Magali Alabau

Te voy a contar como se lee el Torah 
cuando una está sentada dentro de un papel 
sucio, quemado por las puntas, vomitado. 
Cuando la mañana sabe a jabón 
y el aire a sulfato, 
cuando la música que oyes 
es el aguijón de la ambulancia 
o el tren que grita D de dog. 
Estas leyendo el capítulo Creación 
y un 7 se entierra como anzuelo en el ojo 
y te da esa punzada salvaje en la cabeza. 
La palabra IRA salta a tu cuello 
encaramada en una manzana 
que un pasajero te restriega en la boca: 
la manzana y Eva.
Parásito, tren del diablo llamado Urbe, 
cuando entro a tus antros 
recuerdo mi intestino.
Los mapas son las guías chorreadas de pus 
que el diablo imprime para sus favoritos. 
La historia de Abraham me encanta. 
Voy a Queens o a la ternera degollada. 
Una vez sentada se me olvida quién soy, 
a dónde voy o dónde vivo.
los dientes de la roña comienzan a morderme. 
La gente piensa, aquí, en este tren de carga, 
un baño de sangre no haría mal.
Las puertas se abren y el paraguas negro 
de uno de los arcones me atiza la mano 
para cuando la puerta cierre me hierva el dolor.
Últimamente se recitan los salmos en el subway 
y
 se anuncia la venida del Mesías.
Jesús caminando en los pasillos.
¡Aleluya!
Jesús predicando,
aguantado a uno de esos radios, 
susurrándome al oído:
el príncipe de este mundo 
vive en el subway.
¡Aleluya!



Un pájaro que muerde 
tiene su barriga pegada a mi cabeza. 
Me tiene agarrada por los párpados. 
Quiere hablar, 
se ha posado en el espejo.
Desde la cama, 
escondida entre las colchas, 
lo miro de reojo.
Amenaza con sus patas 
arrancarme los ojos. 
Mueve su lengua rota 
descascarando plumas, 
muerde el espacio cojo. 
El pájaro se acerca, 
camina por el piso, 
se arranca las dos alas. 
Paso a paso, 
se acuesta desangrándose 
sobre mi piso blanco. 
Las alas desprendidas 
se suben a mi almohada, 
entre mis ojos tiesos 
reposan en la cama.



Ya es hora de marcharme.
Se queda algo detrás que yo no miro.
Se quedan mis zapatos plantados en la puerta.
Se queda la mirada de mi madre, 
las caras diluidas en el barrio 
diciéndome también que ya me marcho. 
La noche tiene el frío de las noches invernales. 
Tiene el rastro de la pena dividida.
Repaso los objetos sin destino, 
las ropas que he dejado de regalo, 
retiro de mi cuerpo lo aún pertenecido hace unas horas. 
Para ti una sortija, la pluma para que me escribas.
Un par de medias para el tiempo.
Una cámara para las fotos de familia.
En algún momento he sacado mi máscara y escudo.
Mi rostro lo preparo como siempre en las partidas. 
Trivializo el momento, los detalles trato de borrarlos. 
Trato de decirles a todos, sin llorar, que pronto nos veremos. 
Ya la aurora repliega sus alas nocturnales.
Detrás dejo los escollos y el suplicio.
A la salida de las puertas 
hay un ciprés parecido a un templo, 
allí nos dirigimos, me dirijo.



