El reproche
Escribo para llevarte a la cama.
Escribo mentiras
sobre tu cuerpo
sobre ti.
Escribo conjeturas
escribo lo que nunca
ha pasado
ni pasará.
Anoto en mi agenda
la descripción de tus lentes.
Tus labios resecos,
quebrados por el frío.
Escribo de tu timidez,
cuando te comparas conmigo.
Escribo para ser
superior a ti.
Porque te gusta estar debajo.
Caminas lento,
no sostienes mi ritmo,
no escuchas las frases completas
y tengo que volver
a repetir,
tengo que volver,
volver.
Lo entiendes.
La oscuridad pretenciosa
El color de tu ropa es negro.
Tus ojos se vuelven oscuros
cuando por contraste,
se desierta en ti la ternura.
Tu mano en mi cara,
tus manos de negrísimos cabellos
apretándome el cuello.
Besándome.
Admiro la crueldad
que tienes
contra los animales.
Matas con vehemencia
insectos, hormigas, palomas
y mariposas.
Trituras el vidrio
de las botellas de vino
que nos hemos tomado
y lo mezclas
con la comida
de los gatos.
No hice nada
para proteger
a los gatos.
No hice nada
para protegerme.
Yo solo
me aleje de ti,
dejándote
libre.
Un lugar para dormir
Si el lenguaje es mentira
si el café es un sucedáneo,
si las píldoras son un placebo.
Si la enfermedad fue estrategia,
si tu sonrisa fue por conveniencia.
Si el sexo que me hiciste anoche,
fue para que publicara
tus estúpidos versos.
Si en el hotel
no hay nada ostentoso,
nada que me aleje
de mi existencia barata;
entonces, el hotel
es solo lugar
para dormir.
La versión
El chico de 25 años
me recuerda
El guardián entre el centeno.
pero él
no lee,
y no le hace falta.
Uno cree
que las palabras ayudan,
a uno le han enseñado
engañosamente
que las palabras
sanan.
Es rubio.
Como se esperaba,
con pecas.
Es insolente,
como me gusta
que sean las personas.
El único aspecto físico
que posee el chico
de 25 años
y que lo acerca a mí
son sus pecas,
pequeñas manchas
oscuras
en la piel.
Cosa que crece
El recién nacido ríe
vine a verlo
porque los padres
esperaban eso de mí.
La mayoría de las cosas que hago,
las hago por los otros.
Las casas donde ha sucedido
algún nacimiento
huelen mal.
Por lo general
la vida que crece
tiene un olor a fermento,
a descomposición.
La leche materna
en la boca de la criatura.
El bebé juega con saliva,
hace burbujas densas.
Hay olor a orine,
a mierda,
a trapos húmedos.
Los padres muestran
felices la criatura.
Es feo el recién nacido.
Me gustan
que lloren los bebes
porque uno puede
justificar el llanto:
está enfermo,
tiene miedo
o hambre.
Pero si la criatura ríe,
las posibilidades
de justificar la risa,
son escasas
y sospechosas.
Aun así,
todos buscamos
la risa del niño
que aún no es niño.
Porque un recién nacido
es una criatura,
es una cosa
que crece.
Fruto espinoso
He escrito una
y mil veces la bondad
y nadie la lee.
Así me dijo el jefe
de redacción del periódico.
¿Existe un lector para lo bueno?
¿Cómo se debe leer la bondad?
No la felicidad, ni el lujo,
ni la inteligencia, ni lo bello.
Miro el campo de frutos espinosos
me detengo en esos erizos vegetales,
en sus púas.
Ellas me recuerdan
que lo bello
no siempre es bueno.
Lo bueno es el esfuerzo constante,
la precaución que tengo
para no contagiarte.
Es el olor a desinfectante
en mis manos
para acariciar tu cara.
Lo bello es la forma filosa
que hinca, que hiere sin propósito.
Escribo esto y tu presencia aparece.
Feriado
Escupo,
lubrico pieles,
bocas,
rostros.
Es curioso,
yo soy
de los que me trago todo.
Escupí al gato de la vecina
sin que nadie me viera.
Escupo cuando escribo.
Me concentro
en el interior de ellos.
Son gentes felices y comunes,
visten ropas
sin marcas, usadas.
Ellos vienen aquí por amor.
Vienen para tomar.
Traen gorras,
camisetas con brillos.
Hablan alto,
hay mujeres y hombres.
Ese detalle poco importa.
Es feriado.
Los niños se lanzan
globos con agua.
El gesto es agresivo,
pero están felices.
En el televisor del bar
se trasmite una pelea de boxeo.
Los boxeadores se ven mojados,
la piel les brilla.
Uno de ellos
se quita
la protección de la cabeza
y escupe sangre.
En el bar se comen
unas alitas empanizadas
que mojan
en una salsa
muy picante.
Contra la positividad
No quiero construir
mi realidad.
Quiero verla.
Solo eso,
verla.
No quiero tomar
conciencia
de que ella existe,
porque es muy probable
que no exista.
Ni ella, ni yo.
Pienso mal de todos.
Le echo veneno
al agua del pozo
para ver
cómo mueren
los campesinos
de la aldea vecina.
Me molestan
los sonidos de los gatos
cuando tienen sexo.
Eso me pasa
cuando llevo mucho tiempo
sin que ningún cuerpo
se introduzca
en mi cuerpo
y sin yo
introducirme en nada.
Ni siquiera
en las conversaciones
de mis amigos.
Sonrío al salir de casa,
pero lo que quiero
es odiar.
Me burlo
de los que hacen yoga,
de los que piensan
en el bien común,
de los que han dejado
de comer carne.
Me burlo de mí.
Aborrezco
los comentarios de consenso
y los comentarios esperanzadores.
No escribo desde el recuerdo,
ni desde la nostalgia.
Esos sentimientos
son demasiado
débiles.
No añoro a madre alguna,
ni a país,
ni casa,
ni barrio,
ni a amantes.
No añoro,
añorar es patético.
Escribo contra mí,
siempre lo hago.
Me río de los enfermos.
Escupo los anuncios
de las clínicas,
de los gimnasios,
de los lugares de terapias
donde te prometen
unos mejores días.
Ayer a las dos de la tarde
el cielo estaba despejado.
Un rayo cayó en la casa
de al lado
y mató
al recién nacido.
Muchos lloraban.
Los padres estaban tristes.
Yo solo miré la cara
del niño.
Traía un color indescifrable.
La cabeza le colgaba,
sus ojos estaban cerrados.
Tenía un rostro alegre.

“Frente a Trump, León XIV será un papa contra el americanismo”, una conversación con Pasquale Annicchino
Por Gilles Gressani
«Si la Iglesia buscaba un escudo frente a Trump, el que ofrece hoy un papa estadounidense es una oportunidad única».