Ucrania: ¿Guerra europea, guerra mundial? (II y final)


Situación de la guerra Rusia-Ucrania, a 19 de enero de 2025.




Ucrania: ¿Guerra europea, guerra mundial? (I)




Una confrontación ruso-occidental con repercusiones globales

Occidente en busca de la derrota estratégica de Rusia

En el verano de 2022, los líderes occidentales mostraban un optimismo inquebrantable: Rusia había sido condenada por la Asamblea General de la ONU por violar la soberanía de Ucrania, la unidad transatlántica se había restaurado bajo el liderazgo estadounidense, y la OTAN no solo había resucitado de su «muerte cerebral», sino que la Alianza se ampliaba con dos nuevos miembros (Finlandia y Suecia). Sobre todo, las sanciones masivas adoptadas conjuntamente por Bruselas y Washington se proyectaban como un golpe que conduciría al colapso de la economía y el ejército rusos. Este último, comandado por oficiales considerados incompetentes, pronto se vería desprovisto de armamento debido a la falta de petrodólares y componentes electrónicos, y sería incapaz de resistir a un heroico ejército ucraniano, equipado, asesorado y financiado por los países occidentales. La hegemonía occidental saldría notablemente reforzada, pues, una vez derrotada Rusia, ¿qué potencia se atrevería a desafiar el «orden internacional basado en normas»?

Para alcanzar estos objetivos, Occidente empleó todos los instrumentos a su disposición. En primer lugar, una ayuda militar y financiera sin precedentes. En un año y medio de conflicto, Estados Unidos otorgó a Ucrania ayuda militar por un total de 43.000 millones de dólares, incrementando el gasto militar de Ucrania de menos de 6.000 millones de dólares en 2021 a 44.000 millones en 2022, lo que representa un aumento del 645% en un solo año y equivale a cerca del 30% del PIB ucraniano. Según el Council on Foreign Relations, la ayuda total estadounidense a Ucrania en 2022 alcanzó casi 77.000 millones de dólares, una cifra 23 veces superior a la ayuda anual estadounidense a Israel (3300 millones de dólares en 2021), que hasta entonces era el principal receptor de asistencia estadounidense.

En total, en un año y medio de conflicto, los compromisos financieros (ayuda militar, financiera y humanitaria) prometidos a Ucrania por Estados Unidos, la Unión Europea, los países europeos y sus aliados ascienden a cerca de 230.000 millones de dólares. Algunos países europeos ya han programado ayudas plurianuales para demostrar su determinación de apoyar a Ucrania a medio plazo. Por ejemplo, Berlín se ha comprometido a gastar más de 10.000 millones de euros en ayuda militar a Ucrania entre 2024 y 2027. De hecho, Ucrania y su ejército están ahora completamente sostenidos por la asistencia occidental.





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Además, los países occidentales han emprendido una verdadera guerra económica contra Rusia. Han implementado múltiples rondas de sanciones, convirtiendo a Rusia en el país, con mucha diferencia, más sancionado del mundo: congelación de los activos del banco central ruso y de empresarios rusos, sanciones financieras, embargos sobre el petróleo y el carbón rusos, entre otras. La lista de restricciones no deja de ampliarse. Las autoridades occidentales incluso han prohibido la exportación de piezas de repuesto necesarias para el mantenimiento de aviones comerciales. Prácticamente todos los sectores económicos y financieros se ven afectados, directa o indirectamente. En total, las sanciones occidentales contra Moscú pasaron de 2695 antes de la invasión a 17.582 en septiembre de 2023. Por comparación, Irán y Siria enfrentan 4645 y 2803 sanciones, respectivamente.