Nunca existirá el orden en mi campo de oficio. 
Nunca podré transformar este cuarto 
en algo iluminado y nítido.
Estos pisos me han visto esperanzada, 
han seguido mi historia.
Sin embargo, ahora, están en plena guerra. 
Me hacen jugarretas y conspiran.
Dejan nacer las ilusiones y al rato 
un tiro de escopeta, una granada. 
Ahí defecó la perra.
Ahí vomitó el gato enfermo. 
La escoba resiente mi furia. 
Huele mal, un tanto repugnante.
La lavo, la aseo, la acicalo 
y me topo con ese lavadero 
repleto de latas de pescado, 
latas de hígado, 
pedazos de papel mojado corrugado 
con ese criterio de las marcas en ventas. 
Miro al frente: cientos de texturas mugrientas 
a punto de insultarme.
El piso está embarrado de salsas saboteadas.
El refrigerador es un tesoro de paquetes que no abro. 
Zanahorias verdosas, protuberantes, 
ojos de papas aburridas que miran de soslayo.
Alguna mosca yace dentro del congelador muerta de frío. 
Le digo al café o a cualquier fantasma que lo sirve
que de paso me traiga las pastillas.
Dos para despertarme.
No confío en este yo de casa, 
este yo de limpiezas diarias, 
de esfuerzos sin cadencias, omnívoro.
Tomo pausas, me adapto a las nuevas circunstancias, 
sostengo mis libros sobre el pecho, 
mientras limpio los miro, la ilusión de leerlos, 
desencanto diario de unas pocas páginas cansadas. 
Estoy en Elabuga, 
comienzo por el final, despego.
Estudio todos los ángulos, 
varios puntos de vista, 
y me entra esta vivencia de que he estado 
en esa habitación con la gran Marina Tsvetáieva. 
Prepara la soga y el anzuelo 
como si estuviera remendando calzones a su hijo. 
Está ya del otro lado.
Ha escrito el último capítulo 
y se encuentra con el papel en blanco. 
Una tarea más. Quizás no sea hoy, 
quizás su taza aún no se ha llenado.
La veo en la desnudez de los destinatarios, 
en el silencio rondando su estatura, 
pensando qué banquillo usar para patear el aire 
y quedar como ropa ultrajada, 
añeja, descolorida.



Un fantasma en la Quinta Avenida 
compra una papa con mostaza, 
una Pepsi y se zumba para el otro trabajo. 
Llego a las ocho, me marcho a las cinco. 
Salgo a las doce, vuelvo a la una 
con ganas de una siesta, 
contando en el bolsillo el poco vuelto 
que me dio la camarera.
En los viajes en tren, 
de vuelta a Brooklyn, anhelo 
ese descansito donde leo 
el periódico de turno. 
El News, el más barato, 
el Times, no dice ni cuenta los balazos, 
no explica el origen de los celos. 
Mejor es no aspirar a nada, 
pasar la temporada en una sala oscura, 
interpolando imágenes 
a punto de romperse.



Oh moon of Alabama,
 un placer decadente mi cama. 
Una canción alemana, 
un día de lluvia, 
un vino rojo en una copa larga, 
un cigarro gastándose de humo, 
recostada con mi pluma 
desplegada, 
un placer decadente, 
mi cama.
Una canción alemana, 
moviéndose con pies 
de un lenguaje extraño. 
Oh Moon of Alabama



Lleno de violencia
el amor se expresa 
en ciertas formas de besar. 
El útero clama un orgasmo 
que se aguanta 
y sube hasta la espalda desgarrado. 
Alrededor, tacones, pintalabios, botellas 
destilan vapores que trastornan. 
Ritmo brutal al golpe de Disco.
La embriaguez nos monta en un taxi. 
El carro nos transporta 
a los brazos de Shiva.
Solo mirarnos, 
un enchufe eléctrico nos amarra. 
Nos entregamos desde los labios 
hasta el infinito.
Nuestros dedos 
abren esferas celestiales, 
nos revolcamos entre ellas. 
En el espacio grabamos 
un nacimiento y una muerte. 
Una esfera para llenarla 
de dulce hiel.



