¿Qué papel pinto yo en todo esto?

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¿Por qué tendría que narrar lo que les sucede a los otros? ¿Acaso una podría divorciarse de un hijo? “Aunque se conviertan en dolores de muelas, son tus hijos” ―ya lo dicen las madres.

Qué estupidez. Quiero divorciarme de este cuento. Salirme por completo de esta historia. Crear un espacio en el tiempo en el que sólo pueda entrar quien yo quiera.

Eso sí es tener el control. Al final, todo se reduce a los machos. A la mentalidad machinista, “querer conquistarlo todo”.

Si me mantengo quieta, seré un blanco fuerte para la conquista. El secreto está en el movimiento y en el despropósito. ¿Por qué tendría que tomarme en serio tal o más cuál idea?

No estoy queriendo decir que no creo en nada, ¡no! Yo sí tengo mis creencias. Pero prefiero derribar trincheras. Evitar el caparazón a toda costa. Capas sobre capas. Dureza. La profundidad está en la piel. La dermis es principio y es final. Superficie y profundidad.

Obviamente, es afuera donde acontecen los eventos que repercuten en el interior. No al revés.

Lo otro es invención… elucubración… locura… envejecimiento.

No se puede olvidar aquella máxima del rey Castro: trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras.

El rey también fue famoso por su gran trinchera de ficción. Esa fue su gran victoria sobre el pensamiento ekubano. Por eso envejeció tan pronto. Por dejar todo para “después”, para la “probabilidad” de una conquista sobre el mal.

Claro, el rey lo primero que hizo fue su propia definición. Dejó el bien y el presente solos para él, hasta que su muerte los separó. Como a un matrimonio católico.

―¡Pero qué gandío! ―dicta la guajira de mi abuela, desde su tumba, claro.

El gran negociador en jefe, el rey Castro, sustituyó a una sociedad de control por otra más descontrolada (Risas). Su pensamiento se fue. Adieu. El descontrol quedó entre nosotros. Bendiciones.

A continuación, los invito a escuchar un solo para piano de Jonathan Formell. Prometo una interpretación de la pieza a manos de la estudiante de piano Daniela Rodríguez.

Esto lo llamaría digresión, salirme del asunto. Amenizar la jornada. Un experimento: no es lo mismo escuchar un solo que imaginárselo. Es además relajar las tensiones con el propósito burdo de manipularlos.

Demostrar que aquí entra y sale quién yo quiera. Tener el control de la narrativa. Pero incluso, aún podríamos pensar que todo esto no es más que una pausa para digerir la información. Para pensar en la persuasión.


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La palabra persuasión en manos de los científicos Larel Rizo y Arcos Casa


LR: ¡Qué bien se siente estar en vivo otra vez! Pues seguimos hablando de las IA. Es un hecho que en el pasado usaron a las inteligencias artificiales para persuadir a las masas durante las elecciones, para cambiar sus estados de ánimos y conducirlas hasta donde se quería en cada caso. Recordemos lo que sucedió con el difunto Donald Trump y sus consecutivos mandatos.

AC: Pues sí, Larel y todas las personas que nos siguen. Les mando un cálido saludo desde la ciudad de Mienemi. Debo agregar que, por otra parte, ha triunfado el mundo de los rubios. Cada vez se multiplican en los vientres de las madres producto de la inseminación artificial.

LR: Lo que es revelador para mí, Arcos, es el término “artificial”, como si lo “natural” fuera lo otro: someter a un núcleo de personas a una convivencia perpetua. Pero este tema amerita un análisis aparte.

AC: Lo cierto es que, en las Oficinas de Creación Artificial Suprema, persuaden a las madres para que elijan un determinado perfil. Un perfil que parece el triunfo sobre los cadáveres del holocausto. Recordemos a la Compañía DNA 21 del filme Corazón azul, que ya podría aumentar el coeficiente de inteligencia de los hijos porque adem…

LR: ¡Hitler desde su tumba se ríe de su propio suicidio! El producto de su “revolución oxigenada”. Y perdona, Arcos, que no te dejé terminar la idea.

Arcos Casa ríe y su rostro se vuelve inmediatamente una mueca.

AC: Su frustración en este caso sería la imposibilidad de haber visto refinada a la barbarie. El exterminio ya acontece en las oficinas, donde solo germina su venerada “raza aria”.

Empiezo a sentirme atrapada en una forma. Ese es el problema de escribir una novela. Inmediatamente me siento prisionera de mí misma. ¿Y si todo esto no es más que una ficción?

Si no existiera el sueño, entonces yo creería en el realismo.