Las sanciones impuestas por la Unión Europea no solo han provocado una drástica reducción de los intercambios comerciales, sino que su interpretación cada vez más estricta, junto con el boicot a las instituciones culturales, científicas, deportivas y académicas rusas, ha reducido drásticamente los contactos entre las sociedades civiles de Rusia y Europa. Tras la prohibición de vuelos directos entre la Unión Europea y Rusia, las restricciones a la entrada de ciudadanos rusos en territorio europeo se han multiplicado, tanto a nivel europeo como nacional. Estas medidas van acompañadas de actos humillantes, como la confiscación de vehículos personales de ciudadanos rusos que visitan la Unión Europea bajo el pretexto de evitar importaciones ilegales. De hecho, si la filosofía inicial de las sanciones se centraba en atacar los intereses del Estado ruso y de sus élites, la acumulación de restricciones y la campaña de boicot contra Rusia y su cultura han llevado a parte de la población rusa a percibir que la hostilidad occidental no se limita al régimen de Vladímir Putin, sino que se extiende al pueblo ruso en su conjunto. Este efecto ha contribuido a reforzar el apoyo de la opinión pública rusa hacia el gobierno.

En Ucrania, la invasión rusa y la prolongación de la guerra, con su secuela de víctimas y destrucción, han provocado una radicalización de la opinión pública. El régimen ucraniano, impulsado por nacionalistas radicales, ha aprovechado para acelerar la desrusificación del país, un proceso iniciado en 2014. En febrero de 2022, la diputada ucraniana Evguenia Kravchuk celebró la eliminación de «11 millones de libros en lengua rusa de las bibliotecas del país»[1] desde el inicio del conflicto. Al mismo tiempo, los monumentos que evocan la historia y la cultura compartidas entre ambos países están siendo sistemáticamente eliminados. Decenas de estatuas del poeta Aleksandr Pushkin han sido destruidas en toda Ucrania. La literatura rusa ha sido excluida de los programas escolares, y el uso del ruso en la esfera pública está sancionado con multas. Por último, sacerdotes de la Iglesia ortodoxa ucraniana han sido expulsados de lugares de culto o incluso encarcelados, como en el caso del metropolitano Pável, vicario del monasterio de las Cuevas de Kiev.

Esta radicalización se refleja en el endurecimiento de la retórica de Volodímir Zelenski, justificada por los crímenes de guerra que supuestamente habrían cometido las tropas rusas. La idea de la neutralidad ha sido abandonada en favor de una adhesión acelerada a la OTAN y a la Unión Europea. Ahora, el jefe de Estado ucraniano no solo busca recuperar por la fuerza todos los territorios perdidos desde principios de 2022, sino que también pretende reconquistar la totalidad del Dombás e incluso Crimea. En este empeño cuenta con el respaldo de Washington y Londres, que alimentan la esperanza de una derrota estratégica de Rusia similar a la que sufrió el imperio ruso durante la guerra de Crimea (1853-1856). Este conflicto permitió a Gran Bretaña alejar de manera duradera el poder ruso del Mediterráneo y del Medio Oriente.

En octubre de 2022, el presidente Zelenski firmó un decreto que prohíbe cualquier negociación con Vladímir Putin, cerrando así la puerta a toda solución diplomática. Este enfoque se vio reforzado unos meses después con la decisión de la Corte Penal Internacional (CPI) de emitir una orden de arresto contra Vladímir Putin por la «deportación ilegal de niños» de Ucrania a Rusia. Aunque esta decisión fue contestada por las autoridades rusas, que argumentan que se trató de una evacuación de civiles fuera de las zonas de combate, la celeridad con la que el fiscal británico Karim Khan actuó resulta sorprendente. La CPI, que lleva 20 años evaluando la posibilidad de abrir una investigación sobre los presuntos crímenes del ejército estadounidense en Afganistán, justificó no proceder contra Estados Unidos porque no es signatario del tratado fundacional de la Corte. Este argumento, sin embargo, no parece haber sido aplicado en el caso de Rusia.

La decisión de la CPI, que afecta directamente al presidente ruso, tiene como consecuencia limitar sus desplazamientos a países signatarios del Estatuto de Roma, contribuyendo así al objetivo de aislamiento de Rusia promovido por las cancillerías occidentales.