Juntando poemas
uno escrito antes 
se une a otro escrito ahora. 
Mientras el reloj camina 
respiro este largometraje. 
Prefería besar a mi padre. 
Era fácil, simple.
Una natural disposición 
para invitarlos y luego 
olvidarme que existían.
Pensé, quizás, me dijeron, quizás, 
eso de que era una abominación.
Mi madre y mi tía repetían: qué asco.
Cuando pronunciaban la palabra pecaminosa 
hacían una mueca como si fueran a vomitar. 
Según ellas, se referían a mi otra tía, 
que también padecía la enfermedad.
No solo era una enferma, 
es que nació con malos sentimientos. 
Mira cómo abandonó a la madre 
y se fue al Norte a los veinte años.
Siempre fue un problema 
con eso de los escándalos 
y las amigotas.
Jarros de agua fría, 
agitadas, las urracas vociferan 
que hubieran preferido una puta 
a ya tú sabes qué.



Estos incidentes sorpresivos 
llegan así inesperados, 
te dicen lo que pasa y, sin embargo, 
no crees lo que te han dicho. 
Una vez que asimilas el suceso 
pasa algo en el cuerpo, no lo sientes. 
Te quedas sin brazos, sin piernas, 
sin latidos 
y corres como si
        dependiera de tus pasos 
                    el remedio.
Ahí se acaba tu autoría,
y el control del universo.
Te das cuenta que hay cosas más allá 
de la rutina, que irrumpen, que hacen cesar 
el monótono transcurso de las horas.
El viento se vuelve tu enemigo 
y aunque dices y crees en oraciones, 
no funcionan repetidas con premura. 
Rezar así no vale.
Debí hacerlo hoy por la mañana, 
o por la noche o por vida.
Yo no creo en la muerte.
Ahora la veo en todos lados: 
en los mercados que visito, 
en esa carne artificial rosada 
del pescado que, al no tener pestañas, 
consigue con su ojo abierto amedrentarme.



Ella desapareció hace 33 anos
su novio diez días antes.
  Su prima,
  el esposo de su prima, 
   su padre.
A todos
  fueron a buscarlos.
A la mujer la golpearon, 
le avisaron que todo estaba listo.
Feliz cumpleaños.
   La desnudaron, la colocaron 
en una mesa de madera en la cocina 
y atada de pies y manos 
procedieron a aplicarle 
el tratamiento.
Entre ellos comentaban
que hay que encontrar el punto más sensible 
donde mejor se aplica.
Puede ser en los pezones 
o debajo de las uñas.
Los senos se volvieron dos cartuchos 
estrujados, mientras alguien 
apuntaba una navaja 
para desinflarlos.
Trajeron al médico.
Le informó, 
a la parturienta 
que no había anestesia, 
y después muy bajito, 
apenas susurrando,
    se acercó a la oreja y le dijo:
 Te hago esto para liberarte.
El resto de los espectadores
       en el cuarto,
           participó aguantando una mano, 
una pierna, o la cabeza.



El agua callada ladra.
Quietamente, 
los ojos, serenos guardas, vigilan 
soledades errantes.
Un perro husmea la nieve dura y seca.



Para ahogar mi dolor, 
una piedra se necesita al cuello, 
dos anclas en las patas, 
un anzuelo en los ojos.
Para ahogar mi dolor,
se necesitan clavos que sondeen las venas, 
una púa que entierre el ombligo en el útero, 
un hacha afilada
que corte la cabeza.



Paredes blancas,
pisos blancos,
arena blanca,
árboles blancos con hojas de yodo.
Picoteando tu pelo,
la mujer oriental
descascara tu rostro.
Yo recojo lo roto.
Lo entierro donde la primera lagartija
que maté
fue sepultada,
ahí te escondo.
Mientras, con un tenedor cavo tu fosa.
Miro a la mujer oriental rasgando un ojo.
Quiero el otro —le digo—
Para mi dedo gordo.