¿Quién me garantiza ahora mismo, que no existe algo más que yo misma frente a un teclado inteligente, moviendo mis propios dedos, organizando mis ideas, que pueden estar precisamente atrapadas en una trinchera, tan alta como las del rey Castro?

Nunca se sabe. Es por esa razón que yo no me considero una autora. Elijo el azar. Es el azar el que me ha puesto en esta necesidad de vomitar todo esto en esta forma cacofónica.

¿No sería estúpido repetirlo todo una y otra vez? Estoy harta de la civilización. De que salir a la calle, por ejemplo, no se entienda como un riesgo.

Y no es el miedo al otro, sino a uno mismo. A la fragilidad o indiferencia del cuerpo. Por eso me importa tanto atender a las señales de la piel.

¿No es común esa frase: se me puso la piel de gallina? ¿Y si hablar de gallina en este caso fuera negar que el instinto es en verdad la más humana de todas nuestras cualidades?


La palabra cualidad


Claro, tal vez nos decepcionará que nuestro aparato de percepción esté tan condicionado por el símbolo.

Si me apagaran el cerebro, ¿qué podría ser este montón de huesos con carne? Una marioneta. Hay quienes tienen el cerebro tan pequeño que sólo pueden obedecer a los caprichos del cuerpo.

Siempre será un misterio que exista tanta gente estúpida al servicio de los pocos que usan su cerebro para algo más que obedecer órdenes. Lo mismo dentro que fuera de su cuerpo.

El capitalismo nos ha relegado al lugar de “consumidores”. Los cuerpos empresariales funcionan con unos pocos cerebros que son, además, intercambiables.

El cuerpo empresarial se tragó a los cerebros humanoides. Los engulló. Creó un nuevo tipo de inteligencia colectiva a la que denomina “artificial”.

¿Una sustitución tecnológica de la idea de Dios? ¿Qué se va a hacer con la pobreza en el mundo? Este es otro episodio aparte.

¿Por qué me viene a la mente ahora la fragilidad de la piel? Un metal filoso penetra de manera violenta en el pecho de Erika, con el único objetivo de paralizar su corazón.

La bomba que oxigena el cuerpo es atravesada para congelar la sangre. Se me pone otra vez la piel de gallina. Erika está dormida y sueña.


Sueños caóticos


Larel Rizo lee en voz alta desde su canal de MeToube algunos apuntes de su nuevo libro Crítica a la Creación Artificial Suprema.

LR: La humanidad ya no tiene recuerdos. Solo tiene implantes. Prometeo no es un robot humanoide, sino un humanoide robot que está sentado frente a su propia imagen. Primitiva. De cuando los humanos pensaban que lo más importante era “crear una familia tradicional”. De cuando Dios vivía y Ridley Scott no había nacido. Pero ya el director tenía un pasado, presente y futuro construidos para él, donde debía matar a Dios para creerse a sí mismo. Y se lo creyó. Si no, no existiría Prometeo.

Ya tenemos cámaras, ya existe la memoria en esa forma que tiene el nombre de “realismo”. Y es el “realismo” el que dicta las narrativas oficiales. De vez en cuando un poco de fantasía, ciencia-ficción o ficción de los sueños. Como si de antemano nos limitaran la ilusión…, la poesía. El mundo de la percepción y el instinto. “Este es un cineasta de culto”, “aquella es una película que fue un fracaso de taquilla, pero a la larga nos dimos cuenta de que es una obra maestra”, “este sí sabe venderse, sabe negociar, su cine sí es comercial”. Y los humanoides robots ni saben que han sido digeridos por el machinismo del cuerpo empresarial que habla en nombre de “la masa”.

Los sueños son caóticos. Ver un filme de David Lynch es legitimar que no hay creación sin caos. Y este tal vez sea el fundamento de La Poética de Aristóteles, Parte II. Probablemente toda mi vida termine dentro de una ficción.


La palabra cuerpo


Rizo continúa leyendo.

LR: Un imprevisto podría desaparecer el cosmos y dar lugar al caos. ¿No es maravilloso? Nacer simplemente del azar. ¡Zas!, de repente, hubo vida inteligente. O semi-inteligente. O menos ignorante. He ahí la cuestión, que al desaparecer el azar exterminaron la vida inteligente en su forma conocida.

¿Por qué, si la naturaleza es diversa, los humanos son tan limitados, por ejemplo, en la política?

Y esto lo digo más allá de la persuasión del “machinismo empresarial”.

Hace poco leí una carta de despedida de un macho a una hembra muerta. En algún momento el autor llamó (o yo interpreté) a la democracia “diversidad artificial”. Es la forma más brillante de definirla.

Cada cierto tiempo, un líder hace sucumbir a multitudes enteras, porque las hará parecer tan diversas que pronto terminará uniformándolas. (Risas) No hay mejor revelación de las santas escrituras que los uniformes bajo el disfraz de “hábito”, “moda” o “tendencia”.

