Terminal (Editorial Hypermedia, 2020), libro con el que debuta en la narrativa la actriz y dramaturga cubana Lynn Cruz, es un relato cortante y apurado sobre los deseos humanos, un chorro de plomo ardiendo que detiene el paso del tiempo.
La novela transcurre en la sección de lista de espera de una terminal, donde el personaje central, una muchacha que va… ¿a provincias, a La Habana, al mundo? (¿o a ninguna parte?), traza los tejidos de las vidas que tiene a su alrededor. Aunque los personajes secundarios se convierten en olvidables cuando la trama avanza arrastrada por la narradora, esa que mira a todas partes y en todas partes ve una historia distinta.
Las vidas de los otros en un soliloquio, en un cambio de espacio, en la frustración de no poder tomar el ómnibus, en la felicidad de quedarse en la terminal misma y en la convicción de que, aunque parta hacia ese abismo que nos tratan de pintar como futuro, está perfectamente convencida de que ni ella, ni los que forman parte de su espectro, van hacia ninguna parte.
Una familia rota por la huida de un hijo que se va al exilio, a Estados Unidos (cuando lean el libro verán qué fácil se difuminan los términos, hasta ahora antagónicos, de emigrado-exiliado). Una relación de pareja entre La Muchacha (me inclino a llamarle así) y un ente al que nombra E (también hay un F). La muerte de Mimí, un travesti arrollado por las manos y la furia del (de la) amante homófobo(a) y celoso(a), u otra punzada de la muerte escondida en cualquier ser de los que allí habitan. La muerte del mil veces muerto Fidel Castro a través de un sueño-pesadilla-deseo-promesa nacional. Una terminal sin entradas ni salidas; otra vez: una isla terminal.
Un diario se escribe también para dejar de noticiar sobre uno mismo. La relación de sucesos diarios a veces no llega a componer el retrato de un país, por mucho que lo pretenda quien estampa sus recuerdos por medio de la escritura. El diario de la muchacha-personaje tampoco redondea historia alguna, sino que la atraviesa para hacerla menos perfecta y terminada. No hay datos de cuánto tiempo lleva escribiéndolo. A diario repasa el diario. Recuento vital.
Los personajes de Terminal juegan a una ruleta rusa, pero no contra sus propias vidas, sino contra el poco tiempo del que disponen. Y ese es el disparo fatal del que nadie, o casi nadie, escapa. En un círculo bien delineado, La Muchacha se da el lujo de dejar pasar turnos en la larga fila, salir del recinto y regresar, incluso decir: “Decido rotar mi turno. Necesito ver la puesta de sol cercana al puente de Terry”.
Como en Boarding Home, de Guillermo Rosales —donde tras abrirse la puerta de la oficina en el hogar para desamparados en Miami, emprendemos un terrífico viaje hacia las bajezas humanas y los oscuros deseos de la transgresión—, en Terminal hay un barquero invisible hacia la otra orilla: el tique de la vida se parte en dos y ya jamás volveremos a encontrar el rumbo.
¿Dónde se metieron el Caronte de la Divina Comedia y el Abundio de Pedro Páramo?
“Se escribe para llenar vacíos”, dijo Mario Vargas Llosa. Lynn Cruz atraviesa su novela con cartas enviadas desde la nada (el exiliado) y hacia la nada (los padres, esa misma Cuba que lo expulsó al mundo). Uno de los vacíos que llenan los mismos narradores-personajes se vuelve a vaciar una y otra vez por medio de la memoria.
De los incontables relatos que ya pueblan la literatura escrita por cubanos, el Periodo Especial vuelve a salir como un aguijón contra la desmemoria:
“Se nos atrofió el paladar. Alimentarse era un peligro. Veinte años después del desastre, desayuno compota de manzanas en Innsbruck (Austria) y recupero el sabor de mi infancia. El hombre negro reclama el tique del equipaje, ha llegado el ómnibus”.
«Terminal (Editorial Hypermedia, 2020), libro con el que debuta en la narrativa la actriz y dramaturga cubana Lynn Cruz, es un relato cortante y apurado sobre los deseos humanos«.
Luis Felipe Rojas
Pero no llega nada, o llegan y se van, porque acaso nadie espera.