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El riesgo nuclear

Sin embargo, la búsqueda de una derrota estratégica de Rusia implica una escalada militar que provoca pérdidas cada vez mayores para Ucrania y destrucciones más graves, además de un aumento sin precedentes en los riesgos de una confrontación nuclear. En efecto, el suministro de material militar ofensivo occidental cada vez más potente incrementa el riesgo de una confrontación directa entre Rusia y la OTAN. El regreso del riesgo de una guerra nuclear ha llevado a numerosos comentaristas a establecer paralelismos con la crisis de los misiles en Cuba, coincidiendo con el 60.º aniversario de este enfrentamiento nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que llevó al mundo al borde de la catástrofe.

En ese momento, Washington consideró inaceptable la presencia de armas nucleares en Cuba, un país soberano, al juzgar que la isla estaba demasiado cerca del territorio estadounidense como para tolerar la presencia de armamento ofensivo de ese tipo. Por el contrario, Washington y sus aliados afirman ahora que las preocupaciones de Moscú respecto a la adhesión de Ucrania a la OTAN y la expansión de estructuras militares occidentales en las fronteras rusas son ilegítimas, dado que se trata de decisiones soberanas de los países vecinos de Rusia. Esto ocurre mientras Washington instala elementos de su escudo antimisiles en esas regiones, lo que amenaza la capacidad de disuasión rusa.

Por otra parte, el «apocalipsis nuclear» de entonces se evitó gracias al diálogo de alto nivel entre Moscú y Washington. El presidente Kennedy aceptó concesiones mutuas sobre la retirada de armas ofensivas (en Cuba y Turquía), lo que permitió a ambas partes salvar las apariencias. Sin embargo, la administración Biden ha seguido exactamente la política opuesta: rechaza el diálogo para encontrar una salida a la crisis y busca deliberadamente humillar al adversario.

De hecho, las crecientes dificultades de las tropas rusas en 2022 han aumentado los riesgos, especialmente, porque el Kremlin, desde el inicio del conflicto, ha amenazado con el uso de armas nucleares en caso de una intervención directa de Occidente. Con la estabilización del frente, el Kremlin pareció adoptar una interpretación más conservadora de la disuasión, aunque incrementó los gestos de presión sobre Occidente. En febrero de 2023, Rusia suspendió su participación en el tratado New Start, justificando esta decisión por la imposibilidad de realizar inspecciones en Estados Unidos. Posteriormente, diplomáticos rusos argumentaron que la razón subyacente era la «política destructiva de Estados Unidos», que buscaría infligir una «derrota estratégica» a Rusia.[2]

En mayo de 2023, Aleksandr Lukashenko anunció que Rusia había comenzado a desplegar armas nucleares tácticas en territorio bielorruso. Moscú presentó esta medida —la primera desde el repatriamiento de las armas nucleares soviéticas al suelo ruso en la década de 1990— como una respuesta a la presencia de armas estadounidenses similares desplegadas en Europa. En octubre de 2023, Vladímir Putin declaró que Rusia se retiraba del Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares en respuesta a Estados Unidos, que nunca lo ha ratificado. Estas medidas, que aumentan el riesgo de una nueva carrera armamentista y de cierta banalización de la amenaza nuclear, tienen como objetivo evidente ejercer presión sobre los países occidentales para que acepten un compromiso sobre Ucrania que considere los intereses rusos, condición planteada por el Kremlin para retomar el diálogo estratégico con Estados Unidos.





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Las desilusiones occidentales

A finales de 2023, la evolución de la situación tanto en Ucrania como a nivel internacional desmiente severamente las expectativas occidentales. En el frente ucraniano, no solo el ejército ruso no se ha desmoronado, sino que mantiene los territorios conquistados a pesar de un esfuerzo financiero, logístico y armamentístico sin precedentes a favor de Ucrania. Lejos de la esperada

«derrota estratégica rusa», la prensa occidental comienza a preguntarse sobre los riesgos de una posible derrota ucraniana. En cuanto a la OTAN, aunque la adhesión de Finlandia y Suecia se presentó como una formalidad, la primera se integró en la Alianza con dificultad, y la segunda todavía no es miembro a finales de 2023 debido a la oposición conjunta de Turquía y Hungría.