Solo existen “las raras excepciones” y los que no piensan.

¿Pero qué estoy diciendo?

En verdad, he estado haciendo tiempo para que despierte Erika.

―No quiero vivir. He decidido morir. El nacimiento lleva consigo el secreto de morir en otra forma. ¿Quién quiere cambiar? No es cierto que no seamos cambiantes. Crecer, así lo demuestra. Tal vez todo termina cuando el cuerpo para de transformarse. Pero esto tampoco es cierto. Hay vida incluso después de la muerte porque “la energía” no muere. Déjenme dormir.


¿Qué significa renacer?


―Entender que todo lo antes conocido ha perdido su significado y, aunque parezca locura, cada persona en mi vida cobra una nueva significancia. ¡Silencio!

Algunos estaban destinados a ser bots. Otros eran ángeles, demonios, o personas reales de un videojuego. Pero todos, absolutamente todos, estaban condenados a la metamorfosis que experimentaba Erika.

También existe una vida ideal, incluso para los muertos.

Erika se aproximaba cada vez más al código.

―Mi misión es descifrarlo.





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Erika transhumana

Lynn Cruz

Su sufrimiento pasaba en pocos segundos desde la tristeza más desoladora, hasta la oscuridad más temida.






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3 Comentarios
    1. El de pitonisa, señora.
      El de oráculo.
      El de luz.

      La ficción del rey. La novela inconclusa. Dejada a un lado para convertirla en drama. Para hacerla farsa tragicómica donde la realidad se sustituye en todas sus formas como dejando boquiabiertos a los dramaturgos más avezados.

      ¡Gandío es mierda, señora!
      Y mi suegra se reía picarona recordando que las muchachas del Instituto gustaban del pretendido paladín.
      Hacía entonces una especie de mutación lábil y me decía del descontento varonil. No sé si miedo. No sé si celos. Amenazaba a muchachos. Decían que tenía un arma.
      Presa de la labilidad no puede dejar de mutar.
      Siempre atrás de los culitos, de las faldas. Era malo. A mi nunca me gustó. Y tenía fama de hacer cosas sucias.

      Váyase gandío a su piedra. Búsquese el pedón de las moscas y de su buen señor. Ni anarquía ni civilización dejaste para contarla. Así de tontos mal nacidos quedamos.

      Cuando pase por la que fue Florida casa haré algo por el recuerdo. Les contaré en spanglish a los poshumanos como sonaba Donald por teléfono hablando a Georgia. Y los negros boquiabiertos. Y los latinos boquicerrados. Y los blancos subiendo escaleras como si yo mirara los rushes al revés de una vieja película rusa. Y los ekubanos cantando. Y pintaré en un muro de Wynwood veintiún corazones azules.

      Un soldado cubano de apenas 16 años tiembla de miedo y frío en una trinchera angolana bajo un torrencial aguacero. Lo único que tiene para amortiguar la fuerza de la lluvia y el frío es la bandera de la Isla de donde lo sacaron. Se envuelve con ella como una capa como quien busca protección a toda costa.°1
      El ogro refunfuña. Los discípulos se envalentonan. Gritan. Salvan al soldado.

      Nunca bajé a la trinchera. Tuve la suerte de quedarme afuera. Atreverme a saltar desde el cielo me salvó la vida. No la cordura. Me extremecí al galope de los tanques de acero. Aquellos T decrépitos. Letales. Ruidosos. Salté desde la tierra con su imagen al salir por su boca el proyectil que terminó en África por más de una década y en miles de lágrimas sin cuerpos.
      La penumbra no podía callar mis ojos en la mesa rusa que mueve las imágenes. Su pantalla me habla en mi idioma sin sonido. Y corto y pego sin manos. Y hago la historia de otros sin saber que también soy yo esos otros. Y aprendo. Y descubro. Y veo del verde lo rojo y lo negro y no de Stendhal. Y le pongo sonido. El del ruido feroz. No el del silencio. El de la muerte. El que gusta al público. El que me manda. El que me pierde. Y al que no llegué por azar. Y que me puso la piel de gallina.

      Había que hacerlo. Era mi ardid. Un símbolo. Y sentirte en el juego. Nadie podía imaginar mis verdaderas intenciones. O razones. O perdones. O justificaciones. Había que hacerlo.

      También fuiste marioneta. Te cortabas los hilos. Te los volvían a poner. Y te dejabas anular.  ¡No! ¡No! Muchas veces. Otras muchas ¡Maricón! Un sal pa’fuera. Casi te quiebras. Pero volviste a los orígenes. A los 16.