Algo que se agradece en una lectura así, es que las mudas espaciales o temporales tienen un rango limitado. La ansiedad de vértigo por alcanzar la ventanilla donde expenden los pasajes se resquebraja página a página, minuto a minuto, en cada vuelta al final de la misma espera. Las escapadas fuera de la bulliciosa terminal, siempre tienen una frontera razonable. Hay una cola para todo: de un extremo del país al otro.
“Llaman para mi destino, casi es mediodía. El hombre de rojo y su esposa se emocionan con los tiques en las manos. Hay nuevos rostros detrás y muchas personas delante de mí, que no había visto. Ayer yo iba delante. Hoy quedé para el final”.
Tras uno de los recuentos de F, “su otro amor”, de un pasaje onírico que ambos miran de pasada, salta en el ritmo de la narración y relata:
“No terminé la rosquita. Estaba zocata. Me encuentro a unas cinco cuadras de la terminal”.
Del desasosiego a la esperanza fatua:
“Cae la nueva noche de estación. Sentada en un muro, dejo caer las piernas y jugueteo con los pies descalzos. Me dijeron que la empleada del baño había recogido mi teléfono. Hoy saldré de este lugar. Tengo el número diecisiete ahora. Me puse la ropa más elegante que tenía en la maleta, para que no sospechen de mí”.
Y no van a sospechar, ni siquiera viéndola en un sueño donde se cuela en una sala supuestamente secretísima y a resguardo de tanto, cuando se enfrenta al cuerpo informe de un Fidel Castro que viene y va desde el abismo hacia todas las nadas que la literatura puede crear, para responder las preguntas iniciales de por qué coño escribir una novela, asistir al acto heroico de pretender trasladarse dentro de un país que dejó de moverse hace ya tanto tiempo, y estrujar el corazón de un hombre que pretendió estrujar los cerebros de toda una Isla.
Esta novela obtuvo Mención en el Premio Novelas de Gavetas Frank Kafka (2018).
PS:
Mi cuenta de Amazon se volvió un embrollo en los días en que intenté comprar Terminal, pero a fin de cuentas pude lograrlo, por mis segundas manos de siempre. Mientras leía, hice apuntes que terminé desechando. Le escribí a Lynn y esperé los días necesarios para que alguien en Cuba responda, con los consabidos contratiempos de la conexión y los campos que la censura impone. Me sentí como en la terminal también.
Mis consideraciones sobre el libro terminaron en el tacho de basura cuando intenté escribir esta reseña. Aquí unos pocos mensajes a través de Facebook, cuando siquiera pensaba escribir nada. Pensando, precisamente en no escribir nada.
Lynn:
La novela tiene una estructura un poco loca, en el sentido de que el triángulo amoroso queda rezagado para más de la mitad del relato, hacia el final; quizá te dio pudor como autora empezar con eso, pero también entiendo que la muerte de Mimí es un atractivo trágico y tiene buen gancho.
(…)
Me gusta que mantienes el tempo, de manera que el tiempo real se suspende de a ratos y eso justifica la presencia de la muchacha-personaje en Terminal.
(…)
Lo que te dije ayer, “lodeltiempo”: eso es tu gran logro, mantener el tempo sin ralentizar ni acudir a trucos para apurar la trama. Tengo que releer Boarding Home, de Guillermo Rosales, para empatar esas conexiones que estoy encontrando, al ser ambas novelas breves de vidas “terminales”, a punto de irse al abismo. Y te confieso que soy un pésimo lector de novelas breves.
(…)
Como lector, te agradezco que hayas escrito esta maravilla de relato largo o novela corta.
El mejor elogio que te puedo dar es que casi no se le ven las costuras, y eso es porque no alardeas ni eres pretensiosa (en el sentido peyorativo). Hay relatos que exhiben sus costuras, sus basurillas, y les queda bien; tú asumiste escribir limpio y punto, y eso es de escritores con una seguridad envidiable.
Luisfe.
Nuestro Nowhere: encierro e histeria en ‘Everglades’
En Everglades (Hypermedia, 2020), además de reiterar el fragmento, la ciencia-ficción, y una nueva forma de producir desde las coordenadas del Caribe sin salir de la región, Jorge Enrique Lage introduce el encierro y la histeria como modus operandi de lo que él llama “Nuestro Nowhere”.