Simultáneamente, aumenta el número de Estados interesados en unirse a organizaciones alternativas dominadas por Pekín y Moscú. En agosto de 2023, los BRICS anunciaron la incorporación de seis nuevos países, entre ellos socios históricos de Occidente como Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y, especialmente, Arabia Saudita. Estos países, que mantienen relaciones constructivas con Occidente, han decidido unirse a un bloque liderado por China y Rusia, incluso cuando Washington ha intensificado sus esfuerzos por aislar a ambos países. No solo las sanciones contra Moscú no han tenido el efecto esperado (la economía rusa muestra crecimiento en 2023 mientras la Unión Europea roza la recesión), sino que además han llevado a los países del «Sur global» a intentar reducir su dependencia del sistema financiero occidental, dominado por el dólar.

De hecho, el conflicto ucraniano cristaliza el relativo aislamiento de Occidente, cuya interpretación del conflicto está lejos de ser compartida por el resto del mundo. No solo la gran mayoría de los países rechaza la política de sanciones occidentales, sino que muchos países emergentes, siguiendo el ejemplo de China y varias naciones africanas, comparten la visión rusa sobre la supuesta responsabilidad de la OTAN y Estados Unidos en el aumento de las tensiones en torno a Ucrania. Bonnie Glaser, directora del programa Asia del German Marshall Fund, observa que «Pekín considera que la OTAN es la causa de la guerra y se niega a condenar la invasión rusa».[3]

Además, aunque la mayoría de los países emergentes intentan no violar abiertamente las sanciones occidentales, lo hacen más por obligación que por convicción, al percibirlas como un abuso de la hegemonía financiera y tecnológica de Occidente. El congelamiento de los activos financieros rusos, así como los intentos de dictar los precios de venta del petróleo y el gas exportados por Moscú, generan temor entre las élites de los países emergentes, que ven en estas medidas un precedente que podría aplicarse contra ellos en el futuro. En este aspecto, la Unión Europea, que durante mucho tiempo criticó las sanciones secundarias impuestas por Estados Unidos, se ha alineado en gran medida con Washington, acercándose cada vez más al imperialismo jurisdiccional estadounidense en la aplicación de sanciones contra Rusia.





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En este contexto, mientras las élites occidentales afirman defender el orden internacional, el resto del mundo percibe a Occidente como un bloque que abusa de la coerción económica y financiera para imponer su visión al resto del planeta. Esto refuerza la voluntad de los países emergentes de distanciarse de Occidente y fortalecer su autonomía estratégica. Este fenómeno explica muchos de los fracasos diplomáticos de Occidente desde el inicio del conflicto. Por ejemplo, India, a pesar de ser cortejada por Estados Unidos en su confrontación con China, no solo ha mantenido una neutralidad favorable a Moscú, sino que ha incrementado notablemente sus importaciones de materias primas rusas, especialmente petróleo y carbón.

Además, una parte importante de la opinión pública mundial es receptiva al argumento ruso de un doble rasero y a la indignación selectiva de Occidente. Dominique de Villepin, exministro de Asuntos Exteriores y exprimer ministro francés, lamenta que los países occidentales «ignoren el hecho de que gran parte del mundo no está convencida por nuestras posiciones y no se interesa por los combates que se libran hoy en el corazón de Europa».[4] El ministro de Asuntos Exteriores indio, Subrahmanyam Jaishankar, resume esta perspectiva con una frase contundente: «Europa debe dejar de pensar que sus problemas son los problemas del mundo».[5]

