Un soplo dispersa los límites del hogar
¿apuntalar al niño alucinado?
¿sacar la cascarilla del vacío
hecha pasta de más de veinte años
en su pasmosa deglución?
¿alzarle el cordón de los zapatos? ¿mostrarle
mira esta es la punta de tu pie
hay un seguro en la punta de tu pie?
todo fue un espejismo los árboles no huyeron
era mentira la velocidad
nadie se fuga a doscientos kilómetros
por hora adentro de tu ojera
mira cómo se agolpa la gente en las esquinas de los parques
oyendo bramar como un bendito al toro que es capado
mira cómo se van en la distancia
las máscaras
en fila
despacio
sonriendo
otra vez a esperar
las píldoras del próximo espectáculo
apuntaste tu corazón para la lluvia era mentira
la lluvia estaba detrás de los telones
compréndelo el mundo está lleno de telones
la casa simula ser la casa y la lluvia simula
y lo que moja el falso techo no es más que fango diluido
pero el cuerpo también —en sus dos aguas— simula ser
el cuerpo era mentira
no hubo padre ni madre sino un cielo prestado
adonde fuiste a colgar unas palabras auxilio
el columpio se mece el planeta se vira de revés
compréndelo
la luz se invierte simula ser la luz
no es el tiempo el que dicta la corrosión de las palabras
allá en el tiempo de los asesinos
un niño terriblemente alucinado glorificó su edad
era mentira
ahora mismo presente pasado y porvenir
se juntan en el vano de la puerta
enséñales la punta de tu pie
son solamente víspera compréndelo
traga el veneno a fondo
el mal simula
el bien simula ser el bien.
(1987-89)
Iniciación
(variaciones sobre un poema dogón)
El ojo de la máscara
es un ojo de fuego.
Es a mí a quien mira.
Echa su fuego ardiente
sobre mí.
El ojo de la máscara
es un ojo de lanza.
Clava su enorme lanza
sobre mí.
El ojo de la máscara
es un ojo de flecha.
Tira su dura flecha
sobre mí.
El ojo de la máscara
es un ojo de hacha.
El doble filo hiende
y
penetra mi cuerpo
en la penumbra.
El ojo rojo de la máscara
entra en mi casa.
Hoy.
Es a mí
a quien mira.
Es a mí
a quien hace vibrar.
A quien (mañana)
mata.
El ojo rojo
de la máscara.
(1994)
Arcano
para Luis Lorente.
Abandono.
Detenimiento.
Suspensión.
Lo resistente es el árbol
(guásima, fresno, abedul)
las ramas que sostienen la cuerda
atada al pie
las verdes ramas.
Diríase que a ese muerto, sustraído
no lo soporta una estrategia
(mirar y mirar, ver, entrever
¿qué? desde arriba
caído y, no obstante, por encima
de las líneas de congestión).
Soberano detenimiento. Arde
lo que tiene que arder.
Arde y se apaga.
El que cuelga
puede no calcular
los polos de la frialdad
ni el golpe de una ventolera.
Resiste, pues su manera de hibernar
le da visión.
Ve pasar las carrozas deshilachadas
de los triunfadores.
Ve pasar hacia los blancos cementerios
la cadena de interminables
muertos vivos.
El que cuelga
como mira de frente, ajeno
invertirá los símbolos:
el agua: artificial, la ingravidez: perfecta.
Pero ¿qué es el qué
desde arriba y caído
y no obstante por encima
de las líneas de congestión?
Arde lo que tiene que arder.
Arde y se apaga.
Y en la distancia, confluyendo
en el detenimiento del deseo
la muerte
mas, nunca para reducir.
El que cuelga, cruzado de pies y manos
si despierta, podría beber de sí
podría desplegar desde sí su permanencia.
Pero lo resistente sería el árbol:
guásima, fresno, abedul.
(29 de mayo, 1999)
Ángel Escobar. Excogitar La Rueda.*
Dice:
“Hombre untado de negro. Ojos rojos”.
Dice:
“Manojo de palmitos
de algarabía, de cabezuela
ramas flexibles…
Son de taray, son de retama
yerbas que todavía despiden”.
“Está en la garita de centinela y mira en torno”.
Dice.
Esto es así: vigila.
Y el vigilado soy, es él.
Sólo un vaina.
Sólo un paje de escoba.
Ah, vivaz indígena de Oriente
familia radical, largas cañas
cilíndricas, desnudas
con penachos de espigas
flor verdosa y tan extrañas brácteas.
Escobar.
Abajo, hacia abajo, hacia más abajo.
El varillaje de un paraguas tiende hacia abajo
pero esa, no otra es su normalidad.
En cambio, él, yo padezco
parezco un papiloma.
Todo excrecencias soy.
Una hipertrofia de lo que fuera
su / mi normalidad.
Otro hombre. Otro.
(La Rueda) Acuclillado
los cabellos como carbunclos.
Enloquece.
Una vez tuve ramas angulosas.