¿Quién llora cuando las hojas caen, 
cuando el agua sin cesar las ahoga, 
y revuelven la tierra 
acunando gusanos moribundos?
El invierno tiene colores que olvidamos. 
El rojo que grita, 
el amarillo enfermo, 
el negro que es ceniza.
Aunque lleve en la cabeza tamos mundos, 
uno solo es el que uno habita, 
nos saca un litro de sangre, 
nos tira de perfil y de frente una fotografía, 
nos toma las huellas digitales.
Uno pasa de fila en fila, 
dándole a la espera otro nombre. 
Medimos lo que no nos falta 
por esa libertad sin condiciones. 
Una entrevista más, unas declaraciones, 
juramentos a otras estructuras. 
Después de tanto procesarnos 
no nos queda nada de los sueños. 
Dicen que soñar no cuesta, 
yo diría, sin pensar, cuesta la vida, 
los minutos gastados, el trote, 
las pequeñas mentiras.
Inventamos personajes que no existen, 
declararlos, imposible.
Se cansa uno de tantos pedacitos, 
pensar en algo, saltar a otro capítulo. 
Actuar en el teatro de teatros.
Buscar un escenario y no un apartamento.
1 os muebles son los props, 
la mesa que arrojaron en la calle, 
la silla sin patas, tan perdida 
en medio de multitudes y desprecios. 
Entonces estarían justificados los fragmentos. 
El rompecabezas obtendría forma.
El teatro tira para un lado, te tuerce 
y hace que te crezcan las pestañas.
Fe pinta de rubia, 
te pone morado cada ojo. 
Eres tú, soy yo, interpretando.


© Imagen de portada: Magali Alabau.




Sobre el autor:
Magali Alabau. Poeta. Nació en Cuba y reside en Nueva York desde 1968. Estudió teatro en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán, en La Habana. En Nueva York continuó sus estudios de Artes Dramáticas. Cursó estudios de Filosofía y Religión en Hunter College. Hasta mediados de los años 80 desarrolló una amplia carrera teatral como actriz (en las compañías Greenwich News Theatre (ahora Repertorio en Español), INTAR, La Mama Experimental Theatre y como directora en Teatro Dúo y Medusa’s Revenge. Tras retirarse del teatro, comenzó a escribir poesía. Ha publicado entre 1986 y 2016 nueve poemarios. 
Sus poemas aparecen en prestigiosas antologías. Obtuvo el Premio de Poesía de la Revista ‘Lyra’ (Nueva York,1988); la Beca Oscar B. Cintas de creación literaria (1990-1991); Premio de Poesía Latina, otorgado a su libro Hermana, por el Instituto de Escritores Latinoamericanos de Nueva York (1992). Tiene publicado los siguientes poemarios: ‘Electra, Clitemnestra’ (Editorial El Maitén, Chile, 1986); ‘La extremaunción diaria’ (Ediciones Rondas, Barcelona, 1986); ‘Ras’ (Ediciones Medusa, Nueva York, 1987); (Hermana’ (Editorial Betania, Madrid, 1989); ‘Hemos llegado a Ilión’ (Editorial Betania, Madrid, 1992); ‘Liebe’ (Editorial La Torre de Papel, Coral Gables, 1993). 
En 2011, después de casi dos décadas de silencio, el Editorial Betania publicó su poemario ‘Dos Mujeres’. Sus poemas han sido publicados en prestigiosas revistas literarias en Latinoamérica. En 2011 participó en la presentación de ‘Indómitas Sol’ en la Feria del Libro en Miami. Los más recientes poemarios ‘Volver’ (2012) y ‘Amor Fatal ’(2016) han sido publicados por Editorial Betania en Madrid, España.
En 2017 la Editorial Bokeh (Leiden, Nederland) ha publicado ‘Ir y venir’ (Poesía reunida 1986-2016).


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Arco

Orlando Luis Pardo Lazo

Sobre el Arco, / el norte manso y benéfico. / Mapamundi de estrellas y constelaciones / con nombre anglo. / Brújula de la victoria para los que llegamos a ti, / ante ti, / huyendo del paraíso terrenal.



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