Las élites del «Sur Global» están desarrollando un discurso especialmente incómodo para las élites occidentales: sostienen que Rusia y China no tienen un pasado colonial que deban expiar, que las violaciones del derecho internacional y de la soberanía estatal en las últimas décadas han sido obra de los países occidentales, y que toda la política occidental sigue marcada por formas de neocolonialismo tanto económico como ideológico. Al intentar explicar las razones de los fracasos de Occidente, el periodista Alain Frachon recuerda que «en las décadas de 1960 y 1970, la URSS estuvo, a menudo, del lado de los movimientos de liberación nacional africanos. No así los países occidentales. Y estos, tras la Guerra Fría, maltrataron e incluso traicionaron los principios que decían encarnar —en Irak, en Libia, en el conflicto israelo-palestino y en otros lugares—, aplicando un doble rasero según sus intereses. El descrédito de Occidente fundamenta, en parte, la relativa indiferencia del Sur hacia la tragedia ucraniana».[6]





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Si bien estos discursos sobre el neocolonialismo occidental no son nuevos, lo que constituye una verdadera novedad desde el fin de la Guerra Fría es que los países que desean distanciarse de Occidente ahora disponen de alternativas que Moscú y Pekín han ido estableciendo progresivamente, como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y los BRICS, dos organizaciones cuyo peso no ha dejado de crecer en los últimos años.

China y Rusia, dos potencias de primer nivel (primera y quinta economías mundiales, según PIB por paridad de poder adquisitivo en 2022), cuentan con la voluntad y los medios para desafiar el orden occidental: Rusia, con sus recursos naturales, tecnologías militares y activismo diplomático; China, con su peso demográfico, su poder económico y financiero, y una confianza cada vez mayor en el escenario internacional. Ambas potencias son ampliamente complementarias y están unidas en su objetivo de reestructurar el orden internacional a expensas de Occidente.

El debilitamiento de Europa

La aparente unanimidad occidental oculta un movimiento más profundo que la simple reacción al conflicto ucraniano: las élites occidentales se ven fragilizadas por el aumento de contradicciones internas (endeudamiento, crecimiento de las desigualdades, envejecimiento de la población, polarización política) y por desafíos externos (inestabilidad geopolítica, migraciones, fortalecimiento de las potencias emergentes y cuestiones medioambientales). Frente a estos cambios, parecen intentar construir una «fortaleza Occidente». Esto se refleja claramente en los discursos neoconservadores del jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, como sus declaraciones de principios de octubre de 2022 en las que comparó a Europa con un «jardín» y al resto del mundo con una «jungla» que podría invadirla.[7] Este tipo de comentarios no hace más que facilitar la aceptación, en los países emergentes, de los discursos del Kremlin sobre el neocolonialismo occidental.

En realidad, el conflicto ucraniano está provocando un debilitamiento significativo de Europa debido a su completo alineamiento con los objetivos estratégicos de Estados Unidos. La acumulación de sanciones contra Rusia ha separado a la Unión Europea de su socio económico natural en el Este, lo que ha generado una grave pérdida de competitividad para la industria europea. Esta se enfrenta a los precios de energía y materias primas más altos del mundo, mientras que los países emergentes pueden adquirir materias primas rusas a bajo costo. Además, las sanciones han llevado a la pérdida del mercado ruso para las exportaciones tecnológicas europeas, particularmente las provenientes de Alemania. Más ampliamente, la guerra y las sanciones han resultado en el aislamiento de Europa respecto al resto del continente euroasiático, que parecía encaminado hacia una integración económica a través de las nuevas rutas de la seda. El resultado es una economía europea debilitada y amenazada por la desindustrialización.

En los hechos, la aparente unidad de Occidente frente a Rusia no logra ocultar profundas divisiones internas que, incluso, parecen acelerarse. Por un lado, la ampliación de las estructuras euroatlánticas aumenta su heterogeneidad. La oposición de Turquía a la entrada de Suecia y Finlandia en la OTAN es un ejemplo evidente. Más ampliamente, Ankara adopta una política autónoma que la sitúa al borde de una ruptura con el resto de la Alianza Atlántica. En la mayoría de los asuntos, Turquía está más alineada con los países de la Organización de Cooperación de Shanghái que con sus socios occidentales.