O así me vi.
Verde, lampiño, con flores amarillas.
Y en racimo pulido… No,
podrido.
Negruzca la semilla
amargosa, babosa
canchalagua (en Honduras).
Disuelto, en cataplasmas
formo, podrías formar… es un decir,
hasta una bandolina.
Ah, pero untado de retama de guayacol, no sé.
El que enloquece piensa
en los misterios eleusinos
Euforbia… Sitio sombrío.
Ramas de tamujo, ramas de cabezuela.
Cabeza.
Cabeza negra. Si es que madura,
fruto rojo.
Escoba amarga
(o mastuerzo: torcido, torpe, divergente
hojas glaucas)
o escobajo
raspa de un racimo de uvas
¿que yo fui?
Una vez dije ser Calímaco.
Agua seca, palabras secas.
Llevaba un charco de sangre negra
en el pulmón.
La Rueda.
Una mujer que asciende (..).
Una mujer detrás del brazo izquierdo.
Un hombre detrás del brazo derecho.
Enloquece.
El buey reposa.
Aparece un negro.
Horrible, lo desfigura el fastidio.
Cuando se despereza, no.
Cuando se desespera, de pecho a pecho…
Abundo, abundo.
Escobar.
Escobazar… ¿Rocío?
Cepo.
En ángulo, una doble, ordinaria cortadura
raja la punta de mi oreja.
Y ya, antes, sangró, ¡recuerda!, junto a los cerdos
en una lejana nochebuena.
Pero me LEVANTÉ en las minas de El Cobre
un día de 1731.
Abundo. Abundo.
Escobar… barre.
Barro y barro. Y barrer nunca
te habrá premiado. Nunca consigo
que este Aquí (discútelo por fin
si se te antoja) brille.
Ni siquiera una vez.
¡Barre!
me dicen desde que nací, me dicen
ahora que estoy muerto.
Pero yo abundo.
Abuso.
Escobar.
Escobillar.
Escobillar el suelo, ¡lustradlo!
Cerdas de alambre, raíz de zacatón
corta y recia para suelos y trastes.
Broza bruza bronco brucero…
Se ve ascender un hombre negro, está lleno de pelos
Manto rojo, tintero negro.
Abre el libro, repasa lo que llega y lo que se va…
Excogita. Luego deviene sitio solitario
(¡ñinga!)
porque en el Diccionario de la Lengua
LO NEGRO es torba.
Todavía.
Broza, bruza, bronco brucero.
Ruedo (roto) entre cielo y tierra.
Sí. Un agujero elíptico abría en dos mi cabeza.
Pasaban cables, cadenas. Las cadenas.
Écubier.
Negros lindos del barracón.
Haitianos del barracón.
Jacobo, Juliana, Francisco, Ta José.
A veces caigo boca abajo.
Ay, Madre.
Quise abrevar en el rocío
como una flor silvestre.
Vuelve un hombre con cara de caballo etrusco.
Vuelve el fastidio.
Pesa el vientre, lo que está dentro, oculto.
Signos que no me dejan descifrar.
Breñal. Abismos. Rueda. Resplandores.
El marabú suspira antropomorfizado.
Yo, un algarrobo.
Excobar.
(4-5 de mayo, de 2002)
* “La Rueda” (Dador), José Lezama Lima
La seca
¿…extraño
o
sencillamente increíble
ver
la cabeza de Puente
rapada, en sueños…
No como la cabeza
de los presos: bosques
de pelo mal cortados
talados y vueltos a talar…
(Isofonía: 1844:
Plácido fusilado…
Es un ejemplo: Conspiración
de La Escalera…
1912… 19…)?
¿La cabeza de Puente
como un bonzo
asomo de brotes blanquecinos
al ras
cabeza
cabeza de Puente
un SÍ… un NO…
una erguida armazón…
rapada
y en sitio no definible
imposible de cartografiar
aquella, ESTA
rama
aparente MENTE seca
talada
leña que surge y resurge
cabeza de ipil cabeza
de nogal cabeza de abedul
cabeza de yaya… cagua-
IRÁN…?
“Ipso jure (se oye):¡COR-
TEN la luz
COR-
TEN el agua
COR-TEN
esa ca be za…!”
_ NACÁN (se oye)
¿Hura-
cán?
¿Sibanacán?
¿Cuba-
nacán…?
“…Pero CORTE-
MOS
esa rama fatal
al menos…”.
Aquí
pongamos un SILENCIO.
(30 de agosto, de 2003)
Poemas pertenecientes a la antología The Cuban Team. Los once poetas cubanos.
(Editorial Hypermedia, 2016).
Librería
Coloqué sobre la mesa varios libros publicados por poetas de la «Bella». Me tumbé sobre el camastro como un Rey de los suburbios y sin mucho que exigirme comencé. Qué decepción. ¿Una poesía del lenguaje? ¿Qué lenguaje? ¿Un compendio de lo bello? ¿Qué belleza?