Palabras tectónicas

Un poema de Rich me hizo pensar en nosotros

Hasta ayer creímos que viviríamos 
para siempre y hoy pareciera 
que lo humano está al borde de sí mismo
como a punto de quebrarse.

Te gustará saber que no cambié
que sigo siendo el mismo 
como esta ciudad es la misma
como esta angustia.

Uno es un hombre necio. 

Hasta ayer creímos que viviríamos 
para siempre
y hoy pareciera que fuimos hechos 
a imagen y semejanza del olvido.

Cuando estabas cerca 
yo perdonaba al mundo por ser mundo 
y también a mí por ser yo. 

Te gustará saber que no cambié 
que mi dolor sigue siendo pobre 
y mi escritura sigue siendo terca.

El amor nos hizo hostiles: 

todavía me pregunto 
cómo sobrevivimos tanto impacto 
tantos golpes y accidentes
sin advertir si quiera 
que debajo de las palabras-tectónicas 
ardía un mundo hecho de lava

que siempre tuvimos bombas 
en el lugar del corazón.



Un boceto que no se parece a mí

Me gustaría poder escribir 
sin pensar en el mañana
dejar de vivir arrodillado 
frente a los días.

Nací con un epígrafe 
en el lugar de la boca:

cada palabra que pronuncio 
sabe a despedida

una ceremonia incierta 
donde siempre estoy partiendo
a otro lugar donde no estas 
(y yo tampoco)

cada palabra que pronuncio 
me aleja de la tierra que quisiera habitar.

En la escritura me busco y me repito.

Nací con un epígrafe 
en el lugar de la boca:

cuando callo me ahogo en las cosas 
que no digo
hasta caer inconsciente en el fondo 
de mí mismo
hasta volverme extranjero y olvidar
que tengo lengua casa paisaje y país.

Lo que no digo 
es siempre más que todo esto
mucho más que esta mesa 
y estas tazas y este espanto.

En la escritura me busco y me repito.

En este poema tampoco estoy. 
Ninguna palabra es el fiel retrato 
de mi cuerpo.



Los restos del rencor

Odiar es otra forma de decir: 
cuando recuerdo mi dolor 
tiene espinas impiadosas
cuando recuerdo mi memoria 
tiene filo y hace cortes

no se trata de un dolor ni de nostalgia
odiar es otra forma de decir: 
pienso en el pasado
y la furia hace raíz en mis entrañas 
se disemina como polen.

Hace mucho tiempo aprendí 
que el poema es lo que queda 
cuando se encarna el deseo 
cuando después de una tormenta 
no queda nada en pie
y las palabras se confunden 
con el barro.

Mi oficio es, entonces 
aprender a limpiarlas:
no dejarlas relucientes 
no hacerlas brillar. 
Limpiarlas con calma, con tiempo
desenterrando todo aquello
que sepultó una memoria envenenada
una memoria agonizante 
llena de palabras envenenadas 
y palabras agonizantes.
Hace mucho tiempo aprendí 
que el poema (como la vida
como el cuerpo propio y el ajeno
como el amor)
es un misterio
un artefacto 
que hay que resolver



Un poema en el que no estás

Uno es un hombre acostumbrado 
a esperar 
y después de tanto (te digo) 
estoy convencido que los poemas 
no se arrancan: 
se cosen al revés, quiero decir 
hacia dentro: 

el lenguaje es mercenario 
y cualquier precio es poca cosa
es muy poco lo que damos 
a cambio de lo escrito.

Cuando termine este poema 
vas a desaparecer.

Estoy convencido, te digo: 
la representación es el cuerpo 
mutilado del lenguaje
una miguita pobre incapaz de saciar 
el hambre de lo dicho.

Uno es un hombre acostumbrado 
a perder
y siempre es más lo que se pierde.

Uno anda por los días con poemas 
cosidos al revés
(quiero decir para adentro) 
porque las palabras no se arrancan 
y escritas se encarnan como uñas 
se tensan como músculos
como se tensa un corazón. 

Cuando termine este poema 
vas a desaparecer
me digo
rogando que sea cierto.



* Todos los poemas pertenecen a “Palabras tectónicas” (2022).




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Pablo Romero

Pablo Romero

Pablo Romero (Argentina, 1999) es poeta, editor y traductor. Autor de ‘Los días de Babel’ y ‘La jaula del hambre’. Desde el 2019 codirige Aguacero Ediciones, editorial de poesía y traducción.