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Sobre todo, las disensiones dentro de la Unión Europea comienzan a ser preocupantes. No se trata tanto de las divergencias entre los regímenes «iliberales» y Bruselas, sino de las tensiones entre las grandes capitales, especialmente entre París y Berlín. El «eje franco-alemán», tradicionalmente presentado como el motor de la construcción europea, atraviesa una crisis abierta. Desde la energía hasta la defensa, ambos países se enfrentan en prácticamente todos los temas sensibles.

La decisión de Alemania de implementar un programa de rearme por valor de 100.000 millones de euros, que beneficia principalmente a la industria estadounidense en detrimento de sus competidores franceses, ha generado tensiones en Francia. Este movimiento parece cuestionar el reparto implícito de roles entre París y Berlín: la supremacía económica correspondía a Alemania, mientras que el liderazgo militar recaía en Francia. De hecho, se está gestando una carrera armamentista en Europa: Polonia y Alemania marcan el ritmo mientras el resto de los países europeos intentan adaptarse, aunque de manera descoordinada y con un gran beneficio para el complejo militar-industrial estadounidense.

Un punto de inflexión significativo en estas reconfiguraciones ocurrió a principios de octubre de 2022, cuando Alemania anunció la creación de un sistema de defensa antiaérea junto con 12 países del norte y el este de Europa, sin incluir a Francia en el proyecto. Por primera vez, Berlín lidera una iniciativa de defensa europea sin contar con París. Esto alimenta el temor de un posible resurgimiento de tentaciones hegemónicas por parte de Alemania, lo que, combinado con nuevas divisiones internas en Europa, parece estar materializándose.

Ucrania frente a la «fatiga» occidental

A finales de 2023, Ucrania acumuló malas noticias: en un contexto de tensiones bilaterales, Polonia anunció que dejaría de suministrar material militar a Ucrania para centrarse en la modernización de sus propias fuerzas armadas. La prensa británica e italiana informó de declaraciones de funcionarios de ambos países afirmando que ya no era posible continuar utilizando los arsenales de armas a favor de Ucrania sin comprometer la defensa nacional. Por su parte, la decisión de Washington de entregar armas de racimo, prohibidas por una convención internacional firmada por los países europeos, se justificó implícitamente por el agotamiento de los stocks de municiones convencionales. Estos contratiempos, que evidencian que Occidente no logra superar a Rusia en la producción de armamento, arrojan una luz reveladora sobre la discrepancia entre las percepciones de las élites occidentales sobre Rusia y la realidad de su capacidad militar e industrial.





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La Comisión Europea, que ha hecho del apoyo a Ucrania una prioridad, enfrenta no solo la resistencia de Hungría bajo el liderazgo de Viktor Orbán, sino también las crecientes reticencias de otros Estados miembros cada vez más preocupados por la crisis económica y los problemas migratorios. La victoria del partido socialista de Robert Fico, descrito como «prorruso», en Eslovaquia es una primera ilustración concreta de la brecha entre las élites europeas, casi unánimes en continuar la guerra en Ucrania, y unas sociedades en las que una parte significativa desea una solución negociada.

El hecho de que dos países de Europa del Este, antiguas democracias populares, hayan elegido líderes que abogan por relaciones pragmáticas con Moscú cuestiona la idea de que estos países, traumatizados por su pasado comunista, sean unánimemente partidarios de una postura dura hacia Rusia, mientras que los países de la «vieja Europa» serían más complacientes con Moscú. En Alemania, el espectacular aumento de la popularidad de Alternativa para Alemania (AfD) refleja un movimiento similar de cuestionamiento sobre la alineación de la política exterior alemana con los objetivos estratégicos de Estados Unidos, especialmente, porque la industria alemana es la principal perjudicada por la ruptura de los lazos económicos con Rusia.

