme. Insistí. Ya no se reía. En la azotea quedaron los pinceles, el óleo, la paleta, los libros. Y me fui. Y nunca la olvidé. Y te escribí un poema.
Bajé las escaleras. Pensé que se iba a desplomar el edificio. Esquina de Cuba y Desamparados. Una esquina más. Una esquina cualquiera del mundo. En cada escalón me reía, Paloma. En cada escalón, lloraba, Paloma.
Te escribí un poema y jugué a Tota y Tabo mientras bajaba. Despacio. Cuando llegue a la calle, quiero que hayan pasado diez años, pensó JAAD.
Hay que pensar peligrosamente. Te imaginé otra vez. Te vi otra vez. Otra vez entramos uno dentro del otro para escapar y escaparnos. Tú eras bella y paloma, Paloma. Tú fuiste bella y paloma, Paloma.
Cuando llegué a la calle, era de día. Vi el cuerpo en el asfalto. Su cabeza rota. Su boca grande pintada de amarillo.
Tocaba tus alas de paloma, Paloma. Tus alas rotas. Alguien gritó. Alguien se asomó a una ventana. Te besaba, Paloma. Besaba tu pico ardiente de paloma, Paloma. Te vi caer en ese momento. Te veía caer. Te veré caer.
Un gallo cantó. Me arrodillaba otra vez para comerme tu fresa. Te abría las piernas. Quería ver el Aleph. Quería ver el insondable universo. Y vi el sol. Me vi a mí mismo caminando rumbo al mar.
Cerré los ojos. Cerraría los ojos para recordar. No tenía otra opción, Paloma. No tendré otra opción, Paloma. No tengo otra opción. Recordar y recordarte, ser feliz en medio de la guerra.
El país del sí
Hablo desde un lugar que, de no ser porque me aseguraron que íbamos a estar bien, diría que es lo más parecido a una tumba.