      La gente ama la estupidez. Yo soy la gente.
      Los cuerpos llevan las cabezas vacías. Y cantan a coro. Y brincan. Y gritan. Y nos gustan el coro, los brincos y los gritos
      Las cabezas llenas arrastran los cuerpos y a veces no logran sacarlos del coro. Y brincan a medias. Y gritan quedamente. Todo para salirse. Todo para librarse.

      El  capitalismo que conozco se parece más al libre albedrío que a la libertad.
      Adoro el albedrío. Adoro no encomendarme a nadie.
      El que manda se parece más a la libertad.
      El dueño se apodera del albedrío.
      Y entonces llamó dios. El dios de los irreverentes. El dios de los inadaptados. El dios de los que no creen en dios solo por molestarlo.

      La lágrima surcó mi piel de gallina cuando creí que Erika había sido asesinada. Hasta me encabroné. Como era moda en la cuba: me empingué.
      No me la podían matar. Ni el capitalismo ni los zurdos me la podían quitar. No se los iba a permitir. Jamás.
      Erika estaba soñando. Yo con ella.

      Creo que las cabezas que se habían complotado para engañarme con IA me habían jugado una mala pasada. Eran inteligentes las muy cabronas. ¿Serían las sumas?
      Yo acostumbraba a jugar con IA haciéndole descripciones perversas para que me generara imágenes. Y se aprovechó de mi. Me engaño. Me traicionó. Me cogi’ó pa’eso.

      Entonces fundaron Enic, el emporio nacionalista para incapacitar el cine.
      Se encargaban de hacer el neocine solo con IA.
      Dicen que Erika lo había augurado.
      Cuando supe de eso sabía que ya no tenía opción. Podía dedicarme a reencarnar en mi destino. El que me había marcado mi padrino católico Teleforo. Imagínate, un judío proscrito.
      Así podría a través de la ciencia médica adjudicar al viejo cineasta la verificación de verdades de su Prometo. Buscar a las cabezas complotadas para que me secundarán.
      Y podría hacer un poco de historia con el Προμηθεύς griego. Nuestro mejor socio. Y primero que nada comernos la parte del buey que nos toca. Y volver entonces al fuego y a la angustia en la piedra y el aguila. Y volver a la piedra que se hundió en Battle. Y el aguila por el mar. Y la misma retórica de mierda que usaban antaño y el porqué ni los griegos con toda su sabiduría y belleza nos salvaron del rey.
      La flecha de Varela alguien la desvió y no llegó a las cadenas y sigue bebiendo melodías de antaño.
      Y cuidado no se trastoque Platón y terminemos con Pandora y la caja y más desgracias y sea peor el remedio que las ganas de salir de esta mierda.

      Probablemente Aristóteles me enseñó la doctrina. De y por una doctrina me armó los hilos. Trágicamente los ató. Su risa sirvió para desatarlos por intervalos. La poesía los rearma. Los desarma la ficción. Hay caos.
      Una oreja cae de un lienzo. Escucha el pasado de un pintor. Se reinventa en un cineasta.  Yo me escapo en barcas vikingas. Me confinan a la eternidad de una ciudad real. Y termino envuelto en grueso terciopelo azul para calmar el dolor de Isabella. Ella es mi final preferido. Hay caos.

      Los ekubanos ya deben saber de política. La diversidad artificial se las agenció. La IA les paga peaje. Por política los de la cuba no sabían ni hostia. Y del pan ázimo solo conocían el ácido y el sacrificio que le habían conferido los enemigos del pueblo. Era la misión del mesias. Te hacía creer que sabías. Y lo que sabías era menos que el juego de Sócrates.

      En la finca la cuba los uniformes siempre estaban sucios de sacrificio. Pero solo los uniformes que llevaban por dentro los peones. Los uniformes que no se ven a simple vista. Los que te pusieron desde que estabas en el útero de tu uniformada madre post ’59. Esos que se adhieren a la mente y te predisponen a la existencia, a la relatividad de las verdades.
      Los uniformes externos eran de los proveedores de uniformes internos. Esos no se ensuciaban de sacrificios porque estaban hechos de mierda verde perdurable.

      Menos mal que Érika no va a morir. Ella prometió alumbrarme con el código. Y creo que eso es lo único que me ata al oxígeno. Erika me habla dos veces por mes. Me parece que todos los días. Eso será bueno. Yo le canto:
      «Silencio que están durmiendo…»

      °1 Este párrafo está inspirado en la imagen de un corto de ficción de Ernesto Fundora que hizo como examen cuando estudiábamos en la Famca y que fue motivo de discusiones por el rechazo y críticas del Decano y que sus compañeros de clase defendimos y vindicamos.

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