En Francia, el expresidente Nicolas Sarkozy, quien afirmó que «necesitamos a los rusos y ellos nos necesitan a nosotros»,[8] declaró en julio de 2023 que Ucrania debería volver al principio de neutralidad y mantenerse fuera de la OTAN y la Unión Europea. Aunque estas posturas siguen siendo minoritarias y controvertidas, reflejan el inicio de un debate que hace un año no estaba en la agenda.

Al otro lado del Atlántico, Ucrania ya no genera consenso entre las élites políticas: una parte de los republicanos, apoyados por una opinión pública estadounidense que desea que el gobierno se concentre en los problemas internos en un contexto de creciente endeudamiento nacional, cuestiona la conveniencia de seguir apoyando la guerra en Ucrania. Las divisiones políticas sobre este tema han llegado al punto de provocar la destitución del presidente de la Cámara de Representantes, un hecho sin precedentes en la historia de Estados Unidos.





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En Canadá, un incidente similar ha generado controversia: la aclamación por parte del Parlamento canadiense y del presidente Volodímir Zelenski a un veterano ucraniano de la división SS «Galicia» desató un escándalo que también llevó a la dimisión del presidente del Parlamento. Unos meses antes, The New York Times había abordado el problema de los símbolos neonazis en las tropas ucranianas en un artículo con un título explícito: «Los símbolos nazis en las líneas del frente en Ucrania son un tema espinoso».[9] De hecho, aunque el apoyo a Ucrania ha llevado a la prensa occidental a reproducir sin verificar el punto de vista del gobierno ucraniano sobre el conflicto, ciertos episodios han suscitado cuestionamientos sobre la idoneidad de esta postura. Por ejemplo, la afirmación de Zelenski de que el misil que mató a dos personas en Polonia en noviembre de 2022 era de origen ruso resultó ser incorrecta: la investigación de las autoridades polacas confirmó que era ucraniano. Asimismo, en septiembre de 2023, tras una explosión en el mercado de Kostiantynivka en Ucrania (que dejó 15 muertos), las cancillerías occidentales y los medios de comunicación denunciaron «un ataque ruso», en línea con las declaraciones inmediatas del presidente Zelenski. Sin embargo, esta vez, The New York Times investigó los hechos y concluyó que «es altamente probable que el ataque haya sido causado por un misil errante de defensa aérea ucraniano».[10] Este cambio gradual en el enfoque de la prensa occidental refleja una transición de una «guerra de información» a un tratamiento algo más distanciado del conflicto.

No obstante, la administración Biden sigue considerando que prolongar el conflicto está en el interés de Estados Unidos. En octubre de 2023, cuando las pérdidas del ejército ucraniano se estimaban en cientos de miles de muertos y heridos graves, el jefe del Pentágono declaró que «la asistencia en seguridad a Ucrania constituye una inversión inteligente en nuestra seguridad nacional. Ayuda a prevenir un conflicto mayor en la región y a disuadir posibles agresiones en otros lugares, además de fortalecer nuestra base industrial de defensa y crear empleos altamente cualificados para el pueblo estadounidense».[11]

Al mismo tiempo, otros conflictos escalan en gravedad. Azerbaiyán completó la conquista del Alto Karabaj, vaciando la región de su población armenia, mientras el conflicto israelo-palestino se reactivó con una violencia intensificada que amenaza con arrastrar a todo Oriente Medio a una guerra de grandes proporciones.





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La guerra en Ucrania, que ha evolucionado hacia un conflicto entre Rusia y Occidente, introduce una enorme incertidumbre en las relaciones internacionales. El continente europeo es la primera víctima de la lógica bélica en la que se han encerrado tanto los dirigentes rusos como los occidentales. Rusia y Europa han entrado en una fase de confrontación que limita sus márgenes de maniobra en los ámbitos diplomático y geoestratégico, además de perjudicar gravemente sus respectivas economías.

Estados Unidos parece ser el principal beneficiario de esta confrontación, aunque los riesgos para su economía y su hegemonía mundial a medio plazo son significativos. En efecto, el conflicto ucraniano pone de manifiesto el aislamiento de Occidente frente al resto del mundo: los países emergentes no aceptan que las capitales occidentales sean las únicas en definir las reglas del orden internacional. La política de sanciones decidida unilateralmente por Bruselas y Washington resulta especialmente mal recibida por las élites de los países emergentes, que no olvidan ni el pasado colonial de Europa ni las repetidas violaciones del derecho internacional por parte de Estados Unidos y sus aliados en las últimas décadas. Estos países no reconocen a Occidente como una autoridad moral legítima, especialmente cuando los occidentales se presentan como juez y parte en el conflicto ucraniano.

El Kremlin parece confiar en estas transformaciones profundas de la arquitectura de las relaciones internacionales para salir vencedor en su pulso contra Occidente. Es cierto que, con Estados sobreendeudados que enfrentan un retorno sin precedentes de la inflación y el aumento de las tasas de interés, Occidente no atraviesa su mejor momento. Sin embargo, en realidad, tanto Rusia como Occidente parecen estar neutralizándose mutuamente, lo que beneficia en gran medida a China y a las potencias emergentes.





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* Capítulo del libro: ‘Rusia: el regreso de la potencia’, de David Teurtrie (Edición en español, Hypermedia, 2024).

Sobre el autor:
David Teurtrie, doctor en Geografía Política, es profesor titular y director del Máster en Políticas Públicas en el Institut Catholique d’Études Supérieures (ICES). También es director del Observatorio Francés de los BRICS y profesor en el Institut National des Langues et Civilisations Orientales (INALCO) y en el ISIT (París). Sus investigaciones se centran en la geopolítica y la geoeconomía de Rusia y Eurasia, así como en las organizaciones posoccidentales (OCS, BRICS). Miembro del Instituto de Estudios Eslavos, David Teurtrie ha ocupado cargos en Rusia y en el Cáucaso del Sur dentro de la red cultural del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia. Su libro Russie : le retour de la puissance (Dunod, 2024) ha sido galardonado con el premio Albert Thibaudet de la Academia de Ciencias Morales y Políticas.





Notas:
[1] «Ukraine withdraws 19 millions Russian, Soviet-era books from libraries», 07/02/2023, https://www.euractiv.com
[2] «Première Commission: la guerre en Ukraine suscite des interrogations sur la validité des instruments en vigueur», ONU, 04/10/2023, https:// press.un.org
[3] «Ukraine: quels sont les plans de la Chine ?», Le Point, 01/03/2023, lepoint.fr
[4] «Guerre en Ukraine: “Le temps de la négociation n’est pas venu, mais le temps de la diplomatie” oui», France Info, 20/02/2023, francetvinfo.fr
[5] «En Inde, le G20, outil de propagande de Narendra Modi», Le Monde, 08/09/2023, lemonde.fr
[6] «Une question devrait tarauder les Occidentaux: pourquoi le Sud ne se mobilise-t-il pas plus contre les aventures impérialistes de la Russie de Poutine ?», Le Monde, 04/05/2023, lemonde.fr
[7] Mouyal A. et Levy O., «Les jardiniers européens doivent aller “dans la jungle”», Le Grand Continent, 16/10/2022, https://legrandcontinent.eu/ fr/2022/10/16/les-jardiniers-europeens-doivent-aller-dans-la-jungle/
[8] Nicolas Sarkozy: «Nous avons besoin des Russes et ils ont besoin de nous», Le Figaro, 16/08/2023, lefigaro.fr
[9] «Nazi Symbols on Ukraine’s Front Lines Highlight Thorny Issue», The New York Times, 07/06/2023, nytimes.com
[10] Halimi S. et Rimbert P., «Ukraine, le béton médiatique se fissure», Le Monde diplomatique, octubre de 2023, p. 28.
[11] «Biden Administration Announces Additional Security Assistance for Ukraine», US Department of Defense, 11/10/2023, https://www.defense.gov





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Todos los peores humanos (I)

Por Phil Elwood

Cómo fabriqué noticias para dictadores, magnates y políticos.